Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos. Por enésima vez lo digo desde este mismo sitio. Bien lo saben quienes me leen. Por desgracia los que no lo saben no lo leerán.
La frase, título de un libro de Santiago Alba Rico, es una cita recurrente que alude a la idea de que la sociedad actual está desconectada de la realidad, viviendo en una especie de sueño o ilusión, y que cuando la verdadera realidad golpee, será demasiado tarde para reaccionar.
Con su tono pesimista, sugiere que la sociedad actual "de celofán y neón" vive en una burbuja de comodidad y desinformación, ignorando los problemas y conflictos del mundo. La "realidad" que vendrá se presenta como algo inevitable y potencialmente destructivo, que nos encontrará desprevenidos e incapaces de hacer frente a sus consecuencias.
Se ha utilizado para criticar la apatía social y la falta de conciencia sobre los problemas globales, como la injusticia, la desigualdad y la destrucción del medio ambiente. También se ha interpretado como una advertencia sobre la fragilidad de las conquistas sociales y la importancia de mantenerse alerta y comprometido con la realidad.
Así resume la idea la Inteligencia Artificial que utiliza Google. Este sueño del que nos cuesta despertar es a veces sacudido por un timbrazo alarmante del despertador. Entonces, casi siempre, apagamos el timbre, cuando no tiramos el reloj al suelo de un papirotazo (ese que llamamos, sin mucho éxito, "Reloj del Apocalipsis"), obstinados en seguir durmiendo.
La pandemia que nos enclaustró durante meses hace solo cinco años nos había despertado, y algunos creímos que sería un revulsivo que nos haría mejores, pero ¿quién se acuerda ya?
Ahora mismo suena, otra vez frenética, la alarma ante los devastadores incendios, tanto más dramáticos cuando están alcanzando y abrasando pueblos enteros:
En 2018, en California, se registraron incendios pavorosos, nunca antes vistos. Se han repetido después una y otra vez, pero ya apenas "son noticia".
En nuestro país, ahora mismo, el fuego avanza incontrolado, Difícilmente lo pueden apagar los desmantelados servicios contra incendios, cuando algunas regiones, como Castilla y León, han reducido el gasto un 90% en trece años.
Otro ejemplo más cercano: hace apenas unos días (¡tan pocos, con la que está cayendo!) que Vilagarcía de Arousa ha puesto en marcha "el proceso de selección de brigadas contra el fuego", como denuncia Esquerda Unida de la localidad:
La formación que lidera Juan Fajardo también muestra “serias dúbidas” sobre la igualdad de oportunidades en este procedimiento. El Concello publicó las bases el día 7, las anunció el 8 para realizar las pruebas el 11, “ofrecendo apenas tres días, cun fin de semana polo medio, para que as persoas interesadas poidan inscribirse e preparar a documentación”, un plazo que ve “ridículo”.
Inacciones como esta, además, se cobran vidas.
Incendio forestal en Oímbra (Ourense), en el que se quemaron tres brigadistas. (EFE/Brais Lorenzo) |
Las imágenes del desastre causado por la inundaciones en Valencia son ya "agua pasada". Aunque dieron la vuelta al mundo, ahora solo se utilizan, contra toda razón, como arma política arrojadiza.
Vehículos amontonados tras las intensas lluvias de la dana en Sedaví (Valencia). BIEL ALIÑO (EFE) |
Sigamos durmiendo. Como afirmaba Francisco de Goya, el sueño de la razón produce monstruos. No es fácil la interpretación correcta la frase: pudo querer decir que la razón reprimida es origen de muchos desastres ("lejos de nosotros la insensata manía de razonar"). O que los crea la propia razón que sueña despierta y se siente omnipotente. Lo primero encaja mejor en el pensamiento ilustrado de su época, lo segundo en la ciega confianza en el progreso científico y técnico de la nuestra.
Las soluciones tecnocientíficas ante los desastres pueden agravar los problemas si no tienen en cuenta los equilibrios de la naturaleza que pueden alterar, y que de hecho alteran profundamente.
Incendios, inundaciones y otros desastres se producen de forma natural, con periodicidades muy variables. Oímos a los negacionistas decir que siempre hubo lluvias torrenciales, olas de calor, sequías, sin que tengan que ver con la intervención humana, para nunca referirse a las que causa o agrava nuestra actividad.
Una visión cortoplacista puede hacernos olvidar que la naturaleza ha conformado la superficie terrestre a lo largo de cientos de millones de años, pero nuestra actividad la transforma todos los días, y lo viene haciendo, sobre todo, a lo largo de los últimos decenios. Procesos antropogénicos de alcance geológico, millones de veces más rápidos que los que han creado la riqueza y biodiversidad las están liquidando a toda prisa.
Es trágico que nuestra percepción del tiempo y del espacio estén tan condicionados por la escala humana. En el espacio lo próximo, en el tiempo lo inmediato, dificultan que apreciemos los lentos procesos de la naturaleza. No percibimos por ejemplo, que la rica biodiversidad que alberga un bosque primario ha sido modelada a lo largo de milenios. El bosque secundario repoblado por nosotros volvería a ser primario otra vez al cabo de mucho tiempo si lo dejáramos en paz.
Después de dos mil años, el desastre causado en Las Médulas por la avaricia romana se había transformado en un bello paisaje renaturalizado, que ahora tardará mucho en recuperarse del fuego antropogénico.
El blog de Jorge Riechmann me conduce hasta un extenso Informe del Colegio de Biologos de la Comunidad Valenciana sobre la destructiva DANA de octubre de 2024:
El Colegio de Biólogos de la CV ha presentado su informe (elaborado por Ricardo Almenar) al comité de expertos para la reconstrucción tras la DANA, un verdadero Plan de Regeneración Territorial con 30 medidas –las 30 R–. Va mucho más allá del catálogo de obras de infraestructuras al que, por desgracia, se está reduciendo este asunto…
Frente al recurso a la técnica para reproducir nuevamente la situación anterior, y aunque no renuncia a su concurso, el informe pone el acento en las alteraciones de las cuencas hidrográficas que han agravado la tragedia. La cuenca es una unidad que alcanza un equilibrio entre la parte alta que recoge la lluvia y la baja en que se depositan los sedimentos arrastrados. La deforestación de la primera agrava las riadas, las alteraciones en la baja dificultan la absorción natural que alimenta los acuíferos.
Desde hace tiempo, dos ramas de la ingeniería se han enfrentado por su interpretación del problema y de las soluciones: de un lado, los ingenieros de Montes, del otro, los de Caminos.
El informe que podéis (y deberíais) leer completo lo podéis descargar desde aquí. Para facilitar el acceso a sus contenidos os dejo el índice.
COBCV
Particularmente revelador es el apartado que indaga en la razón de la sinrazón que nos hace dormir este sueño que se convierte en pesadilla, y que reproduzco entero:
2.17.Cambio climático: parábolas y fábulas
¿Qué ha pasado y qué sigue pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí en menos de tres generaciones humanas? Y ¿por qué no cambiamos, por qué no evitamos semejante deriva? Tanto científicos naturales como sociales han intentado responder a estas dos preguntas utilizando encuestas, cifras, evaluaciones, escenarios y modelos para tratar de entender semejantes comportamientos que solo nos conducen al desastre. Con no demasiado éxito, al menos a la hora de comunicarlo al público en general y movilizarlo en consecuencia. Muy posiblemente se conseguiría bastante más utilizando ciertos relatos a través de los cuales busquemos responder a las preguntas planteadas: ¿Qué nos ha llevado hasta aquí? Y llegados aquí, ¿por qué no cambiamos? Desde las historias que se contaban en torno a un fuego en la cueva paleolítica, hasta los chats digitales de hoy, las narraciones han dado sentido al mundo en que vivimos, nos han ayudado a comprender cómo el mismo funciona y al menos implícitamente, si no explícitamente, cómo podría deliberadamente transformarse. Sí, los relatos modelan nuestra percepción y nuestra consiguiente actuación.
Hay dos narraciones originarias del pasado siglo que aplicadas al cambio climático siguen resultando particularmente útiles en ese desempeño. La primera puede designarse, alternativamente, como la parábola del prado comunal o la tragedia de los bienes comunes de Hardin, en referencia a este ecólogo que la popularizó a finales de los años 60. No estaba centrada en el cambio climático, ni siquiera en la atmósfera y su contaminación. Hacía referencia a la situación general que tiende a producirse en la utilización de todo recurso o sistema ecológico de propiedad común o de uso compartido que es aprovechado simultáneamente por distintos propietarios o usuarios.
Imaginemos encontrarnos en una sociedad tradicional como cualquier comunidad de la Europa medieval. La comunidad posee un prado común en el que puede pastar libremente el ganado de cada uno de sus miembros. Llega un momento, sin embargo, en que el número de cabezas es lo suficientemente grande como para consumir la máxima productividad vegetal de la que el prado es capaz. A partir de ahí, todo incremento de la carga ganadera solo supondrá una peor alimentación para cada una de las reses, una disminución de la productividad animal del conjunto del prado y, a la larga, un grave riego de degradación del mismo por sobreexplotación.
Pero pongámonos dentro de la piel del usuario individual. Si él lleva un animal más al prado, ciertamente disminuirá en algo la tasa de engorde de los que ya tenía anteriormente pastando. Sin embargo, a cambio aprovecha un animal más, lo que le compensa sobradamente de la pequeña pérdida anterior. Su beneficio privado marginal (el beneficio que le reporta el haber aumentado su rebaño en este último animal) compensa sobradamente el coste privado marginal que le provoca, porque la mayor parte de los costes que conlleva alimentar a esa nueva cabeza de ganado los ha transferido al resto de usuarios del pastizal común. Nuestro hombre parece actuar con una lógica individual enteramente racional; incluso puede suponer que de no aprovechar él primero esa posibilidad, otros lo harán y entonces sufriría solamente los costes sin obtener ningún beneficio. El problema es que si esa lógica se generalizase al resto de los usuarios, el prado común se degradaría inexorablemente y todos acabarían en la ruina.
La moraleja que extrajo Hardin de su parábola es que un recurso común, a disposición de todo el mundo, conduce a que su utilización excesiva se convierta en inevitable. Pues el individuo o la empresa que intensifica su explotación consigue una ventaja temporal y no es sino hasta un tiempo después cuando empieza a sufrir sus consecuencias. En cambio, el individuo o empresario responsable se coloca en una posición de desventaja si atiende a su conciencia y explota menos el recurso o ecosistema común de lo que le sería factible hacer. El mismo razonamiento puede hacerse respecto al vertido de desechos. Contaminar individualmente menos un ecosistema común implica asumir íntegramente el coste de las medidas de protección necesarias para ello, mientras que la mejoría resultante beneficia, en cambio, a todos los usuarios. Es el caso, por ejemplo, del vertido de gases de efecto invernadero y del cambio climático inducido por estas emisiones.
Ahora bien, la tragedia de Hardin está mal atribuida; los fenómenos que describe son mucho más propios de una fase anterior o posterior al establecimiento de un régimen de uso y propiedad común. Anterior, cuando parece que los recursos son lo suficientemente abundantes como para no estimar necesaria ninguna restricción a su apropiación individual. Posterior, cuando el ordenamiento común se encuentra tan debilitado por causas internas o externas que es ya incapaz de mantener limitaciones de uso. En uno y otro caso, lo que existe no es un régimen común, sino otro centrado en el libre uso y apropiación. La tragedia de los bienes comunes es, en realidad, la tragedia de los bienes de libre disposición, y es precisamente en estos últimos donde las conclusiones de Hardin resultan acertadas. El uso sin restricciones de recursos o ecosistemas, nunca ilimitados –aunque en algún momento lo parezcan–, lleva con facilidad a su degradación. En nuestro caso, a la alteración climática de la atmósfera.
Este primer relato nos sirve para responder a la pregunta: ¿qué nos ha llevado hasta aquí? La respuesta es la utilización del sistema atmosférico como un bien de libre disposición, sin particulares reglas que limiten el vertido de desechos en él. En una primera etapa, por su inmensidad y aparente inalterabilidad: era un típico bien libre en la concepción de los economistas clásicos, a disposición de todo el que quisiera verter ahí sus gases y partículas. En una segunda etapa –en la que todavía nos encontramos– porque las restricciones a su libre uso se han ignorado, solo han existido en el papel o no se han cumplido, pues, como la mal llamada tragedia de los comunes apunta, los beneficios de tal restricción se reparten entre todos los actores ya sean empresas, comunidades o Estados, mientras que los costes son asumidos por quienes restringen sus emisiones. Pese al camino ya recorrido por disposiciones, acuerdos y tratados para convertir a la atmósfera y al sistema climático en su conjunto en bien común de toda la Humanidad, su uso irrestricto o pobremente reglado sigue imperando en esta tercera década del siglo XXI. Confiemos, al menos, que no acabemos llegando más o menos próximamente a una tercera etapa análoga a la expuesta de degradación terminal del prado comunal: la de que la alteración climática ha llegado a tales niveles que estos hacen ya inútil todo intento de regulación común.
Y, sin embargo, ¿por qué, pese a todo, seguimos sin reaccionar? Para contestar a esta segunda pregunta, puede ser ilustrativo el traer a colación una segunda historia, la fábula de la rana cocida, narración que, a diferencia de la anterior, sí se popularizó en directa referencia al cambio climático a comienzos de la década de los 80. Como buena fábula, hace alusión a un experimento –ciertamente cruel si llegó a hacerse real, no ficticiamente– a que se sometió a una rana en un estanque climatizado en donde podía regularse la temperatura del agua. Si esta se elevaba hasta cerca del punto de ebullición y se tiraba la rana al estanque, el anfibio saltaba fuera del estanque cuando tocaba el agua. Pero si en lugar de esto, se introducía la rana en el estanque a temperatura normal y se iba elevando la temperatura poco a poco, la rana no reaccionaba y moría cocida en agua hirviente.
La moraleja de la fábula está clara. Un fenómeno lesivo, pero que se va produciendo poco a poco, provoca una reacción mucho menor que si se da abruptamente. Y el cambio climático antropogénico, pese a la tremenda velocidad a escala geológica en que se está manifestando, es relativamente lento (o todavía lo era, cuando se popularizó la fábula, hace cuatro décadas) a escala de la vida humana. Los cambios se van produciendo poco a poco: el verano se alarga, las olas de calor se hacen más frecuentes, el invierno se acorta, las heladas disminuyen o sencillamente dejan de producirse, la moda de entretiempo desaparece, la temporada alta playera se dilata, la de sol y nieve se contrae. Pero todo ello, más o menos pausadamente, lo que hace que esos cambios los perciban personas que han llegado a la madurez o a la vejez, mucho más que jóvenes o adolescentes. De otro lado, tales cambios se superponen con la variabilidad natural del clima, lo que lleva a que este verano no tiene por qué ser necesariamente más caluroso que el del año pasado, o que en este otoño las lluvias no han de ser necesariamente más torrenciales que en el precedente. El cambio climático es solo tendencial, irregularmente tendencial, podríamos precisar (por eso, aunque en el último decenio 2015-2024 hubo cuatro años menos cálidos que los inmediatamente precedentes, los diez años del decenio lo convirtieron en el más cálido desde que hay registros).
Paradójicamente, esta irregularidad tendencial que llega a poder encubrir un tanto al cambio antropogénico del clima, puede favorecer en ocasiones la alerta humanan frente a él. Es como si la rana de la fábula percibiera con claridad un momentáneo pero brusco aumento de la temperatura del agua del estanque y eso, tal vez, la empujara a saltar fuera del mismo. Una sequía particularmente severa, una intensa ola de calor, un huracán especialmente devastador o unas lluvias extraordinariamente copiosas que acaban provocando una catastrófica inundación, quizás, quizás conduzcan a las personas y sociedades afectadas a tomarse muy, muy en serio al cambio climático. Y a actuar, tanto para mitigarlo como para adaptarse a él en la parte del mismo que no se consiga evitar. La rana, aunque socarrada, acabaría saltando del estanque…
Hay que abandonar la ambigua denominación de 'cambio climático' y empezar a hablar de ECOCIDIO, que es, según la RAE, la destrucción deliberada del medio ambiente. Es el sistema entero lo que está en cuestión, no ciertos aspectos del mismo, como quisieran las poderosas minorías que se benefian de él.
ResponderEliminarAsí es. Nos queman la Casa, la única Casa...
ResponderEliminarhttps://esencialomenos.blogspot.com/2011/04/un-poema-dos-peliculas-un-epilogo.html