Marx publicó el primer tomo de su magna obra tras doce años de investigación en la Biblioteca Británica. Era su intención completarla y hasta el final de su vida siguió explorando el tema, pero murió sin acabar. Engels reunió y ordenó parte considerable de sus dispersos materiales y editó dos tomos más, siguiendo el esquema diseñado por el autor. Más adelante Kautsky publicó otra parte de sus escritos en un cuarto tomo, y mucho tiempo después han proliferado ediciones críticas bien documentadas de un libro que había tardado años en agotar la primera edición de solo mil ejemplares.
Y aún hoy se siguen publicando escritos inéditos, notas, cartas intercambiadas que demuestran lo atento que estaba, no solo a la Historia pasada, sino a los avances de las ciencias de su tiempo. Se había entusiasmado con el naciente evolucionismo, y casi al final conoció la novedosa termodinámica, sin tiempo para incorporarla a la teoría del valor.
Por lo tanto es muy osado querer hallar en El Capital todo lo que hay que saber de economía. Sacralizar textos es tarea de exégetas bíblicos o fanáticos islamistas. Pero algo de eso ha ocurrido entre los marxistas, cuando los intereses políticos más inmediatos han llevado a lecturas unilaterales, en particular para glorificar el desarrollo sin límite de las fuerzas productivas.
Casi al final de su vida conoció los escritos de Podolinski, el primer marxista que quiso incorporar los recientes descubrimientos sobre el equilibrio termodinámico planetario a la teoría del valor. No tuvo tiempo de analizarlos en profundidad, pero los anotó cuidadosamente. En la vida humana no cabe todo lo que uno quisiera hacer...
Mucho tiempo después, Manuel Sacristán sí llegó a tiempo para, alertado por el informe al Club de Roma sobre los límites del crecimiento y por la obra de Wolfgang Harich, plantearía abiertamente la necesidad de incorporar la ecología al acervo marxista.
Los atisbos ecológicos de Marx fueron muy tempranos, pero su obra principal y la lucha política absorbieron luego todo su tiempo. Era importante entonces fijar las bases de otra sociedad mediante un estudio minucioso de la realidad capitalista tal como era en su época y los orígenes de su brutal despliegue. Lo que vendría después no era tan previsible como pueda parecérnoslo ahora, al igual que tampoco ahora podemos hacer otra cosa que especular sobre el futuro mediante proyecciones que nunca podemos dar por seguras, porque el determinismo mecanicista y la esperanza en el "desarrollo natural de las condiciones objetivas" ya no es certeza ni siquiera para la física moderna.
El artículo que sigue, despiezado por entregas para no cansar al moderno lector esclavo de la prisa, y convenientemente (¿o no...?) subrayado por mí, explica todo esto y mucho más, mejor que lo haría yo.
¡No os perdáis el anexo!
En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos el artículo publicado por Enric Tello en la segunda entrega del número 27 (2016) de la revista Capitalism Nature Socialism y ampliado y actualizado en mientras tanto (245, mayo 2025).
No es fácil explicar a las nuevas generaciones nacidas tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, que Manuel Sacristán (1925-1985) fue el filósofo marxista español más importante de su generación y, al mismo tiempo, uno de los pocos pioneros que nadó a contracorriente introduciendo en España las nuevas visiones de la ecología política y el pacifismo antinuclear en el último cuarto del siglo XX. No es fácil, en primer lugar, porque la mayoría de la gente tiende a creer que marxismo, ecologismo y pacifismo son visiones del mundo distintas y excluyentes. Y no por casualidad, dado que la mayor parte de lo que se dijo y se hizo en nombre del «marxismo» y el «socialismo» desde que Stalin asumió el liderazgo del Partido Comunista de la Unión Soviética en la década de 1930 del siglo XX, hasta su disolución en 1991, contribuye sin duda a sustentar esa creencia. El acelerado proceso de industrialización del antiguo Imperio Ruso, emprendido por el Estado Soviético excluyendo cualquier tipo de control democrático y sustituyendo cualquier tipo de mercado por una planificación económica central de un estado totalitario, distaba mucho de tomar en consideración ni las necesidades humanas ni la sostenibilidad ecológica. Sus impactos socioambientales resultaron ser, a la larga, comparables o incluso peores que los causados por los procesos de industrialización capitalistas.
Ecologistas y marxistas en la Barcelona de los años setenta
Pero los hechos son muy tozudos, y es un hecho incuestionable que Sacristán comenzó a reflexionar sobre la ecología desde una perspectiva marxista cuando la izquierda social y política mundial aún la desdeñaba por completo, tanto los socialdemócratas como los comunistas oficiales más o menos cercanos a la Unión Soviética. Sorprendentemente, lo hizo donde menos cabía esperar: en una Barcelona bajo la dictadura franquista y, posteriormente, durante la decepcionante transición a la actual monarquía parlamentaria del régimen del 78. Durante todo aquel período, Sacristán estuvo profundamente involucrado en la lucha clandestina contra el régimen franquista por la libertad y un nuevo socialismo. Han pasado cuarenta años desde su muerte, demasiados, sin haber planteado la siguiente pregunta: ¿podemos considerar a Manuel Sacristán el primer marxista ecológico postestalinista en Europa?
El Comité Antinuclear de Cataluña, del que Sacristán era miembro activo, celebró en noviembre de 1979 un seminario sobre la crisis energética en una sociedad capitalista en la Facultad de Economía de la Universidad de Barcelona. Aquel seminario, celebrado en el contexto de las crisis del petróleo y el debate suscitado por los dos primeros informes del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, se inauguró con una conferencia de Joan Martínez Alier sobre energía y economía agraria [1]. Manuel Sacristán lo cerró con una conferencia basada en la siguiente pregunta: ¿por qué faltan economistas en el movimiento ecologista? [2]. Con dicha pregunta Sacristán perseguía dos objetivos: llamar la atención de los ecologistas sobre la importancia de desarrollar sus propias propuestas sobre una base económica más sólida, y plantear las «inhibiciones metodológicas» de los economistas neoclásicos convencionales para incluir el papel de los factores ecológicos en la economía.
Martínez Alier y Sacristán se conocían bien, tras haber sido alumno y profesor respectivamente, y se tenían mutuo aprecio [3]. En aquel momento, ambos introducían ideas ecologistas en España junto con el economista ecológico José Manuel Naredo y un pequeño grupo de ecólogos y epidemiólogos. Visto en retrospectiva, en aquel seminario se produjo una situación irónica. Por un lado, Manuel Sacristán se preguntaba por qué no había economistas en el movimiento ecologista, a pesar de tener como invitado a Joan Martínez Alier, quien por aquel entonces estaba abriendo camino al nuevo campo de la economía ecológica que empezaba a tomar forma a partir de la obra de Nicholas Georgescu-Roegen. Por su parte, Joan Martínez Alier también se preguntaba por qué no existía un marxismo ecológico, echando sal en la herida de la adhesión de Engels y Marx al «crecimiento de las fuerzas productivas» como palanca para alcanzar una transformación socialista. Y planteaba esa crítica teniendo como ponente a Manuel Sacristán, quien había participado como miembro del CANC en la organización de aquel seminario y estaba desarrollando una original reflexión ecologista desde un punto de vista marxista.
Por aquel entonces Joan Martínez Alier estaba escribiendo lo que se convertiría en su libro más conocido y citado, Ecological Economics, de 1987 [4]. En la primera versión en catalán, publicada en 1984, aún consideraba el marxismo una tradición de pensamiento social y político sin vínculos posibles con la ecología política:
Els fundadors del marxisme van definir un concepte de ciència que separa l’estudi de la historia econòmica i la història de l’economia de la història de les ciències naturals. Aquesta ciència es basava en conceptes com el desenvolupament de les forces productives, la producció o la teoria del valor del treball, que estan totalment i voluntàriament desconnectats —tal com demostren els comentaris d’Engels [sobre la obra de Podolynsky que tratamos más adelante]— dels problemes ecològics energètics subjacents a qualsevol sistema econòmic. D’una banda, van crear —o acceptar— eines ideològiques que ajudaven els marxistes a defensar la ideologia burgesa del progrés, contribuint així a la difusió del mite del creixement; de l’altra, van convèncer els països anomenats socialistes perquè posposessin la seva lluita per la igualtat amb l’esperança que el creixement incessant de la producció (o més aviat la destrucció dels recursos naturals?) conduís a un comunisme pròsper» [5].
En ediciones y adaptaciones posteriores de su obra Joan Martínez Alier ha ido matizando esas afirmaciones a la luz de nuevas experiencias y descubrimientos de textos ignorados u olvidados de Marx. Su edición española de 1991 de La ecología y la economía incorporó una reevaluación de la obra de Marx y de lo que Manuel Sacristán había llamado sus «atisbos ecológicos». En un epílogo político reconocía que podría existir un marxismo ecológico como una posibilidad intelectual:
«Aunque se puedan encontrar en Marx ciertos atisbos ecológicos, creo que el marxismo y el ecologismo siguen siendo distintos. El eje analítico que podría acercarlos podría ser la redefinición de los conceptos marxistas de fuerzas productivas y condiciones de producción, como señalamos James O’Connor y yo […]» [6]
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Notas
[1] Joan Martínez Alier, «La crisis energética y la agricultura moderna», Boletín de Información sobre Energía Nuclear, nº 11-13, junio 1980, pp. 11-16.
[2] Manuel Sacristán, «¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologista?», Boletín de Información sobre Energía Nuclear, nº 11-13, junio de 1980, pp. 63-67 (incluido en Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, Barcelona, 1987, pp. 48-63).
[3] Ambos habían discrepado públicamente respecto a la propuesta de Enrico Berlinguer de una política económica de austeridad ante el fin de los «años dorados» del crecimiento económico (1950-1973) debido a la estanflación y la primera crisis del petróleo. Manuel Sacristán comprendió la veracidad de la propuesta de Berlinguer y subrayó la posibilidad de desarrollar sus implicaciones ambientales. Desde una perspectiva libertaria, Joan Martínez Alier la consideró una mera repetición del corporativismo socialdemócrata con un marcado acento keynesiano (Daniel Lacalle, Joan Martínez Alier y Manuel Sacristán, «Cinco cartas sobre eurocomunismo, marxismo y anarquismo», Materiales, nº 8, 1978, pp. 119-144).
[4] Joan Martínez Alier con Klaus Schlüpmann, Ecological Economics: Energy, Environment and Society, Basil Blackwell, Oxford, 1987.
[5] Joan Martínez Alier, L’ecologisme i l’economia. Història d’unes relacions amagades, Edicions 62, Barcelona, 1984, pp. 264-265.
[6] Joan Martínez Alier y Klaus Schüpmann, La ecología y la economía, Fondo de Cultura Económica, México, 1991, pp. 318-319.
(continuará)
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