"Este antagonismo entre los proletarios dentro de la misma Inglaterra es atizado y avivado artificialmente por la burguesía. Ella sabe que la escisión constituye el verdadero secreto de la conservación del poder”.
La novedad es que ahora los medios empleados son incomparablemente superiores, pero el modo de actuar es el mismo. La fragmentación entre los trabajadores dificulta su unidad, y el feroz individualismo inculcado la hace aún más difícil. Más que al opresor se ataca al competidor. Entre un poder fuerte y quien está a tu altura o por debajo es fácil elegir, aunque con ello se perpetúe la situación, que además tiende a empeorar.
Los milmillonarios que lo manejan todo enseñan a los ricos cómo enfrentar a la autoconsiderada "clase media" contra la "clase obrera", y dentro de esta a nativos con inmigrantes o a empleados con parados.
La clase trabajadora es muy diversa y la lucha de clases sin conciencia de clase es caótica. La precariedad crea un ejército industrial de reserva que fácilmente se puede dirigir contra otros trabajadores que los excluidos pueden considerar privilegiados. Y al revés, a estos "privilegiados" contra peligrosos competidores.
Hasta en el tema de la vivienda hay una clase de propietarios alejada de la clase de los inquilinos, o incluso lucrándose con su necesidad. No se equivocaba José Luis Arrese cuando pretendía transformar España en "un país de propietarios y no de proletarios".
El artículo que sigue fue publicado aludiendo a la reciente Fiesta del PCE, pero no se insiste en él por un prurito partidista, sino como aviso a navegantes extraviados, porque la centralidad de la identidad de clase es la auténtica interseccionalidad del conflicto social.
Los miles de asesores que operan en las redes sociales con campañas de intoxicación y bulos tienen éxito porque han encontrado un caldo de cultivo favorable
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Trabajadores migrantes en Murcia por la unidad de los trabajadores sin importar su origen o procedencia | Olmo Calvo |
El discurso del odio es un negocio rentable. La ola reaccionaria que recorre el mundo se basa en gran medida en la capacidad de la extrema derecha de canalizar la frustración de amplios sectores de la población hacia chivos expiatorios: Extranjeros, ecologistas, funcionarios, personas LGTBI, sindicalistas, trabajadores de organizaciones solidarias, feministas, comunistas, políticos. Esta última categoría es la más paradójica, ya que el beneficio de este negocio se lo embolsan en votos y cuotas de poder políticos y partidos de la peor laya. Pero aquí radica su mayor éxito, rompiendo con el lenguaje políticamente correcto, es decir, la hipocresía oficial que predica lo que niega con los hechos, los gestores de esta empresa ideológica han sido capaces de ser elegidos concejales, diputados e incluso presidentes de gobierno y ser referentes al mismo tiempo del descontento provocado en gran medida por los intereses que defienden.
Es un fenómeno planetario. Desde Noruega hasta Japón avanzan fuerzas de extrema derecha, con independencia de las tradiciones democráticas y tolerantes de su pasado. En la patria de Erasmo de Rotterdam la islamofobia arrasa la convivencia. En los países que fueron modelo del Estado del bienestar y la neutralidad se disparan las posiciones hostiles a lo público, el sindicalismo y los organismos internacionales de derechos humanos. En el caldero del odio poco importa la coherencia. Tan pronto se denigra a los que profesan el islam como fanáticos perseguidores de homosexuales como se ridiculizan a los que ejercen su libertad sexual como agresores de la familia tradicional. Los más radicales no dudan en reivindicar a los colaboradores de los nazis mientras aplauden sin rebozo el genocidio sionista en Palestina.
Una de las expresiones más extendidas de este negocio es la xenofobia. Llama la atención la similitud de las acusaciones contra los extranjeros en contextos radicalmente distintos. Criminalidad, incivismo, depredación sexual, parasitación de los servicios públicos. Desde luego que el discurso ha proliferado en los países enriquecidos, pero no en menor medida que en América Latina, Mauritania, Egipto o Sudáfrica. Que el fenómeno esté tan extendido debe llevarnos a una primera conclusión: el éxito de la estrategia de la extrema derecha no es producto de una conspiración o de una hábil maniobra publicitaria. Los miles de asesores pagados con dinero público o patrocinados por emporios capitalistas, que operan en las redes sociales con campañas de intoxicación y bulos tienen éxito porque han encontrado un caldo de cultivo favorable.
Globalización e identidades
La transformación del capitalismo en la salida a las crisis de los setenta del siglo pasado, con el éxito de las políticas neoliberales y la internacionalización de la economía en lo que se llamó la globalización, no sólo tuvo un impacto económico, sino que afectó a las formas de vida, a cómo las personas se ubicaban en su mundo, a las identidades nacionales, sociales y de género que habían jugado un papel decisivo hasta ese momento. A pesar de la acusación de economicismo tantas veces achacada al marxismo, el materialismo histórico siempre puso en primer plano la importancia de la consciencia colectiva para la actividad social, ya fuera como motor de las transformaciones o como instrumento mantenedor de la cohesión social. La generalización de la mercantilización capitalista, el agresivo papel uniformador de la publicidad y de los medios de comunicación, la desarticulación de los espacios de interactuación comunitaria y la ansiedad ante la vorágine tecnológica, han hecho que las sociedades y los individuos sean más vulnerables, más proclives a ser manipuladas, en especial por quienes tienen un mayor acceso a las fuentes de poder económico y social.
El enorme impacto de la crisis económica iniciada en 2007/2008 echó por tierra el discurso neoliberal, pero eso no significó que se revertieran las consecuencias de las transformaciones sufridas. Además, surgió un nuevo caldo de cultivo de los discursos del odio: la frustración y la inseguridad de quienes se inflaron en la aspiración del ascenso social. El cuento del emprendimiento se trocó para muchos en tener que compartir servicios públicos con quienes consideraban sus inferiores o unos recién llegados, con el agravante de que las políticas de adelgazamiento del gasto estatal y las privatizaciones no habían pasado sin dejar huella. De aquí a culpabilizar al funcionario que no me atiende como me merezco, a la mujer extranjera cargada de hijos que me hace un infierno la espera de la cita médica o a fantasear sobre las conspiraciones de difusos malvados hay un paso. La proliferación de medios digitales, redes sociales, foros y chats haría el resto.
El fascismo fue y es el fruto de la crisis capitalista y la exacerbación de su ideología individualista. Se alimentó de la frustración, creció con el odio irracional y condujo a la guerra. La situación hoy no es menos peligrosa
Hay en la izquierda una discusión estéril sobre si lo que estamos viviendo es fascismo o no. Como si el fascismo del siglo pasado fuera uniforme y respondiera siempre a los mismos patrones. Lo que está claro que fue y es el fruto de la crisis capitalista, de la exacerbación de su ideología individualista, aunque se encubriera bajo la bandera del imperio o el destino común, que se alimentó de la frustración, que creció con el odio irracional y que condujo a la guerra. La situación no es menos peligrosa hoy.
¿Cómo enfrentar a la extrema derecha?
En la fiesta del PCE 2025 realizaremos un debate con este título, en el que contaremos con la presencia del coordinador federal de Izquierda Unida, Antonio Maíllo, y representantes de otras fuerzas políticas. Es una pregunta que nos hacemos cada día, después de cada resultado electoral, de cada victoria arrolladora de un nuevo clon repulsivo de Donald Trump. He insistido en la existencia de un caldo de cultivo, de razones objetivas del crecimiento de la extrema derecha, para evitar caer en la tentación de pensar que, haciendo lo mismo, utilizando una estrategia de penetración social, podremos dar la vuelta a la tortilla.
Desde luego que la izquierda tiene mucho que aprender en comunicación política, en la modulación de los discursos y en el manejo de las redes sociales y de cualquier instrumento que la tecnología actual nos ponga a disposición. Pero nunca podremos competir con el poder económico y el impacto mediático de quienes tenemos enfrente. Y aunque pudiéramos. ¿Es que las transformaciones se hacen únicamente desde el relato, sin organización social? Alguien teorizó en su día lo de la izquierda liquida. Ya hemos podido comprobar lo que produce tanta laxitud. Cuando no hay articulación política la ley de los vasos comunicantes nos lleva al hiperliderazgo, que podrá ser muy bueno o no, pero que dura lo que dura y debilita las organizaciones.
Es preciso construir seguridades, actuaciones desde lo público que conecten con las demandas sociales, las nuestras, que den respuesta a las necesidades
Hay que tomar nota de los cambios producidos, no se trata de añorar un pasado mejor o actuar con voluntarismo. Rearticular el tejido social de quienes sufren las consecuencias del capitalismo actual no será fácil ni una simple reproducción de experiencias pasadas, máxime después de una derrota en términos históricos que fortaleció una ideología ya de por si dominante. Sin caer en la ramplonería y el odio de la derecha, debemos huir del lenguaje acartonado de los consensos y las jergas institucionales. Una reacción irracional amplificada pero no creada por una estrategia profesional de odio no se combate sólo con discursos. Es preciso construir seguridades, actuaciones desde lo público que conecten con las demandas sociales, las nuestras, que den respuesta a las necesidades. La retórica radical y la desconexión de lo institucional sólo alimentará la polarización que busca distraer la atención de lo fundamental. No habrá alternativa sin identidades, de país, de grupo, de colectivo, de clase, sin caer en la trampa de la escisión, de la desconexión. Cuando defendemos la centralidad de la identidad de clase no lo hacemos por un prurito partidista, es que es la auténtica interseccionalidad del conflicto social.
Y para acabar con esto de la identidad, nuestra identidad, qué mejor que una cita de Marx de hace casi 150 años que sigue teniendo plena actualidad:
“La burguesía inglesa no sólo se ha valido de la miseria inglesa para empeorar la situación de la clase obrera en Inglaterra mediante la inmigración forzosa de los irlandeses pobres, sino que ha dividido además al proletariado en dos campos enemigos. El obrero inglés corriente odia al obrero irlandés como un competidor que baja sus salarios y su standard of life. Lo ve casi con los mismos ojos con que los poor whites de los Estados del sur de Norteamérica consideran a los obreros negros. Este antagonismo entre los proletarios dentro de la misma Inglaterra es atizado y avivado artificialmente por la burguesía. Ella sabe que la escisión constituye el verdadero secreto de la conservación del poder”.
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