Sigamos con lo iniciado en las entregas (I) y (II).
Sacristán, en su prólogo al libro de Wolfgang Harich, se refería a algunos autores socialistas que ponían ahora de nuevo en duda que el crecimiento económico fuese la palanca adecuada para la transformación social. No habían sido los primeros, comenzando por el propio Marx, que en su Crítica al programa de Gotha, escrita tiempo después de los atisbos ecológicos de su obra anterior, había refutado "que el trabajo humano fuese la única fuente de toda riqueza", poniendo esta vez de modo categórico a la naturaleza como fuente primaria.
Si ya en su tiempo Podolinski había tratado de encontrar una definición del "valor" en términos energéticos, despertando el interés del último Marx, hay toda una cadena de autores que luego consideraron el carácter también destructivo de las "fuerzas (no solo) productivas".
Frei Betto, en un artículo publicado por Cubadebate, cita a estos otros autores, algunos contemporáneos, otros anteriores a la eclosión del pensamiento propiamente ecosocialista:
Y a la vista de sus argumentaciones termina diciendo con cierto sarcasmo:
Como decía Chico Mendes, separar la cuestión ambiental de la política no es ecología, sino jardinería.
| El capitalismo destruye la naturaleza. Imagen generada con IA |
De fuerzas «productivas» a «fuerzas productivo-destructivas»
Así pues, durante la década de 1970 Sacristán planteó la necesidad de revisar aspectos clave de la tradición marxista ante la evidencia de la crisis ecológica global en curso. Reconoció abiertamente la ambigüedad intrínseca de lo que Marx y Engels llamaron «fuerzas productivas», que también son y siempre han sido «destructivas» desde un punto de vista ecológico. Comenzó a llamarlas «fuerzas productivo-destructivas» y asumió todas las consecuencias que esto implicaba para una ecología política marxista:
Creo que el modelo marxista del papel de las fuerzas productivas en el cambio social es correcto; creo que la historia conocida corrobora la concepción marxista, que es coherente a nivel teórico y plausible a nivel histórico y empírico. Por lo tanto, no creo que sea necesario revisar estas tesis. […] La novedad radica en que ahora tenemos razones para sospechar que el cambio social a cuyas puertas nos encontramos no será necesariamente liberador simplemente por el efecto de la dinámica, que ahora estamos considerando, de una parte del modelo marxista. No tenemos garantía de que la tensión entre las fuerzas de producción-destrucción y las relaciones de producción actuales deba generar perspectivas emancipadoras. También podría ocurrir lo contrario.
De ese modo, planteó «la situación problemática que la eficacia de las fuerzas productivo-destructivas en desarrollo plantea para una perspectiva socialista hoy»:
Así pues, […] el nivel en el que es necesario revisar cierto optimismo progresista de origen dieciochesco, presente en las tradiciones socialistas, es el de la evaluación política. El problema reside en cómo reaccionar políticamente ante la tensión actual entre las fuerzas productivo-destructivas en desarrollo y las relaciones de producción existentes. Y creo que la clave de una solución adecuada consiste en distanciarse de una respuesta simplista basada en una fe inquebrantable en la dirección emancipadora del desarrollo de las fuerzas productivo-destructivas».
Cuando el entrevistador le preguntó si esto significaba alcanzar los límites del pensamiento marxista, respondió: «No creo que esté clara la última palabra de Marx acerca de todas estas cosas que estamos discutiendo. Creo que, a pesar de la aspiración que siempre tuvo de producir una obra muy terminada literariamente –lo cual es una de las causas de que dejara tanto manuscrito inédito—, Marx ha muerto sin completar su pensamiento, sin pacificarse consigo mismo». Añadió que «la última parte de su vida coincide con una importante transición en el conocimiento científico», y señaló la correspondencia tardía de Marx con la neopopulista Vera Zasulich sobre el papel de la comunidad rural rusa en el camino hacia el socialismo, o sus melancólicas objeciones a la introducción del ferrocarril en los valles afluentes del Rin:
Hay una distancia que no es teórica —esto es, que no se refiere a la explicación de lo real— sino política, referente a la construcción de la nueva realidad. Reconozco que reflexiones análogas del viejo Marx —la carta a Vera Sassulich o la carta a Engels sobre los ferrocarriles— me han abierto el camino para pensar que no hay contradicción entre mantener el modelo marxiano referente a la acción del desarrollo de las fuerzas productivo-destructivas y su choque con las relaciones de producción, y una concepción política socialista que no confíe ciega e indiscriminadamente en el desarrollo de las fuerzas productivo-destructivas, sino que conciba la función de la gestión socialista —y no digamos ya la comuna— como administración de esas fuerzas, no como simple levantamiento de las trabas que les opongan las actuales relaciones de producción. Me parece que, una vez formulado así, esto resulta muy coherente con la idea de sociedad socialista, de sociedad regulada. [18]
Todavía hoy resulta impactante descubrir al final del capítulo XIII de El Capital, donde Marx concluyó su análisis sobre «Maquinaria y gran industria», la afirmación de que el capitalismo bloquea el intercambio metabólico con la naturaleza al impedir que se repongan en el suelo los nutrientes extraídos por los alimentos y las fibras cultivadas en él, degradando su fertilidad. A continuación, vinculó esa explotación (hoy diríamos insostenible) del suelo con el deterioro de la salud de los trabajadores industriales y agrícolas, considerándolos como resultado de una misma dinámica de las fuerzas productivas capitalistas que socavan las condiciones para un intercambio metabólico duradero (hoy diríamos sostenible) con la naturaleza: «la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda riqueza: la tierra y el trabajador». De esa sorpresiva consideración ecológica, Marx extrajo a continuación la conclusión política de que, en un futuro comunista, los «productores asociados» debían restaurar deliberadamente un metabolismo duradero con los sistemas naturales «como ley reguladora de la producción social, y en una forma adecuada al pleno desarrollo humano» [19].
Aquella fue una de las pocas ocasiones en las que se permitió infringir la restricción autoimpuesta de no hablar nunca concretamente sobre cómo sería una futura sociedad socialista, ni de qué tareas debería llevar a cabo. En varias de esas ocasiones excepcionales, Marx definió el comunismo como una forma de establecer una regulación consciente del metabolismo social para lograr el desarrollo humano con el mínimo gasto energético. Ahora sabemos que, en ese y otros pasajes de sus «atisbos ecológicos», Karl Marx fue el primer autor en acuñar el término «metabolismo social» para referirse a las interacciones socio-ecológicas con el resto de la naturaleza. [20].
__________________________________
Notas
[18] De la Primavera de Praga al marxismo ecologista, op. cit., pp. 160-162.
[19] Karl Marx, El Capital. Crítica de la Economía Política, Libro I. El proceso de producción del capital, Capítulo XIII, Sección IV: La producción de plusvalía relativa, OME-41, Barcelona, Grijalbo, 1976, pp. 141-142 (trad. cast. de Manuel Sacristán).
[20] Marina Fisher-Kowalski, «Society’s metabolism: The intellectual history of materials flow analysis, part I, 1860-1970», Journal of Industrial Ecology, vol. 2(1), 1998, pp. 61-77; Marina Fisher-Kowalski y Walter Hüttler, W., «Society’s metabolism: The intellectual history of materials flow analysis, part II, 1970-1998», Journal of Industrial Ecology, vol. 2(4), 1998, pp. 107-136.
(continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario