Aunque aún añadiré un anexo, aquí concluye esta excursión inconclusa, valga la paradoja, por el artículo de Enric Tello que he venido comentado a lo largo de (I), (II), (III) y (IV) y (V).
Como redundante apostilla, dejo estas consideraciones de Luis González Reyes:
Vivimos las primeras etapas de un cambio civilizatorio de grandes proporciones. En este proceso, viviremos la quiebra del capitalismo global, un alza de los conflictos por el control de los recursos, una fuerte reconfiguración del Estado o una re-ruralización social. Este colapso de la civilización industrial es inevitable.
Pero esta inevitabilidad no significa que el futuro esté escrito. Dentro del campo de posibilidades físicas que tengamos, la reconfiguración de los ecosistemas y las sociedades humanas dependerá en gran medida de lo que hagamos ahora. Es más, el colapso brindará oportunidades inéditas para la articulación de sociedades más justas, solidarias y sostenibles. Por ejemplo, un sistema energético basado en fuentes de acceso más universal (las renovables), una tecnología más apropiable (más sencilla), sociedades más fácilmente gestionables democráticamente (más locales y de menor tamaño) o un tejido social más denso (la supervivencia pasará por el colectivo). Estas oportunidades serán más cuanta menos degradación social y ambiental se produzca. En este sentido, cuanto antes se pongan en marcha medidas acordes con los nuevos contextos, mayores serán las posibilidades de limitar esta degradación.
Con estas premisas, el objetivo de comunicar el colapso no es realizar un ejercicio de amargura prospectiva, ni un análisis complejo del contexto –aunque ambos factores deban cumplir un papel– sino que las sociedades puedan organizarse para aprovechar las oportunidades y sortear los riesgos que nos brinda el final del metabolismo industrial.
| El colapso civilizatorio |
¿Cómo pudo iniciar Sacristán un marxismo ecológico en la década de 1970 en Barcelona?
Responder esa pregunta requeriría otro artículo dedicado a explicar en detalle su biografía intelectual y política. Sin embargo, vale la pena concluirlo esbozando algunos rasgos. Como dice John Bellamy Foster al hablar de la gran tragedia que sufrió el marxismo ecológico tras el asesinato de Bukharin en 1938, el estalinismo se convirtió en una barrera aún mayor a la consideración de la ecología política superpuesta al velo hegeliano señalado por Sacristán [52]. Pero si el hegelianismo había impedido una exploración marxista de cómo sería el socialismo, la tarea debía emprenderse necesariamente una vez que finalmente llegara la época de la revolución como posibilidad no sólo actual –en sentido histórico-sistémico— sino también inmediata.
El hilo rojo-verde roto, derivado de los atisbos ecológicos de Marx, fue retomado ocasionalmente por autores directamente comprometidos con las revoluciones socialistas, como Rosa Luxemburg y Otto Neurath (en la Revolución Alemana de 1918-1919), Cristopher Caudwell (hasta su heroica muerte en la Guerra Civil Española en 1937) y Nikolai Bukharin (en la Revolución Rusa hasta el estalinismo). Todos aquellos intentos fueron aplastados bajo la losa estalinista, una vez que la revolución soviética se convirtió en una revolución industrial y, tras la colectivización forzosa y el Gran Terror que desató, el «marxismo» oficial de la URSS se convirtió en una ideología de Estado para legitimar la tarea de fomentar un crecimiento económico de planificación centralizada impulsado por un régimen tiránico [53].
Tras las inhibiciones de la niebla hegeliano-dialéctica primero, y de la represión interna de la vulgata estalinista después, reiniciar una ecología política marxista implicaba un nuevo comienzo. Una condición indispensable era adoptar una postura políticamente beligerante contra el estalinismo. Pero no era suficiente, como demostraron muchos antiestalinistas que nunca se acercaron a la ecología política durante la segunda mitad del siglo XX. Para superar la dialéctica hegeliana, era necesaria una reconsideración mucho más libre y radical de los marxistas clásicos.
Manuel Sacristán se hizo comunista cuando ya contaba con una sólida formación en lógica, filosofía de la ciencia y filosofía en general. Tras finalizar su doctorado, en 1956 le ofrecieron un puesto en el Departamento de Lógica Matemática e Investigación Básica de la Universidad de Münster (Alemania), que rechazó para afiliarse al Partido Comunista de España en París y regresar a Barcelona para participar activamente en la lucha clandestina contra la dictadura franquista [54]. Junto a la comunista italiana Giulia Adinolfi, se unieron a una resistencia antifascista tardía. Su compromiso político no tenía nada que ver con una adhesión acrítica a ninguna ideología abstracta. Era, ante todo, un compromiso con el lugar donde vivían y con las personas con las que luchaban por la libertad y otro socialismo. En mi opinión, esto explica por qué el marxismo de Sacristán siempre fue tan libre. Era justo el tipo de marxismo librepensador que se necesitaba para conectar con la ecología política en el último cuarto del siglo XX, retomando así la línea roja-verde rota tras la muerte de Marx, que Rosa Luxemburg, Otto Neurath, Christopher Caudwell y Nikolai Bukharin habían necesitado actualizar en tiempos revolucionarios.
Puede que hoy, especialmente en el Norte Global, no estemos precisamente cerca de una situación revolucionaria inmediata. Sin embargo, su necesidad para detener la ciega huida hacia delante de un nuevo capitalismo salvaje desatado con el giro neoliberal de los años 1980 –justo cuando se comenzó a publicar la revista roja-verde-violeta mientras tanto—, no ha perdido ni un ápice de actualidad. Al contrario, es más necesaria que nunca para evitar un colapso civilizatorio construyendo una Humanidad justa en una Tierra Habitable. Ahora también lo llamamos, en la nueva ciencia de la sostenibilidad, un entorno seguro y justo para que todo el mundo pueda llevar una buena vida dentro de los límites planetarios ya transgredidos [55].
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Notas
[52] John B. Foster, «Epílogo» a La ecología de Marx: materialismo y naturaleza, Barcelona, El Viejo Topo, 2004, pp. 363-367.
[53] Manuel Sacristán Luzón, «Sobre el estalinismo», conferencia de 1978 publicada en mientras tanto, nº 40, pp. 147-158 (y reproducida en Salvador López Arnal, Seis conferencias sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, Barcelona, El Viejo Topo, 2005, pp. 27-54). En el mismo número de mientras tanto publiqué «El socialismo irreal. Bosquejo histórico de un sistema que se desmorona», pp. 91-128.
[54] Véanse los textos biográficos citados en la nota 15.
[55] Jason Hickel, Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo, Madrid, Capitán Swing, 2023.
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Fuente: https://mientrastanto.org/245/ensayo/manuel-sacristan-el-primer-marxista-ecologico-europeo/
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