«Contra el talón de hierro» batalla cada mes Pascual Serrano desde las páginas de Mundo Obrero. Esta vez centra su discurso en el hecho alarmante de que en estos últimos tiempos han pegado el campanazo electoral políticos o partidos que venían de la nada y adoptaban un discurso radical en la forma pero ambiguo en lo concreto.
Atrapado entre partidos "conservadores" (de lo indeseable) y "reformistas" (incapacitados para reformar), los electores votan “estados de ánimo”, arrebatos, ímpetus, vehemencia. Pero el cabreo irracional es mal consejero. "El que más chifle, capador", y así eligieron en Argentina (y siguen...) a uno que los capa con motosierra y sin anestesia.
«La incapacidad de las opciones políticas para generar confianza entre las poblaciones provoca que el voto se reparta en tres direcciones: la de sectores politizados, cada vez más reducidos en número; una masa de la población que no cree en la política, que vota a la opción que percibe como el mal menor y que se alejará de los nuevos gobernantes rápido; y la de la abstención.»
El auténtico poder no está en los parlamentos: los sobrevuela y ata de pies y manos. Convencidos de que "no hay nada que hacer" muchos se abstienen. El voto politizado monta gobiernos que se apoyan en un sector minoritario, porque parte de los que no se han abstenido apoya a la oposición. Vemos gobiernos apoyados en el 30% del 60% que votó, es decir, sin el apoyo del 82% de la población. En este caso hipotético, pero muy en la línea de lo real, el partido mayoritario (40%) sería la abstención, que en algunos países tendría mayoría absoluta.
Súbitamente deslumbra a una parte de los que se abstendrían el fuego fatuo de quien llega fresco y promete soluciones inconcretas pero radicales. Así nacieron en España Ciudadanos, Podemos, y más tarde Vox, Se Acabó La Fiesta, Alianza Catalana... En ocasiones ni siquiera hay un partido organizado sino uno pergeñado a toda prisa para la ocasión, apoyado generalmente en algún estrambótico personaje vociferante. Aunque clamorosos indicios lleven a sospechar de su intención, siempre pueden alardear de virginidad política los que (aún) no se ha manchado las manos.
La política de los «outsiders»
| Centro de Estudios Políticos / CC BY 2.0 CL |
A estas alturas creo que no hay duda de que los sistemas políticos occidentales están en crisis. Los políticos y partidos tradicionales no despiertan ninguna atracción, si llegan al poder es con poco apoyo y para terminar repudiados en breve. En cambio, los que suelen triunfar son los paracaidistas, los outsiders, dentro de un partido (igual de outsiders) o sin partido. Triunfan no porque planteen propuestas serias y viables, sino porque son los que recogen el voto de la desesperación electoral.
Todas las semanas tenemos un ejemplo. En Francia, su presidente, Emmanuel Macron, llega al cargo con un partido que monta en nueve meses antes de anunciarse como candidato presidencial y terminar ganando.
En el mundo anglosajón tenemos a un estrafalario Boris Johnson, que avergonzaba hasta a sus compañeros conservadores, que llegó a primer ministro. Y no digamos ya de Donald Trump, otro que hasta era la oveja negra de su partido republicano.
En Italia, Georgia Meloni también ha demostrado ser un verso suelto en la ultraderecha y dentro de su partido. Algo como sucede en España con Ayuso, es evidente que su boutades despiertan más pasiones que el líder nacional del PP.
Frente a ellos, los líderes previsibles y “normales” que llegan al poder terminan quemados en semanas como ocurre con Starmer en el Reino Unido y Scholz en Alemania.
En América Latina encontramos algo parecido. Los salvadoreños, desesperados por la delincuencia, encumbran a Bukele, que tenía como programa para el país invertir en criptomonedas. Y los argentinos, estos desesperados por la inflación, ponen como presidente al psicópata de Milei. Y si alguien va a vencer a Milei será el peronista Axel Kicillof, que tampoco era del gusto del aparato de su partido.
Lo cierto es que, tras el voto al paracaidista, de nuevo viene la inestabilidad, porque detrás del outsider solo suele haber humo (en el mejor de los casos). Como señala Esteban Hernández, “la incapacidad de las opciones políticas para generar confianza entre las poblaciones provoca que el voto se reparta en tres direcciones: la de sectores politizados, cada vez más reducidos en número; una masa de la población que no cree en la política, que vota a la opción que percibe como el mal menor y que se alejará de los nuevos gobernantes rápido; y la de la abstención”.
Si el sistema estuviera saneado y se percibiera viable, la primera opción, la más deseable, sería la mayoritaria, en cambio es la que cada día se reduce más. A la ciudadanía solo le quedan dos opciones: la abstención o el voto al que saca los pies del tiesto.
Muchos ciudadanos abandonan la política seria y votan “estados de ánimo”, es decir, arrebatos, ímpetus, vehemencia. Son los manotazos del ahogado
En realidad esto llevamos años viéndolo en España. Los que han pegado el campanazo electoral siempre han sido los políticos o partidos que venían de la nada y adoptaban un discurso radical en la forma, pero ambiguo en lo concreto. Desde Podemos en su primera época, con su discurso de la casta y evitando situarse en el eje derecha-izquierda, a Ciudadanos, que llegó a ser el partido más votado en Cataluña. El ejemplo más evidente de la ambigüedad ideológica es que el responsable de organización de Podemos, Pablo Echenique, procedía de Ciudadanos.
Más reciente lo hemos visto con Alvise Pérez y su “Se acabó la fiesta”. Otro engendro descabellado que logró más de 800.000 votos en las elecciones europeas.
Lo he escrito en alguna ocasión, los ciudadanos abandonan la política seria porque tienen la sensación de que, o los políticos les engañan o sencillamente no pueden cambiar nada aunque sean elegidos. Por ello votan “estados de ánimo”, es decir, arrebatos, ímpetus, vehemencia. Son los manotazos del ahogado, de un elector ahogado en el chapapote de un modelo político que ha colapsado.
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