Un modo muy eficaz de crear un enemigo al que odiar y ponerlo en el punto de mira para destruirlo más fácilmente es ponerle cara. Así proceden ahora en este país los que hablan continuamente del "sanchismo". También desde posiciones de izquierda hablamos de "franquismo", aunque el régimen fue mucho más que el dictador y en buena parte le sobrevive.
Pero ¿qué cara podemos poner al capitalismo?
Cualquiera de los figurantes, incluso los peores que hoy lo representan, es apenas un servidor de ese mecanismo anónimo para el que trabajan millones de agentes y en cuya fiesta participamos todos. Ese carácter de fenómeno cósmico, como si fuera una fuerza de la naturaleza, hace a Gilles Perrault plantearse al comienzo del Libro negro del capitalismo la necesidad de descubrir su velado rostro y sus crímenes disfrazados de catástrofes naturales:
Bienaventurado capitalismo. Nunca anuncia ni promete nada. Ningún manifiesto ni declaración en veinte puntos que programe la felicidad llave en mano. Aplasta, destripa, humilla, martiriza, sí; pero, ¿decepciona? Usted tiene el derecho a sentirse desdichado, pero no decepcionado, pues la decepción presupone un compromiso traicionado. Los que anuncian un futuro más justo se exponen a ser acusados de mentirosos cuando su intento resulte un rotundo fracaso. Y el capitalismo se conjuga sabiamente en presente. Existe. ¿Y el futuro? Es abandonado voluntariamente a los soñadores, a los ideólogos y a los ecologistas. Además, sus crímenes son casi perfectos. Ningún rastro escrito que demuestre premeditación. Es fácil para los enemigos de las revoluciones señalar los responsables del Terror de 1793: los ilustrados y la irracional voluntad de ordenar la sociedad según la razón racionalista. Las bibliotecas se hunden bajo el peso de los libros que incriminan al comunismo. Nada parecido ocurre con el capitalismo. No se le puede reprochar que provoque infelicidad al pretender aportar la felicidad. Únicamente acepta ser juzgado sobre aquello que ha sido desde siempre su motivación: la búsqueda del máximo beneficio en el mínimo tiempo. Los demás se interesan por el hombre, él se ocupa de la mercancía. ¿Alguien ha visto alguna vez mercancías felices o desdichadas? Los únicos balances válidos son los contables.
Sigue luego el texto que tomo del blog arrezafe y que dejo a continuación. Podéis descargar el libro completo en PDF en este enlace.
¿A quién dirigir las citaciones para comparecer ante un eventual tribunal de Nuremberg?
«No es pertinente hablar de sus crímenes. Hablemos mejor de catástrofes naturales. Se lo repiten machaconamente: el capitalismo es el estado natural de la humanidad. Pero la humanidad se encuentra en el capitalismo como un pez fuera del agua. Es necesaria la arrogancia fútil de los ideólogos para querer cambiar el orden establecido, con las descorazonadoras consecuencias cíclicas ya conocidas: revolución, represión, decepción, arrepentimiento. Ese es el verdadero pecado original del hombre: esa perpetua inquietud que le empuja a sacudirse el yugo, la ilusión lírica de un futuro libre de explotación, la pretensión de cambiar el orden natural. No se mueva, el capitalismo lo hace por usted. Claro, la naturaleza conoce sus catástrofes, y el capitalismo también. ¿Buscaría usted los responsables de un terremoto, de un maremoto? El crimen implica la existencia de criminales. En el caso del comunismo, las fichas antropométricas son fáciles de establecer: dos barbudos, un bigotudo, aquel que atraviesa a nado el Yang-Tseu-Kiang, un fumador de puros, etc. Esos rostros se pueden odiar, son de carne y hueso. Tratándose del capitalismo, sólo existen índices: Dow Jones, CAC 40, Nikkei, etc. Pruebe, por ver, a odiar un índice. El "Imperio del Mal" tiene siempre un marco geográfico, tiene sus capitales. Se puede localizar. El capitalismo está en todos lados y en ninguna parte. ¿A quién dirigir las citaciones para comparecer ante un eventual tribunal de Nuremberg?»
Gilles Perrault, El libro negro del capitalismo (1998)
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