sábado, 27 de diciembre de 2025

Un ejemplo revelador, negro sobre blanco

Aunque algo antiguo, de un tiempo en que esto se camuflaba. Hoy el negocio no se oculta. A la vista está lo que mueve al  Emperador en Pelota en sus decisiones políticas, sean agresivas (Venezuela, Colombia, Groenlandia...) o "pacificadoras" (Gaza, Ucrania...). Por estas últimas aspiraba al Premio Nobel de la Guerra (¿o se dice "de la Paz"?). Otra Corina le ganó la apuesta.

El botón de muestra que traigo procede de la Primera Guerra Mundial. Lo encontré estos días leyendo El libro negro del capitalismo, en la página 49.

Más escuetamente, el valor de la vida humana en la contabilidad de pérdidas y ganancias de una empresa lo relata en un vídeo muy breve Néstor Kohan.







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Ésta es sólo la parte visible de las operaciones, cuyas características han sido el apetito de conquista, la sed de beneficio, los objetivos de guerra secretos y los manejos entre bastidores. Pero bajo los arrebatos patrióticos se esconde una realidad más sórdida, la de la encarnizada defensa de los intereses particulares. Un solo ejemplo entre otros muchos permite ilustrar la sórdida realidad: las vicisitudes de la cuenca de Briey-Thionville.

Un santuario del capital internacional: la cuenca de Briey-Thionville

Los fabricantes de armas, entre los que destacaban Schneider en Francia y Krupp en Alemania, estaban estrechamente unidos en una especie de trust internacional cuyo secreto objetivo era acrecentar la inmensa fortuna de sus miembros, aumentando la producción de guerra, de una parte y otra de la frontera. Con estos fines, disponían de potentes medios para sembrar el pánico entre la población de los dos países, con el fin de persuadirlas de que la otra parte sólo tenía un objetivo, atacarles. Gran número de periodistas, de parlamentarios, eran generosamente retribuidos para desempeñar ese papel. Por otra parte, un importante proveedor francés, De Wendel, por añadidura diputado, tenía como primo a otro proveedor alemán, Von Wendel, que ocupaba un escaño en el Reichstag. Se encontraban en primera fila, cada cual en su país, para comprar las conciencias y hacer escuchar sus gritos de alarma patrióticos.

Todo este mundo tan especial —fabricantes de armas, periodistas, parlamentarios— consiguió fácilmente lanzar a los dos pueblos a una loca carrera de armamentos que ya no debía frenarse hasta la guerra. Sus jefes de Estado respectivos, lejos de frenarles, los alentaban. Y especialmente el presidente de la República francesa, Raymond Poincaré, de Lorena, educado en la idea de revancha y dispuesto a cualquier falsedad, a cualquier fechoría, para reconquistar Alsacia y Lorena. Los soldados alemanes y franceses iban a degollarse entre sí por estos diferentes motivos. Se les había enseñado a odiarse, mientras los fabricantes de armas y los estados mayores, estrechamente unidos, seguían con satisfacción, en la retaguardia, el desarrollo del drama que habían desencadenado conjuntamente.

Para profundizar más en la causa de esta inmensa engañifa y en que esta defensa del territorio no fue más que palabras huecas que sólo sirvieron para encubrir los más abominables chanchullos, conviene contar la historia de la cuenca de Briey, pues resulta característica, sintomática.

Las minas de hierro de Briey-Thionville están a caballo entre las fronteras de Luxemburgo, Francia y Alemania. Sus propietarios eran la familia franco-alemana De Wendel. Esta cuenca era de una importancia capital en el desarrollo de la guerra. M. Engerand, en un discurso pronunciado en la Cámara de diputados después del conflicto, el 31 de enero de 1919, dirá: "En 1914, la región de Briey suministraba ella sola el 90% de toda nuestra producción de mineral de hierro".

El propio Poincaré escribió en otra ocasión: "La ocupación por los alemanes de la cuenca de Briey supuso un auténtico desastre, puesto que puso en sus manos incomparables riquezas metalúrgicas y mineras de una utilidad inmensa para el beligerante que las detentara". Ahora bien, ocurrió un hecho extraordinario: el 6 de agosto, la cuenca fue ocupada por los alemanes sin encontrar ninguna resistencia. Más extraordinario todavía. El general de división encargado de la defensa de esta región, el general Verraux, reveló posteriormente que su consigna (contenida en un sobre que debía abrirse en caso de movilización) le prescribía formalmente abandonar Briey sin combate.

La verdad, conocida mucho tiempo después, era la siguiente: se había alcanzado un acuerdo entre algunos miembros del estado mayor y fabricantes de armas franceses para dejar la cuenca en manos de los alemanes, con el fin de que la guerra se prolongase (los alemanes no habrían podido proseguirla sin el mineral de hierro) y que los beneficios de los fabricantes de armas se vieran acrecentados.

¡Que viva la legítima defensa en cuyo nombre se destripaba a lo largo y ancho de los campos de batalla! Pero esta historia —¡verdaderamente edificante!— no termina aquí. Durante todo el conflicto, ¡no hubo una sola ofensiva francesa contra Briey! No fue sin embargo por falta de advertencias.

En efecto, en plena guerra, el director de las minas envió el siguiente mensaje al senador Bérenger: "Si la región de Thionville (Briey) fuera ocupada por nuestras tropas, Alemania vería reducida (su producción) a los aproximadamente siete millones de toneladas de minerales pobres que extrae en Prusia oriental y en varios estados más. Todas sus producciones quedarían paralizadas. Nos parece entonces que es posible afirmar que la ocupación de la región de Thionville pondría fin de forma inmediata a la guerra, porque privaría a Alemania de la casi totalidad del metal que necesita para sus armamentos".

El estado mayor francés y el presidente de la República fueron ampliamente advertidos de estos hechos. Incluso le fueron suministrados a Poincaré dossiers completos sobre este asunto por el diputado Engerand. Poincaré se negó a intervenir. El estado mayor rechazó realizar ninguna ofensiva cerca de Briey. A falta de ofensiva, de reconquista del terreno, se hubiera podido bombardear Briey para inutilizar las instalaciones. Por el contrario, se aprobaron acuerdos secretos entre los estados mayores francés y alemán a fin de que los trenes repletos de mineral que se dirigían hacia Alemania no fuesen bombardeados en ninguna circunstancia. Digamos de pasada que, claro está, estos mismos estados mayores habían decidido igualmente no destruir sus respectivos cuarteles generales... Estas dos bandas de gángsteres eran "regulares". Algunos aviadores franceses, no obstante, desobedecieron las órdenes recibidas y lanzaron algunas bombas sobre las instalaciones de Briey. Fueron castigados severamente.

¿Por medio de quién fueron enviadas las prohibiciones de bombardear? Por medio de un cierto teniente Lejeune –muy poderoso, a pesar de ser un simple teniente– que en la vida civil era ingeniero agregado en las minas de Joeuf y empleado de M. De Wendel.

Galtier-Boissiére: "Para no lesionar intereses privados muy poderosos, y para evitar infringir los acuerdos secretos concluidos entre metalúrgicos franceses y alemanes, se han sacrificado, en ineficaces empresas militares, cientos de miles de vidas humanas, salvo en un lugar: Briey-Thionville, donde durante cuatro años Alemania ha extraído con toda tranquilidad los recursos para continuar la guerra". ¡Pero mientras tanto la familia franco-alemana De Wendel obtenía beneficios!

Éste no es más que un ejemplo, entre otros muchos, de los acuerdos de los proveedores y de los gobiernos de los países en guerra. El balance humano sin embargo fue muy duro.

A la vista de estas cifras sobran los comentarios. Esto representa más de 5.000 muertos diarios en todos los frentes durante toda la duración de la guerra.

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El vídeo completo:

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