domingo, 4 de diciembre de 2016

Dignidad y desigualdad

Mientras haya uno solo que sea digno, será digno el ser humano (aunque Dios el tasador exigiera que en Sodoma hubiese diez justos para salvar a la ciudad). Del mismo modo, como dice César Vallejo, mientras un solo ser humano no lo sea, el redentor seguirá muriendo por él.

Esa es la cruz de los mejores, de los imprescindibles que luchan toda la vida. Si un Cristo muere por salvarnos, su fracaso será patente mientras haya uno solo merecedor de condenación.

El primer paso hacia la dignidad de todos es la lucha contra las desigualdades, lucha a contracorriente. Dos muertes recientes en días sucesivos, y dos recuerdos que encabezaban una sabatina de Salvador López Arnal, cuando Marcos Ana y Fidel Castro aún vivían, me llevan a reflexionar sobre la vida y la muerte, en lo físico y en lo perdurable.



Para el camarada Marcos Ana que ha luchado contra ellas a lo largo de toda su vida de militante incansable, incorruptible, imprescindible.
***
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…

César Vallejo, “Masa”

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