viernes, 30 de diciembre de 2016

Todos los feminismos son de clase

Igualdad formal e igualdad real son cosas diferentes. Todos somos iguales ante la ley si se hace abstracción de las clases sociales. Formalmente, al rico y al pobre se le aplican los mismos principios jurídicos: ambos tienen igual derecho, por ejemplo a que se respete su propiedad, que para ambos es sagrada. Igual el derecho, desigual la situación.

Y al menos en teoría se les aplica la misma justicia, civil y penal.

Cuando se habla de igualdad, el feminismo en su sentido más amplio la exige entre hombres y mujeres. Aunque con enormes fallos en la práctica, hijos de nuestra historia personal y de las costumbres heredadas de tiempos anteriores, pienso que la mayoría de los hombres que aman la igualdad somos feministas. Pero si limitamos esa igualdad entre mujer y hombre a lo que ocurra en el interior de cada clase social, ignoraremos olímpicamente la igualdad real que debería también existir entre mujeres de distinta clase.

Así lo afirma la feminista y sindicalista Isabel Benítez al principio de un diálogo con David García Aristegui publicado en Diario 16.

Isabel Benítez (Monterrubio de la Serena, 1981) es licenciada en Sociología por la Universitat Autònoma de Barcelona, militante de la Coordinadora Obrera Sindical y miembro del consejo de redacción de la Directa.


Entrevista a la feminista y sindicalista Isabel Benítez, coautora de un libro sobre La huelga de Panrico, la más larga en España.


En numerosas charlas y textos tuyos hablas de feminismo de clase. ¿Cuál sería su opuesto?
El feminismo de, por ejemplo, Cristina Cifuentes, Inés Arrimadas o Andrea Levy también es un feminismo de clase. Todos los feminismos son de clase, otra cosa es que seamos conscientes o no. Es decir, se traducen en políticas, reivindicaciones y programas de lucha concretos en los que se refleja cuáles son nuestras prioridades, si todas las mujeres o sólo algunas, por decirlo en términos sencillos. Cifuentes, Arrimadas y Levy tienen muy claro que su única meta es conquistar la igualdad de oportunidades para que selectas mujeres puedan explotar en las mismas condiciones a otras mujeres y hombres. Para el feminismo burgués, en el mejor de los casos, el derecho al aborto es una mera libertad formal. Para nosotras, es un derecho que si no lo garantizas materialmente (en la sanidad pública y gratuito) es papel mojado. Para el feminismo liberal burgués, la libertad de mercado y la libertad individual formal son la unidad de medida de la emancipación femenina. Que los salarios sean miserables, la amenaza de un desahucio o una sanidad pública colapsada no son problemáticos ni para la crianza, ni la educación ni la familia...

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