Editorial
de El País del 14 de septiembre.
Guardaba mi padre viejos recortes de prensa de tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Más cercanos otros, de la misma prensa franquista, de los tiempos de la Guerra Fría.
Poco ha cambiado el enemigo, poco el lenguaje, poco la intención de echar leña al fuego contra cualquier posición moderada. Poco la gran prensa del (¿pos?)franquismo. Si El País no opta por la "retórica belicista" y la "política de confrontación" (¿qué significa para ellos confrontación?) es por razones muy claras.
En primer lugar, mantener ese melifluo tufillo de imparcialidad que forma parte de su libro de estilo: que parezca imparcial y objetivo es fundamental para colocar su mercancía de extrema derecha cada vez peor envuelta en su papel de centroizquierda.
En segundo lugar el "belicismo" y la "confrontación" (se supone que armada) no se excluyen por falta de ganas, sino por miedo a lo peor. De boquilla, porque bien que favorecen el enfrentamiento armado del gobierno fascista contra una parte de su pueblo, descalificado como "pro-ruso".
No quiero dejar de anotar cómo se personifica al enemigo: Putin en este caso, como si fuera el único individuo responsable de todo, sin el que no habría confrontación. ¿Por qué la OTAN nunca tiene nombre propio, en este caso Obama, por ejemplo, o su secretario general?
Y además, nunca se habla de un país, sino de un sujeto subliminalmente despreciable, calculador, que sólo entiende el lenguaje de la fuerza, y con el que no hay que emplear ni siquiera un lenguaje cortés. Para eso está la diplomacia. Para esto otro, los gozques ladradores de la prensa.
Me vino a la memoria aquel "refrancillo guerrero" de un tal Bellón, con viñeta supuestamente humorística e ingeniosa, de no recuerdo que papel (tal vez Pueblo) de aquel tiempo de la II G. M.: "Por el Cáucaso avanzando y Stalingrado machacando".
Estos perros guardianes son los que más ladran: azuzan al amo
Golpe a la economía rusa
La política de sanciones está funcionando. EE. UU. y Europa aciertan al persistir en esa línea
Al igual que Washington sigue adoptando medidas de presión económica
contra Rusia, la Unión Europea acierta al insistir en la política de
sanciones económicas por el papel determinante del Kremlin en la
desestabilización y desmembramiento de Ucrania. Tras el anuncio de las
medidas europeas, Estados Unidos desencadenó otras contra Gazprom, el
gigante ruso del sector energético, así como los principales bancos y un
conglomerado industrial de defensa. La coordinación entre Bruselas y
Estados Unidos aumenta las dificultades rusas a la hora de desencadenar
represalias.
En Europa, frente a los partidarios de una retórica belicista y una
política de confrontación —que de ser asumida tarde o temprano pondría a
los Veintiocho en la tesitura de un enfrentamiento total con Moscú—, la
UE opta por incidir en medidas que se han mostrado eficaces y ante las
cuales Vladímir Putin es mucho más sensible a la hora de sopesar las
decisiones respecto a su vecino occidental.
La última tanda de sanciones europeas aporta además dos importantes
novedades. Una es que por primera vez afectan al sector petrolero, clave
en la economía rusa. Putin recibe así con toda claridad el mensaje de
que la UE considera que no hay temas tabú a la hora de aplicar sanciones
y que no parte de una posición de ventaja previa al entender, por
ejemplo, que vencido el verano no se iba a poner sobre la mesa el tema
energético en las relaciones con Moscú.
La otra es que esta segunda tanda de medidas europeas se aplica
después de que los Veintiocho acordaran anunciar las sanciones pero no
aplicarlas, dado el alto el fuego alcanzado entre el Gobierno ucranio y
los secesionistas prorrusos. Una ronda de llamadas directas a cinco
bandas entre el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, y los jefes
de Gobierno de Reino Unido, Alemania, Francia e Italia —y la unanimidad
entre ellos, forjada principalmente por la canciller Angela Merkel—
forzaron al resto de socios europeos a aceptar la medida.
No es posible pasar por alto que España —que había expresado sus
reservas sobre la aplicación de esas sanciones— ha quedado fuera del
núcleo duro donde se toman las decisiones. En este caso, sobre un
asunto, el de la pugna con Rusia, donde ya se ha demostrado que resultan
afectados algunos sectores productivos nacionales.
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