viernes, 3 de diciembre de 2021

El fascismo de ahora mismo

Pablo Elorduy entrevista a Miquel Ramos. Si no conocéis a este periodista por su nombre, seguramente recordaréis su imagen, cuando participaba en el desaparecido programa de TVE Las cosas claras.

Bien claras las deja en esta conversación. Tengo mis razones para afirmar que la desaparición de aquel espacio televisivo ha tenido mucho que ver con los contenidos y afirmaciones que no vetaba. Porque pese a la ya clásica división en este tipo de debates del escenario en "izquierda" y "derecha", los participantes suelen tener claro lo que no pueden decir si quieren seguir apareciendo en pantalla.

Así se introduce una "equidistancia" que pone al mismo nivel la crítica de una izquierda que casi siempre se autolimita (¡para que no la excluyan!) y las posturas conservadoras que campan a sus anchas. El resultado es que se traslada sin escrúpulos el "centro político" hacia la derecha. Como hay un partido ultraderechista perfectamente aceptado, la otra derecha puede autoproclamarse "centro", al tiempo que lanza a una izquierda tímidamente socialdemócrata al campo del ultraizquierdismo, cuando no la considera "filoterrorista" o "antisistema" (¿pero qué sistema perfecto e intocable es este, para que haya que defenderlo a ultranza?).

El Poder con mayúscula es el económico, el que controla los medios privados y exige (y logra) que los públicos sean, como mucho, "imparciales". Esta situación impregna a toda la sociedad, creando un "sentido común" al que nadie escapa por completo.

Los medios ponen en circulación y mantienen vivos los temas que van conformando ese sentido común. La ultraderecha los lanza, los medios les dan aire, y desplazan a otros más de fondo. Al final se habla y se discute de lo que ellos quieren. La otra derecha compite con ella por un mismo espacio, pero es aliada en cuanto a sus fines compartidos. Entre unos y otros consiguen poner sobre la mesa los temas que les interesan, escamoteando hábilmente otros más importantes. Lo cierto es que aunque no lleguen al poder lo modulan en su dirección. Amanecer Dorado puede haber fracasado en Grecia, pero sus sucesores están practicando lo mismo. Y Macron aplica las mismas políticas que defiende Marine Le Pen.

Este fascismo de ahora es menos uniforme (¡y no tan "uniformado"!). Dentro de su corriente hay matones con cruces gamadas tatuadas en el cogote, pero también finos caballeros y damas de conocida alcurnia. Más que un partido político o una organización, o un grupo de nazis de barrio, es una corriente que permea a amplios sectores de una sociedad en crisis, El problema está en la infección que tiene dentro del sentido común de la gente.

El totalitarismo de antaño no está, al menos por ahora, en su agenda. Son defensores ante todo de "la libertad"; así, en abstracto. Pero lo que defienden realmente es el liberalismo económico más extremado.

No forman, ni lo necesitan, una internacional organizada. En distintos países alardean de patriotismo. De momento, no suelen chocar entre ellos. Y en cuanto a políticas medioambientales, el ecofascismo, propio de determinados países, no cala en otros. Allí tienen otro discurso, o son directamente negacionistas del cambio climático. Es un fenómeno sociológico este del negacionismo, en este y otros muchos campos. Una señal "libertaria" que impregna curiosamente a la extrema derecha.

¿Podemos seguir llamando fascista a esa extrema derecha? Como tantos problemas semánticos, eso depende de la definición que se aplique a las palabras. La actual coincide con la histórica en el uso de una retórica que atrae a sectores populares insatisfechos, mientras propone prácticas políticas que interesan sobre todo al gran capital. También en utilizar señuelos distractivos. Demonizando y colocando en el punto de mira a grupos sociales vulnerables, hace sentir a mucha gente desinformada un "nosotros" que incluye al banquero y al conserje, pero excluye al inmigrante; o imaginar, pongo por caso, que Margaret Thatcher, Ana Patricia Botín o la mencionada Marine Le Pen son ejemplos de "mujeres empoderadas" (¡y tanto!).



Miquel Ramos: “Me inquieta mucho ver compartir los mismos relatos a la extrema derecha y parte de la izquierda”

El autor del informe ‘De los neocón a los neonazis’ explica en esta entrevista cómo el centro y la izquierda han asumido los marcos del pensamiento de extrema derecha

Pablo Elorduy

No es un secreto que el periodista Miquel Ramos (Valéncia, 1979) recibe amenazas y que se ha convertido en uno de los objetivos de la extrema derecha en España. Lleva más de dos décadas cubriendo la presencia del fascismo organizado para distintos medios de comunicación —entre ellos El Salto, La Marea y antes Diagonal— y es también el artífice junto a David Bou del Mapa de los Crímenes de Odio que documenta el centenar de casos en los que la ideología fascista ha asesinado a una persona por su origen, su condición sexual o su ideología. Ramos ha coordinado De los neocón a los neonazis. La derecha radical en el Estado español, un informe publicado por la Fundación Rosa Luxemburg que constituye el trabajo más importante hasta la fecha de documentación de los movimientos de extrema derecha en el siglo XXI.  

¿Por qué ha sido tan rotunda la vuelta de la extrema derecha a la política representativa en España?

Desde que Vox llegó a las instituciones, la extrema derecha en España no ha sido considerada como una amenaza para ninguno de los partidos que están en la derecha, Ciudadanos y Partido Popular. Es más, han sido conscientes de que los necesitaban para gobernar y también de que en muchos temas estaban incluso en sintonía. Esto es consecuencia también de un blanqueamiento por parte de los medios de comunicación. Han considerado que lo que planteaba la extrema derecha eran opiniones respetables y el marco constitucional —hablan de Vox como de un partido “constitucionalista”— ya les ha valido para aceptarlo en el club de las opiniones respetables. Esto no pasa en otros países, pero recordemos que en España la derecha viene directamente del franquismo: se acuesta franquista y se levanta demócrata, de un día para otro. El Partido Popular ha visto a Vox como una amenaza para su hegemonía dentro de la derecha, pero no como un competidor ideológico

¿Hay un cordón sanitario al antifascismo en España?

Hay, por una parte, miedo de las élites y del poder, no el poder político sino el poder real del país, a que un partido como Unidas Podemos toque algo de poder. Se ha boicoteado y se sigue boicoteando a esta coalición, incluso estando dentro del Gobierno. Esto es muy significativo, porque demuestra cómo el eje político se ha desplazado de una manera brutal hacia la derecha, y lo que hace unos años consideraríamos socialdemócrata hoy en día se está tildando de comunista y se considera una amenaza, incluso, para la propia democracia. Existe esta especie de cordón o pacto no escrito de las élites y de los partidos del régimen para evitar que estos seres extraños que han llegado a la política —con todas sus limitaciones y su propia idiosincrasia durante todos estos años— toquen algo de poder, eso es evidente.

Me refiero también a casos como el de la denuncia al chico que recibió al autobús tránsfobo de Hazte Oír con una bandera LGTBIQ, o a cuatro antifascistas a los que se pide desde Fiscalía agravante de odio por el hecho de serlo.

Cuando se ha articulado una herramienta para detener lo que representa el fascismo en sí —no la expresión política de la extrema derecha— como es la legislación de delitos de odio, lo que se ha hecho en España es, primero, deslegitimarla, y segundo, reinterpretarla. Esto ha ocurrido en varias fases, como se ha tratado de hacer con la Ley de Violencia Machista. Esta es una norma que está tratando de corregir una desigualdad estructural, pero la extrema derecha y parte de la derecha lo que están tratando de hacer es negar que exista ese problema. ¿Cómo lo hacen? Pues cuestionando el motivo de esta legislación, o incluso negando esa desigualdad estructural, hablando de “violencia intrafamiliar”, quitándole el componente estructural que es el machismo. Con la Ley de Violencia Machista no lo están consiguiendo; en la Ley de Delitos de Odio sí lo están consiguiendo, ¿por qué? Porque ellos hablan de delitos de odio borrando esas desigualdades estructurales: un nazi pasa a ser una víctima de delito de odio ideológico cuando hay algún altercado, o incluso la policía pasa a ser una víctima de delito de odio por su condición laboral. Crean un efecto boomerang: “¿Vosotros queréis legislación de delitos de odio? Vale, pues os la vamos a aplicar a vosotros”.

Si los medios de comunicación se pasan el día hablando de los marcos en los que la extrema derecha está cómoda, no hace falta invitar a nadie de Vox. Ya irá otro día, dentro de un mes, y recogerá lo que ha estado sembrando 
¿Por qué funciona a nivel social esa equiparación?

Funciona gracias a la equidistancia de los extremos. Ese relato de los extremos que dice que los que defienden los derechos humanos y los que quieren abolir los derechos humanos están en un mismo plano. El relato funciona muy bien porque los medios de comunicación se han encargado durante mucho tiempo de instaurarlo: la polarización, el populismo… Tienden a subrayar que la virtud está en el centro, ¿y qué es el centro? El régimen. El PSOE y el PP.

¿Ha empeorado el panorama desde que comenzó la investigación para el informe de la Rosa Luxemburg?

La llegada de Vox a las instituciones plantea un nuevo reto en la medida en que son actores principales de la política, a todos los niveles: nacional, autonómica y local. Pero realmente su virtud ha sido haber sido capaces de marcar muchos debates y haber conseguido arrastrar hacia sus marcos al espectro de la derecha, pero también a parte del centro y la izquierda. Ya no es tanto que consigan 52 o 60 diputados o concejales en determinados pueblos o autonomías, sino que demasiadas veces los debates públicos giran en torno a lo que plantea Vox. Si los medios de comunicación se pasan el día hablando de okupas, de menores extranjeros, del peligro de que España “se rompa”, de marcos securitarios, que es donde la extrema derecha está cómoda, no hace falta invitar a nadie de Vox. Ya irá otro día, dentro de un mes, y recogerá lo que ha estado sembrando este medio de comunicación.

Catalunya ha sido el factor definitivo para que desaparezca la idea de una extrema derecha ligada al franquismo, y abra la puerta a esta nueva extrema derecha. ¿Cómo ha funcionado esa legitimación?

El tema de Catalunya ha sido clave para la irrupción de Vox, no porque el independentismo haya estimulado la extrema derecha —la extrema derecha ya venía estimulada de casa— sino porque dentro de “los constitucionalistas” ha habido una alianza sin ningún tipo de escrúpulos entre gente de la izquierda y la derecha nacionalista española. Nadie se ha rasgado las vestiduras, y a nadie le ha parecido extraño, que en una convocatoria de Sociedad Civil Catalana, por ejemplo, haya miembros del Partido Comunista de España, y miembros de grupos neonazis. Y no pasa nada. Todo por la unidad de España.

Evidentemente que no todo el que está en contra de la independencia de Cataluña es de extrema derecha. Dentro del independentismo también hay alguna pincelada de extrema derecha, pero hemos visto cómo dentro de las convocatorias independentistas a los grupos de extrema derecha se les ha expulsado físicamente, es decir, a hostias. Esto no lo vimos en las manifestaciones contra la independencia, donde no ha habido ningún tipo de problema de ir de la mano con neonazis.

¿Para qué ha servido eso fuera de Catalunya?

Vox y la extrema derecha en general han sabido utilizar el ariete contra el independentismo catalán como uno de los estímulos para ganar adeptos, desde el “a por ellos” hasta toda esa campaña por las fuerzas y por la seguridad de Estado; incluso para estimular a gran parte del electorado español fuera de Catalunya con el tema nacional. No apela tanto al sentimiento de clase, como sí que hacen otras extremas derechas, sino al nacionalismo, que es uno de los pilares fundamentales de las ideologías reaccionarias.

Un factor fundamental es el dinero, quién lo pone y con qué fines. Cuando se trata de la extrema derecha, ¿qué va antes, el dinero o la ideología?

Vox es un partido neoliberal. Toda la pátina antiestablishment o “políticamente incorrecta”, según sus términos, no es contrapoder, es contra lo que ellos llaman la “dictadura progre” —es decir, los consensos de los derechos humanos— y ataca a los colectivos vulnerabilizados. No es una retórica ni una política contra las élites, por lo tanto, las élites están muy tranquilas y muy cómodas con la extrema derecha. De hecho, algunos miembros incluso la financian. Evidentemente, un fenómeno como Vox también puede ser visto como una manera de medrar para mucha gente.

¿Cómo se organiza el negocio?

En el contexto de Vox, y de la extrema derecha en general —de los satélites que no están orgánicamente vinculados al partido pero que hacen un papel fundamental— hay una complicidad de fundaciones, think tanks, lobbies y otros grupos. Muchos se nos escapan, en el libro hemos tratado de hablar de algunos de ellos, de Atlas Network, de El Yunque, etc. Es un enjambre que emplea bots, trolls, fake news, distintos medios de comunicación y que es difícil de detectar pero, cuando tú ves cómo reman en una misma dirección, y cuando ves cómo coinciden en los tiempos y en las formas, pues ya empiezas a comprobar que esto va mucho más allá, que existe una trama y que además es transnacional. Esto no va solo del Estado español, toca temas de América Latina: funciona de la misma manera en Bolivia, en Argentina, en México, y en otros países. Hay mucho dinero invertido. 

Aunque se compara este momento con los años 20 del siglo pasado hay nuevos factores en ese auge de la extrema derecha. Uno de ellos el ecofascismo, un pretexto para la campaña permanente contra la migración, otro la crisis del sistema neoliberal. ¿Cuáles son los factores que tienen en común los “nuevos” fascismos en esta época de crisis? 

A veces no es fácil comparar la extrema derecha polaca con la francesa o con la brasileña. Hay factores en común, y muchos puntos de encuentro, y luego hay especificidades propias de cada país. Por eso el ecofascismo es propio de determinados países, pero en otros países no cala, se tiene otro discurso o la extrema derecha directamente es negacionista del cambio climático. Pero efectivamente estamos en un momento donde no podemos desligar ese ascenso de una crisis de hegemonía de Occidente. Tanto Estados Unidos como Europa están viviendo un cierto declive a nivel geopolítico, y es verdad que las crisis económicas acentúan precisamente que surjan estos movimientos reaccionarios. Surgen para frenar a los movimientos progresistas, que plantean alternativas más sociales al capitalismo, incluso aunque ni siquiera cuestionen el propio capitalismo. Haciendo el paralelismo con los años 20, 30, existe esta coincidencia entre crisis, auge de la extrema derecha, y esas alternativas de izquierda que son constantemente aisladas.

La extrema derecha no es tanto un partido político o una organización, o un grupo de nazis de un barrio, sino que el problema está en la infección que tiene dentro del sentido común de la gente

Estos grupos de extrema derecha han sabido muy bien caricaturizar a los movimientos transformadores respecto al tema de la identidad, explotar lo que ellos llaman el “discurso buenista” que no es sino reivindicar, asumir y dejar paso a identidades históricamente perseguidas, apaleadas o, como mínimo, apartadas del discurso público. Aunque no se renuncie a esa agenda, sí hay un gran desgaste en la disputa. ¿Cómo crees que se puede salir de esa trampa?

El feminismo y el movimiento LGTBIQ han sido capaces de convertirse en hegemónicos, es decir, en un pensamiento difícil de romper por parte del establishment. Han entrado a formar parte del sentido común, de la hegemonía cultural que la extrema derecha quiere cargarse. El neoliberalismo trata de apropiarse de las conquistas sociales en derechos y libertades. Eso es evidente. El neoliberalismo trata de hacer esto, ahora bien, ¿esto deslegitima estas luchas? Evidentemente que no, hay motivos para seguir luchando. La caricatura es muy fácil cuando coges casos extravagantes que, en redes sociales, son muy fáciles de manejar. El problema es cuando esta gente que trata de deslegitimar estas luchas, precisamente acusándolas de distraer o de ser un instrumento del capital para desviar la atención, comparte los mismos memes y los mismos casos anecdóticos que comparte la extrema derecha. El uso de caricaturas —como la del “hombre que quiere ser perro por culpa de la ideología queer”— y la discusión entre sectores de la izquierda le vienen de perlas a la extrema derecha porque gana sin luchar.

¿Cómo?

Porque ven desde la barrera cómo un movimiento que ha llegado a conquistar este sentido común se está devorando entre sí por ciertas diferencias, que yo creo que no son irresolubles. El problema es cómo afronta la izquierda el debate interno sin que esto suponga una ruptura. Me inquieta mucho ver compartir a la extrema derecha y parte de la izquierda los mismos memes, los mismos relatos, los mismos discursos.

Cada cierto tiempo, entre nuestra audiencia se vuelve a poner de moda el artículo Cómo han vencido al fascismo en Grecia. ¿Cómo te imaginas tú o desde dónde te imaginas tú que se va a volver a derrotar al fascismo?

No hay ninguna receta mágica para acabar con la extrema derecha. La extrema derecha no es tanto un partido político o una organización, o un grupo de nazis de un barrio, sino que el problema está en la infección que tiene dentro del sentido común de la gente. Por lo tanto, combatir esto implica a la educación, implica al periodismo, implica a las organizaciones de barrio, implica a todos los sectores de la sociedad que pueden ir poniendo freno a los discursos reaccionarios. ¿Hemos derrotado a Amanecer Dorado? Sí, pero es que han llegado otros que están aplicando lo mismo. En Italia con Salvini ha pasado lo mismo. Igual Marine Le Pen no gana las elecciones, pero Macron ha asumido buena parte de sus marcos. Ese es el peligro. Lo importante es no focalizar en un sujeto, sino tener en cuenta que, cuando hablamos de extrema derecha, estamos hablando de una batalla desde las ideas, y es a las ideas a las que hay que combatir por todos los frentes. Es decir, esto no se va a solventar haciendo que Vox pierda diputados; esto se tiene que tratar en todos los escenarios posibles, para que esa infección reaccionaria no acabe conquistando el sentido común, que es su verdadero objetivo.

2 comentarios:

  1. No se frena a la visceral, simplista y grosera derecha con los paños calientes de una equívoca y funesta tolerancia, supuestamente democrática.

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  2. Y para más detalles, con datos bien objetivos:
    https://www.publico.es/sociedad/vox-arrastra-discurso-xenofobo-congreso-apenas-respuesta-partidos-progresistas.html

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