lunes, 27 de junio de 2022

Claro y sintético, sobre el decrecimiento

Mucho se ha escrito, y poco se ha leído (¡leído "con ganas"!) sobre este tema. Sencillamente, "no gusta". Pero como cantaba Antonio Molina, "el futuro es muy oscuro trabajando en el carbón". Y en el gas, y en el petróleo. Una distorsión del tiempo traslada los problemas al futuro. El mito del progreso, entendido en términos cuantitativos, ahoga el progreso cualitativo.

Las cosas se arreglan solas, decía en 1956 el sabio Salomón en la revista musical la chacha, Rodríguez y su padre. Entonces, tiempo de grandes carencias, tocaba, como ahora, eludir los problemas.

Conviene que, cuando los optimistas cantan, algún pesimista nos recuerde lo que no gusta.

Para refrescar la mente hay que remitirse a cosas como estas:

Entropía, recursos naturales y economía

El debate sobre el socialismo del siglo XXI apenas comienza

La izquierda debería abrazar el decrecimiento

Algunos partidos de izquierda empiezan a tomarse en serio el tema; ya va siendo hora:

Sostenibilidad, suelo y territorio

La izquierda debería abrazar el decrecimiento




















Res publica: Entropía y decrecimiento

Valentín Tomé
Pontevedra Viva, lunes 20 de Junio, 2022

Probablemente la entropía sea uno de los conceptos sobre el que se han vertido más ríos de tinta desde diferentes campos, a pesar de que en su origen está vinculado a la Física. Su formulación está ligada al Segundo Principio Fundamental de la Termodinámica y nos dice algo así como que en un sistema aislado expuesto a una cadena de transformaciones de energía se va perdiendo la capacidad de realizar trabajo útil, ya que la entropía aumenta, y con ello el desorden del sistema. Podríamos afirmar que la energía va perdiendo "calidad" conforme el sistema sufre diferentes transformaciones.

Por ejemplo, cuando quemamos carbón su energía se transformará en calor, humo y cenizas, la energía se dispersa, obteniéndose un sistema más desordenado, de mayor entropía. O si vertemos tinta en el agua, esta se dispersará mezclándose con ella. Y por mucho que esperemos no habrá un reordenamiento (disminución de la entropía) en el que se separe espontáneamente la tinta del agua. Por lo tanto, todo sistema cerrado tiende a un estado de máximo desorden o entropía o, lo que es lo mismo, a una disminución de energía útil.

Para detener esta tendencia natural al desorden es necesario introducir energía externa al sistema. Por ejemplo, lo hacemos cuando encendemos la calefacción de nuestra casa en invierno: si no lo hacemos, la temperatura de nuestro cuerpo, a causa del obstinado aumento de entropía, se igualará con la de la habitación que está más fría. Pero esto lo haremos a costa de aumentar la entropía en otro lugar. En este caso en una caldera que está quemando gas con el siguiente resultado: calentar agua para nuestra calefacción y producir un residuo en forma de CO2. Por lo tanto, cualquier cosa que se haga por disminuir la entropía en una parte de un sistema será a costa de aumentarla en otra.

A simple vista, podría parecernos que hay unos sistemas que escapan a esta ley inexorable, me refiero, claro está, a los sistemas biológicos. La Vida en la Tierra lleva unos cuatro mil millones de años intentando ordenar el mundo. La simple creación de una hormiga supone la organización de millones de células y componentes químicos. ¿Cómo es esto posible? Pues porque la biosfera no es un sistema cerrado. Estamos siendo continuamente "bañados" por un flujo de radiación solar, que es energía de baja entropía que queda disponible en la biosfera para el mayor y más eficiente sistema de transformación de energía en materia: la fotosíntesis, sin la cual, no existiríamos (desconozco si en esto es en lo que estaba pensando Perales cuando cantaba aquello de "Te quiero como la Tierra al Sol").

Cualquier fuente de energía en la que podamos pensar (combustibles fósiles, hidráulica, eólica…) tiene su origen inequívoco en la radiación solar, salvo la energía nuclear y la geotérmica. Pero entre ellas existen fuertes diferencias. Por ejemplo, además del inevitable aumento de la entropía que se da en cualquier proceso de transformación de energía, ninguna fuente energética exterior va a poder nunca renovar los combustibles fósiles, los minerales o las materias primas cuando estos se agoten. Sin embargo, sí existen otras fuentes, como la hidráulica, eólica o por supuesto la solar que sí están ligadas de manera indisoluble a nuestro astro Rey, y en cierta manera estarán ahí presentes mientras el Sol siga fusionando hidrógeno.

Comenzamos ahora a visualizar el problema de nuestro sistema económico. Por un lado, predica un crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos, algo a todas luces inconsistente, pero es que, además, y en esto en muchas ocasiones se insiste menos, su propia actividad es, como no podía ser de otra manera, entrópica. Los recursos naturales (la materia-energía de baja entropía) se agrupan, se procesan y se convierten en bienes y servicios. Sin embargo, en cada paso de este proceso, se producen residuos (ahí tenemos por ejemplo la generación de CO2 inevitable a muchos de esos procesos de transformación y su indiscutible contribución al calentamiento global, o los residuos radioactivos que pervivirán millones de años generados en la actividad propia de los reactores nucleares), y se consume energía, que, por su alto desorden, ya no puede ser reutilizada (y aquí da igual si la fuente original de esa energía es o no de naturaleza renovable).

Es por ello que, nos guste o no, la propia Ciencia nos dice que sólo existe una alternativa posible compatible con los límites de la biosfera para nuestro sistema económico: el decrecimiento. Es decir, debemos disminuir de forma controlada y progresiva la producción y por tanto el consumo. Por supuesto se trata aquí de disminuir en lo superfluo, en nuestras necesidades artificiales, y potenciar las que realmente suponen un aumento de nuestro bienestar. Esto tendría además como efecto colateral de especial importancia la mejora de la salud pública: aumento de la calidad del aire que respiramos, producción de alimentos más sanos y realmente equilibrados, reducción del stress y de las enfermedades mentales…

Esto mismo es lo que trataron de señalar un grupo de científicos el pasado seis de abril de la organización Extinction Rebellion, cuando llevaron a cabo una acción pacífica en la puerta del Congreso de los Diputados arrojando zumo de remolacha contra su fachada, que se englobó dentro de la semana de protesta mundial para señalar la pasividad de gobiernos, instituciones y empresas contra la emergencia climática. Sin embargo, de manera sorpresiva, hace unos días, agentes antiterroristas de la Policía detuvieron a 14 activistas que participaron en esa acción. Se les acusa de un delito contra las altas instituciones del Estado. Todo ello a pesar de que el artículo 494 del Código Penal recoge que para que alguien pueda ser acusado de este delito es requisito indispensable interrumpir el normal funcionamiento de las Cortes, algo que no ocurrió en aquella ocasión.

Científicos tratados como terroristas por enunciar verdades de la Ciencia. Pitágoras entre rejas por enunciar su teorema. Algo que no es más que un corolario de un principio mayor: el capitalismo odia la Ciencia, sobre todo, aquella que deja constancia teórica y empírica de que su funcionamiento sin restricciones conduce irremediablemente al suicidio. Solo hace falta observar las reacciones entre nuestra burguesía, solicitando hasta su dimisión, cada vez que el ministro de Consumo se dedica a afirmar verdades elementales sobre nuestro conocimiento de las cosas que forma parte del acervo básico de cualquier endocrino o científico ambiental.

Llegados a este punto, se hace necesario hacer una pequeña aclaración. Muchas veces se afirma, incluso algunos científicos así lo hacen, que la acción humana asociada al funcionamiento del capitalismo como sistema económico (que ha dado lugar a un nuevo periodo geológico conocido como Antropoceno) pone en peligro al planeta en general y a todas las formas de vida que alberga. Esto no es más que otro rasgo de antropocentrismo; el ser humano no alberga tanto poder. Lo que realmente está en peligro es la vida humana y la de otras muchas especies, pero no la vida así en general, ni mucho menos el planeta (signifique esto lo que signifique). A lo largo de su historia, la Tierra o Gaia, si vemos nuestro planeta como un sistema complejo que fomenta unas condiciones adecuadas para el mantenimiento de la biosfera, ha sufrido, al menos, por diferentes causas, cinco grandes extinciones masivas, que supusieron la desaparición de millones de especies. Pero no por ello esto supuso la desaparición de la vida. Simplemente esta se reinició de otra manera, dando lugar a especies diferentes que probablemente, de mantenerse las condiciones medioambientales anteriores a la extinción, jamás hubiesen llegado a existir. Si el sapiens desaparece, con toda probabilidad simplemente será sustituido por otra cosa. La evolución ciega e inexorable seguirá su curso.

Todo esto podrá parecerle muy desalentador, sin embargo, se trata de una enorme oportunidad para nuestro desarrollo científico, humanístico y personal. Sobre esto ya hemos hablado en otro artículo. Probablemente si usted se detiene a pensar sobre cuáles son los momentos que le han deparado más felicidad en su vida casi todas ellas estén relacionadas con experiencias (ese paseo por la playa al atardecer, esa cena con amigos, su primer beso…) y no con adquisiciones materiales. Así que el decrecimiento es una forma para mejorar la calidad de vida de una amplia mayoría. Una reducción de la jornada laboral, un aumento del tiempo de ocio y una apuesta por emplear éste en "la vida social" y el "ocio creativo". En definitiva, el triunfo del reino de la libertad sobre el de la necesidad. Tenemos el derecho y el deber de echar el freno a este sistema suicida, está en juego nuestro futuro como especie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario