La tragedia de Oriente Próximo trae otra vez al primer plano este artículo publicado hace más de tres años. Su actualidad, por desgracia permanece.
Cada pueblo que ha fabricado un Dios a su medida ha sido luego elegido por Él para expansionarse a costa de sus vecinos, que si (ese) Dios no lo remedia puede ser cualquiera que se ponga a tiro.
Si hablamos de un Pueblo Elegido todos sabemos de lo que hablamos, aunque sean muchos los que así se han autoproclamado. Uno de ellos no lo dice expresamente así, pero su destino manifiesto ha sido sin duda señalado por el Divino Dedo.
Además de por su fervor bíblico, ambos comparten una Historia semejante. Llegados de otros lugares, han desplazado (¿okupas?) a quienes ya estaban antes en su nuevo hogar. Su éxito es la prueba de la protección divina.
Si los Estados Unidos lo hicieron una vez, la moderna colonización de Palestina es repetición de otra muy remota. Tienen buena memoria los israelíes, según para qué.
No podemos condenar colectivamente a todo un pueblo. Ni todos los norteamericanos son imperialistas, ni todos los judíos sionistas. Muchos no estarán precisamente orgullosos de su Historia, aunque muchos más se acomoden a una situación de privilegio de la que no se sienten personalmente responsables. Varias generaciones de israelíes y muchas más de estadounidenses han nacido y crecido en unas tierras inaceptablemente arrebatadas.
Según pasa el tiempo, las injustas conquistas van creando situaciones difícilmente reversibles. En nuestro país, judíos y moriscos fueron desterrados de forma que hoy podemos considerar infame. Ahora eso ya no tiene remedio. Ni siquiera podemos saber, tanto tiempo después, de quiénes descendemos nosotros mismos.
Pero el caso de Palestina sí está vivo. La solución de dos Estados, aunque basada en una paz abusiva y desigual, pudo haber sido un remedio parcial, aunque tenemos la experiencia de que casos semejantes han causado y siguen causando inhumanos desplazamientos de población. Fueron los sionistas los que se encargaron de hacer imposible esa solución, porque ¿quién puede expulsar ahora a los nuevos y violentos colonos de Cisjordania? Son ellos los que tratan de hacerles la vida insoportable a los palestinos para que emigren.
Hay tantos palestinos refugiados en otros países como dentro de la Palestina histórica, sobreviviendo en malas condiciones. También hay más judíos fuera que dentro de Israel, no tan mal tratados, y no parece que sean muchos los interesados en meterse en ese avispero. Ya no caben muchos más dentro del territorio, ni de unos ni de otros. Salvo algún tipo de "solución final" absolutamente indeseable, la única solución realista, a medio plazo, sería lograr una convivencia mínimamente soportable en un Estado único, que forzosamente tendría que apartar a un lado a ese Dios Bíblico que lo sustenta. Un Estado necesariamente laico.
El final del apartheid se logró en Sudáfrica, pero allí el problema no tenía esa componente religiosa, la hoja de parra que oculta y emponzoña la situación en Oriente Próximo.
Ni la posición geográfica era tan importante para el dominio mundial de los portadores del Destino Manifiesto.
El negocio de la guerra es una suculenta fuente de beneficios para la industria bélica de estos dos países. Aunque les falle la impostura del apoyo divino tienen la de su Único Dios Verdadero.
Volviendo a las siniestras contabilidades que denuncia el artículo, un solo muerto del lado de los "buenos" justifica la matanza de todos los "malos" que sea necesario liquidar. Película del Oeste de la época clásica.
El día en que The New York Times reconoció entrega de información errónea sobre Irak |
LAS MILES DE PAGINAS FUNEBRES QUE THE NEW YORK TIMES NUNCA PUBLICÓ (NI PUBLICARÁ)
Renán Vega Cantor
“Nunca he sabido de alguna agresión militar estadounidense que el New York Times no apoyara (…). Nunca he visto que el New York Times se ponga del lado de los trabajadores durante alguna huelga o paro laboral, ni he visto que abogara por aumento de salario para los trabajadores (…). Así que, ¿por qué la gente piensa que el New York Times es un periódico liberal y progresista”?
John Hess (antiguo reportero del NYT), citado en Adalberto Pérez, Las mentiras del Tío Sam o los mitos del imperio, 2017, p. 21.
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En su edición dominical del 24 de mayo, The New York Times (NYT) presenta una portada inusual, nunca vista en sus 170 años de existencia, con el título “Cerca de 100 mil estadounidenses muertos. Una pérdida incalculable”. El periodista John Grippe explica que se decidió publicar una carátula impactante ya que los editores habían “estado pensando cómo conmemorar ese hito nefasto”. Simone Landon, editora asistente del departamento gráfico, pensó que no se diría mucho si se colocaban 100 mil puntos o palitos en la primera página, “acerca de quiénes eran esas personas, de las vidas que vivieron, de lo que todo esto significa para nosotros como país”. Por eso, “se le ocurrió la idea de compilar obituarios y esquelas de víctimas de la COVID-19 publicadas en periódicos grandes y pequeños de Estados Unidos, y seleccionar fragmentos vívidos de ellos”.
Un periodista recopiló mil nombres y varios editores leyeron y seleccionaron frases alusivas a “la singularidad de cada vida pérdida”. Entre algunos de los mil nombres seleccionados aparecen los siguientes: “Alan Lund, 81, Washington, director de orquesta con ‘el oído más increíble’…”; “Theresa Elloie, 63, Nueva Orleans, reconocida por su negocio de ramilletes y broches detallados…”; “Coby Adolph, 44, Chicago, emprendedor y aventurero…”.
La editora gráfica ha dicho que el resultado es como un “rico tapiz”, en concordancia con el objetivo de los editores que querían “algo que la gente volteara a ver en cien años para comprender el número de pérdidas que estamos experimentando”. Se decidió presentar en la portada un concepto “todo tipográfico” que ocupó la página entera, porque esa presentación sería “enormemente dramática”. El diseño remite a la forma cómo eran los periódicos en el siglo XIX, sin fotografías ni ilustraciones, solo texto. En esa portada aparecen muchos nombres y continúan en las páginas interiores, renombrando muchas de las vidas que se han perdido por el Covid-19, únicamente en los Estados Unidos.
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Para los habituales lectores del periódico, seguramente, la portada ha sido impactante porque comunica en forma directa, sin muchas mediaciones, la magnitud de la tragedia que asola a Estados Unidos, al alcanzar cien mil muertos por el Coronavirus. Está bien que el NYT quiera honrar y homenajear a los muertos por la epidemia, para que esa hecatombe quede además plasmada en un testimonio visual, que recuerde la magnitud de la mortandad en lo que va corrido del 2020, lo que es discutible, por su gran significado de exclusión, radica en honrar solo a los que están muriendo en Estados Unidos.
Esto remite a las dudas que nos asaltan sobre la honradez y moralidad del NYT, puesto que no es la primera vez en la historia de los últimos doscientos años, que los diversos gobiernos de los Estados Unidos han ocasionado miles o millones de muertos en múltiples guerras, invasiones, bombardeos, masacres, asesinados en masa y genocidios perpetrados por ellos mismos o por gobiernos títeres que les han sido incondicionales en varios continentes. ¿Por qué solo hasta ahora el NYT descubre los muertos? Seguramente que por un carácter nacional de reivindicar los fallecidos que se han producido internamente en Estados Unidos en poco tiempo. Pero, incluso a ese nivel, el asunto no es tan cierto, porque desde finales del siglo XVIII, cuando Estados Unidos era un país independiente, comenzó la masacre de comunidades indígenas y en el camino fueron asesinados miles de habitantes ancestrales del actual territorio de los Estados Unidos. Sobre esos muertos, ni el NYT ni otro periódico antes de 1851 (fecha de fundación de ese diario) hizo alguna esquela con los nombres de los niños, mujeres y hombres asesinados, como si nunca hubieran existido.
Ese mismo desconocimiento se ha presentado con respecto a la población negra, que fue esclavizada durante varios siglos y, cuando se rebelaba, era masacrada sin compasión. Después de la libertad de los esclavos, producto de una guerra civil, en varios Estados de la Unión Americana los afrodescendientes siguieron siendo perseguidos, segregados, y masacrados en linchamientos públicos, e incluso quemados vivos, una situación que existió hasta comienzos de la década de 1960. Y, nuevamente, NYT jamás publicó una primera página en homenaje a esa población negra, y a sus miles de muertos, entre los que también había poetas, músicos, cocineros, artesanos, juglares, bailarines…
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El asunto es más grave si salimos de las actuales fronteras de los Estados Unidos y recordamos algunas de las más terribles agresiones llevadas a cabo por las tropas y personal civil de ese país. Habría que empezar con los muertos que produjo la guerra de conquista de los territorios mexicanos en las décadas de 1830 y 1840, cuando Estados Unidos llegó a invadir a ciudad de México, en donde permaneció varios meses. Ni un solo nombre de los mexicanos muertos por las tropas invasoras apareció jamás en la primera página de algún periódico de los Estados Unidos, cuando aún no había aparecido el primer número de NYT.
Cuando Estados Unidos se convirtió en un país imperialista inauguró su dominio con una guerra contra España, a la cual le arrebató sus dominios coloniales, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. En este último territorio libró una brutal campaña de sometimiento de los rebeldes que se enfrentaron primero a España y luego al nuevo ocupante. Esa guerra de sometimiento duró varios años y al final fueron aniquilados entre 1.2 y 1.5 millones de filipinos, hombres, mujeres y niños, una cifra impresionante desde cualquier punto de vista histórico y actual, más si se tiene en cuenta que el total de población de la Filipinas ocupada era de 9 millones de habitantes, es decir, se aniquiló a una sexta parte de sus habitantes. Y el NYT jamás publicó una portada con los nombres de parte de los asesinados, ni se refirió a lo que hacían y pensaban, entre los cuales había artesanos, trabajadores, poetas, escritores… Sobre ellos no hubo ninguna mención, ni ninguna lágrima en las rotativas del NYT.
Después de 1898 Estados Unidos inició un proceso de expansión imperialista y consolidó su “patio trasero” en América Latina y el Caribe, efectuando paralela o sucesivamente invasiones, ocupaciones y agresiones a Cuba, Nicaragua, República Dominicana, Haití, Panamá, países todos en los que fueron sometidos brutalmente millones de personas, a partir de sus concepciones de “Destino Manifiesto” y pretendida superioridad racial. En ese primer período de expansión y consolidación imperialista (1898-1934), las tropas de Estados Unidos efectúan asesinatos en forma directa y sus empresas patrocinan masacres laborales, siendo el caso más tristemente célebre el de la United Fruit Company con la matanza de las bananeras en Colombia (1928), con un saldo de más de mil trabajadores asesinados por las tropas del Ejército colombiano, siempre listas a servir al “oro yanqui”, como alguna vez lo dijera Jorge Eliecer Gaitán. Pues bien, en el NYT jamás se publicó una portada o una esquela fúnebre sobre esos miles de muertos, los que parecieron no haber existido. Antes, por el contrario, el NYT como buen vocero de los intereses imperialistas desde esa época aplaudía las acciones criminales de la Diplomacia del Dólar y de la Diplomacia de las Cañoneras, que causaban estragos en nuestra América. De los miles de muertos, torturados y desaparecidos que dejaron las dictaduras que patrocinó Estados Unidos desde la década de 1930 (Haití, República Dominicana, Nicaragua, Salvador, Honduras, Guatemala) durante la “buena vecindad”, tampoco el NYT publicó una portada con sus nombres, actividades y pensamientos.
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Desde finales de la Segunda Guerra Mundial los crímenes imperialistas de los Estados Unidos (1945-hoy) han abarcado al mundo entero y han significado la muerte de millones de seres humanos, en un rosario interminable de sufrimiento, perpetrado a nombre de la defensa del “mundo libre”. Esas masacres comienzan el 6 de agosto de 1945 con el genocidio (uno de los peores crímenes contra la humanidad) en Hiroshima y a los dos días en Nagasaki, donde fueron calcinados un cuarto de millón de personas. De ellos tampoco el NYT hizo eco en su primera página con algún recordatorio especial y, por el contrario, avaló la acción genocida, reproduciendo el embuste oficial del gobierno de Estados Unidos, quien sostuvo que se usaron las dos bombas atómicas como un acto legítimo para salvar la vida de sus soldados.
Esa práctica genocida se generalizó en los últimos 75 años, dejando un reguero interminable de muertos en Asia, África, Latinoamérica, sobresaliendo por la crueldad e inhumanidad las guerras contra Corea (1950-1953) y contra Vietnam (1954-1975), el patrocinio a dictaduras anticomunistas de seguridad nacional en muchos países del mundo, como para dar un ejemplo la de Indonesia, donde en 1965-1966 fueron masacrados un millón de personas y se dio el apoyo al carnicero Mohamed Suharto, luego dictador de ese país por varias décadas. Durante ese periodo, bajo la tutela de Estados Unidos, se generalizó la tortura, la desaparición forzada, el asesinato de opositores a nombre de la defensa del “mundo libre” y de un visceral anticomunismo, que justificaba la destrucción de procesos democráticos, socialistas y de liberación nacional. Este período trágico de la historia mundial, que se extiende hasta 1989 y que se conoce como “Guerra Fría”, dejó la friolera de 42 millones de muertos, según confesión de un criminal de guerra nato, del estadounidense Robert McNamara en sus memorias. Y de esos muertos la mayor parte fue ocasionada por las fuerzas de Estados Unidos y sus lacayos a nivel mundial. De esos 42 millones de muertos, el NYT no hizo ninguna selección para publicar en su portada a los vietnamitas, coreanos, salvadoreños, nicaragüenses, argentinos, colombianos, chilenos, indonesios, cubanos, mozambiqueños, angolanos, guatemaltecos, timorenses… que fueron masacrados directa o indirectamente por el poder estadounidense. Nunca se nombró a los miles de intelectuales, escritores, pintores, científicos, campesinos, indígenas, mujeres, obreros… que fueron asesinados. Por el contrario, los que mojaban portada en forma cotidiana eran los asesinos, empezando por los presidentes de los Estados Unidos y los carniceros locales, sus incondicionales socios, que eran presentados como “campeones de la libertad”.
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Después de 1989-1991, cuando desaparece la Unión Soviética, y hasta el día de hoy, Estados Unidos ha seguido librando guerras, apoyando a dictadores, patrocinando la tortura y la desaparición forzada de los que considera sus contrincantes, a los que primero se bautizó de narcotraficantes y luego se les denominó “terroristas”. A nombre de esas dos banderas, en los últimos treinta años se invadieron países y se efectuaron guerras de exterminio, en Panamá, Haití, Irak, Afganistán, Libia, Yemen, la antigua Yugoslavia, Siria… y se han apoyado regímenes criminales e incondicionales con sus políticas de tierra arrasada, como acontece en Colombia. También se han realizado bloqueos económicos que producen dolor y muerte, en países como Cuba (iniciado hace 60 años), Irak, Irán, Venezuela, Corea del Norte. Como resultado de esta interminable cadena de muerte impulsada por los Estados Unidos, en el mundo han sido arrasados países enteros (a los cuales se ha hecho retroceder a la “Edad de Piedra”, como con regocijante sadismo lo dicen presidentes y altos funcionarios de los Estados Unidos) y sus sociedades se han hundido en el sufrimiento y la miseria.
Un solo caso basta para mostrar el genocidio en marcha propiciado por los Estados Unidos, el de Irak, un país arrasado y destruido, sus riquezas materiales y culturales saqueadas, y más de un millón de muertos desde la primera guerra del golfo (1990-1991), miles de heridos, lisiados e inválidos y, para completar el panorama de destrucción, contaminado con uranio empobrecido y otros materiales radioactivos, vertidos en forma premeditada por el poder imperialista de Estados Unidos.
Y sobre esos millones de muertos nunca dijo nada el NYT. Claro, cómo iba a nombrarlos, si lo que hizo fue apoyar la masacre imperialista, difundiendo mentiras que justificaban la guerra. Es decir, el NYT fue partidario de esa masacre a la que legitimó con mentiras y embustes, los mismos que utilizó el gobierno de los Estados Unidos, entre las que sobresalía la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Esto indica que el NYT ha sido coparticipe, agente activo de este genocidio (y muchos más, por supuesto) y como tal debería ser juzgado por participar en forma deliberada en crímenes de lesa humanidad. Hasta tal punto es clara esa participación que en 2004, luego de haber patrocinado la campaña de Estados Unidos en Irak, el NYT publicó una “autocrítica” reconociendo que había dicho mentiras, con lo cual desinformó y legitimó la acción criminal de los Estados Unidos.
La portada del 8 de septiembre de 2002, cuando el NYT difundía la noticia falsa sobre Irak, con el título: “EE.UU. dice que Hussein intensificó pruebas para partes de “A-Bombas A(tómicas) |
Estas fueron típicas lágrimas de cocodrilo, puesto que no se escribió ni una palabra sobre los miles de muertos ocasionados, con complicidad del NTY, y de ellos, como es apenas obvio en un vocero del imperialismo, ni se dieron sus nombres, ni se mencionó lo que hacían y soñaban. No le importaron los poetas, pintores, trabajadores, niños, mujeres, masacrados de noche con las bombas de Estados Unidos y de día con las bombas de mentiras y desinformación del NYT. El sentido profundo de lo qué es y cómo actúa el NYT lo ha sintetizado Robert Fisk “El "terrible costo humano" de los meses de verano (una frase de un artículo del New York Times) se refería únicamente a los soldados occidentales. Lo que resulta evidente es que realmente no nos importan los iraquíes. Podemos pensar que les queremos llevar la democracia pero, a nivel individual, no nos preocupamos por ellos ni por sus vidas. Nosotros les liberamos. Nos deberían estar agradecidos”
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NYT es un típico vocero del imperialismo corporativo de los Estados Unidos y como tal responsable, por acción y omisión, de esos crímenes, porque parte de la lógica simple que resume Noam Chomsky: “El periódico acríticamente acepta la doctrina aprobada: los EE.UU. somos los amos del mundo, y somos por derecho y por una buena razón.” En esta perspectiva, los crímenes están mas que justificados, dado que los comete el “país imprescindible” que se proclama como superior al resto del mundo.
Por eso, NYT también es un vocero del lobby judío que representa los intereses del Estado terrorista de Israel, al que reverencia y teme, como lo demostró hace poco tiempo, al decidir retirar de manera definitiva las caricaturas políticas de opinión de su sección internacional (en la nacional nunca las publica), luego de que una de las últimas viñetas que publicó fuera catalogada por los miembros de ese lobby y por el propio criminal de guerra Benjamín Netanyahu como “propaganda antisemita”. Esa caricatura es básica y elemental e indica el sentido de la libertad de prensa del NYT, partidario siempre de los sionistas de Israel y, por eso, tampoco en sus páginas aparecen los nombres de los palestinos que son masacrados por el Ejército de Israel, armado y financiado por los Estados Unidos. Al respecto ha dicho el escritor Jeet Heer: "Siguiendo esta lógica, ese periódico debería haber cerrado después de sus informaciones en 2002 y 2003 sobre las Armas de Destrucción Masiva", en las que inventó mentiras, esas sí de destrucción masiva, relacionadas con el asesinado de miles de seres humanos.
La caricatura supuestamente “antisemita” del NYT |
De tal manera que, volviendo al punto de origen de este artículo, poco conmovedora por lo hipócrita y selectiva resulta la portada del NYT, si tenemos en cuenta que se necesitarían miles de ediciones similares publicadas durante décadas para presentar los nombres de los millones de seres humanos que han sido asesinados por los Estados Unidos, en el mundo entero y en su propio territorio. Para dar solo unas cifras ilustrativas a manera de ejemplo sobre las ediciones diarias que se necesitarían para nombrar a esos asesinados, digamos que, a un ritmo de mil nombres por edición, como aparecen en la portada del 24 de mayo de 2020, se requieren unos tres años, publicando todos los días en forma continua esa información, para cubrir a los muertos de un solo país, Irak. Y para visualizar la magnitud de los crímenes de Estados Unidos, imaginémonos al New York Times publicando durante quince años seguidos, todos los días, una edición fúnebre consagrada a recordar los nombres de los vietnamitas masacrados. De ese calado es la deuda informativa del NYT, que también puede considerarse como un crimen de lesa humanidad.
No sorprende esa “laguna informativa” si recordamos que en Estados Unidos a los muertos se les pone un precio diferencial, a partir de un vulgar economicismo mercantil, y en consecuencia un estadounidense se tasa a un precio elevadísimo, mientras que los muertos del resto del mundo valen menos que las balas que los asesinan, máxime si son pobres y pertenecen a los “paisitos de mierda”, como nos denominan los ideólogos y políticos imperialistas, Esa es la misma lógica criminal que predomina en la prensa de los Estados Unidos y por eso para el NYT algunos muertos son noticia de primera plana por un día, mientras que millones, masacrados por el criminal imperio yanqui, ni siquiera aparecen en las noticias, como si nunca hubieran existido.
Bogotá, agosto 28 de 2020
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