viernes, 3 de noviembre de 2023

Ferocidad bíblica

La palabra "religión" se deriva de "religare", que significa crear lazos sólidos entre quienes la comparten, así que el proceso de formación del pensamiento mágico-religioso y su evolución posterior acompañan al de las comunidades humanas. La religión aparece como un poderoso vínculo que proporciona cohesión al grupo, al tiempo que lo dota de una defensa imaginaria frente a la naturaleza hostil. Hay espíritus "buenos" y "malos" y los primeros nos defienden de los segundos. Con el tiempo, cuando distintas comunidades se enfrentan por los medios de subsistencia los espíritus que defienden al enemigo son considerados demonios, y los nuestros, dioses.

Como sintetizó Nietzsche, "el hombre hizo a Dios a su imagen y semejanza". Las cualidades atribuidas a los dioses son siempre cualidades humanas elevadas a un grado superior. Los dioses se alegran o se enojan, con consecuencias muchas veces terribles. Así lo explica el investigador iraní-estadounidense Reza Aslan:

Como es de esperar, este impulso natural de humanizar lo divino conlleva ciertas consecuencias. Porque cuando dotamos a Dios de atributos humanos, esencialmente divinizamos esos atributos, de modo que todo lo bueno o lo malo de las religiones no es más que un reflejo de todo lo que hay de bueno o de malo en nosotros. Nuestros deseos se convierten en los deseos de Dios, pero sin límites. Nuestras acciones se convierten en acciones de Dios, pero sin consecuencias. Creamos un ser sobrehumano dotado de rasgos humanos, pero sin nuestras limitaciones. Modelamos las religiones y culturas, las sociedades y los gobiernos, de acuerdo con nuestros propios impulsos humanos, al mismo tiempo que nos convencemos de que dichos impulsos son divinos.

Eso, más que cualquier otra cosa, explica por qué a lo largo de la historia de la humanidad la religión ha sido una fuerza motriz tanto para el bien infinito como para el mal más indescriptible; ¿por qué la misma fe en el mismo Dios inspira amor y compasión en un creyente, pero odio y violencia en otro? ¿por qué dos personas pueden examinar las mismas escrituras al mismo tiempo y extraer de ellas dos interpretaciones radicalmente opuestas? De hecho, la mayoría de los conflictos religiosos que continúan trastornando nuestro mundo surgen de nuestro deseo innato e inconsciente de convertirnos en la apoteosis de lo que es Dios y lo que Dios quiere, a quien ama Dios y a quien odia Dios.

El Olimpo o el Cielo de cualquier religión reproduce la estructura social del colectivo que la crea. En todas hay un dios por encima de los otros. Los politeísmos no replican una república de iguales sino una corte celestial, con un Dios más poderoso que los demás. El paso de ahí al monoteísmo es proclamarlo como Dios Único y dividir al resto en dos bandos, el de los que Él ampara porque acatan su voluntad y el de los inamistosos, espíritus malos que hay que combatir.

Jehová, un dios exterminador










El monoteísmo israelita fue la primera de las religiones del Libro. El Antiguo Testamento es compartido en lo básico compartido por todas ellas. Contiene textos heterogéneos, entre los que las distintas tradiciones han decidido aceptar unos u otros. Así, la tradición judaica se ampara en el Talmud, que considera además diversas tradiciones rabínicas, pero cuyo núcleo es la Torá, el conjunto de cinco libros atribuidos a Moisés que el cristianismo helenizante llamó Pentateuco.

Son las luchas reales entre grupos humanos las que, acompañadas de luchas ideológicas, han ido determinando la creación de innumerables sectas religiosas de las que unas pocas han tenido éxito mientras otras han desaparecido sin dejar rastro o solo algunas referencias históricas. Frente a la tendencia de los poderosos a favorecer las religiones de la dominación siempre hubo corrientes más o menos subterráneas (y subversivas) hacia religiones del amor y la fraternidad, abrazadas por los oprimidos, pero que solamente triunfaron cuando los dominadores las aceptaron como instrumentos útiles para sus fines.

Así ocurrió con el cristianismo, al que consolidó la aceptación imperial. Su oficialización cristaliza en un Nuevo Testamento que, expurgado de los llamados evangelios apócrifos, definirá el núcleo de las futuras interpretaciones.

Cuando la lectura literal de los textos canónicos se vuelve demasiado inaceptable para el sentido común de una sociedad queda el recurso de otra interpretación que eluda los aspectos más crudos del texto. Se dice entonces que el texto quería señalar otras cosas y que no hay que tomarlo al pie de la letra. Sucesivos "aggiornamentos" logran la supervivencia de las religiones monoteístas.

Estudiando sus historias hallaremos muchos sincretismos, influencias mutuas y creencias curiosamente emparentadas, aunque todas las religiones, con exclusión quizá del bahaísmo, pretendan ser la única verdadera.

El árbol de la evolución de las especies, con ramificaciones exitosas y caminos sin salida, es perfectamente aplicable a la historia de las religiones. El tronco que hunde sus raíces en el Pentateuco produjo las tres ramas principales, judaísmo, cristianismo e islam. Compiten entre sí para ver cual de ellas es más monoteísta. El cristianismo es acusado por las otras como politeísta, por admitir "tres dioses", cosa que las iglesias cristianas niegan, trasladando a la región del Misterio un problema que otrora fue causa de duros choques internos.

Los que en las religiones anteriores eran dioses menores, "dioses buenos", ¿no tienen un claro paralelismo con los ángeles y los santos de las nuevas religiones? Podríamos extendernos en eso, añadiendo las interpretaciones sincréticas de dioses paganos presentes en nombres de santos y vírgenes cristianos, fiestas paganas transformadas y lugares de culto transfigurados...

Pero a lo que vamos: 

La estructura del pensamiento religioso necesita tanto ideas humanistas de amor al prójimo como elementos destructivos hacia quienes no participan del grupo. De la coyuntura histórica y política depende el empleo de ambos. Si los seres del más allá se ordenan jerárquicamente, sus intérpretes terrenos autorizados lo hacen también, y el mayor peligro es todo lo que socava esa distribución. Uno de los ejemplos (y hay muchos más) es la aniquilación de los albigenses, cuyo humanismo, que los llevaba a rechazar las crueldades presentes en el Antiguo Testamento, ponía a su vez en peligro la autoridad del papado:

Este fue uno de los casos más flagrantes de "solución final" mediante el exterminio total de un grupo humano. Contra los cátaros, uno de los pocos colectivos, si no el único, que rechazaba por completo, desde el cristianismo, las crueldades procedentes de la vieja tradición judaica.

Textos legendarios tomados como artículo de fe fundamentan hoy un Estado confesional como Israel, que incluso toma el nombre de un personaje mitológico sin otra constatación histórica que lo escrito en la Biblia.

Porque más allá del año mil antes de nuestra era no hay otros testimonios que confirmen la existencia de los protagonistas bíblicos. La arqueología y otras fuentes fiables han confirmado hasta hoy la existencia de tan solo unos cincuenta de estos personajes, todos posteriores a esa fecha. A pocos textos legendarios se ha concedido tanto crédito, y son los más arcaicos de la colección, aquellos "cinco libros", los que siguen fundamentando la existencia de Israel como "Estado Judío".

El sionismo no nació como movimiento de carácter religioso, sino como un nacionalismo sin Estado que buscaba un territorio donde crearlo. Fue ante todo una reacción al antisemitismo, creciente en muchos países, sobre todo en la Europa oriental. Los pogromos forzaron a emigrar hacia otros lugares a muchos judíos del Imperio Ruso, y aunque muchos se dirigieron a América otros comenzaron a instalarse en Palestina.

De este modo, un movimiento político de huida se reencontró con su base religiosa. A fin de cuentas, la religión era el único lazo que mantuvo unido a este pueblo a lo largo de muchos siglos. Y por eso cuando los tibios acuerdos de Oslo repartieron, si bien desigualmente, lo que los fundamentalistas israelíes consideraban suyo por designio divino, eso dinamitaba la base religiosa del Estado de Israel, así que fueron considerados por el fundamentalismo judío como una traición.

Privaban a la ocupación de aquella base religiosa-religante, y con ella la propia justificación de la existencia de un Estado Judío. Para el fanatismo religioso el único soporte de la ética es la voluntad divina, como ejemplifica el bárbaro ejemplo bíblico del sacrificio de Isaac.

Frente a la destrucción de esa base ideológica, se impuso la destrucción de la solución de dos Estados para la tierra palestina. Isaac Rabin fue asesinado por quien aún hoy se siente orgulloso de su crimen. Con toda probabilidad también eliminaron al otro negociador, Yasser Arafat, cuya muerte nunca se quiso aclarar.

Ahora únicamente un solo Estado, aconfesional, sería la verdadera solución, dificilísima tras la desconfianza y el odio sembrado entre las dos poblaciones.

La psicopatía bíblica de Israel lo ha conducido a lo que por ahora es un callejón sin salida. Sería falso pensar que todos los israelíes comparten el fanatismo bíblico de sus creyentes ortodoxos, esos que se dan cabezazos contra el Muro de las Lamentaciones, pero la mayoría ha sido convencida del peligro de construir un Estado laico que los pusiera en pie de igualdad con los palestinos, que de facto habitan ya un territorio irreversiblemente unificado.

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