domingo, 24 de diciembre de 2023

La "igualdad" como sarcasmo

Se enjuagan la boca con la palabra "igualdad". "Igualdad entre todos los españoles", nos dicen. Es inaudito (¿pero hay algo "inaudito"? ¡si ya lo hemos oído todo!); pues inaudito, digo, es que los que fomentan la desigualdad en los lugares en que gobiernan (rebajas de impuestos a los ricos, supresión de ayudas a los sindicatos...) nos hablen de esa supuesta igualdad que hermana a Amancio Ortega con los excluidos (hasta de la electricidad) de la Cañada Real. "Un ciudadano, un voto" (pero en los Consejos de Administración es "un euro un voto").

Por eso comienzo este comentario con un párrafo del artículo que dejo a continuación de esta entrada:

La ilusión democrática en el capitalismo consistió en la igualdad y libertad de decisión formales, mientras que se mantenían profundas desigualdades estructurales. A partir de confundir lo formal con lo real es que la clase capitalista o sus delegados políticos, nos pueden hablar hoy de «igualdad» con una siniestra sonrisa.

Pero si cuela, cuela (¡y cuela!).

Sin la igualdad de base, la democracia está vacía. El progreso que hacia su logro se ha ido gestando, con lentos avances y duros retrocesos, a lo largo de la Historia, ha sido posible a base de luchas muy violentas, iniciadas en momentos en que la violencia de los opresores no era capaz de reprimir la fuerza unida de los excluidos. En nuestros días el avance lo ha ido consintiendo un crecimiento que, además, necesitaba consumidores para producir bienes y a través de ellos plusvalía y acumulación.

Cuando el sistema, inevitablemente, se frena, vuelve la violencia para proseguir esa acumulación que se hace cada vez más difícil. Y se aúnan varias estrategias. De un lado, la vuelta a un liberalismo por arriba, que ya solo lo es como una "lucha libre" entre los más ricos. Relativa competencia que se vuelve férrea unidad si está en peligro su dominio.

Pero además hay que complementar esa mano de hierro con el lenitivo que adormece las conciencias. El consumismo de toda clase de cachivaches más o menos de baratillo sostiene la apariencia de libre elección en lo pequeño entre muchos que son excluidos a lo grande. Y muchos de esos consumos sirven de maravilla para acondicionar las mentes, como expresa la imagen que ilustra esta otra entrada al mismo artículo.

Hay un párrafo provocador en el escrito que da que pensar:

...nuestras neo-izquierdas (…) interiorizan la «ilusión democrática» y nos invitan a lograr grandes cambios sin fuerza, sin ningún costo, sólo votando o saliendo a las calles con globos.

Seguro que dentro de estas "neoizquierdas" hay ingenuos o acomodados que piensan así, pero en general las formas de lucha son mucho más variadas que "salir a las calles con globos" (ahora la costumbre es salir con tambores).

Pero, ¿cuál es hoy la alternativa viable?

¿Podemos pensar que, con tantas mentes abducidas, es posible, hoy por hoy (y repito: "hoy por hoy") la vuelta a la "violencia revolucionaria"? Donde quiera que se hace inevitable, una corriente demonizadora revuelve a bastante gente contra ella. La palabra "comunismo", por ejemplo, está proscrita entre muchos, pisoteados que lo necesitarían siquiera para sobrevivir.

(Si en su momento la "Liga de los Justos" no hubiera cambiado su nombre por "Liga de los Comunistas", la palabra "justo" sonaría obscena a muchos oídos).

Pero eso sí, la rabia lleva a muchos pobres ignorantes a aprobar la "mano dura" que prometen los fascistas... ¡contra ellos mismos!

Véase el caso argentino. Lo que han logrado es que los machaquen y repriman. Aparte de que las manifestaciones habrá que hacerlas ahora por la acera, el costo de reprimirlas lo pagarán los convocantes. ¡Los reprimidos pagando la represión! El verdugo será pagado con los bienes del ajusticiado.

¡Divinamente! Así dan mucho gusto la libertad y la igualdad...


DEMOCRACIA Y VIOLENCIA

Andrés Piqueras

El Estado moderno se crea como la instancia privilegiada de acumulación del capital y por tanto como su agente político fundamental.

La sociedad mercantil terminó por generar una forma particular de organización del trabajo social que hoy parece «natural»: los productores desposeídos de medios de vida propios y por tanto obligados a trabajar para otros. Esto implicó la conversión de los humanos en «fuerza de trabajo», una especial mercancía que se compra y se vende en un mercado también muy particular: el mercado laboral. En adelante, la ganancia de quienes acaparan los medios de producción dependería de la explotación del trabajo de quienes se ven forzados a asalarizarse. Circunstancia que en sí misma entraña un antagonismo intrínseco entre explotadores y explotados. El nacimiento del capitalismo parte de esa violencia concreta de una ínfima parte de la sociedad sobre la inmensa mayoría de ella. Es decir, la violencia es elemento constitutivo de esta sociedad.

El Estado monopolizó la violencia en nombre del capital. Así fue ejerciendo la violencia de las leyes que impedían salirse de una determinada localidad, para que la recién creada «fuerza de trabajo» no pudiera moverse con libertad y esquivar el trabajo fabril. Violencia de las leyes de pobres para obligarles a trabajar, y por la misma razón violencia de la supresión de las ayudas sociales a partir de 1834 (Inglaterra). Un trabajo que las leyes permitían que superara las 16 horas diarias, durante 6 y a veces 7 días por semana.

Mismas leyes que, en lógica, también impedían la reunión, la asociación, la manifestación, la huelga

La violencia, asimismo, fue la base de la colonización y arrasamiento de territorios de otros, multiplicando los procesos de desposesión por todo el planeta, destruyendo formas de vida, culturas y pueblos enteros. A sangre y fuego. Con centenares de millones de muertos.

En Europa, la resistencia que ocasionaban esas relaciones antagónicas de violencia, fue incitando a agruparse y a luchar a millones de personas. Todos los logros de nuestras sociedades se alcanzaron contra las leyes establecidas por el Estado en cuanto que «capitalista colectivo».

Cuando las luchas se hicieron organizadas y masivas, es decir, fuertes, el capitalismo recurrió a su expresión más salvaje para someterlas: el fascismo. También a la Guerra o a la amenaza de ella. Hizo guerras entre Estados, guerras de exterminio, guerras coloniales, guerras comerciales, guerras imperialistas e inter-imperialistas (a algunas de estas últimas las llamaron «guerras mundiales»).

Fijémonos en que, en las dos últimas décadas, por ejemplo, el Estado español ha contribuido a bombardear Yugoslavia, Irak y Libia; ha colaborado, haciendo vergonzoso seguidismo de EE.UU., en el despiadado asedio a Venezuela, como antes lo hizo contra Cuba, e incluso se ha sumado a la idiota violencia económica contra Rusia, en detrimento de los intereses de los sectores agrícola y comercial propios. Sumisión auto-lesionadora que, para más inri, EE.UU. paga luego poniendo aranceles a los productos europeo-españoles.

Desde que cobra cuerpo la fase neoliberal del capitalismo, se multiplican e intensifican las manifestaciones brutales de violencia de la clase capitalista y de su instrumento de poder: el Estado. Porque violencia es saltarse a la torera los artículos constitucionales de carácter social. Porque violencia es convertir el mercado laboral en un estercolero, en donde cada contrato es una humillación de la población trabajadora. Violencia es que haya millones de personas desempleadas y hogares donde no entra un solo sueldo. Violencia es tener a casi el 30% de la población en riesgo de pobreza, y a casi la mitad con problemas para llegar a fin de mes. Violencia es haber llegado a desahuciar más de 500 familias al día, y que de nuevo millones de hogares no puedan cubrir los gastos energéticos imprescindibles.

Pero violencia es también que las oligarquías no paguen impuestos para mantener los servicios públicos y evadan y defrauden a mansalva. Violencia es que mientras se tiene casi la mayor tasa de pobreza infantil de Europa, los 20 españoles más ricos ganen más de 1.700.000$ por hora. A escala mundial estamos ante la mayor desigualdad jamás alcanzada por la humanidad: el 1% de la población mundial cuenta con más activos que el 50%.

Nunca he visto a nuestros representantes políticos «constitucionalistas» condenar estas violencias. Antes bien, y como con recochineo, nos quieren hacer creer que las mismas, y las desigualdades que acarrean, son compatibles con la Democracia.

La ilusión democrática en el capitalismo consistió en la igualdad y libertad de decisión formales, mientras que se mantenían profundas desigualdades estructurales. A partir de confundir lo formal con lo real es que la clase capitalista o sus delegados políticos, nos pueden hablar hoy de «igualdad» con una siniestra sonrisa.

La «ilusión democrática» ha sido más o menos aceptada o creíble mientras fue de la mano de un crecimiento económico que permitió servicios básicos, la mejora de las condiciones de vida y el movimiento en la escala social mediante el poder adquisitivo. La «ilusión democrática» se instaló como cultura: ésta era la única forma posible de entender la democracia. El Estado se encargaba de proporcionar la dimensión socio-emocional e ideológica, para producir vínculos afectivos o de complicidad entre él mismo, los individuos y el capital.

Pero hoy que el sistema capitalista da muestras evidentes de vejez y genera más crisis que crecimiento, los Estados cada vez pueden ofrecer menos a sus poblaciones. Más bien las deparan desempleo y empleo basura, deterioro galopante de los servicios, nuevas generaciones sin futuro, destrucción ambiental, empobrecimiento de las grandes mayorías, militarización y guerras. Mientras, las familias, léase las mujeres, se tienen que reventar trabajando para atender todo lo que el mercado laboral expulsa o no cubre con sus ridículos salarios, todo lo que el Estado va dejando de proporcionar. Eso también es violencia.

Como advierten los académicos franceses, Dardot y Laval, la democracia de esta fase del capitalismo, post-neoliberal, tiende progresivamente a vaciarse para pasar a no ser más que la envoltura ideológica de un gobierno de guerra social. La ley se ha convertido en el instrumento privilegiado de la lucha contra la democracia, con lo que la democracia se vacía de su sustancia sin que se suprima formalmente. Lo que quiere decir, a la postre, que se utiliza a la democracia para erradicar todo atisbo de democracia.

Una vez que la democracia deviene antidemocrática, entonces sí, los fascistas también se hacen demócratas. Ahí está Vox para demostrarlo. En España, a todos los que jamás condenaron el franquismo, como el PP, y se sienten a gusto cogobernando con falangistas, como Ciudadanos, se les empezó a llenar la boca de democracia.

También nos hablan de «igualdad» ante de la ley, cuando defienden un rey irresponsable ante ella, con una hermana absuelta de cargos por gracia divina. Nos proclaman la «independencia» del poder judicial mientras los principales partidos políticos se pegan por poner a «sus» jueces, a dedo. Mismos jueces que absuelven luego a los partidos de sus corrupciones, como bien saben en la calle Génova. Una vez que la democracia se ha hecho antidemocrática, entonces ya se puede empezar a acusar de «violentos» a quienes se oponen a todo ello y sancionar penalmente cualquier manifestación popular, artística o laboral en virtud de alguna nueva tipificación jurídica incorporada como Mordaza Social. Y los poderosos o sus representantes comienzan a repetir toda la retahíla: «dentro de la ley todo, fuera de la ley nada»; «siempre dentro del marco de la ley» o «el imperio de la ley». Y el delito de odio, que se hizo para proteger minorías sociales, de repente se aplica a quien se mete con la policía. Y por supuesto, jamás te dejarán ejercer un voto que pueda transformar este estado de cosas. ¿Referéndum para ejercer el derecho de autodeterminación?: ilegal. ¿Protección contra desahucios?: ilegal. ¿Denunciar, como hizo Assange, espionajes, oscuras manipulaciones políticas, intervenciones en países ajenos y masacres?: ilegal. ¿Revelar la identidad de los evasores fiscales?: ilegal ¿Nacionalizar la Banca y las empresas?: sólo para rescatarlas con el dinero de todos y luego a privatizarlas otra vez.

Repitamos, en suma: todos los avances sociales se han conseguido primero contra las leyes del capital, y una vez realizadas ciertas conquistas, yendo más allá de ellas. Y eso no se ha hecho, no se hace, sin dolor ni enfrentamiento. Sin fuerza social.

Pero nuestras neo-izquierdas (Syriza, Cinco Estrellas, France Insoumise, Podemos-IU, Más España, Partidos Verdes…) interiorizan la «ilusión democrática» y nos invitan a lograr grandes cambios sin fuerza, sin ningún costo, sólo votando o saliendo a las calles con globos. Con ello contribuyen también a ocultar el antagonismo intrínseco, la violencia estructural de la sociedad del capital.

¿Están verdaderamente dispuestas nuestra elites y nuestras izquierdas integradas a «condenar la violencia venga de donde venga»?

[Artículo publicado en el diario Público, 22.10.19., antes de que comenzara a censurar colaboraciones de este tipo, cuando se cerró el espacio mediático europeo con la Operación Especial rusa en Ucrania, y que he traído aquí otra vez a colación, por lo que me parece que sigue teniendo de actualidad. Sobre todo cuando cada vez más se nos quiere hacer condenar «la violencia» de quienes se resisten a unas u otras ocupaciones, como ocurre en Palestina].

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