miércoles, 13 de diciembre de 2023

Herodes y el decrecimiento

El pasado lunes el Ateneo de Pontevedra presentó el libro Ojos de Palestina, una aproximación histórica, personal y sentimental escrita por el médico palestino Anan Abdalah. Los actuales acontecimientos han recordado al mundo una tragedia permanente, periódicamente eclipsada por periodos de aparente normalidad y por el aluvión de noticias de todo tipo que saturan los informativos y los cerebros.

En algún momento de la charla se hablaba de la rebelión larvada que de vez en cuando rebrota si algún hecho sangriento hace estallar la indignación de este pueblo, provocando de seguida una represión feroz por parte de los ocupantes. La rebelión, pese a ello, rebrota una y otra vez, y no puede ser de otro modo mientras perdure esta situación insoportable.

Recuerdo que en la conversación se dijo algo así:

"Los guerrilleros de hoy son los niños huérfanos de ayer, los que vieron morir a sus padres en los bombardeos de la Operación Plomo Fundido, ("plomo impune", escribió con amargura Eduardo Galeano). Bombardeos que ahora son terriblemente superados (Espadas de Hierro es el nombre, tan feroz como siempre, de la nueva operación); los niños que ahora sobrevivan son potenciales enemigos futuros". 

Ante esta realidad ¿podemos pensar que no hay intención de matar niños, matar mujeres embarazadas, disminuir la población palestina aniquilando el relevo generacional, para que a los adultos peligrosos de hoy no se sumen los adultos peligrosos de mañana?

No es extraño que Israel, capaz de encarcelar a niños de ocho años, ataque un hospital infantil o una escuela de la ONU. Un niño palestino muerto hoy será en el futuro un enemigo potencial menos.

«El único indio bueno es el indio muerto», muerto el perro se acabó la rabia, parece ser una consigna de los peores elementos de la ultraderecha israelí. El Gran Israel es un sueño imposible si los palestinos son en algún momento mayoritarios, como imposible fue la Sudáfrica del apartheid. Expulsar a los habitantes autóctonos o eliminarlos si no se van por las buenas es la única opción para el supremacismo sionista. Por ahora les parece algo viable.

Es muy crudo afirmar que se pueda matar deliberadamente a niños con un plan calculado, pero en la misma Biblia encontramos ejemplos de esta idea, atribuida en ella a los egipcios. Viendo como crecía la población hebrea, el faraón ordenó "eliminar a los niños varones nacidos en el parto de las mujeres hebreas". Milagrosamente, en el relato bíblico Moisés fue salvado de la aguas del Nilo.

Y aunque eso no figura en el Antiguo Testamento, la idea reaparece en el Nuevo, cuando Herodes ordena la Matanza de los Inocentes, ante la profecía de que uno de ellos lo podría destronar.

Así que la idea es vieja. Claro que en estas historias bíblicas son los "malos" quienes pretenden eliminar a "los buenos".

Los pueblos sometidos son útiles solamente como esclavos, como mano de obra barata a la que explotar. Si sobran, o si son peligrosamente excesivos, ¿qué hacemos con ellos?

En estos tiempos de decrecimiento imparable, ¿a quiénes dejamos fuera? ¿Qué hacemos con los "sobrantes"? Un Herodes con motosierra, Javier Milei, lo tiene claro. Por el momento, su devaluación del peso argentino a menos de la mitad de su valor actual duplica allí con creces el del dólar y enriquece brutalmente a los únicos capaces de atesorar dólares, mientras condena a la miseria, y potencialmente a la muerte, a una mayoría.

¿Para qué ir tan lejos? En la pulcra Europa de los derechos humanos y los "valores de Occidente", los inmigrantes son bienvenidos si se los puede explotar como mano de obra barata, pero si son refugiados incómodos a los que mantener, es lícito deportarlos... por ejemplo: ¿a Ruanda?

Las élites mundiales saben que les sobra mucha gente, muchos esclavos. Por eso estamos en el tiempo amenazador de las distopías. Un ejemplo, surgido durante la pandemia no tan pasada, me ha ocupado con motivo de la presentación del libro Todos los dioses del hombre. De este otro libro me ocuparé en breve. En ambos, una caótica situación límite lleva al exterminio a poblaciones enteras.

Volviendo a las tragedias cruzadas de los pueblos judío y palestino, un tratamiento paralelo, que incluye el asesinato de niños en campos de concentración, lo encontramos en el libro de José Luis Outes de título El tiempo, la mirada y la palabra, que se presentó hace poco en Pontevedra. Es la historia (real) narrada en Las cometas no son para los niños.

Sobre el lento genocidio palestino retorno al libro de Anan Abdalah:


Ojos de Palestina es una aproximación histórica, personal y sentimental a la historia del pueblo palestino y de Palestina: histórica porque se cuentan algunos de los acontecimientos clave ocurridos a lo largo de su historia que nos ayudan a conocer y entender mejor su pasado y su presente; personal porque se narran las vivencias personales de personas de carne y hueso (Hassan y su familia, en concreto) a lo largo de varias generaciones, y que nos ayudan a comprender el sufrimiento del pueblo palestino a lo largo de su devenir histórico y en ese su cotidiano día a día, a menudo ensombrecido por los grandes hechos mediáticos que puntualmente nos golpean informativamente; y sentimental porque, al leer esta obra, resulta imposible mantenerse alejado de los hechos que se han vivido en ese espacio geográfico durante el último siglo y no verse conmovido (como el autor) e interpelado por lo que allí ha ocurrido y sigue día a día ocurriendo, con la incapacidad y la impotencia, cuando no la aquiescencia, de la Comunidad Internacional y las grandes potencias mundiales, como protagonistas de los hechos.

Se trata, en definitiva, de una feroz pero documentada crítica a quienes, por acción o por omisión, han ocasionado o permitido el sufrimiento del pueblo palestino en su propia tierra durante largos años y hasta nuestros días. Y una muestra de solidaridad a las víctimas del conflicto.

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