domingo, 11 de junio de 2023

Todos los dioses del hombre

Ese es el título elegido por Julián Rodríguez Novo para su nueva novela. ¿Cuáles son esos dioses? A través de ella iremos descubriendo a esos seres fantasmagóricos. No adelantaré la estructura del escenario, que cada lector debe ir armando a lo largo de una acción fragmentada en el espacio y en el tiempo. Espacio y tiempo extraños, tan extraños como lo es la realidad que nos ha tocado vivir.

Los habitantes de ese mundo están programados para obedecer órdenes sin cuestionarlas. Ese es el papel de los dioses, de todos los dioses y en todas las religiones, incluidas las supuestamente laicas: son seres indiscutibles. El ansia por conocerlos es el mayor pecado, que en todas expulsa del paraíso. Se ocultan y parecen omnipotentes aunque su mayor fuerza resida en el imaginario de los fieles. Las órdenes son tanto más eficaces cuando más se desconocen su origen y su motivación.

Ese mundo subterráneo y opresivo está férreamente jerarquizado. Pronto descubrimos la atroz manera con la que los mismos guardianes de ese orden cruelmente estratificado son dominados, utilizando el mismo terror que infunden a los demás. La miseria y la degradación aumentan hacia abajo, y los privilegios se reservan para los habitantes de más arriba, una cúpula misteriosa que solo iremos descubriendo hacia el final, aunque se nos vayan dando pistas que tienen mucho que ver con situaciones reales, como la pandemia que hemos padecido, y con mitos modernos también glorificados y temidos: la manipulación genética, la inteligencia artificial...

Que sepamos, los animales no se plantean su futura muerte sino el presente en que deben conservar la vida. Desde que la humanidad contempló la muerte como horizonte, los fantasmas de la desaparición individual y el apocalipsis colectivo han alimentado todas las religiones. Pero la distopía es otra cosa y aparece mucho después. La utopía surge con la conciencia del progreso en el Renacimiento, mientras la distopía no lo hace hasta el triunfo de la máquina. La primera expresa aspiraciones de la burguesía en ascenso, la segunda su temor tras un triunfo que empieza a ser disputado, a la vez que se van haciendo patentes sus limitaciones.

El mito de Frankenstein inaugura la amenaza sentida por la conjunción de ciencia y poder. Un siglo después abundan ya los clásicos del género distópico, como “1984”, “Un mundo feliz” y “Fahrenheit 451”. 

La novela entra de lleno en este subgénero distópico de la ciencia ficción. Como recordó la profesora Betty León al presentar el libro, la ciencia ficción te permite soñar todos los mundos posibles, pero desde la última mitad del siglo pasado todas las utopías se hicieron imposibles y se convirtieron en distopías. "De repente se hizo imposible imaginar un futuro que no sea un desastre”. Añadió que la novela es “un juego de espejos”. “Por una parte, presenta un conflicto evidente y por otra nos hace preguntarnos: ¿Hemos fracasado como especie o todavía tenemos una posibilidad de cambiar las cosas?”.

El mayor peligro de la distopía es aceptarla, creer que un destino inexorable nos arrastra al abismo. El fatalismo paralizante puede impedirnos reaccionar a tiempo, dando por inevitable lo que parece probable. Pero probable no es lo mismo que probado.

Esta es la ambivalencia de percibir las amenazas. Si ya no hay remedio no hay nada que hacer, si lo hay no hay que hacer nada; puedo seguir como siempre, porque el peligro está lejos y ya encontrarán la solución. En ambos casos dejo de actuar.

Un pensamiento alternativo sería: si el futuro es oscuro, trabajemos para que sea menos oscuro. Si hay esperanza, consideremos que será únicamente por nuestra actuación. Conocer las amenazas es positivo siempre que nos planteemos luchar contra ellas. Por eso advierte el autor del libro:

“Enfocar el futuro solo como un desastre resta militancia social”

En Pontevedra se presentó la novela en la Librería Metáfora. Junto al autor intervinieron los profesores Betty León Fong, catedrática jubilada de Física Aplicada en la Universidad de Vigo, y Xesús Alonso Montero, académico y catedrático emérito de la Universidad de Santiago de Compostela.

El autor ha recorrido ya un largo trayecto como investigador en estudios literarios, dramaturgo, guionista y director de escena. Su obra teatral Unha morte lanzal, sobre la tragedia del bou Eva, fue finalista del Premio Nacional de Literatura Dramática. Anunció Alonso Montero que puede ser llevada al cine, con guión del autor. Comentaba el profesor que si esto hubiera sucedido en Cataluña habría museos dedicados a la memoria y ya se habría llevado a la gran pantalla.

Se estructura la novela en 36 capítulos y un epílogo, precedidos por títulos enigmáticos a través de los que vamos componiendo su espacio y su tiempo. Son como secuencias cinematográficas desordenadas, cuya concatenación queda a cargo del lector. En cada una de estas secuencias hay cabos sueltos que solo se atarán en alguna de las otras.

Se me ocurre que para su lectura podría funcionar cualquiera de los modos alternativos que propone Julio Cortázar en Rayuela y, como en aquella novela, se podría convertir esta en un relato lineal que le daría un carácter plano alejado de la intriga que mantiene atento al lector-espectador. No podía escapársele esto a un estudioso de la literatura. 

Quizá el listado de los títulos que con calculado desorden nos van situando permita entender mejor lo que quiero decir. Espero no incurrir con ello en spoiler:

Planta 1. Nivel de seguridad: máximo. Último circulo
En otro momento, en otro lugar... en otro mundo
Área 2. Territorio Tólico
La buhardilla. Área 6. Sin delimitar
En otro tiempo, en otro lugar
Área 6. Sin delimitar
En todas las áreas, en todos los niveles
Área 6. Sin delimitar
En otro momento, en otro lugar
En el límite
Área 6. Sin delimitar
El laberinto
En otro momento, en otro lugar
Área 6. Sin delimitar
En otro momento, en otro lugar
Área 6. Sin especificar
El despacho
Programación
Área 6. Territorio sin especificar
El Hospital
Área 6. Territorio sin delimitar
El sótano
Área 6. Territorio sin delimitar
Hospital
Economía
En otro momento, en otro lugar
La puerta
La puerta
El bar
En los túneles
Área 6. Sin delimitar
En otro tiempo, en otro lugar
Área 2. Mucho tiempo atrás
Área 6. El ascensor
La Puerta
El laberinto
Epílogo. A la salida del hospital

Quienes presentaron el libro destacaron algunas reflexiones intercaladas en el texto. Trataré por mi parte de seleccionar, con la venia del autor, las a mi juicio más relevantes:

La percepción del tiempo es algo curioso, juega con nosotros y nuestra realidad depende en gran medida de lo que tengamos que hacer, pero sobre todo de cómo queramos afrontarlo y también del espacio, de ese pedazo que configura nuestro universo. En contra de lo que dicta la lógica, es la rutina, en la repetición de las mismas acciones y en los mismos espacios la que confiere al tiempo un menor valor. O dicho de otro modo, en la rutina el tiempo pasa más deprisa, o se percibe así. (...)

(...)

(...) Como todo pasó a ser ficción narrativa, la posmodernidad se mostró como la postura tolerante por excelencia. Todas las culturas y sus respectivas interpretaciones de la realidad quedaron igualadas, sin existir una posición privilegiada desde la cual juzgarlas. Todo era hermenéutica, narración, poesía, mito, prejuicio, contexto, fragmento, juego, perspectiva, subjetividad... (...)

Ciencia y religión pasaron para muchos a valer lo mismo, pese a sus dispares aportaciones al conjunto de la humanidad. Si en algo aventajó el primer cuarto del siglo XXI a sus antecesores fue en la dictadura de la salvajada, las redes sociales permitieron a todos hablar a la vez y entre tanto ruido no fueron escuchados los más preparados o los más inteligentes. Los tontos se hicieron seguidores de otros casi igual de tontos, porque utilizaban un lenguaje en el que los primeros se sentían cómodos y compartían sus prejuicios.

(...)

Todo el mundo habla de la verdad... pero... ¿qué es la verdad? Solo algo a lo que te aferras para justificar tus acciones, tus elecciones. Un mapa donde el único recorrido válido para llegar al lugar donde te encuentras se resume en el camino ya andado. Una máxima que un día muy lejano quizá copiaste de un libro, de una conversación o de una película. Toda verdad puede ser derribada si se somete a sí misma a una mirada crítica desde el punto de vista adecuado. Por cada argumento de peso a favor hay siempre uno equivalente en contra. Los seres humanos vemos y oímos el mundo desde un espectro de frecuencias, otros animales lo hacen percibiendo otras, para ellos la verdad es distinta. (...)

(...) Pero y si existiese una verdad superior, una que se pudiese llegar a alcanzar ¿qué habría que hacer para conocerla? Y si una vez hecho ese sacrificio no nos gustase lo que encierra, lo que dice de nosotros, ¿qué haríamos entonces con esa información? ¿La negaríamos o la aceptaríamos? 

Todo el mundo miente para defender su estatus y su sociedad frente a las demás, de tal forma, que la verdad siempre es revolucionaria, porque atenta contra lo que nos han hecho creer que está bien. Siempre resulta incómoda y nunca reconfortante, derriba los muros que hemos fabricado para considerarnos felices y a salvo y sacude nuestro mundo mostrándonos cómplices, en mayor o menor medida, de la injusticia. A los ojos de la verdad todos somos culpables, porque ningún tiempo es justo con sus habitantes y ningún hombre es un santo, ni lo ha sido jamás. El que puede ver a la verdad a los ojos es siempre el más peligroso de los hombres. Y el que ha sido capaz de comportarse de acuerdo con esa verdad ha sido perseguido a lo largo de la historia y convertido en un enemigo público, en una amenaza para el orden establecido, para la corriente moral trascendente de su época. Es mejor no enfrentar nuestra alma a esa verdad, si existe, porque hacerlo nos obligaría a ser mejores de lo que somos y ese es un precio que nadie está dispuesto a pagar. 

Cuando esa verdad pertenece a unos pocos, la gran mayoría se tiene que conformar con mitos y leyendas, con los ropajes de lo que en un tiempo tuvo algún significado para alguien, pero que ya nadie recuerda y solo lo repite, porque le han enseñado que ese es el camino correcto. Hace mucho tiempo se realizó un experimento aparentemente simple: una pequeña comunidad de monos se encuentra encerrada en un hábitat, en realidad una jaula y tienen frente a ellos varios plátanos que podrían alcanzar...

Podéis imaginar la intención y el resultado del experimento, para cuya completa descripción remito al libro. Baste decir que, creado el temor a un castigo por subir a recoger los plátanos, si poco a poco se van sustituyendo los monos por otros que no lo sufrieron, seguirán reacios a apoderarse de ellos, aunque de la pequeña sociedad inicial no quede ya nadie, y todo el comportamiento se apoye en la transmisión "cultural" de la conducta aprendida.

Termino esta selección copiando el principio del capítulo 32, "en otro tiempo, en otro lugar":

El siglo XXI supuso un salto tecnológico exponencial. Una gran variación en el paradigma del orden moral trascendente. Al mismo tiempo que los mediocres y habituales gurús de la posmodernidad y la autoayuda, cómplices entusiastas de los sistemas neoliberales, se hacían ricos vendiendo a la gente humo de colores, aquello que querían oír, sin preocuparse de si tenía o no que ver con la realidad. La comunidad científica, los verdaderos intelectuales, dio lo mejor de sí a cambio de ridículas bolsas oficiales que apenas les permitían malvivir, con sueldos que harían renunciar a su contrato al peor de los fontaneros y llevarían al terreno judicial a cualquier mediocre funcionario. Pero el romance entre la población y las nuevas facilidades que brindaba la ciencia (la nueva calidad de vida) duró lo suficiente para que no se rindiesen. Por desgracia, y como ocurre desde el origen de los tiempos, ganaron los malos y las iniciativas privadas que solo buscaban el beneficio rápido, colapsaron a los proyectos diseñados para el beneficio de la mayoría. 

Los ingenieros hicieron posible lo que poco tiempo antes parecía un sueño. Los avances, cada uno más deslumbrante e ilusionador que el anterior, no dejaban de sucederse y de sorprender al mundo. Pero por lo general, el ser humano necesita de un periodo para adaptarse a los cambios. Ese lujo ya no era posible; o te movías o en un abrir y cerrar de ojos habías caducado. Se creó un profundo cisma generacional. En la antigüedad la vejez era sinónimo de experiencia y de sabiduría, por lo que era útil e incontestable, pero ahora, que los padres y los abuelos ni siquiera podían manejarse dentro de las nuevas plataformas que lo regían todo, su edad solo parecía ser un problema, sus pensiones una carga, su salud un gasto continuo, la primera generación que no llegaría a jubilarse debía enfrentarse a otra que reivindicaba los derechos prometidos durante la vida laboral. Se mire donde se mire, un pésimo caldo de cultivo para el entendimiento y la convivencia. La gente estaba interconectada veinticuatro horas al día, localizada y definida por algoritmos que les encuadraban en perfiles, su actividad suponía un constante y milimétrico estudio de mercado subastado para su constante explotación. La tecnología les ofreció el regalo de no tener que elegir y la libertad de no tener que volver a preocuparse por ser libres. Dentro de esa comunicación y conectividad constante, de ese riguroso control mercantil llamado «progreso», se configuró un nuevo tipo de soledad. Del mismo modo que el crecimiento de las grandes urbes había supuesto el aislamiento de parte de su población tiempo atrás, a principios del siglo XXI las redes sociales crearon un nuevo tipo de hombres y mujeres con acceso a todo e interés por nada, en soledad, pese a estar a un solo clic del resto del planeta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario