jueves, 22 de junio de 2023

Bailar encadenados

En su último libro «Bailar encadenados» Jorge Riechmann reflexiona sobre la posibilidad de ser libres en un mundo de múltiples determinaciones. Determinaciones sociales, pero también biológicas, y ambas pueden ser objeto de manipulación, si se dispone de los conocimientos y herramientas para hacerlo.

Ahora mismo vemos como las elecciones pueden ser manipuladas eficazmente a través de herramientas informáticas. Recordemos las incesantes manipulaciones sobre datos a partir del escándalo Facebook-Cambridge Analytica, y la facilidad que ofrece la "inteligencia artificial" para crear falsas realidades, cada vez más difíciles de detectar.

En cuanto a las determinaciones biológicas, tan manipulables como las primeras, los avances en las neurociencias y la psicología cognitiva llevan a algunos investigadores a negar de plano la libertad. ¿Está el ser humano fatalmente determinado por su propia biología o hay todavía un espacio de libertad en su vida biológica?

Así se lo cuestiona el autor en una entrevista. Antes de responder nos presenta un sorprendente experimento que ha demostrado cómo los jueces son más benevolentes cuando acaban de comer. Según esto, si queremos una justicia dura y ejemplarizante deben estar hambrientos al dictar sus sentencias. Si en cambio la queremos compasiva deberán tener el estómago contento.

Se me ocurre que tal vez sea también posible manipular el comportamiento de los policías antidisturbios con otro experimento pavloviano. ¿Serán más eficaces y contundentes si antes de intervenir pasan tensas horas encerrados en un furgón pasando calor, o será mejor que vayan relajados y recién duchados? Chi lo sa?

Para contestar esta pregunta habrá que recordar otra vez a Spinoza. No hay libertad sin reconocimiento de la necesidad. La libertad, o la mera posibilidad de ser parcialmente libres, ha de basarse en el conocimiento. Cuanto mejor conozcamos esas determinaciones externas, y desde luego las crasamente manipuladoras, mejor podremos defendernos de ellas. Jamás dejaremos de estar determinados, pero desde luego nos libraremos mejor de las técnicas de construcción de voluntades.

También deberían saber esto jueces y policías.


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Un ejemplo llamativo del tipo de cuestiones que se suscitan con ese cuerpo de conocimiento nuevo es un estudio emprendido hace unos años en Estados Unidos que analizaba las decisiones judiciales de más de mil procesos de libertad condicional. Se descubrió de forma quizás sorprendente que el mejor predictor de si un juez le concedería la libertad condicional a un preso o lo enviaría de vuelta a la cárcel era cuántas horas habían pasado desde su última comida: los jueces son más benévolos justo después de comer.

Seguramente ninguno de esos jueces consideraría como un factor relevante en su decisión el efecto del azúcar en sangre; hay influencias biológicas subterráneas que nos afectan todo el tiempo, pero normalmente no tenemos ni idea de su existencia. La psicología social y la cognitiva nos hacen tener más en cuenta algunas determinaciones que antes ni siquiera teníamos en cuenta.

¿Tener conciencia de esas restricciones empeora nuestra situación como seres libres? No. Es justo al revés. Solamente si nos hacemos conscientes de esas determinaciones que son reales tenemos opciones de ponerlas fuera de juego (poniendo, por ejemplo, una bandeja de minicruasanes a la entrada del tribunal). 

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LegalToday

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