domingo, 10 de diciembre de 2017

Progreso... ¿qué progreso?

Una visión dialéctica del mundo me lleva a invertir (dialécticamente, claro) la cruel ironía del ciego,  "¿qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud", para ponerla sobre los pies y actualizarla en "lo que te dió salud te enferma ahora".

Porque la idea de progreso que ha acompañado el ascenso de este sistema económico tan voraz como suicida es bifronte. Junto a logros innegables contiene la semilla de la destrucción. Ahora comienza el descenso, y casi (solo casi) asombra la pertinaz insistencia en mantenerla cuando está ya en el umbral el ocaso inevitable del sistema. Casi asombra, porque el prestigio y el conocimiento de los mejores cerebros contiene en sí también el del reptil del que procedemos. Y existe un instinto negador de lo desagradable.

La humildad a que nos lleva entender esto es el primer paso para trascenderlo.

La (auto)destrucción del capitalismo actual (vaya, ya salió la palabreja inevitable), en vez de dar lugar a un mundo mejor puede, va camino de ello, causar un daño inmenso a la humanidad, como ya lo está haciendo a muchas otras formas de vida.

Jorge Riechmann reflexiona una vez más, en su discurso tan monótono como necesario (pero la nota pedal es la que sostiene la melodía) sobre estas cosas.

Para los que se desesperan por no poder leer todo lo que les interesa, dejo aquí la pregunta y el casi decálogo de sus indicaciones finales.






































(...)

En esta tremenda tesitura, me atrevo a proponer nueve indicaciones para pensar nuestro presente, y con ello cierro estas páginas:
  1. Lucidez –no autoengañarnos. Nada de wishful thinking. Aunque eso conduzca a ser considerados “extremistas” desde el “centro” de la cultura dominante, que sí que es extrema (¡nada más extremo que el capitalismo con su dinamismo autoexpansivo de crecimiento perpetuo!).
  2. No exagerar (síntesis budista- cristiana a través del sabio jesuita Juan Masiá).
  3. Superar en lo posible el fetichismo de la mercancía, la máxima fuente de alienación a lo largo de toda la Modernidad, como nos han recordado las “nuevas lecturas de Marx” (la crítica del valor de Robert Kurz y su gente, tan bien sintetizada por Anselm Jappe en un libro como Las aventuras de la mercancía, Pepitas de Calabaza, Logroño 2016.).
  4. Desprendernos de la tecnolatría. Tratar de pensar con la mayor objetividad posible acerca de la técnica (y la tecnociencia).
  5. Perspectiva no sólo de longue durée (Fernand Braudel) sino de Big History: lo humano en perspectiva cósmica. (Un buen texto en español para ello es el de Fred Spier: El lugar del hombre en el cosmos, Crítica, Barcelona 2011.)
  6. Reconocer el carácter fosilista de nuestra cultura –y de nuestras ideas de emancipación humana. Prioridad del binomio energía-clima. (Cómo afrontarlo en el marco de un proyecto de país para el Estado español es lo que han explicado Fernando Prats, Yayo Herrero y Alicia Torrego en La Gran Encrucijada, Libros en Acción, Madrid 2016).
  7. “Renaturalizar” las ciencias sociales y la filosofía (como sugería Manuel Sacristán en sus últimos años de vida). No sólo Marx, Nietzsche y Freud –también Sadi Carnot y Charles Darwin. La autonomía del sujeto humano es un logro civilizatorio, pero no puede construirse sobre una fantasiosa oposición a la naturaleza.
  8. Por eso, priorizar por encima de todo la construcción de una cultura no de dominación sobre la naturaleza, sino de simbiosis con ella. No estamos por encima de la naturaleza –como observa Mª José Guerra- sino que somos naturaleza en la naturaleza (Breve introducción a la ética ecológica, Antonio Machado Libros, Madrid 2001). Si pudiéramos aceptar que somos, esencialmente, animales con responsabilidades especiales 
  9. Comprender (y venerar) el carácter excepcional de nuestra Madre Tierra, Gaia/ Gea, con sus impresionantes capacidades de autorregulación basada en la vida y favorable a la vida. La biosfera-en-geosfera de nuestro tercer planeta del Sistema Solar constituye un gran supersistema homeostático: la comparación con la tórrida Venus y el helado Marte, desprovistos de vida, debería enseñarnos “temor y temblor”. (Hace tiempo que la hipótesis Gaia se convirtió en la teoría Gaia: nuestro medio ambiente planetario es homeostático. El sistema de la Tierra se autorregula, tendiendo a mantener constantes su temperatura y composición atmosférica. James E. Lovelock lo comprendió en los años setenta del siglo XX, y desde entonces hemos ido entendiendo cada vez más de la inmensa complejidad de estos mecanismos de autorregulación, y del papel crucial de los seres vivos en ello.) Si queremos tener un porvenir en la Tierra, cuidemos la vida. Nos va –literalmente- la vida en ello. Como señaló en muchas ocasiones la gran Lynn Margulis, Homo sapiens es peligroso para sí mismo (y para muchas otras especies), pero no para Gaia. “Gaia, una perra vieja, no está en absoluto siendo amenazada por los humanos. La vida planetaria sobrevivió por lo menos tres mil millones de años antes de que la humanidad fuera siquiera el sueño de un simio lúcido que deseaba una compañera sin pelo. Necesitamos honestidad. Necesitamos que nos liberen de nuestra arrogancia especie-centrista. (…) No somos los más importantes porque seamos tan numerosos, poderosos y peligrosos. Nuestra tenaz ilusión de poseer una patente de corso oculta nuestro verdadero estatus de mamíferos erectos y enclenques” (Margulis, Planeta simbiótico, Debate, Madrid 2002).

2 comentarios:

  1. Se preguntaba (y se respondía) León Felipe ¿por qué habla tan alto el español? Basta con sustituir el gentilicio 'español' por 'ser humano' y tendremos una formulación ajustada al tema que nos ocupa y preocupa.

    "El que dijo tierra y el que dijo justicia es el mismo español que gritaba hace 6 años nada más, desde la colina de Madrid, a los pastores: ¡eh! ¡que viene el lobo!

    Nadie le oyó. Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento, y todavía ahora no hacen más que preguntar como los pedantes: ¿Pero por qué habla tan alto el español?"

    ResponderEliminar
  2. No están sordos, ni son locos.
    Simplemente saben que no existe la vida eterna.
    Y creen que no hay más vida que la suya.

    ResponderEliminar