Construyendo brechas en la Europa del “ajuste estructural”.
Miguel Romero. Viento Sur
¿Qué hacer, cómo hacer? Sólo la experiencia de nuevas luchas sociales puede revelarlo. Como máximo, podemos considerar algunas pistas muy generales y que intentan ser razonables:
En primer lugar, los problemas son urgentes, pero las alternativas y las relaciones de fuerzas para afrontarlos tienen que enfocarse a medio plazo. Esta discordancia de tiempos aconseja priorizar campañas con cierta estabilidad y de carácter ampliamente unitario. Para ello es fundamental evitar los consensos obligados y aprender a gestionar democráticamente desacuerdos y conflictos inevitables.
En segundo lugar, hay una gran coincidencia en la izquierda social y política sobre importantes reivindicaciones básicas (política fiscal, empleo, oposición a la energía nuclear, servicios sociales: sanidad, educación, cuidados… …); el problema está en dotarlas de credibilidad y apoyo social. En este sentido, podría ser muy útil una campaña común a medio plazo: por ejemplo, las auditorías de la deuda, que afecta a una cuestión central de la política económica, puede servir de “puente” para relacionar problemas inmediatos con objetivos anticapitalistas y puede alcanzar una legitimidad social amplia.
En tercer lugar, es necesario ampliar el repertorio de acciones, atendiendo sobre todo a las nuevas formas de lucha que se crean “abajo”: por ejemplo, las actuales acampadas; también, las experiencias de bloqueo de funcionamiento de la economía en las huelgas de Francia de octubre del año pasado. Este tipo de acciones desbordan la legalidad y tienen que protegerse frente a la represión policial, que constituye ya un problema gravísimo en Grecia, y judicial. Conseguir una fuerte legitimidad social para la “desobediencia” es la primera condición.
En cuarto lugar, habría que basar el sentido de la izquierda política anticapitalista en la política a medio plazo. La reflexión y los debates sobre problemas teóricos y estratégicos son necesarios, pero no contamos con la imprescindible base de experiencias prácticas actuales para poder vincularlos con la política concreta. Precisamente, una de las mayores dificultades para la política anticapitalista está en encontrar “puentes” con eficacia práctica, que relacionen las resistencias y las indignaciones ya presentes con los objetivos futuros de derrocar al capitalismo. Por ello, habría que evitar lo que podríamos llamar una “huída estratégica”, en el sentido de sustituir con debates conceptuales y analogías históricas la dificultad para desarrollar políticas concretas, orientadas a medio plazo.
Finalmente, hacen falta objetivos fuertes, que den sentido a las necesarias resistencias inmediatas. Pero hay que saber medir bien los tiempos. Por ejemplo, entre esos objetivos, me parece especialmente importante romper el actual mapa político de la izquierda. Un proyecto, que aspire a ser socialmente creíble para hacer frente a la crisis capitalista defendiendo los intereses de las clases trabajadoras, debería incorporar la necesidad de crear una fuerza política que ponga fin a la mayoría política de los “partidos socialistas” en el “pueblo de izquierdas” y al régimen bipartidista de partidos turnantes. Pero si este objetivo se enfoca como una tarea inmediata, sin contar con la necesidad previa de construir una relación de fuerzas social potente -que no parece existir en ninguno de los países que estamos considerando- que lo sostenga y le dé credibilidad, puede convertirse en un slogan de propaganda vacío o una operación táctica sin futuro.
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