martes, 21 de febrero de 2012

Sobre cómo negar la existencia de lo que no existe

Con este tautológico título (¡que cacofónico queda!), Pedro Prieto publica en la página Crisis Energética un artículo de cuyo interés general extraigo un elemento revelador que, como los trucos de los prestidigitadores, puede quedar oculto, justamente por su obviedad.

¿No fue Saddam Hussein un colaborador de Occidente en su cruenta guerra contra Irán? Podría decirse que luego se enemistó con sus amigos anteriores. Pero ¿y Gadafi? Aquí se invierte la cronología de la amistad, porque cuando lo atacaron era ya un fiel amigo de Occidente. Pero lo destruyeron junto a su país y sus planes de desarrollo.

Ahora son otros los enemigos, que casualmente detraen petróleo de la exportación para su mantenimiento y desarrollo interno.

Aunque eso del desarrollo lo entiendan a su manera, las satrapías del Golfo también están pasando a ser grandes consumidores. ¡No se preocupen! ya les tocará: están a la cola.

Los yankis (no todos, ese uno por mil al que llaman uno por ciento) inventaron ya en Vietnam lo de "devolver al país a la Edad de Piedra". Ahora está más clara esa idea, porque unos productores de petróleo que no consuman petróleo son lo mejor que pueden soñar los grandes depredadores.

Llegarán a ser los más ricos del cementerio.






Se puede observar que de los 87 millones de barriles diarios teóricos que se extraen, menos de la mitad quedan disponibles para los que necesitamos importar petróleo. El resto ya lo están consumiendo los propios países productores.

El problema es que al recibir los países productores grandes remesas de dinero por la venta de este preciado líquido, están aumentando más rápidamente que los demás sus consumos internos, por los desarrollos económicos que se pueden permitir. Por otro lado, la necesidad de consumir más para sacar lo mismo en sus gigantescas infraestructuras petroleras (plataformas de exploración y extracción, bombeo, transporte, refino, etc., a medida que sus campos envejecen y se van agotando, también aumenta su consumo interno, incluso con el petróleo regular-­‐convencional.

Los casos de las guerras de Irak y Libia han sido dos ejemplos muy transparentes, de cómo los poderosos consumidores occidentales han conseguido dejar prácticamente intactas las infraestructuras petrolíferas y gasísticas (ese coste energético de mantenerlas es sagrado), pero han conseguido destrozar y reducir a cenizas los atisbos de desarrollo que tenían planteados sus líderes derrocados y asesinados, el consumo interno.

Si uno analiza los países productores-­‐exportadores más importantes, aparte de estos dos mencionados, se encuentra a Venezuela y a Irán con crecimientos considerables de sus consumos internos. No parece casualidad que sean dos países considerados canallas por Occidente. Se observa que sus exportaciones llevan estabilizadas o incluso en declive bastante tiempo, aunque sus consumos internos han ido aumentando considerablemente. Una ruptura modelo Irak o Libia, con una vuelta a la Edad de Piedra de esos países, haría caer sus consumos domésticos en picado y si las infraestructuras petrolíferas y gasísticas internas quedan intocadas, liberaría una considerable producción para las exportaciones.

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