Racismo, etnocentrismo, no son valores positivos en nuestra sociedad. Pero antes fueron  lo más
natural. Indios, negros, no eran humanos en el mismo sentido que
nosotros.
No ha sido así sólo en Occidente. Casi
todas las culturas se tienen a sí mismas como modelos de “lo que debe ser”. En muchas el concepto de “humano” se restringe en exclusiva al grupo propio. La palabra bárbaro no
denota a un ser superior, a pesar de que a veces digamos admirativamente ¡qué bárbaro!.
El pensamiento ilustrado y un mejor conocimiento van superando esta forma de ver a los otros. El
humanismo blando y oficial mayoritario nos genera buena
conciencia, sobre todo a quienes nos vemos más o menos confortablemente a salvo.
La ideología occidental es tolerante con los otros, sin considerarlos exactamente sus iguales. Porque ellos discriminan, son
racistas, intolerantes, fanáticos, sectarios. Nosotros no, y por eso somos
superiores.
Claro que en eso mismo se escudan los que entre nosotros (y cada
vez es más dudoso que sean minoría) son discriminadores, racistas,
intolerantes, fanáticos, sectarios. Lo son contra ellos porque sobre ellos proyectan sus propios temores, sentimientos,
impulsos y pensamientos reprimidos.
Así, nosotros no somos racistas pero ellos sí, no los
odiamos como ellos nos odian, ni somos fanáticos como ellos. Nosotros no somos
peligrosos para ellos, pero ellos son un peligro para nosotros, así que: ¡a por ellos!
Así define la Wikipedia el mecanismo psicológico de la proyección:
De un artículo de Mike Marqusee en Red Pepper, hallado en Rebelión, son estos párrafos:La proyección es un mecanismo de defensa que opera en situaciones de conflicto emocional o amenaza de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto. Se «proyectan» los sentimientos, pensamientos o deseos que no terminan de aceptarse como propios porque generan angustia o ansiedad, dirigiéndolos hacia algo o alguien y atribuyéndolos totalmente a este objeto externo. Por esta vía, la defensa psíquica logra poner estos contenidos amenazantes afuera. Aunque el término fue utilizado por Sigmund Freud a partir de 1895 para referirse específicamente a un mecanismo que observaba en las personalidades paranoides o en sujetos directamente paranoicos, las diversas escuelas psicoanalíticas han generalizado más tarde el concepto para designar una defensa primaria.[1] Como tal, se encuentra presente en todas las estructuras psíquicas (en la psicosis, la neurosis y la perversión). Por tanto, de manera atenuada, opera también en ciertas formas de pensamiento completamente normales de la vida cotidiana.
(…)
El discurso dominante -liberal y conservador- está impregnado de esta óptica habitual que asigna a “los otros” el lado oscuro de la sociedad (el odio, la violencia, la corrupción).
El racismo es flexible, elástico, desplaza sus objetivos y los motivos de queja. La línea entre nosotros y ellos se dibuja una y otra vez. Durante dicho proceso está aceptado que «ellos» es una fabricación, un fantasma, una proyección. Pero es verdad también que «nosotros» es el corazón de la supremacía blanca y occidental, un nosotros invocado alegre y rutinariamente en todo el discurso dominante.
(…)
¡Claro que la línea entre ellos y nosotros se redibuja continuamente! Por eso, en la costa del sol, se distinguía, hace ya años, entre los “árabes”, ricos y aceptados, y los despreciados “moros”. Los mismos ya no eran los mismos. ¿Mantenemos hoy la misma visión que hace años de los europeos orientales? Ya no parecen formar parte de ningún «nosotros».El racismo no es un fallo de configuración. Es una ideología, una fabricación, un gigantesco edificio psicosocial que hay que demoler ladrillo a ladrillo. No es una enfermedad que pueda curarse caso por caso. La terapia debe ser colectiva, algún tipo de trauma que confronte, cuestione y altere lo que la gente tiene en la cabeza cuando dice «nosotros».
Como vivimos sometidos a un capitalismo global que reproduce todo tipo de jerarquías sociales, la conciencia antirracista no se consigue mediante una conversión: es una lucha continua, un proceso en el que hay que comprometerse conscientemente. No hay descanso porque la ideología contra la que luchamos no descansa nunca.
Este eficaz constructo es propio de las sociedades jerarquizadas. Cada escalón mira hacia abajo con la misma visión despectiva, y así el tinglado se mantiene. ¡Pobres pobres, que piensan como ricos!
Contaba el gran payaso Grock que los caracoles eran los animales más presuntuosos del mundo. Decía el caracol al toro: "nosotros, los animales con cuernos..."
Este es el artículo completo:
 
 
Nosotros y ellos
Mike  Marqusee
Hace sólo un año los Juegos Olímpicos de Londres se recibieron como «un 
momento decisivo» para el nacimiento de una Gran Bretaña orgullosa de su 
multiculturalismo. Esa afirmación fue exagerada, pero ahora suena decididamente 
hueca -hasta peligrosamente indulgente- a la luz de acontecimientos recientes: 
el avance electoral del UKIP [Partido de la Independencia del Reino Unido], las 
crecientes amenazas de la EDL [Liga de Defensa Inglesa) y las agresiones de las 
que han sido víctimas los musulmanes y las mezquitas como consecuencia del 
asesinato de Lee Rigby [soldado del ejército británico] en el barrio de 
Woolwich.
El resurgimiento de la extrema derecha en Gran Bretaña y a lo largo de Europa 
plantea diversos desafíos a la izquierda. Pero hagamos lo que hagamos, hemos de 
reconocer que la extrema derecha refuerza -y se alimenta de- un fenómeno más 
difuso: el racismo, el chovinismo y la xenofobia inherentes al discurso 
dominante.
No es difícil encontrar el racismo en el discurso dominante. Sólo hay que ver 
las páginas del Daily Mail o del Daily Express -mucho más eficaces 
en transmitir la propaganda racista que la extrema derecha- o las series de 
televisión como Homeland o Argo (en las que, de acuerdo con los 
rancios estereotipos, los enemigos musulmanes de Occidente se retratan como 
implacables y brutalmente irracionales, a la vez que calculadores y embusteros). 
El racismo ha infectado también casi todas las principales instituciones de 
nuestra sociedad, desde el fútbol a la policía, las cárceles y las universidades 
de Oxford y Cambridge.
Lo supuestamente «indecible»
Los políticos de los tres principales partidos coquetean con el racismo. El 
truco reside en decir algo «indecible» pero que muchos tienen en la cabeza, como 
fue el caso de Jack Straw cuando habló de la niqab hace algunos años. 
Ahora Ed Miliband argumenta que el Partido Laborista no «escuchó» al «pueblo» 
con respecto a la «inmigración» (pongo las tres palabras entre comillas porque 
ninguna de ellas significa realmente lo que debería significar).
En estos momentos el centro político de este país parece adoptar la postura 
de que la extrema derecha expresa algún tipo de queja auténtica que los demás 
debemos escuchar. De esta manera el fundamento perverso del racismo se legitima 
y el verdadero mensaje de la extrema derecha no se cuestiona. Lo más 
espeluznante de los resultados electorales del UKIP fue lo rápido que obtuvo 
concesiones de Cameron y otros. Una vez más constatamos que el gran peligro de 
la extrema derecha es cómo arrastra el discurso político dominante hacia sus 
posturas.
Lejos de imponerse lo «políticamente correcto», los pensamientos 
supuestamente «indecibles» sobre el racismo son moneda común en todo tipo de 
conversaciones educadas, incluidos los medios de comunicación y los 
intelectuales. Nada de lo que pueda decir la EDL es más obsceno que las 
divagaciones de Martin Amis con respecto a la culpabilidad musulmana. Y fue 
evidente la maligna necedad de Tony Blair cuando declaró recientemente que de 
alguna manera, al fin y al cabo, el «islam» tiene sin duda la culpa.
En cuanto a la BBC, el corazón de la clase dirigente «liberal», ha legitimado 
tanto al UKIP como a la EDL, pero lo más importante es que es uno de los grandes 
propagadores de la cosmovisión «nosotros» contra «ellos». Su tratamiento 
estándar de la etnicidad, en casa y en el extranjero, encierra un comentario 
supraétnico -es decir liberal occidental y de hecho muy «inglés»- que se 
enfrenta a todo lo que esté fuera de su alcance privilegiado como “los otros”, 
es decir todo lo que «nosotros» no somos: tribales, fanáticos, sectarios, más 
allá de la razón y sobre todo de nuestra responsabilidad. El discurso dominante 
-liberal y conservador- está impregnado de esta óptica habitual que asigna a 
“los otros” el lado oscuro de la sociedad (el odio, la violencia, la 
corrupción).
El racismo es flexible, elástico, desplaza sus objetivos y los motivos de 
queja. La línea entre nosotros y ellos se dibuja una y otra vez. Durante dicho 
proceso está aceptado que «ellos» es una fabricación, un fantasma, una 
proyección. Pero es verdad también que «nosotros» es el corazón de la supremacía 
blanca y occidental, un nosotros invocado alegre y rutinariamente en todo el 
discurso dominante.
El contexto global del racismo
El racismo nacional tiene un contexto global. En la guerra contra el terror 
los musulmanes -y otros- se convierten en los representantes del enemigo 
exterior que convive con nosotros y es siempre sospechoso. Ante la 
deshumanización de las matanzas llevadas a cabo por los aviones no tripulados y 
la negativa a asumir responsabilidad de la muerte y destrucción a gran escala en 
Irak y otros lugares, el doble rasero de la conciencia racista es inconfundible, 
también al consentir que Narendra Modi -cómplice del pogromo contra los 
musulmanes de 2002 en Guyarat- sea el futuro primer ministro de la India y al 
conferirnos con toda naturalidad las prerrogativas que negamos a otros, lo que 
incluye la posesión y uso de armas de destrucción masiva. Reside en cada uso no 
ponderado del pronombre «nosotros» cuando se debaten las intervenciones en el 
extranjero.
 
 
 
 
En contra del cuento de la derecha, el pasado imperial de Gran Bretaña en 
general ni se examina ni se reconoce y por tanto sus conjeturas contribuyen a 
formar nuestro punto de vista sobre el presente. Vivimos todavía en un mundo 
modelado material e imaginativamente por la era del Nuevo Imperialismo, durante 
la cual un pequeño número de Estados europeos dominó las economías y las formas 
de gobierno de la mayor parte de la humanidad. Este tipo de episodios dejó 
marcados a los dos partidos. La supremacía blanca, el racismo y el nacionalismo 
xenófobo forman parte del patrimonio cultural occidental tanto como lo que se 
denomina libremente “los valores de la Ilustración”. Es un legado que debe 
desaprenderse sistemáticamente.
La respuesta racista al asesinato de Lee Rigby no fue automática ni natural. 
El racismo no es un fallo de configuración. Es una ideología, una fabricación, 
un gigantesco edificio psicosocial que hay que demoler ladrillo a ladrillo. No 
es una enfermedad que pueda curarse caso por caso. La terapia debe ser 
colectiva, algún tipo de trauma que confronte, cuestione y altere lo que la 
gente tiene en la cabeza cuando dice «nosotros».
Como vivimos sometidos a un capitalismo global que reproduce todo tipo de 
jerarquías sociales, la conciencia antirracista no se consigue mediante una 
conversión: es una lucha continua, un proceso en el que hay que comprometerse 
conscientemente. No hay descanso porque la ideología contra la que luchamos no 
descansa nunca.
Cabeza de turco
Un ejemplo de esto es que el multiculturalismo se ha convertido en cabeza de 
turco, declarado un fracaso por Merkel, Cameron y un ejército de expertos. Sin 
ningún fundamento es el origen de diversos fenómenos poco atractivos, desde el 
acoso sexual de muchachas por parte de hombres asiáticos a la supuesta 
autosegregación de las minorías. El hecho es que, como otros tormentos racistas, 
el multiculturalismo es en gran medida un fantasma. Las políticas generadas bajo 
aquella rúbrica fueron concesiones hechas en el pasado a consecuencia de las 
movilizaciones de las comunidades negra y asiática. Siempre hubo objeciones por 
parte de la izquierda al marco multicultural que conceptualizaba a las minorías 
como comunidades homogéneas con identidades culturales fijas.
 
 
 
Sin embargo la campaña de la derecha no trata de la teoría del 
multiculturalismo sino de su esencia; es decir de la existencia de personas a 
las que sentimos culturalmente ajenas. Las sociedades europeas modernas están y 
estarán compuestas de numerosas «culturas», de una abundancia de subculturas y 
contraculturas que se superponen y se entrecruzan. Negar o lamentar esta 
realidad es negar y lamentar la presencia de dichas personas a las que sentimos 
ajenas culturalmente. En este contexto las demandas de integración son demandas 
para adherirse a una norma cultural establecida por el grupo dominante. Es 
asombroso que algunas personas que presumen del legado de la Ilustración no 
consideren esto una tiranía.
Bajo el disfraz de una agresión contra el relativismo del multiculturalismo, 
lo que está ocurriendo es una reafirmación de la forma privilegiada de 
relativismo ético, la supuesta superioridad de la norma occidental. La forma más 
estridente y poderosa de la política de identidad en nuestra sociedad sigue 
siendo la identidad blanca u occidental: la identidad mayoritaria dominante a la 
que le gusta considerarse una minoría amenazada, bajo asedio en su propia 
tierra.
La respuesta a las deficiencias reales y no imaginadas del multiculturalismo 
no es un retroceso al eurocentrismo, a la cultura única o a la creación de una 
nueva síntesis cultural exhaustiva. Reside en la lucha política por la igualdad 
-no su mera representación- y el ejercicio de una solidaridad que va más allá de 
la cultura. El multiculturalismo al estilo olímpico no sirve de nada. El único 
antídoto contra la cultura del racismo es cultivar la resistencia. 

 

