miércoles, 15 de abril de 2015

Marx a la vinagreta picante

Wolfgang Harich, el autor de ¿Comunismo sin crecimiento?, fue el primer marxista que se planteó de un modo claro, original y autocrítico, los problemas de la crisis ecológica. Ese fue el motivo de haberlo traído a este blog. Pero ahora quiero recordar un artículo suyo por otros motivos.

Por una parte, es la respuesta de un crítico responsable, al que la persecución sufrida en la RDA no le hizo renunciar a sus principios y caer, como otros, en un ciego anticomunismo. Respuesta contundente a un oportunista que, inversamente, se había acomodado al poder hasta que, huido a Occidente, utilizó una trayectoria bien conocida y muy transitada, que, a través de la "izquierda radical", suele ser el camino real para llegar a posiciones derechistas, a veces de "derecha radical". Ejemplos hay a montones, y no hará falta que yo cite alguno para que acudan por docenas a la memoria del lector bien informado.

Pero, por otra parte, en el debate que suscitó el artículo intervinieron destacados intelectuales, y las diferencias no las marcó su posición marxista o antimarxista, ni de izquierda o derecha, sino la seriedad y el rigor por un lado y el oportunismo por otro. No sería fácil esto ahora, cuando el pesebre mediático en que pacen tantos intelectuales funciona a toda máquina, enturbia el juicio a unos y amilana a otros.

El prestigio de un intelectual lo fabrican muchas veces los medios. Tanto los escritores que se prestan al juego como los periodistas que sobreviven a la crisis dentro de esos medios están más sometidos que nunca a su amo: son de hecho la voz de su amo, porque nunca fue más desigual la batalla entre unos dueños cada vez más poderosos y unos profesionales cada vez más precarios.

Un motivo más para la reflexión es el desvío de tantas críticas de lo ideológico a lo personal, sustituyendo el juicio sobre una trayectoria política o las ideas de un autor por chismes sobre reales o supuestos comportamientos en la vida privada. Generalmente se trata de disparar contra el enemigo con cualquier arma arrojadiza. Pero surge la pregunta clave: bien mirado ¿por qué es enemigo y de quién lo es?

Por todas estas razones coloco aquí este escrito, que hace cinco años publico la revista SinPermiso junto a este cuadro, en que se alegoriza, véase la fecha, el peligro nazi. Hace casi noventa años y parece que fue mañana...

"El agitador", óleo de George Grosz. 1928

La reseña "más brillante y sangrienta que se ha publicado en lengua alemana en décadas": con estas palabras se refería el 22 de agosto de 1975 Dieter E. Ziemer, desde las páginas de la revista liberal Die Zeit, al artículo de Wolfgang Harich que a continuación se reproduce, aparecido unos meses antes el 21 de abril de 1975 en la también liberal revista alemana Der Spiegel. Otros hablaron de "pequeña obra maestra de la prosa crítica alemana del siglo XX". El articulito en cuestión, una reseña de Karl Marx: una biografía política, escrita por Fritz Raddatz, desencadenó en la República Federal alemana un enorme revuelo que resultaría impensable en nuestros días. Por al menos los interesantes motivos que siguen:

Por lo pronto, una revista liberal seria como Der Spiegel solicitaba a un reconocido disidente marxista antiestalinista –8 años en una cárcel estalinista: entre 1956 y 1964— la reseña de un libro sobre Marx escrito por un antiguo estalinista en trance de pasar a la derecha luego de huir a Occidente y de transitar allí por cierta izquierda "neoanarquista" sesentaiochesca; y además, la publicaba. La reseña se convierte rápidamente en un escándalo –Raddatz tiene amigos mediática y editorialmente influyentes, entre ellos el futuro premio Nobel Günther Grass y la todopoderosa casa editorial Rohwolt—, pero el campo de fuerzas desatadas no se dividirá aquí entre "marxistas " y "antimarxistas", ni siquiera, más vagamente, entre "derecha" e "izquierda", sino, básicamente, entre personas intelectualmente competentes y responsables, de un lado, y logreros juntaletras que buscan acomodarse al signo de unos tiempos que ya se adivinan –Harich los llama premonitoriamente en 1975 "tiempos de restauración"—. Del lado de Wolfgang Harich, y contra el libro de Raddatz, se manifestaron, por ejemplo: el sólido historiador anticomunista Golo Mann, el célebre excomunista Wolfgang Leonhard y el reconocido marxólogo liberal-cristiano Iring Fetscher.

Entretanto, las incipientes tendencias restauracionistas –erosionadoras de los restos de la alianza político-cultural antifascista de la inmediata postguerra— a que aludía Wolfgang Harich en 1975 han recorrido un largo trecho. Si comparamos la estafa intelectual de Raddatz en 1975 con cualquier estafa parecida perpetrada en nuestros días (hoy son legión, pero piénsese, por ejemplo, en el indescriptible libro reciente del francés Michel Onfray sobre Kant, o en las patochadas del ultramediático "lacaniano-estalinista" Žižek sobre Lenin y sobre Robespierre) puede observarse esto: Primero, ningún medio de comunicación liberal y respetable se atrevería hoy a encargar y no digamos publicar, a redropelo de los grandes intereses editoriales y mediáticos establecidos, una reseña tan devastadora firmada por un investigador de primer nivel completamente ajeno, como lo era Harich, y en el Oeste no menos que en el Este, a los intereses, a los negocios y a las intrigas del establishment mediático-intelectual. Segundo: aunque sigue siendo verdad que la incompetencia es transversal a derecha e izquierda (véase la encandilada reseña del mencionado libro de Onfray –un pretendido izquierdista sui generis, posmoderno y anti-ilustrado— aparecida en un medio español de extrema derecha neoliberal), la derecha, en general, se ha echado al monte, degradándose académicamente, y además y acaso en relación con lo cual, la competencia intelectual de cualquier signo político, con honrosísimas y contadísimas excepciones, ha desaparecido prácticamente de unos grandes medios de comunicación incondicionalmente rendidos al totum licet cultural.

El pasado 15 de marzo se cumplieron 15 años de la muerte de Wolfgang Harich, y este año se cumplen también 15 años de la desaparición del polyhístor que fue Ernst Mandel y 25 del fallecimiento del polymath que fue Manuel Sacristán. Para honrar la memoria de tres de los mayores intelectuales que dio en Europa el marxismo intelectualmente serio de la segunda mitad del siglo XX, SinPermiso en papel les consagrará en su número 8 (previsto para diciembre de 2010) un pequeño dossier coordinado por David Casassas (Sacristán), Àngel Ferrero (Harich) y Agustín Santos (Mandel). Nos ha parecido oportuno anticipar parcialmente ese modesto homenaje a nuestros recordados maestros y llorados amigos publicando ahora en SinPermiso electrónico el artículo de Wolfgang Harich "Marx a la vinagreta picante", atendiendo a que el pasado 5 de mayo se cumplieron 192 años del nacimiento de Karl Marx. [La traducción del artículo corrió a cargo de Antoni Domènech, y las notas al texto las preparó Àngel Ferrero.]




Wolfgang Harich



Parece que en cierta ocasión Marx sostuvo enterquecidamente durante días que un cigarrucho barato que alguien le había regalado medio en broma como si de un auténtico puro habano se tratara, era un habano de verdad. Raddatz comenta como sigue esta anécdota intranscendente:

 

"Ahora bien; no es revolucionario quien busca transformar la verdad, sino quien transforma la realidad. Pero gestionar la propia verdad, la que él reconocía como tal, y hacerlo al modo de un juez, de un sumo sacerdote, de un dictador incluso: para Marx, eso equivalía a cumplir el mandato de su undécima tesis sobre Feuerbach."

 

¿Qué verdades propias gestiona Fritz J. Raddatz? Entre otras, que Tréveris [la ciudad natal de Marx] fue a partir de 1815 "la capital de la provincia de Renania" [sic] y que Lassalle "fue a Berlín con Hegel" en 1843 (hay que suponer que a visitarlo al cementerio Dorotheenstädtiches [*]. Con gazapos históricos de parecida cuenta he llegado yo a llenar hasta 30 páginas de extractos. El esmero, pues, con que procede la novísima marxología merece capítulo propio.

 

De la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel dice, por ejemplo, el autor que, con la salvedad de la Introducción (de 1844), "nunca llegó a escribirse", y lo dice luego de afirmar –22 páginas antes— que los 39 cuadernos del manuscrito parecen arrojar una "peculiar luz" sobre las semanas de luna de miel de Marx en Kreuznach. [1] 

 

Y el punto de vista que Marx y Engels combaten en la Sagrada Familia lo confunde con el de aquellos contra quienes precisamente ellos polemizaban. ¿Qué oponían aquí a los jóvenes hegelianos en torno a Bruno Bauer? Según Raddatz, "el ideal del individuo pensante, que se eleva por encima de las masas y de los intereses materiales". Ese ideal lo abrigaban Bauer y consortes. En la Sagrada Familia es pugnazmente combatido. De hacer Raddatz escuela, no se le ocultará al mundo venidero que en 1975 el señor Lorentz secuestró a unos anarquistas, mientas que en Sonthofen un señor Spiegel recomendaba a los cristiano-sociales bávaros de la CSU el método de la provocación revolucionaria para enfrentarse a la crisis del momento. [2] 

 

Las hipótesis del libro son verdaderas golosinas. Así, cuando del fragmento conservado del Capital concluye la afinidad de Marx con Friedrich Schlegel, porque éste condena en la Lucinde [3] la laboriosidad y la utilidad. O cuando se conjetura que a Lenin le habría parecido "derrotista" la negativa de Engels a precisar una por una las reglas de vida para la sociedad futura, y que por eso, en su primer viaje a Europa occidental, en 1895, habría evitado viajar a Londres desde París para encontrarse con el viejo. Aunque quizá tenía también un motivo patriótico: "Nunca llegó a ver a Engels. De todos modos: pertenecía a una nación que Marx y Engels odiaban y despreciaban: era ruso. Para Marx, una palabrota".

 

Un sinsentido, de la cruz a la fecha. La Lucinde tiene tanto que ver con el Capital como, pongamos por caso, Lolita con el Club de Roma. El análisis de realidades, y no la fabulación de proyectos de futuro, es lo que distingue al socialismo marxista del utópico. Si a eso se le llama "derrotismo", entonces Lenin era un derrotista. Y un trimestre antes de su muerte, una grave enfermedad impedía a Engels atender a visitas fatigantes. En lo que hace a los rusos, empero, Marx y Engels dejaron dicho en Naródnaja Wolia, ya en 1882, que su país constituía "la avanzada de la acción revolucionaria en Europa". Un galimatías viene a desplazar al otro, y el autor trastabilla de disparate en disparate. Diríase que ha esculpido su busto de Marx con un cincel de jabón, y que por lo mismo, no deja de patinar de desliz en desliz.

 

¿Pero hasta dónde llega su autoría? Una muchedumbre de extractos de escritos ajenos, párrafos enteros, ha sido compilada e hilvanada mediante oportunos entre-textos. Como en sus reseñas. Como en sus prólogos, que viven de repetir los textos prologados. El procedimiento se distingue del plagio común por la comodidad que acompaña al ahorro de trabajosas reformulaciones de camuflaje.

 

Mi hipótesis: cuando Raddatz se fue a Occidente, los publicistas de segunda fila del Este solían todavía atrincherarse detrás de citas que funcionaban a modo de seguro de vida. Eso ha ido mejorado entretanto. Pero no en su caso. A despecho de su actual orientación política pro-occidental, se ha mantenido conmovedoramente fiel a la inveterada furia citatoria del Este. Sólo que nació en él una motivación nueva, determinada por el nuevo ambiente: la exhibicionista fe en los dogmas ha dejado ahora paso al comercio al por mayor con la línea escrita. Raddatz sobre Marx: éste habría "hinchado muy conscientemente sus trabajos, para satisfacer la predilección del público alemán por los mamotretos". Quien esto censura, deja que se multipliquen en el propio mamotreto flores intelectuales ajenas, mecanografiadas sin digerir. De todos modos, y a sabiendas, no cita la fuente de su idea de base: la biografía de Marx escrita por Otto Rühle (Hellerau, 1928).

 

Si se comparan, por ejemplo, las páginas 457-460 de Rühle con las páginas 356 y 359 de Raddatz, se pillará in fraganti al plagiario. De Rühle procede el Marx neurótico, al que la hepatopatía y los furúnculos suministran otras tantas excusas para huir de situaciones desagradables. Pero, con la comparación, llega uno también al convencimiento de que Rühle era más sólido; de que fue todavía capaz de dar la primacía a la contextualización histórica y al contenido de la obra vital de Marx, mientras que el mugrón queda anegado en una crecida de nimiedades anecdóticas.

 

Pues lo privado, que tratándose de personalidades de significación histórico-universal apenas merece mención, y que resulta prácticamente irrelevante en el caso de los grandes sabios, troca en las manos de un Raddatz ávido de sensacioncillas en tema principal. Hegel se burló de la impropiedad de una historiografía dictada por el punto de vista del ayuda de cámara, para quien el héroe no es tal, porque tiene que ponerle las botas y lo ha visto más de una vez ahíto de champán. Para los historiadores y filólogos que sentaron las bases del prestigio mundial de Alemania en el campo científico de la biografía, eso fue algo incuestionable. Con Raddatz se precipita ahora la psicología del ayuda de cámara en el barro de la prensa sensacionalista entretenida en husmear la esfera íntima de las estrellas cinematográficas: Marx como Romy Schneider.

 

¿Una biografía política? Si lo fuera, tendrían que comparecer en ella el Estado y la historia; entonces tendría que plantearse, por ejemplo, la ruptura de Marx con Lassalle en el contexto del conflicto constitucional prusiano. [4] Si, como en el caso de Raddatz, eso ni se roza, lo único que queda es el Marx ergotizante, ingrato con un amigo que había sido tan amable de procurarle un editor.

 

También aquí prolifera lo privado. Lo que, precisamente, torna incomprensible la eficacia causal del marxismo a lo largo del tiempo. Marx está hoy ante portas: pacíficamente en Portugal, belicosamente ante Saigón. ¿Con qué? ¿Con su teoría de la plusvalía? ¿Con su doctrina de la lucha de clases? ¿Con la reputación ganada entre los proletarios de todos los países? Parecen más importantes sus monóculos, su afición a las vinagretas picantes, sus cuitas de ganapán. Y el problema más digno de reflexión que ha dejado para que la posteridad se devane los sesos con él sigue siendo, ni que decir tiene, el que tal vez [5] dejara encinta a la ama de llaves.

 

Ni siquiera en punto a vida íntima tiene Raddatz nada nuevo que ofrecer. Chismes anecdóticos, pesquisas de escalera de servicio, palpación de carbúnculos y olisqueo de calzoncillos: todo, sabido de hace mucho. La sola cosa original son las filisteas glosas moralizantes, prontas siempre al descubrimiento "aterrador" (su palabra preferida). Véase, si no:

 

¡Un hijo que, cuando visitaba Tréveris, prefería ir a una fonda en vez de quedarse en la casa de los papás! ¡Un prometido más atento a Hegel que a la novia! Y por otra parte: ¡Un revolucionario que pretendía un buen partido para sus hijas y al que, de viaje, le gustaba alojarse en buenos hoteles! ¡¿Pero esto qué es?! Y luego: ¡El hogar mugriento, las trapacerías con los dineros, las cochinadas epistolares con ese mujeriego de Engels! Todo eso observado, índice en ristre, a través de los impertinentes de una gobernanta victoriana. Hasta que, súbitamente, el cincel de jabón patina de nuevo y, sin mayor mediación, se desliza hacia la más moderna crítica feminista con el reproche de que, con egoísmo típicamente "machista", Marx le hizo demasiados hijos a Jenny.

 

Raddatz llega a la cumbre cuando, lejos de quedarse boquiabierto con la multilateralidad de los intereses intelectuales de Marx –sus lecturas de Esquilo, Shakespeare y Balzac, su dedicación a la química del abono nitrogenado y al análisis matemático superior, al darwinismo, al derecho público danés y a la gramática rusa—, la censura como allotría que, dimanante de una holgazanería dispersada en los goces del momento, y del consiguiente rechazo del trabajo serio, le habría impedido culminar el Capital… En su libreta de calificaciones escolares, dice, figuraba ya esta observación: "El alumno Marx se empeña por su cuenta en otras materias secundarias".

 

Bastaría esta ignara desvergüenza para propinar a nuestro descalificador maestrito ciruela un buen tirón de orejas a cuenta de su mamarrachada. Grima le da a uno la mera idea de que un día de estos se avilante a condenar la dispersión de Leonardo, de Leibniz o de Goethe. ¿Nunca ha oído hablar Raddatz de la importancia, crucial para el porvenir de la especie humana, de la investigación interdisciplinar? ¿De los "generalistas" por los que tanto Jungk [6] como Forrester abogan? ¿Puede alguien que escriba hoy sobre Marx ser ciego al hecho de que de su docta allotría salió una filosofía de aspiraciones universalistas como es la dialéctica materialista, y con ella, la esperanza de futuro en un movimiento de masas comprometido con el "generalista" como imagen directriz de la buena formación.

 

No es una biografía política. Pero es bien política. Nos las vemos con alguien que ayer mismo se decía amigo de Feltrinelli [7] y nadaba a favor de la corriente de la Oposición Extraparlamentaria alemana, y que ahora se apresta a cabalgar sobre la nueva ola restauracionista. Si es muy posible que al comienzo prevaleciera una desapoderada sobreestimación de sí propio que le llevó a suponer que, a la carrera y de cualquier modo, podía poner sitio con éxito a la plaza fuerte de Marx, parece evidente que luego, puesto a redactar el libro, y en paralelo con la subida de sufragios de la CDU (Unión Cristiano-Demócrata), le resultó irresistible la tentación de poner a disposición de la reacción un material que pudiera facilitarle a ésta los "ahahás" y los "ya veis" consabidos.

 

Para poder separarse de la izquierda con buenos argumentos le faltan a Raddatz todas las condiciones. Sí ha sabido, empero, reconocer la vulnerabilidad en que ha sumido a la izquierda cierta cargante tontuna esotérica. Así que se despide de esa izquierda con ignominias sobre la vida privada de Marx a modo de gancho de derecha en la boca del estómago. Y ya adopta la pose jeremíaca de los conservadores de hoy. Así como éstos se llenan la boca hablando de unos medios de comunicación dominados por una dictadura de izquierda –Axel Springer, Gerhard Löwenthal e tuti quanti parecen no contar [8]—, así busca él también despertar la impresión de que la República Federal alemana está atestada de monumentos a Marx, a cuyo pie, y para salir al paso de cualquier culto al héroe, se cree Raddatz en la obligación de mear.

 

Por eso le roba Raddatz a Rühle el Marx neurótico. Por eso le añade los ingredientes autoritarios que Leopold Schwarzschild creyó descubrir en Marx, ese "prusiano rojo". [9] Y por eso también procede a la mezcla de ambas cosas con vagas alusiones indirectas a una era, la de Stalin, generada por condiciones históricas extremadamente singulares. Pues hacer responsable de ella, como en Archipiélago Gulag, a la propia Revolución de Octubre parece no resultarle suficiente a Raddatz. Inducido por sus sugerencias, el lector habrá de ser llevado a creer que Marx era ya Stalin, bien que sin otro poder que el de la malignidad de esos panfletos con los que dejó en la estacada a quienes en uno u otro momento fueron sus aliados, desde Ruge hasta Bakunin. Cosa, huelga decirlo, de todo punto insostenible históricamente, pero que es bastante a nutrir los temores de los menos avisados: acercarse a Marx monta tanto como revivir a Stalin.

 

No ofrece duda: un regalo de compromiso matrimonial a los cristiano-demócratas de la CDU/CSU. Pero nobleza obliga: que este tornadizo gachó venga ahora a cortejarla, es como para darle un sincero pésame a la democracia cristiana. 

 

____________________________

NOTAS de Àngel Ferrero:  

 

[*] Hegel murió en 1835. 

 

[1] Karl Marx y Jenny von Westphalen se casaron en Bad Kreuznach (Renania-Palatinado) en la Iglesia de San Pablo en 1843. 

 

[2] Peter Lorenz (1922-1987): político de la CDU. Cuando concurría a la alcaldía de Berín, en febrero 1975, Lorenz fue secuestrado por la organización armada 'Movimiento 2 de Junio' tres días antes de las elecciones. Los secuestradores pidieron a cambio de su liberación la de Horst Mahler (RAF), Rolf Heißler (RAF) y Verena Becker (Movimiento 2 de Junio). Heißler y Becker fueron liberados, Mahler se negó a formar parte del trato. Lorenz fue liberado el 4 de marzo. Sus secuestradores huyeron a Adén (Yemen del sur).

 

[3] Karl Wilhelm Friedrich Schlegel (1772-1829): filósofo, historiador, escritor y poeta romántico alemán. Lucinde es la primera parte de una proyectada novela en cuatro volúmenes nunca terminada por el autor sobre el amor entre dos personajes, Julius y Lucinde, narrada a partir de fragmentos de cartas personales, diálogos y entradas de los diarios personales de los personajes.

 

[4] Conflicto constitucional prusiano (preußischer Verfassungskonflikt): disputa mantenida entre 1859 y 1866 entre Guillermo I y el Parlamento -dominado a la sazón por los liberales-, que reclamaba una revisión del texto constitucional y una reforma militar. Bismarck consiguió resolver el conflicto en favor del rey apoyándose en la victoria militar alemana en la Guerra de los Ducados sobre Dinamarca en 1864 y la anexión de Schleswig-Holstein resultante.

 

[5] Harich siempre sospechó que eso era una leyenda inventada por Louise Kautsky. La investigación marxológica de estos últimos años ha probado que tenía motivos fundadísimos para esa sospecha. Cfr. Terrell Carver, Cómo se tejió la leyenda del hijo ilegítimo de Marx", en SinPermiso, Nº 3, abril de 2008.

 

[6] Robert Jungk (1913-1994): escritor y periodista austríaco. Su libro Brighter than a Thousand Suns: A Personal History of the Atomic Scientists (1970) fue el primer estudio del Proyecto Manhattan y del proyecto atómico nazi. Jungk militó activamente en el movimiento antinuclear y en 1992 se presentó como candidato a la presidencia del país por el Partido Verde.

 

[7] Giangacomo Feltrinelli (1926-1972): editor italiano. Descendiente de los marqueses de Gargagno, Feltrinelli se unió a los partisanos italianos durante la Segunda Guerra Mundial para combatir la invasión nazi que había ocupado el país en ayuda al régimen de Mussolini. En 1954 fundó la librería y editorial que llevan su nombre. La editorial Feltrinelli cosechó en los años cincuenta notables éxitos al ser la primera en publicar las memorias del primer ministro indio Jawaharlal Nehru, Doctor Zhigavo de Boris Pasternak (rechazada por las editoriales soviéticas y por cuya publicación Feltrinelli fue expulsado del PCI), El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (rechazada previamente por Mondadori y Einaudi) o Trópico de cáncer, de Henry Miller. Feltrinelli también popularizó la famosa fotografía del Ché Guevara tomada por Alberto Korda. Cada vez más próximo a los movimientos de liberación nacional y la extrema izquierda extraparlamentaria (desde la Autonomía Obrera hasta las Brigadas Rojas), Feltrinelli fundó en 1970 los Gruppi di Azione Partigiana (GAP), una organización armada al estilo de las muchas surgidas durante los llamados "años de plomo". Feltrinelli fue encontrado muerto en 1972 al pie de una columna de alta tensión en la pequeña localidad de Sagrate, cerca de Milán, presumiblemente como resultado de haber manipulado incorrectamente unos explosivos que allí habían de colocarse para sabotear el tendido eléctrico. Wolfgang Harich, que era amigo personal del editor italiano y de su esposa Inge, publicó en Der Spiegel una sentida necrológica.

 

[8] Axel Springer (1912-1985): magnate de los medios de comunicación alemanes. Fundador del Grupo Springer, propietario de tabloides de gran tirada como el Bild, de orientación conservadora. Gerhard Löwenthal (1922-2002): periodista. Anticomunista virulento, después de trabajar como periodista en la RIAS (la cadena de televisión y emisora radio del sector americano de Berlín), de 1969 a 1987 presentó en la segunda cadena de televisión pública, la ZDF, un programa dedicado a denunciar, con un tono particularmente acre, la violación de los derechos humanos en los países socialistas de Europa oriental.

 


[9] Leopold Schwarzschild (1891-1950): sociólogo. Autor de una conocida biografía sobre Marx, titulada The red Prussian. The life and legend of Karl Marx (Nueva York, Scribner, 1947).   



 

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