Cuando se contrapone la democracia participativa a la representativa, la planificación a la autonomía, los movimientos sociales a los partidos políticos, es fácil incurrir en simplificaciones groseras que desvirtúan el debate de forma harto maniquea.
Algo de eso hay cuando se opone la "vieja política" de los partidos a las "nuevas formas de hacer política", basadas en los movimientos sociales, las mareas ciudadanas y otras colectividades que, en todo caso también han de ser estructuradas para funcionar. Se olvida que el problema no es tanto cómo se organizan los colectivos (que también, desde luego), sino qué intereses representan y defienden.
Por eso me ha parecido importante traer a colación tres textos que a mi entender ayudan a centrar los debates.
Jane Jacobs, en su gran obra Muerte y vida de las grandes ciudades, analiza las complejas relaciones entre los diferentes niveles en que puede desarrollarse la autogestión, en este caso, a la escala urbana:
Considerando las vecindades como órganos de autogestión, considero que sólo son útiles tres tipos de vecindades: la ciudad en su conjunto; las vecindades de calle o barrios, los grandes distritos, de dimensiones suburbanas y unos cien mil habitantes o más en el caso de las grandes capitales.
Cada uno de ellos tiene funciones distintas que realizar, pero los tres se complementan mutuamente de una manera, cierto, muy compleja. Es imposible decir cual de los tres es más importante. Para que una vecindad prospere favorablemente, los tres son necesarios. Pienso también que otros tipos de vecindades estorban y dificultan o imposibilitan un auténtico autogobierno.
La vecindad más obvia de las tres (aunque muy pocas veces se la llama así) es la primera, es decir, la ciudad en su conjunto. No debemos olvidar nunca, ni minimizar, esta comunidad parental cuando pensamos en las partes más pequeñas de la ciudad. Es la fuente de casi todo el dinero público, aun cuando en último término procede de las arcas federales o del Estado. Es ahí donde se toman casi todas las decisiones políticas y administrativas, para bien o para mal. Es también donde el bien general entra a menudo en conflicto, abierto o encubierto, con intereses ilegales o destructivos.
(...)
En el otro extremo están las calles y los minúsculos barrios que forman, como el nuestro de Hudson Street, por ejemplo.
En los primeros capítulos de este libro hice constante referencia a las funciones de autogobierno que desempeñan las calles: tejer redes de vigilancia pública que protejan también a los desconocidos; tejer redes de vida pública cotidiana a pequeña escala, de confianza y control sociales; ayudar a los niños a que se integren en una vida social urbana tolerante y razonablemente responsable.
Los barrios de una ciudad tienen aún una función vital de autogobierno: deben recabar eficazmente ayuda ante problemas demasiado grandes para que la calle los maneje. A veces, esta ayuda ha de venir de la ciudad en su conjunto, en la otra punta de la escala. Dejo caer esto por ahora, pero recuérdenlo.
Todas las funciones de autogobierno son humildes, pero indispensables. A pesar de tantos experimentos, planificados y no planificados, las calles animadas no tienen sustitutos.
(...)
Con esto llegamos al tercer tipo de barrio capaz de autogobierno: el distrito. Aquí es donde somos más débiles y donde mayores son nuestros fracasos. Tenemos gran abundancia de distritos, pero sólo nominalmente. Muy pocos funcionan.
La principal función de un buen distrito es mediar entre los indispensables barrios, desamparados políticamente, y la poderosa ciudad en su conjunto.
(...)
Los distritos tienen que ayudar a llevar los recursos de la ciudad allí donde los barrios los necesitan; así como a traducir las experiencias de la vida real de los barrios en políticas y objetivos de la ciudad en su conjunto. Además, han de cooperar en el mantenimiento de áreas viables y civilizadas, no sólo para sus residentes sino también para otros usuarios: trabajadores, clientes, visitantes de la ciudad en su conjunto.
El segundo texto pertenece a una entrevista que, con ocasión de participar en un acto del Frente Cívico-Valencia y el sindicato Acontracorrent, realiza Enric Llopis a Yayo Herrero, activista de Ecologistas en Acción y directora de FUHEM, que declara:
“No me creo la dicotomía cerrada entre la autoorganización popular y las instituciones”, hacen falta las dos cosas. La vida humana siempre ha requerido instituciones. La cuestión es cómo crearlas. Opino que hay que promover al máximo las iniciativas cooperativas y centradas en el territorio, de soberanía alimentaria... Pero actualmente tenemos problemas como el calentamiento global o tratados como el TTIP que pueden destruir tu ecoaldea si te sitúan un pozo de fracking a centenares de kilómetros. La cuestión es que la vida se ha complicado tanto, y los puntos de decisión se han alejado de tal manera de los lugares donde vive la gente, que nos hace falta actuar en todos los ámbitos. La cuenca de un río no se puede gestionar localmente, se mide a la escala de una biorregión.
Y sobre la articulación de la democracia participativa y la representación política, referidas concretamente a los movimientos sociales en América Latina, dice Boaventura de Sousa Santos en un artículo publicado en La Jornada, titulado La izquierda del futuro: una sociología de las emergencias:
(...) la democracia participativa articulada con la democracia representativa, articulación de la cual ambas salían fortalecidas; el intenso protagonismo de movimientos sociales, de lo que el Foro Social Mundial de 2001 fue muestra elocuente; una nueva relación entre partidos políticos y movimientos sociales; la sobresaliente entrada en la vida política de grupos sociales hasta entonces considerados residuales, como los campesinos sin tierra, pueblos indígenas y pueblos afrodescendientes; la celebración de la diversidad cultural, el reconocimiento del carácter plurinacional de los países y el propósito de enfrentar las insidiosas herencias coloniales siempre presentes. Este elenco es suficiente para evidenciar cuánto las dos luchas a las que me he estado refiriendo (la Constitución y la hegemonía) estuvieron presentes en este vasto movimiento que parecía refundar para siempre el pensamiento y la práctica de izquierda, no sólo en América Latina, sino en todo el mundo.
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