miércoles, 23 de septiembre de 2020

La voz a ti debida

No hay acción sin sujeto, ni sujeto sin objeto. En nuestra lengua, como seguramente en las muchas que desconozco, las formas activas del verbo son inseparables de las personas. La estructura lingüística refleja la estructura mental que se va constituyendo con la práctica desde que nacemos. Por eso el "yo" no se afianza sin el "tú", conformando el primer "nosotros", enfrentado a "ellos".

Hay un largo recorrido desde aquí hasta la inclusión de esos "ellos" externos como interlocutores transformados en "vosotros". Dado este paso, podemos incluiros a "vosotros" en un "nosotros" más amplio. Casi siempre, frente a otros "ellos"...

El proceso de ampliación del "yo" nunca estará cerrado, ni deberíamos cerrarlo. Pasar de la conciencia de grupo a la de clase, de especie, planetaria... son ideales (¡necesarios y urgentes!) que tienen su base en esa llamada del "yo" al "tú".



Manuel Vázquez Montalbán y Basilio Martín Patino nos dejaron, cada uno a través de su medio de expresión, dos extraordinarios documentos sobre lo que fueron los tristísimos años que siguieron a la victoria del fascismo (porque fascismo fue, sin negacionismo posible) en España.

A la tensión bélica sucedieron el miedo, el cansancio y la depresión.

Enmudecidos por el terror, los vencidos se refugiaron en su dolor. También una parte de los vencedores, asqueados o desilusionados, volvieron la mirada hacia regiones del espíritu que aliviaran la exhausta repugnancia hacia lo que no podían dejar de ver.

En este ambiente aparece el garcilasismo, poesía no comprometida ni comprometedora, pero no simple oportunismo literario, porque, como las canciones tristes de posguerra, eran un bálsamo que aliviaba la conciencia.

Como la arquitectura del primer franquismo, tenía además la excusa retórica, que la dictadura promocionaba, de evocar, mezcladas con el florecimiento artístico, las supuestas glorias imperiales de otros tiempos.

Así que las vanguardias literarias, muertas físicamente, exiliadas o simplemente vencidas en cuerpo y espíritu, fueron sustituidas por el culto a la idealidad. Poesía intimista, pulcramente construida y alejada de veleidades barroquizantes. Aún faltaban algunos años espeluznantes para que Hijos de la ira o Nada se atrevieran a descorrer la cortina y mostrar las miserias.

Pero sería un error despreciar la introspección que necesitamos para sentir. El  conocimiento la pasión no quita, pero sin sentimientos apasionados el conocimiento no derivará en acciones. El primer paso para superar el autismo es reconocer al otro y reconocerse en él, aunque esto sea el primer paso nada más, hasta que ampliemos en “nosotros” el “tú y yo” y lo expandamos sin límites. 

Estos versos de Garcilaso fueron punto de partida para un gran poeta de la generación anterior:

Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida,
mas con la lengua muerta y fria en la boca
pienso mover la voz a ti debida;
libre mi alma de su estrecha roca,
por el Estigio lago conducida,
celebrándo t’irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.

La métrica y la metáfora mitológica refuerzan el poder de la voz contra el olvido, voz que además es un deber.

Antes del auge efímero del garcilasismo literario, Pedro Salinas había retomado esa idea del deber incondicional hacia otro, en este caso una persona ideal, despojada de atributos, hasta el punto de dar este título a su más bello libro.

De él me quedo con un verso que el contexto reduce al mencionado “tú y yo”:

¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

“Tu y yo” puede ser un buen punto de partida, paso previo a extender la empatía a los demás pronombres: un “nosotros” ampliable a “él, vosotros, ellos”…

En Garcilaso esa “voz a ti debida” es un artificio poético para atraer la atención de una “ilustre y hermosísima María”, a la que dedica esta égloga llena de referencias a frustrados amores mitológicos y pastoriles:

Dafne, con el cabello suelto al viento,
sin perdonar al blanco pie corría
por áspero camino tan sin tiento
que Apolo en la pintura parecía
que, porqu’ella templase el movimiento,
con menos ligereza la seguía;
él va siguiendo, y ella huye como
quien siente al pecho el odïoso plomo.

Mas a la fin los brazos le crecían
y en sendos ramos vueltos se mostraban;
y los cabellos, que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces s’estendían
los blancos pies y en tierra se hincaban;
llora el amante y busca el ser primero,
besando y abrazando aquel madero.

La galante llamada de atención del poeta renacentista para regalar bellos versos a una bella mujer la transforma Salinas en otra cosa. La voz a ti debida, publicada en 1933, tiempo de vanguardias anterior a los débiles consuelos garcilasistas, proclama un amor absoluto, despojado de todos los condicionantes sociales:

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».

Esta dificilísima renuncia a lo que se es, que el amante ofrece, pero que también exige, se expone en esta lista de entes materiales e inmateriales que gustosamente arrojaría de sí, y las vías absolutamente diversas a través de las que espera la llamada. Aquí no habla el preciosismo garcilasista sino la audaz vanguardia de anteguerra:
 
¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría;
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú que no eres mi amor,
¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí; si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: "No te vayas."

Este poema fue exquisitamente interpretado por el olvidado Ismael:


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