martes, 8 de septiembre de 2020

Para pensar y discutir. A modo de conclusiones (y VII)

Con estas conclusiones termina el artículo-propuesta de debate sobre transiciones al socialismo que he venido despiezando estos días, desde esta entrada del blog hasta esta otra, en el que, a la luz de los últimos avances y retrocesos, se analizan debilidades y carencias, pero también enseñanzas, de los procesos políticos recientes en los países de América Latina. 

Muy cuesta arriba son las luchas cuando triunfos electorales, siempre reversibles, y no solo ni especialmente por vías democráticas, dejan en manos de las oligarquías bien organizadas los resortes del poder económico, mediático y como se ha visto también en muchos casos el judicial.

Ahora esos "tribunales de justicia" tratan de impedir la presencia en próximas elecciones de personajes como Lula, Correa o Evo. Es muy difícil luchar en campo enemigo con mecanismos elaborados y manipulados por el enemigo.

En tales condiciones hay que fortalecer las dinámicas de autoorganización popular, pero también, muy especialmente, la lucha ideológica. Combatir el sentido común que ve el sistema como "natural", y por ello insustituible, mostrando que no solo es una construcción, sino una construcción inestable en sí misma, que si lleva a alguna parte es a la ruina global, a una escala que la mayoría prefiere ignorar. Y en esa voluntaria ignorancia reside el mayor problema.

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A modo de conclusiones

En el recorrido realizado, para pensar y discutir la transición del capitalismo al socialismo, hemos intentado dar cuenta de tres aspectos que incluían las interrogantes que nos propusieran para este artículo. Una remite a cuestiones relativas a la «conflictividad», otra a la «mercantilización» y, finalmente, las «lecciones» a sacar sobre las experiencias gubernamentales recientes que en términos generales recuperaron la perspectiva de lucha por el socialismo.

Pensar en los conflictos entre la tendencia creciente a la mercantilización en el ámbito mundial y un propósito por la transformación estructural de la sociedad supone pensar en varios aspectos.

Uno se asocia al proyecto del capital más concentrado, que siempre empuja el proceso de valorización y por ende la mercantilización capitalista exacerbada. No solo el capital actúa en ese sentido, sino también los propios Estados nacionales, claro, los más poderosos, y también su injerencia en los organismos internacionales. Por ende, el Capital como tal, los Estados hegemónicos y los Organismos Internacionales imponen condiciones políticas, jurídicas e ideológicas para hacer avanzar el mercado capitalista, expresado en una creciente mercantilización de otrora derechos sociales.

Ir contra esa tendencia dominante en el mundo constituye un gran desafío, en especial si se intenta desde un territorio de la dependencia como son los países de Nuestramérica.

Más aún, el interés de la tríada de sujetos mencionados, el Capital, los Estados y los Organismos Internacionales, asumen al territorio regional como un gran proveedor de mercancías, por lo que transforman constantemente nuestros bienes comunes en materias primas para el desarrollo de sus fuerzas productivas, aun a costa del planeta Tierra. Se trata en definitiva del gran conflicto entre el capital y el trabajo, entre aquel y la naturaleza, tanto como el capital contra la sociedad en su conjunto. Es parte del conflicto global que supone la explotación del trabajo humano, el saqueo de los bienes comunes y el consumismo como cultura civilizatoria.

El resultado es el empobrecimiento social ampliado, la destrucción de los bienes comunes y la configuración de una ideología del sálvese quien pueda y el individualismo. En rigor, se trata de subordinar a la región en la lógica de la política exterior de la principal potencia del sistema capitalista, involucrando a sus gobiernos en las tendencias agresivas y militaristas empujadas desde Washington, para lo cual, cualquier prédica por el socialismo resulta inconveniente y un objetivo a vencer. Sea por el mecanismo de la subordinación económica, política o militar, la expectativa del poder mundial es sumar a la región como soldado de una causa para la superación de la crisis capitalista, con desigualdad y miseria extendida.

Ejemplos de sobra nos presenta el bloqueo contra Cuba por más de medio siglo, o los golpes de Estado asociados al manejo de los bienes comunes, el emblemático caso de Chile en 1973 y el cobre, territorio donde se ensayó por primera vez lo que luego se extendería como políticas «neoliberales». Más recientes son los ejemplos de Venezuela, Ecuador o Bolivia con los hidrocarburos, por solo mencionar los casos más expresivos a los que podríamos sumar la historia recurrente de la intervención estadounidense y en muchos casos asociados a países europeos, para intervenir de variadas formas en el continente.

A la dominación capitalista le preocupa cualquier intento de independencia y autonomía, imposible en el marco del capitalismo, cuya tendencia mundial se presenta hoy bajo la forma de la mundialización y la liberalización, más allá de cualquier discurso proteccionista. Por eso las amenazas y el conflicto permanente para evitar cualquier proceso de construcción alternativa, menos si es explícito en su orientación por la transición del capitalismo al socialismo.

En ese marco, la disputa geopolítica mundial interviene en la región, como conflicto de intereses considerados propios por la potencia hegemónica, dicho en tiempos de creciente participación de China como socio comercial, económico y financiero de buena parte de los países de la región. La disputa mundial se presenta como conflicto en la región y claro, vinculado a intereses económicos sobre el excedente socialmente generado en nuestros países.

La perspectiva por la desmercantilización en los procesos que pregonan el tránsito al socialismo resulta limitada, por el peso cultural de las relaciones monetario-mercantiles. Los intentos de regulación de los mercados no terminan siendo exitosos porque no son parte constitutiva de una cultura de conciencia social ampliada para ir en contra y más allá del régimen del capital, de la Ley del valor y, por ende, de la apropiación del excedente económico socialmente generado.

Más aún, estas experiencias no solo ocurren en tiempos de extensión de la mercantilización a escala mundial, sino de un proceso de cambio de las funciones de los Estados nacionales y su capacidad de intervenir en los procesos productivos y económicos, caso de las privatizaciones de empresas públicas. Las reformas de los Estados fueron impulsadas en todo el mundo desde una fuerte prédica de la hegemonía política y cultural mundial, en especial desde los Organismos Internacionales.

Bajo estas condiciones, fueron limitadas las capacidades de los procesos políticos en el gobierno para innovar en la regulación de los mercados o, incluso, en el establecimiento de límites para la mercantilización de la vida social. Es sin dudas una cuestión de poder, que se juega más allá de la economía y tiene que ver con la capacidad de generar consenso por medios ideológicos o en forma directa por la coerción de los mecanismos de la violencia y la intervención militar.

Aun así, resulta interesante estudiar y verificar los desplantes diplomáticos, políticos y económicos desarrollados por estos países. Solo a modo de ejemplo están las expropiaciones a empresas extranjeras en el caso cubano, o las expulsiones de diplomáticos estadounidenses en Venezuela o Bolivia. En ese plano, la gran amenaza para el imperialismo fue el aliento a un conjunto de iniciativas que aspiraban a constituirse en alternativa en materia de integración y articulación productiva y financiera. La sola construcción del ALBA-TCP, Petro-Caribe, o la propuesta irresuelta del Banco del Sur, fueron suficientes para frenar el empuje de una nueva dinámica de construcción del orden socioeconómico.

En ese plano puede mencionarse el rumbo de las «misiones» en Venezuela, contrastando con la tendencia a la mercantilización, pero también en contra de la burocratización en la resolución de necesidades sociales.

En ese plano se inscribe la construcción del orden comunal y más aún la potencia de la economía comunitaria contenida en la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia.

Quizás no sea tanto el avance contra la tendencia a la mercantilización, pero las experiencias dejan un cúmulo de ideas y propuestas que constituyen «programa» para pensar la perspectiva de la transición del capitalismo al socialismo. En rigor, es parte de las «lecciones» que nos deja este tiempo y las experiencias gubernamentales de este proceso de creatividad que sufre hoy el embate agresivo de la política imperialista y las clases dominantes.

Junto a estas enseñanzas, debe incluirse la ausencia de un trabajo cultural de conformación del hombre y la mujer nueva, en el sentido de las reflexiones del Che en los inicios de la Revolución cubana. Es mucho lo que se ha sostenido contra el voluntarismo, sin embargo, la cuestión cultural ideológica en la construcción de la subjetividad consciente para el cambio social resulta fundamental y no existe posibilidad de sustraerse a esa gigantesca tarea por ganar la conciencia social de la mayoría de las poblaciones. Hay ahí una cuestión no resuelta para los procesos de cambio y de transición sistémica.

Otra lección podemos asociarla a la subestimación de la lucha de clases y más específicamente a la estrategia e iniciativa del poder capitalista, que no resigna con facilidad su poder. El capitalismo se reproduce en la lógica de la ganancia, por eso es irreformable y no cede posiciones, sino de manera transitoria, derivado de la correlación de fuerzas, que no son eternas. Es algo que no siempre se comprende desde las clases subalternas y la revolución.

No alcanza con la toma del poder y menos si se accede al gobierno por medios electorales, con resortes de poder económico e ideológico en manos de quienes boicotearán el proceso de cambio por todos los medios posibles, incluso acudiendo a la corrupción, medio privilegiado de funcionamiento del capitalismo criminal contemporáneo.

Construir el nuevo poder para la transición supone fortalecer el consenso social masivo a escala local y la conformación de alianzas internacionales amplias para derrotar al poder global. Son consensos necesarios para asegurar la sostenibilidad de la desmercantilización en relación con las posibilidades de la reproducción de la sociedad alternativa. Se trata de un objetivo sin el cual se limitan las fuerzas y posibilidades de avanzar en los cambios. Son aspectos internos y externos que operan siempre de manera simultánea.

El conjunto de aspectos considerados son unas primeras aproximaciones a un balance que requiere mayor estudio y profundidad. El socialismo y, con mayor precisión, el periodo de transición tiene el límite del carácter mundial del orden capitalista, instalado por siglos en los propios territorios y poblaciones con pretensión de revolucionar la realidad. Lo que pretendemos señalar es que no alcanza con la disputa política e incluso los consensos sociopolíticos para transformaciones profundas, que lo que se requiere es una inmensa disputa de sentidos entre millones de personas más allá de las realidades nacionales.

Lo interesante de las experiencias consideradas es que confluyeron en un tiempo que hacían pensar en una coordinación temporal y espacial para encarar procesos integrados de transformación en un camino de transición contra y más allá del capitalismo. Queda para futuros análisis el saldo en términos de acumulación de poder popular para seguir pensando la transición del capitalismo al socialismo en Nuestramérica.

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