miércoles, 15 de enero de 2014

Capital ficticio




¿Cómo hemos llegado a "esto"?

De cambiar ocasionalmente una piel de antílope por una olla de barro, se pasó a aprovechar las ventajas que da al cazador su facilidad para acumular pieles, al alfarero su práctica para hacer ollas y al experto en su fabricación la destreza que le permite fabricar muchas más flechas de las que podrá usar. Intercambio a tres bandas, que luego se complica a cuatro, a diez, a mil...

Especialización productiva y acumulación de excedentes. Valoración calculada, conjunta y alternativamente ("especulativa", al fin), del esfuerzo dedicado, de la utilidad y la necesidad, de la escasez o abundancia...

Más práctico que operar con vacas y hortalizas en cantidades equivalentes, era emplear una mercancía intermedia de uso universal, apreciada igualmente por todos y no fácil de obtener, de valoración considerada estable por los que intercambiaban. Ciertas conchas, ciertas piedras... luego, algunos metales: hierro, plata, oro...

Las monedas metálicas permiten cuantificar mucho mejor que las conchas o las piedras. De tamaño, forma y peso precisos, con facilidad para establecer múltiplos y submúltiplos, utilizando la equivalencia de esfuerzo para obtener las diferentes piezas metálicas. Así aparece el primer acuerdo colectivo entre las equivalencias de valor del oro, la plata, el cobre. 

Así que desde el principio el dinero es establecido como relación social, que posibilita no solamente el intercambio local sino el comercio a distancia.

Desde ese momento el dinero adquiere su cualidad de intermediario universal, y su posesión es buscada con más ahinco que los mismos bienes a que permite acceder. De fabricar mercancías para cambiar por otras a través del dinero se pasa a invertir dinero con el que adquirir mercancías para obtener una cantidad mayor de dinero.

Desde luego, eso puede conseguirse sin más que comprar barato par vender caro, localizando y convenciendo a pardillos poco espabilados en una y otra operación. Pero este es un juego de suma cero en que unos ganan y otros pierden, sin que varíe la cantidad total de riqueza ni el valor real de la cosa.

La mercancía que añade realmente valor a las cosas es la fuerza de trabajo, conjuntamente con la apropiación de la riqueza de la naturaleza, obtenida precisamente a través de ese trabajo. Sea trabajo propio, trabajo esclavo o trabajo libre, el trabajo es la fuente que crea el valor.

No voy a seguir con una historia económica de la humanidad, porque ya hace más de cien años que se escribió El Capital. Obra imprescindible.

Sí quiero subrayar la progresiva desmaterialización del dinero real. Primero surge la confianza mutua (fiducia es fe), sustentada en la tácita aceptación de las partes sobre el valor del oro, luego en el sometimiento al poder de quien acuña la moneda, y más adelante en la facultad de ese poder de sustituirlo por papel moneda de pago garantizado. 

El crédito (que supone creencia) y sus asientos, sustituye la moneda por documentos, fenómeno ligado al comercio a larga distancia y a los pagos diferidos: corresponsalías, pagos aplazados, letras de cambio, pagarés, y el papel moneda como certificado de depósito de moneda metálica.

El dinero se hace líquido, y la liquidez propicia la especulación sobre el propio dinero. Las monedas ya no tienen un valor fijo en oro. No es tan fijo, porque el oro sigue acumulando más y más toneladas atesoradas, pero sí es relativamente estable, porque se acumula con más dificultad que el dinero que una vez lo representó.

Al final, se desengancha del oro que servía de referencia la última moneda, el dólar. Se comercia con todo. Con promesas de pago, con bienes futuros, con meras posibilidades, con la creencia de los demás, que encima puede fabricar quien tiene la capacidad de hacerlo.

El dinero ya no es fundamentalmente una moneda metálica, ni un billete físico, sino una sucesión de operaciones electrónicas.

La acumulación de operaciones sobre otras operaciones, la inextricable confusión de bienes reales, opciones sobre bienes actuales o futuros, conversión de préstamos hipotecarios en títulos de valor desconocido, hacen ya prácticamente imposible saber siquiera qué es real y qué es puro humo en los "valores" que sin embargo sustentan toda la economía.

Hay una tremenda contradicción entre lo instantáneo de esas transacciones, que mueven en una fracción de segundo cantidades enormes de una a otra parte del globo, y el incierto tiempo pasado, presente y supuestamente futuro en que se apoyan. Con un escaso monto de dinero "real", obtenido tal vez mediante un préstamo, puede comprarse la opción a algo aún inexistente, y venderlo con grandes ganancias antes de que se materialice.

Recuerdo de mis tiempos de estudiante, viisitando la obra del edificio Torres Blancas, al arquitecto Saénz de Oiza comentando cómo un apartamento aún inexistente había sido comprado y vendido con "gran ganga". José Luis Balbín, en uno de aquellos programas de La Clave, contaba el consejo a alguien que quería comprar un piso pero no tenía dinero suficiente. El consejo recibido era "compra dos"...

Como de todos modos existe en la base una "economía real", aunque tantas veces no produzca bienes sino males, todo este castillo se derrumba de vez en cuando con gran estrépito.

No nos engañemos: el capital es uno sólo, aunque se desglose en terrateniente, industrial, comercial y financiero. Salta de un sector a otro buscando maximizar el beneficio, limitado por la bajada inexorable de la tasa de ganancia, debida a lo difícil de mantener porcentajes cuando ya es enorme y al imposible crecimiento exponencial en un mundo finito. Cuando la ganancia no se puede ya basar en la obtención de plusvalías del trabajo asalariado, pasa a las operaciones especulativas, que hoy, sin añadir un ápice a la riqueza, reasignan constantemente su propiedad, en un juego de suma cero, en que las ganancias de unos consisten sólo en las perdidas de otros. Empezando por la clase trabajadora, reducida cada vez más a una incierta subsistencia.

Al final, todo el capital adquiere la forma de capital a interés, que parece crecer automáticamente por alguna operación mágica de autorrevalorización continuada.

La acumulación sigue concentrándolo. Aunque en su mayoría se trate de capital ficticio, sus ganancias son bien reales. Como lo es en el otro polo el empobrecimiento general.

Mucho mejor de lo que yo podría hacerlo, estos textos lo analizan en profudidad. Doy el enlace a ellos y los párrafos finales de ambos:
 


La creciente movilidad del capital ficticio y del crédito bancario ha servido no sólo para someter a todas las actividades que implican dinero a un criterio internacional de rentabilidad, sino además para potenciar las posibilidades de una crisis realmente mundial como la que estamos viviendo. Esto significa, en otras palabras, que el capital estaría alcanzando su madurez en cuanto a su desarrollo, conformando un espacio mundial de manifestación de las contradicciones del proceso de acumulación y reproducción bajo la forma de crisis capitalista. El extraordinario auge del capital que devenga interés a escala planetaria no hace más que amplificar ese potencial. Esto es más cierto si ocurre bajo la forma de capital ficticio, de “fetiche automático”, una forma de capital que “ya no lleva la marca de nacimiento de su origen”.

Si la burbuja financiera estalla algún día --y no hace falta recordar los análisis heterodoxos a este respecto (véase, por ejemplo, Moseley, 1999), ya que cada vez son más numerosos los economistas ortodoxos que nos advierten de este peligro, incluidos los que están colocados en los puestos de mando de importantes instituciones económicas internacionales, o incluso nacionales en pleno centro del imperio--, la reducción repentina de valor mercantil puede ser tan explosiva que los efectos depresivos de semejante estallido terminarán por perjudicar a muy corto plazo a la auténtica riqueza existente. No sólo porque la depresión económica en el sentido convencional puede destruir una cantidad importante del capital (medios de producción) sobrante --no olvidemos que la raíz última del problema que sufre el capitalismo contemporáneo del último cuarto de siglo es que el exceso de acumulación lo ha llevado a un exceso generalizado de capacidad productiva que, tarde o temprano, tendrá que desaparecer, sino sobre todo porque destruiría puestos de trabajo adicionales en un mundo donde el ejército industrial de reserva ya ha seguido la misma senda secular que los otros ejércitos (alcista, evidentemente), y lo ha hecho de forma aguda en las últimas décadas [la tasa mundial de desempleo es superior en los 90 a la de los ochenta, y ésta superior a la de los 70, etc.)].
Y, por supuesto, el empleo en una empresa capitalista, mientras sea la única forma de desarrollar las capacidades humanas, ya es de por sí una fuerte limitación a la riqueza humana auténtica, que sólo será posible cuando el ocio creador y el descanso real puedan pasar a representar una proporción creciente del periodo vital de los individuos, invirtiendo, así, la tendencia que impuso la revolución industrial que nos trajo el capitalismo en aquella primera época suya en la que era un sistema de progreso que sirvió para superar al feudalismo.
No deberían ser tan optimistas los liberales modernos --ya sean de los llamados neoliberales, ya de los socialdemócratas-- pues las nuevas tecnologías, la nueva era de la información, de la informática y de las telecomunicaciones, los nuevos desafíos de la globalización, de la competitividad social y del Estado de bienestar democrático, y demás tonterías retóricas de las que se ha imbuido la izquierda en el último medio siglo, nos pueden estar deparando un sobresalto muy próximo que pondrá, lamentablemente, de moda la misma teoría que ya lo estuvo un tiempo atrás y que ahora se intenta borrar de las mentes en esta guerra fría ideológica (casi tan cruenta como la caliente) que todavía no ha terminado (al revés no ha hecho más que empezar), pero que puede suponer un salto también en el pensamiento real, como consecuencia de un auténtico cambio cualitativo en las condiciones objetivas que determinan en última instancia la conciencia social.
¡Ay, qué razón tenía aquel clásico que escribió que "el hombre se cree libre porque no se apercibe de sus cadenas"!

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