martes, 14 de enero de 2014

Guía de los Perplejos



En dos temas importantes (y urgentes) se ponen de manifiesto dudas y vacilaciones serias en el seno de la izquierda que hemos dado en llamar transformadora, para distinguirla de esa otra cosa que los medios deformativos han dado en llamar izquierda. Con innegable éxito, porque lo que se machaca una y otra vez acaba calando: tengo entendido que en Madrid la estación de metro de Sol empieza a ser llamada Vodafone con toda naturalidad...

Pero, digresión neolingüística aparte, veamos esos dos temas:

Son cuestiones relativas a la situación y su salida. La situación es mala y hay que escapar del pantano de arenas movedizas en que nos hundimos. Sabiendo adónde se quiere llegar y qué caminos son transitables.

Un asunto es interno, y habrá que mirarlo con lupa, y es la articulación del Estado.

Desde hace muchas, muchas décadas, la izquierda marxista reconoce a España como un estado plurinacional cuyos pueblos tienen derecho a la autodeterminación, y en el ejercicio de ese derecho su propuesta es articular un Estado Federal Solidario.

La definición es muy clara, y daría a los federados toda la capacidad de actuación compatible con la búsqueda innegociable de la mayor igualdad social. Jamás la estructura federal podría acentuar los desequilibrios entre las partes, que son la negación del derecho de los ciudadanos a ser tratados igual y disfrutar por igual de los bienes comunes. Ante todo prima el derecho al ejercicio igualitario de los derechos humanos. De todos los derechos humanos.

Pero en la práctica cuesta mucho definir ese estado, y se aplaza una definición más precisa. La letra pequeña y el articulado oscurecen el debate, y se posponen detalles importantes. Así ocurrió al establecer el "estado de las autonomías", que como era previsible acabó convertido en un campo de forcejeos bilaterales, unidos a chalaneos partidarios, que han acentuado cada vez más el desequilibrio, los egoísmos y la acción centrípeta. Y enviado al guano la imprescindible solidaridad interterritorial (ni hablar siquiera de la igualdad esencial de las personas).

Hay que ser muy objetivo y deslindar la opresión cultural (en su sentido más amplio) de la opresión social. No podemos envolverlas en un totum revolutum como opresión nacional, como si las naciones fueran entidades uniformes, inmutables y sagradas. Más real en todos los aspectos de la vida es la opresión de las clases dominantes sobre el conjunto de la sociedad. Los autodenominados nacionalistas de izquierda, suelen pasar, en caso de duda, la solidaridad de clase a un segundo plano, y al final se alinean con el nacionalismo burgués.

Sin considerar cuán fácilmente se ponen de acuerdo en otros temas los nacionalistas burgueses centralistas y periféricos.

El otro asunto mira al exterior, y habrá que agarrar bien los prismáticos para otear el horizonte.

Saltamos así, de la articulación o desarticulacion de España, a plantearnos la misma cuestión a escala europea. Y las mismas dudas y vacilaciones, porque nuevamente la pretensión de unidad choca con la dispersión de intereses, y no se pueden hacer tortillas sin romper algunos huevos.

Se nos saltan las lágrimas de tanto despotricar sobre lo mal que se construyo la Unión Europea, y hablar al mismo tiempo de la necesidad de otra Unión Europea. Algunos dicen que hace falta "más Europa" sin precisar en qué consistiría. También aquí el fallo está en alinearse sin más con las posturas "centralistas" o con las "separatistas".

El centralismo nace aquí tambien en defensa de los intereses del centro y para el sometimiento de la periferia. El separatismo "euroesceptico" defiende los intereses "nacionales" de los estados.

Si no tienen conciencia de la realidad de las clases sociales, los trabajadores de cualquier país tenderán a cobijarse bajo el paraguas de sus burguesías nacionales. Incluso en los países clásicamente coloniales, en los que la coincidencia de la opresión cultural con la opresión social hacía incuestionable su derecho a la autodeterminación, la independencia ha llevado mayoritariamente a la hegemonía de sus clases dominantes. La globalización ha hecho el resto, y se ha perpetuado su sometimiento.

Ahora, la idea de desacoplar las economías de la Europa periférica del centro para detener el empobrecimiento progresivo choca con el miedo a hacerlo, temiendo las peores consecuencias inmediatas. Sin considerar las inexorables consecuencias a largo plazo de permanecer en "esta" Europa.

Y no hay una idea clara de la conveniencia de permanecer en el euro o saltar fuera de él. Porque fuera hace también mucho frío...

Políticamente no tiene sentido seguir en la Europa de los Mercaderes, pero se plantean serias dudas sobre si sería posible construir después la soñada Europa de los Pueblos.

Ninguno de los dilemas sobre la estructura de la comunidad europea o de la comunidad española se puede resolver en el marco económico actual, en que el verdadero poder no está en los estados, sino por encima de ellos. Los guiñoles no son los muñecos que los representan, sino los "líderes" de carne y hueso (a decir verdad, más hueso que carne).

Maimónides escribió su Guía de los Perplejos, en un intento, en su momento muy avanzado, de interpretar el Judaísmo en términos filosóficos, o lo que es lo mismo, de racionalizar la religión, incluyendo la admisión de la filosofía dentro de ella. Reelaborar la filosofía griega dentro de la religión monoteista.

Perplejos como estamos, habría que reescribir la Guía, para reelaborar la religión monoteísta de la economía en el molde de la filosofía política de la sociedad.

Sin miedo a que los dogmas del capitalismo salten en pedazos.

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