Decir que la educación de los niños comienza en el seno familiar y continúa luego en la escuela, con la socialización establecida en ella y en la calle, es una banalidad, porque la familia, la escuela y la calle se han empapado antes de ese sentido común social, el caldo de cultivo en que nos desarrollamos.
En ausencia de grandes conmociones, las culturas transmiten sin grandes cambios su base ideológica, esa mezcla de ideas y sentimientos, interiorizados por sus miembros a lo largo de sucesivas generaciones, que condicionan las conductas. Todo ello admitido con una naturalidad de la que no somos muy conscientes. Pero en situaciones inestables, con grandes cambios en la vida que dificultan que siga inalterada la estructura social, también ese sentir y pensar compartido sufre sacudidas que obligan a replantearse muchas cuestiones individual y colectivamente.
El sentido común mayoritario es la argamasa que mantiene la coherencia de las sociedades. No afirmo que esa coherencia sea acatada de buenas a primeras, sino que su aceptación, libre o forzada, solidifica el orden establecido.
Preceden siempre a los cambios revolucionarios, cambios en el modo de pensar y sentir de las mayorías sociales que los protagonizan. El dominio de las mentes es condición necesaria para la conquista o el mantenimiento del poder político. Por eso insistía Gramsci en la importancia de lograr la hegemonía.
Si quienes buscan esos cambios deben emprender una lucha ideológica contra el pensamiento dominante, los que se oponen a ellos no dejan de reaccionar (tal dice el adjetivo "reaccionario"). Esa lucha ideológica entre lo viejo y lo nuevo se sostiene con las armas de que dispone cada una de las partes.
El medio más poderoso para disciplinar a las sociedades ha sido, y aún lo es en muchos lugares, la religión, atadura eficaz, como lo revela la palabra, con sus premios y castigos, imaginarios o muy reales. Cuando su influencia práctica declina, otros modos de ocupar la conciencia colectiva toman su lugar. Como todo lo que es compartido, su vehículo es la comunicación.
Las ideas religiosas se transmitieron desde el púlpito mientras la comunicación de masas fue predominantemente oral. La escritura había ampliado el radio de acción de la prédica, pero no fue hasta la invención de la imprenta que su efecto masivo se manifestó como la forma más amplia de transmisión de ideas. "Esto matará a aquello", reflexionaba Víctor Hugo en Nuestra Señora de París. Aunque explícitamente su espíritu romántico se refería a la catedral gótica, que, como antes la románica, era un libro de piedra, Historia Sagrada narrada en tímpanos y capiteles, la frase también señala de qué modo la difusión universal del libro iría minando el dominio absoluto del pensamiento religioso.
Del libro al periódico, de este a la radio, la propagación de las ideas, sobre todo las de la clase dominante, se volvió global. Un paso más dieron el cine y la televisión, pero el avance definitivo ha sido la reunión de todos estos medios en uno solo, a través de pantallas universal e instantáneamente conectadas. Es entonces cuando se hace real la aldea global de la que habla McLuhan. En esta aldea global los contenidos también son globales. Ya no están restringidos a la lectura o a la contemplación: son dinámicos, y en su fugacidad se contiene mucho más de lo que explicitan. A la percepción consciente se añade en enorme medida la subliminal.
Marshall McLuhan quiso expresar esto con su hipérbole "el medio es el mensaje", porque el medio modifica el mensaje, añade elementos que van más lejos que la escueta transmisión de palabras. ¿Cómo no iban a aprovechar esto los dueños de esos medios para sus mensajes explícitos e implícitos?
"Ganar los corazones y las mentes" fue el lema de la guerra fría cultural que emprendieron y han mantenido desde hace décadas los estrategas del Pentágono. No parece casual el orden de prioridades de la frase. Primero hay que ganar los sentimientos, y a través de la buena disposición anímica que proporciona la familiaridad se logra colonizar luego el pensamiento colectivo. Así es más fácil socavar las ideas del contrario.
Modas, gestos, expresiones, y también sentimientos, circulan por las redes y se instalan en los participantes. ¿Qué sentimientos transmite la música tecno de ahora mismo, sino una vitalidad mecánica, dura, desprovista de vibración sentimental? Con frecuencia, las canciones que más se difunden en internet valoran la violencia y el dominio sobre los débiles, cuando no incitan directamente al delito, como ha denunciado Jon E. Illescas en su libro La dictadura del videoclip. El videoclip es hoy el producto cultural más consumido por los jóvenes, por encima de libros, películas, videojuegos o programas de TV. ¿Qué valores está transmitiendo?
Y este es solamente uno de los medios de conformación del sentido común que se ha impuesto. ¿Por qué tantas gentes, de todas las edades, etnias y clases sociales, llevan prendas de vestir con frases en inglés, y no en otras lenguas, y muchas de ellas con la bandera de las barras y estrellas? La mayoría seguramente ni siquiera se lo plantea, pero quienes las portan "se sienten libres". ¿Cuál es su concepto de libertad? Esto me lleva a recordar la frase de Lenin, tergiversada desde el instante en que la pronunció: ¿Libertad para qué?
A la inmersión en esta cultura no escapa casi nadie. Illescas está preocupado por el futuro de Cuba, penetrada por mensajes que difunden los medios y las redes, a cuya influencia es difícil sustraerse. Porque internet es un arma de doble filo. Las tecnologías no son en sí mismas buenas o malas. La mejora de las comunicaciones puede servir para educar o para confundir, para transmitir mensajes constructivos o destructivos. Sembrada una idea, las redes sociales la difunden de manera viral. Ya no importa de donde ha partido, los que la portan y transportan refuerzan su convicción de que es correcta, y el hecho de que muchos las compartan los reafirma, al sentirse abrigados dentro del grupo.
Las redes sociales están gobernadas por algoritmos, secuencias lógicas mecánicas e impersonales. Pero el algoritmo ha sido diseñado por personas, con estrategias que sirven a sus propósitos. Uno de ellos es crear adicción, con fines comerciales o políticos, y para lograrlo facilitan contenidos acordes con las aficiones de los partícipes, que quedan encerrados pavlovianamente en burbujas de confort, y a lo que gusta se vuelve.
Dentro de la burbuja se pueden inyectar contenidos acordes o discordantes, y si hay un interés en hacerlo, pueden incluso "industrializarse" los mensajes para dar la impresión de que un pensamiento o un comportamiento son mayoritarios. No hacen otra cosa la prensa, radio y televisión que conocemos, bastante controlada por contados grupos de intereses. Pero las redes son estructuras difuminadas, borrosas. Y de lo anónimo y difuso es más difícil defenderse.
Llegados a esta aldea global y chismosa, no vale aislarse. Porque además lo prohibido atrae. El afán de libertad hace contraproducente cualquier barrera represiva, sobre todo cuando la idea de libertad más popular se basa más en el lema "sé libre como yo: imítame". Las modas inducidas pasan por comportamientos que otorgan "personalidad".
La única defensa es el contraataque. La esboza el artículo cuyo final dejo aquí. Si a algunos les puede parecer exagerada la reescritura de esa Historia de Cuba que imagina, el éxito de la reescritura de la II Guerra Mundial que la precede debería convencernos de que se puede reescribir una NeoHistoria que sustituya la verdad por "posverdades". Muchísimos de nuestros compatriotas creen aún a pies juntillas la versión de la Guerra Civil que cuentan todavía los herederos del régimen fascista.
El artículo cuyo final copio, del que recomiendo la lectura completa, recomienda a su vez el documental cubano La dictadura del algoritmo, con el que cierro esta entrega.
Obra de Josep Renau: "El futuro trabajador en el comunismo" (Boceto, 1969) |
Por una industria cultural contrahegemónica y transnacional
Jon E. Illescas (Jon Juanma)
(...)
¿Sabía que tras acabar la II Guerra Mundial la mayoría de los franceses pensaba que la clave de la victoria contra el III Reich de Hitler había sido de la URSS y que ahora en el siglo XXI piensan, tras cientos de películas hollywoodienses que sobrescriben la historia mundial en las mentes de generaciones y generaciones, que el papel clave fue el de Estados Unidos? De hecho, una parte importante de la gente joven, más allá de sus miserias (que sin duda las tuvo y no en grado menor) piensan que la URSS, los soviéticos y los nazis eran aliados y que incluso su ideología no solo era muy parecida sino prácticamente calcada. Una alumna de preuniversitario (en España, bachillerato) me aseguró en una clase que los nazis eran de “izquierdas”. A esto hemos llegado. Y el camino hacia el infierno de la ignorancia supina es infinito.
Quizás dentro de unas décadas la mayoría de los cubanos piensen que Fidel, el Che y Raúl eran en realidad unos ambiciosos capitalistas que montaron una guerrilla para quedarse con todo el terreno cultivable de Cuba y venderle azúcar a los terratenientes colombianos, a cambio de cocaína con la que evitaban que la población se rebelase. Sumado a ello en realidad la invasión de Bahía Cochinos podría acabar siendo una iniciativa del bueno de Kennedy para restaurar la democracia de la que gozaban los cubanos con Batista, y su propio asesinato en Dallas, seguramente ordenado por Fidel a algún francotirador “castrista”. O quizás por Lenin, o Marx, ¿quién sabe? Puede que en la futura NeoHistoria, controlada por sus fuentes y sus algoritmos, en 1964 todavía siguieran vivos.
Todo es posible cuando la memoria se impone y la cultura se apaga, cuando las pantallas se encienden y los libros se cierran, cuando el algoritmo controla nuestras vidas y nuestra voluntad se entierra. De nosotros dependerá vencer al algoritmo del capital o hacernos sus súbditos. Industria cultural transnacional y contrahegemónica o barbarie. Palabra de profesor, palabra de youtuber, palabra de revolucionario.
Estas recomendaciones son una invitación para un pensamiento crítico que inyecte anticuerpos contra al virus social inoculado. No creo exagerar afirmando, visto el derrotero de esta sociedad hacia el abismo, que es una pandemia más peligrosa que otras, contra las que ya se ha demostrado que puede haber vacunas eficaces.
Para detener esta no hemos podido aún encontrar la que se le oponga con éxito. Una buena confirmación de lo dicho en el libro la dictadura del videoclip es este documental: la dictadura del algoritmo.
Tendré que visitar este blog con más frecuencia aún, a ver si el algoritmo toma nota y mejora sus sugerencias.
ResponderEliminarAunque es difícil competir con los trolls y los bots. Los malos juegan con ventaja.
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