sábado, 12 de marzo de 2022

Lo viejo, lo nuevo y la nada

Que Rusia vea en la OTAN una amenaza para su seguridad no es nada nuevo. ¿Hacia dónde ha crecido esta organización militar, en la que vemos ingresar países pero nunca salir a ninguno? Recordemos cómo y con qué condiciones entró España y podremos verificar su (in)cumplimiento. Nuestra situación se parece a la del Bardamu de la novela de Céline.

La expansión de la OTAN 
Los Imperios insulares (como antes Inglaterra y ahora los Estados Unidos, país que, sin enemigos peligrosos al norte y al sur, a efectos prácticos funciona como una isla) hacen las guerras desde una confortable distancia. No así los continentales, que pueden ser rodeados y atacados más fácilmente, de no estar protegidos (nunca por completo y para siempre) por un cinturón de estados tapón.

No es de extrañar que Rusia se sienta amenazada y, más que la defensa de la población de etnia rusa o la eliminación de una amenaza nazifascista que le sirve de justificación, procure establecer en torno a sus fronteras una zona de seguridad.

Hay que considerar que para que haya una guerra se han de dar circunstancias desencadenantes. Que Rusia defienda su "espacio vital" que siente bajo amenaza es una. Pero ¿hay razones para esta amenaza?

Cada uno de los actores principales tiene las suyas, que dirigen su estrategia. Todas se basan en la lucha por unos recursos insustituibles, claramente menguantes. Porque la escasez y las dificultades de abastecimiento que vemos o el encarecimiento de la energía no son tan coyunturales como nos quieren hacer creer.

Rusia ("lo viejo"), China ("lo nuevo") y los EE.UU. ("la nada") son estos actores. Todos ellos están necesitados de energía, que la primera posee aún en abundancia. Al parecer, no debería ser difícil un entendimiento, porque podrían complementar sus economías, La primera dispone (aún) de energía, la segunda, de tecnología y minerales estratégicos. La tercera potencia dispone sobre todo de un enorme complejo militar-industrial. En él radica su fuerza.

El artículo que sigue analiza, en una síntesis apretada, las particulares razones de esta pugna, en la que podemos despilfarrar lo poco que queda, en lugar de prepararnos para la austeridad que se nos echa encima, lo queramos o no.

Res publica: Lo viejo, lo nuevo y la nada

Valentín Tomé

Lunes 7 de Marzo, 2022

Las guerras dicen que ocurren por nobles razones: la seguridad internacional, la dignidad nacional, la democracia, la libertad, el orden, el mandato de la civilización o la voluntad de Dios.

Ninguna tiene la honestidad de confesar: «Yo mato para robar»

Eduardo Galeano (1940-2015)

Si echamos un rápido vistazo a la Historia, en seguida confirmamos la tesis del escritor uruguayo. Las guerras, sobre todo las guerras protagonizadas por Imperios, siempre han tenido por objetivo último el robo y el pillaje, es decir, la apropiación por la fuerza de los bienes o recursos ajenos.

Es por lo tanto bajo esta premisa fundamental por la que debemos regirnos a la hora de realizar cualquier análisis sobre los múltiples conflictos bélicos que ahora mismo están teniendo lugar en el planeta, incluido por supuesto el del que todo el mundo habla en la actualidad, el de Ucrania. Este principio es esencial no solo para entender el tablero geopolítico del momento sino incluso el de su futuro más próximo. Por lo tanto, antes de proceder, se hace necesario tratar de definir cuál es el contexto energético-material mundial en el que nos encontramos. Materia y energía siempre han sido los recursos más codiciados por cualquier Imperio que se precie.

Desde los inicios del presente siglo nos encontramos en lo que se ha dado en llamar la tercera revolución industrial, es decir en el predominio de las energías renovables y todos sus metales raros asociados para hacer posible su implementación (neodimio, cobalto, galio, indio, litio…). Se trataría así de dejar atrás la energía basada en los combustibles de naturaleza fósil, petróleo y gas fundamentalmente, cuyas fuentes son limitadas y altamente contaminantes, pero que siguen siendo absolutamente necesarias para el funcionamiento dinámico del capitalismo. Si bien, expertos en el tema como el catedrático de Física Antonio Turiel no se cansan de advertir que nada podrá evitar que en las próximas décadas sigamos una senda de descenso energético precisamente por dos razones esenciales: estos metales raros son escasos y por supuesto no renovables y no podrán satisfacer las demandas de energía para el normal funcionamiento de nuestro sistema económico global, pero, fundamentalmente, porque nunca nos brindarán los rendimientos energéticos que, sobre todo en el tema del transporte (tan necesario para la globalización neoliberal), nos proporciona la energía fósil.

Todo esto resulta bien conocido, pero nuestros Imperios actuales haciendo suya la máxima de Keynes de "en el largo plazo, todos estaremos muertos", centran su atención en el futuro más inmediato y tratan, como han hecho siempre a lo largo de la Historia, de acaparar la mayor cantidad de recursos con la finalidad, nunca satisfecha, de ganar seguridad frente al impredecible futuro. Es en este contexto energético-material bajo el que operan los movimientos hegemónicos de nuestros tres grandes Imperios de la posmodernidad. Nos estamos refiriendo, claro está, a Rusia, China y Estados Unidos. Comencemos por Rusia.

Nada parecía hacer sospechar que, tras el precipitado y caótico desmantelamiento de la Unión Soviética, pasando en un tiempo récord de una economía de planificación central a otra de libre mercado de corte neoliberal, pudiese levantarse a inicios de este siglo un nuevo Imperio. Toda apuntaba desde los primeros instantes a que, habiendo colocado al mando a un hombre de paja de Occidente como Boris Yeltsin, la vieja URSS y Rusia en particular, acabaría experimentando el proceso vivido por la vieja Yugoslavia, es decir su división en múltiples Repúblicas "abiertas" a los capitales extranjeros que podrían acceder sin especiales barreras a sus grandes recursos primarios. Lo que comúnmente se conoce como Estados business friendly, que no son otra cosa más que Estados débiles o cuasi fallidos como los que podemos encontrar en gran parte de lo que se conoce como Tercer Mundo.

Sin embargo, la fuerte resistencia del pueblo ruso a caer víctima de una economía salvaje de mercado que había introducido en la sociedad unos niveles de pobreza, precariedad e incluso de acortamiento de la esperanza de vida hasta entonces desconocidos, logró echar del poder a Yeltsin (quien antes no había dudado en 1993 con el apoyo de Occidente a disparar cañonazos contra el Parlamento ruso pues los diputados allí encerrados se negaban a aprobar su reforma constitucional de corte neoliberal; o manipular los resultados electorales de las presidenciales de 1996 que, como reconoció más tarde el propio ex presidente Medvédev, habían dado la victoria al líder del Partido Comunista).

Y en esto llegó Putin. Y apoyándose en un poderoso ejército dotado de un impresionante arsenal nuclear heredado de los tiempos soviéticos, y en una red de oligarcas crecidos al amparo de las privatizaciones de los grandes monopolios públicos que rápidamente le mostraron su apoyo, creó de nuevo un Imperio basado en una política ultranacionalista y autoritaria, casi autárquico en lo económico, donde todo signo de resistencia política (ahí están los múltiples encarcelamientos y sanciones que sufren los miembros del Partido comunista) o cultural (véanse los asesinatos extrajudiciales de periodistas o activistas críticos) es borrado del mapa.

Pero volviendo al tema energético, ¿de qué recursos dispone Rusia? Pues fundamentalmente de todos aquellos relacionados con la vieja economía, que como decíamos al principio, sigue siendo esencial, y lo será hasta su agotamiento final si persiste el actual modelo, para el funcionamiento de la globalización neoliberal. Es decir, de la economía fósil. Si bien es cierto, que Estados Unidos continúa siendo el principal productor de gas y petróleo a nivel mundial, no lo es menos que el amigo americano ha agotado ya toda posibilidad de encontrar nuevos yacimientos en su subsuelo patrio tras una explotación que se inicia hace más de siglo y medio, mientras que en Rusia quedan aún amplias zonas por prospectar. De hecho, el calentamiento global está jugando a su favor pues el deshielo del permafrost en el Ártico está haciendo que Rusia encuentre casi cada día nuevos yacimientos de petróleo y gas que explotar. Si la geografía política no se modifica en los próximos años, es muy probable que para cuando Estados Unidos haya extraído su último litro de petróleo o de gas en territorio soberano, Rusia esté aún con una gran cantidad de explotaciones a pleno rendimiento.

¿Y qué ocurre con China? China será un modelo a estudiar con gran detenimiento por los historiadores del futuro. Ningún Imperio en la historia ha experimentado un crecimiento tan acelerado en tan poco tiempo y sin apenas hacer uso para ello de la violencia "exterior". Una singularidad histórica sin duda. Las claves para explicar esta transformación debemos hallarlas en las reformas económicas emprendidas por el país tras la muerte de Mao. Unas reformas encaminadas a crear zonas económicas especiales dentro del país destinadas a recibir con los brazos abiertos todo tipo de inversiones de capital extranjero, fundamentalmente estadounidense, para que sus fábricas trasladasen su producción a aquellos lugares aprovechando los bajos costes de su mano de obra (recordemos que estamos hablando de la época en la que despega el neoliberalismo como vector ideológico dominante con toda su deslocalización de la producción asociada en Occidente); mientras que al mismo tiempo el Estado practicaba una suerte de planificación central sobre los sectores estratégicos de la economía que seguían permaneciendo bajo su titularidad. Con esto se logró una transferencia tecnológica que de manera autárquica sería imposible conseguir en tan poco tiempo, y comenzaron a crearse empresas de capital chino que competían con las occidentales, que seguían fabricando allí, en todos los sectores, incluido el tecnológico.

Hoy China es la principal fábrica del planeta casi en exclusiva de todo tipo de bienes (solo hace falta pensar en el desabastecimiento ocurrido en Europa durante la pandemia cuando sus fábricas se vieron obligadas a parar, o en la reciente crisis de suministros de semiconductores que ha mantenido fábricas en Occidente largo tiempo sin actividad al ser China su principal proveedor mundial y decidir esta satisfacer primero su mercado interno). Es la mayor potencia exportadora del planeta, muchos de cuyos bienes que allí se fabrican son comprados, irónicamente, por Estados Unidos, su principal cliente.

¿Y qué hace con todos esos dólares obtenidos de las ventas? Pues como explicó Varoufakis en su magistral libro El minotauro global desarrolla una estrategia cargada de inteligencia: compra deuda pública estadounidense. Así, hoy en día, el mayor tenedor de la astronómica deuda pública norteamericana es China, es decir es la mayor reserva de dólares en el extranjero, lo que sitúa a Estados Unidos en una posición de debilidad frente al gigante asiático. Cuando China lo desee puede hacer compras en dólares en el mercado internacional de bienes muy por encima de su precio real y devaluar así artificialmente el dólar hasta que prácticamente este no valga nada.

Otra gran parte de ese superávit comercial lo dedica a la innovación tecnológica, sobre todo en energías renovables aprovechando sus fuertes reservas en metales raros, al desarrollo científico y por supuesto, a lo que todo Imperio debe hacer si realmente desea serlo, al menos de manera permanente: a militarizarse. Hoy China dispone de una buena cantidad de armas de destrucción masiva, incluidas las nucleares.

Sabedora también de que en un futuro cercano tendrá graves problemas para alimentar a una población tan elevada (la quinta parte del planeta), así como para satisfacer sus demandas futuras de bienes y servicios basadas muchas de ellas en la disponibilidad de semiconductores, China, sin necesidad de pegar un solo tiro, ha firmado importantes acuerdos comerciales con países de África o América Latina. Grandes extensiones cultivables de tierra africana están ahora bajo dominio chino, y también importantes yacimientos de metales raros tanto de África como de Sudamérica. En estos acuerdos se incluyen cláusulas en las que estado chino se compromete a contribuir al desarrollo de esos países mediante la creación de infraestructuras públicas: carreteras, vías ferroviarias, puertos, hospitales, colegios…, en una estrategia en teoría win-win (ahí están también las mil millones de dosis de vacunas anticovid donadas por China a África) pero que es probable que en un futuro cercano pueda derivar, como ocurre en la mayoría de las relaciones comerciales, en una situación de fuerte dependencia de estos países con el Imperio asiático.

Si Rusia representa, en el terreno económico, lo viejo, China, sin duda, representa lo nuevo; aunque ya hemos visto que lo nuevo necesita también de lo viejo para poder subsistir, así que es muy probable que las buenas relaciones actuales entre China y Rusia se mantengan en el tiempo.

Y entonces, ¿qué representa hoy los Estados Unidos? En la actualidad cualquiera que visite los que fueron los grandes centros industriales tras la II Guerra Mundial del único Imperio con vida de Occidente se encontrará con un paisaje post-apocalíptico, similar al que podemos hallar, pero en mayor dimensión, en cualquier ciudad de nuestro país antaño dedicada al sector industrial. La nación que engendró ideológicamente el neoliberalismo ha sido su principal víctima. Hoy el Imperio es un páramo industrial.

Bueno, no del todo, existe aún en su seno una importante industria que es sin duda la más importante del mundo: la armamentística o militar. Fuertemente financiada por el Estado, cada vez que hay un conflicto armado en el mundo, los empresarios americanos del sector (con fuertes conexiones con la clase política) se frotan las manos: si realmente algún país del mundo desea modernizar su ejército, ellos son los mejores proveedores para ello (de ahí las actuales presiones de Estados Unidos, con la excusa de la guerra en Ucrania, a los países europeos de la OTAN para que aumenten su gasto militar; gasto que estos países aumentarán a costa de disminuir su gasto social pues la ortodoxia de control del déficit público dictada por Bruselas sigue vigente).

Desaparecida la industria en el plano nacional, y disponiendo del mayor ejército y de la más grande industria armamentística del planeta, con bases militares desplegadas por todo el globo, y sin renunciar a los principios del neoliberalismo, lo único que puede hacer el Imperio americano por engrandecer su economía es tratar de abrir nuevos mercados para sus empresas (ya sabemos desde Marx que en una democracia liberal el Gobierno funciona como el consejo de administración de los intereses de la burguesía).

Esto se puede lograr fundamentalmente de dos maneras: invadiendo, en aras de la libertad, de la democracia y de los valores de Occidente, el país del que se ambicionan sus recursos y reacio a permitir la entrada de esas empresas para su explotación (véase lo ocurrido sin salir de este siglo por ejemplo en Irak o Libia) para después colocar en el poder algún Gobierno que convierta ese país en business friendly. O bien la estrategia más habitual durante la Guerra Fría y que sigue plenamente vigente: si el país en cuestión es una democracia que goza de un Gobierno legítimo salido de las urnas, conspirar en la sombra para que un levantamiento normalmente dentro las filas del propio ejército de ese país, aunque también puede ser de naturaleza "popular", acabe dando un Golpe de Estado y colocando en el poder un Gobierno con las mismas características del caso anterior (nuevamente dentro de este siglo ahí tenemos los ejemplos de Venezuela, Bolivia o la Ucrania del Euromaidán).

Por último, la otra característica fundamental de la economía norteamericana es el enorme peso del sector financiero. Pero como ya demostramos en una anterior columna (https://pontevedraviva.com/opinion/6880/valentin-tome-leyes-capital-economia/), esto no pasa por ser nada más que una ficción, una mera abstracción sin soporte material que solo se sustenta por el efecto simbólico y cultural de ser la creación de un Imperio. Pero en realidad, detrás de todo ello, habita la nada. Como dice un buen amigo mío, hace tiempo ya que Estados Unidos está viviendo por encima de sus posibilidades.

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