Jorge Riechmann y Adrián Almazán reflexionan sobre el "Plan B, 100 % renovables" que ilusiona a muchas organizaciones ecologistas, y que vemos desmoronarse día a día, cuando se acepta que "la energía nuclear puede admitirse como energía verde", o se vuelve a tirar del carbón o el fracking, entre otras maravillas, en cuanto una urgencia apremia.
En un escrito no muy largo (lo digo para no desanimar de su lectura a los lectores telegráficos) se plantean la pregunta ¿cómo caminamos hacia el plan c? La respuesta es durilla, porque los opiáceos de una buena vida a la occidental hacen difícil desengancharse de ellos, como ocurre con todas las drogas.
Pero tengan presente quienes se ilusionan, e ilusionan, con soluciones fáciles y cómodas, que los ilusionados de hoy se volverán contra ellos, porque se sentirán engañados, en cuanto descubran que esas soluciones no funcionan.
Tengo una certeza casi absoluta de que las élites, no todos los que viajan cómodamente instalados en ellas, sino sus cabezas pensantes, tienen otro plan, que podríamos llamar "Plan Omega".
Dicen los autores del artículo:
¿No hay salida? Sí, aunque nada fácil de encarar. Se trataría de un decrecimiento rápido con niveles inéditos de igualación social: lo que desde hace años venimos llamando un ecosocialismo descalzo. Ser capaces de asumir, por ejemplo, que el automóvil privado o el turismo de masas fueron lujos pasajeros (para apenas una parte de la humanidad) que resultan incompatibles con horizontes de igualdad, justicia y autonomía para toda la humanidad. Por ahí iría el plan C que realmente necesitaríamos: un plan que se haga cargo de la realidad (energética, ecológica, social) para articularse en torno a la agroecología, la relocalización de la economía, la reinserción de los sistemas humanos en los sistemas naturales, el uso parsimonioso de los recursos, el artesanado, el reparto del trabajo de cuidados o las técnicas sencillas. Modos de vida menos exuberantes metabólicamente hablando, para los que necesitamos sobre todo transformaciones políticas, económicas e imaginarias (y no tanto tecnológicas).
Insistimos: no puede haber una “buena” transición ecológica que no sea fuertemente decrecentista e igualitaria.
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