viernes, 9 de mayo de 2014

Crisis de superproducción, pero no cíclica

Mientras las máquinas, incluidas las del mundo de las TIC, sigan desplazando productores a una velocidad mayor que los nuevos empleos que generan, la demanda disminuirá.

Las contradicciónes mayores, que deberíamos haber asumido, (y así sería si los interesados en ocultarlas no nos moldearan el cerebro con diversas drogas tranquilizadoras) son estas:
  • Crecimiento ilimitado vs. recursos limitados (insostenibilidad futura, o ya actual).
  • Por ahora (mientras queden recursos materiales y energéticos), son más caros los seres humanos que las máquinas.
  • Necesidad de competir y aumentar la productividad (empleo en declive: crece la producción y baja el consumo).
  • Hay que vender fuera lo que no se consume dentro.
  • Guerra exportadora. Todos los países están obligados a importar lo mínimo (de los otros) y exportar lo máximo (a esos otros).
Los países centrales se depauperan para poder competir con los emergentes, y estos se esfuerzan en aprovechar la coyuntura para crecer ellos. Tienden a competir con los mismos mecanismos para aumentar la productividad. Se tecnifican, y con ello crean nuevas bolsas de paro y nuevos no-consumidores. Y depredan sus recursos.

Al final, a escala mundial, el mismo problema: o un mundo homogéneo por países, pero no por clases sociales, o un mundo de clases sociales más homogéneas (sólo en los países más avanzados) en países desiguales. Pero vemos cómo el mecanismo global socava la relativa igualdad social dentro de los países "avanzados", y socava también la desigualdad productiva entre países.

La propiedad de los medios de producción es la clave: esas máquinas altamente productivas sirven para aumentar los beneficios de sus dueños. Si el dueño es la comunidad, el beneficio será para la comunidad, que podrá dosificarlos y limitarlos, de común acuerdo, en beneficio de todos los habitantes del planeta, actuales y futuros.

O sociedad sin clases, o clases sin sociedad.

Dejo aquí un vídeo ejemplarizante. En condiciones de propiedad privada, esta tecnificación sólo necesita trabajadores (poquísimos) nada cualificados. El dilema es: trabajo embrutecedor o exclusión social.




Ciro Hernández
Rebelión

A estas alturas de la película somos legión los que pedimos a gritos que la crisis se ataje en sus verdaderas causas: una tremenda reducción de la demanda de bienes y servicios consecuencia del empobrecimiento generalizado de la población. Aunque la tesis es muy vieja -ya Marx había predicho el mecanismo que finalmente se activaría por primera vez a finales del siglo XIX con la crisis de 1873 (García Picazo, La sociedad internacional en el cambio de siglo, (1885-1919), p.89)-, lo novedoso ahora es que esta no es otra crisis económica más como las anteriores que han compartido sus mismas causas.

Para explicar la diferencia tendremos que remontarnos a ese proceso imparable que se produce desde los mismos comienzos de la era industrial: las innovaciones tecnológicas a gran escala. Desde sus orígenes el capitalismo se ha tenido que enfrentar a las consecuencias de reemplazar al factor humano en todas las áreas de la actividad económica. La lógica del beneficio ha sido un poderoso estímulo para este reemplazo.

Cualquier empresario sabe que lo que puede hacer una máquina especializada le permite ahorrarse un importante costo en el proceso de producir un bien o generar un servicio cualquiera. Por lo general las máquinas se amortizan al poco de su adquisición y no conllevan más costes que el de su mantenimiento y el del gasto energético para tenerlas en funcionamiento. A las personas hay que pagarles un salario de por vida, al que hay que sumar los costos que lógicamente impone el sistema de protección social en las sociedades más avanzadas. Las máquinas no descansan y pueden producir día y noche, todos los días del año. Por supuesto que las personas no podemos ni debemos hacer esto porque biológicamente necesitamos descansar. Las máquinas pueden realizar funciones repetitivas, e incluso complejas, a un ritmo muy superior al de cualquier persona sin llegar a experimentar fatiga.

Como decíamos, estos factores han sido un gran estímulo para la innovación tecnológica que ha resultado clave para el éxito del capitalismo como sistema económico. La ambición de los empresarios y de las empresas les ha empujado permanentemente a reemplazar a las personas por las máquinas con un considerable ahorro en los costos de producción de bienes y servicios, lo que, finalmente, permite el abaratamiento de los precios en general. Todo el consumo de masas se basa precisamente en este eficiente mecanismo económico que, sin embargo, presenta un serio desafío para la estabilidad y continuidad del propio sistema.

Efectivamente el proceso ha conseguido abaratar los productos y los servicios, llegando a reducir los tiempos para generarlos y aumentando espectacularmente las cantidades de ambos. Pero ¿Quién va a comprarlos si los potenciales clientes, los mismos trabajadores, al ser privados de su sueldo han quedado excluidos del sistema de rentas perdiendo su capacidad de compra? En una economía de mercado, ¿De qué sirve que los productos y los servicios sean más abundantes y baratos si no hay quien los pueda comprar?

Esto, y no otra cosa, es lo que hemos venido llamando convencionalmente ‘crisis cíclica de superproducción’. El frágil equilibrio entre la oferta y la demanda de bienes y servicios se rompe de manera recurrente. La realidad es que el mecanismo que desencadena las crisis cíclicas en las economías post-industriales es mucho más complejo de lo que lo describimos aquí de una manera muy esquemática y simplificada. Pero en esencia esta es la idea.

Ahora bien ¿Por qué decimos que esta crisis de superproducción no es como las anteriores? Hasta no hace mucho cada innovación tecnológica había favorecido la aparición de nuevas ocupaciones derivadas del uso de esa misma tecnología. Sólo había que cualificar a las personas para que desempeñasen los nuevos cometidos y volverlas a emplear.

Pero el problema del desempleo se ha empezado a hacer crónico con la irrupción estrepitosa en el escenario económico de una nueva tecnología que lo está trastocando todo: la informática. Esta sofisticada herramienta es la responsable de que cada vez más, de forma irremisible y constante, el factor humano sea reemplazado en todas las áreas de actividad económica de una manera definitiva. Como todos sabemos, el desarrollo de sistemas programables y automáticos hace posible que las funciones desempeñadas por las máquinas sean cada vez complejas. Esto a su vez permite prescindir de las personas incluso cuando estas llevan a cabo funciones altamente sofisticadas que hasta ayer solo era capaz de ejecutar la racionalidad humana.

Pongamos algunos ejemplos. Hace solo un par de décadas la gestión administrativa era desempeñada por un ejército de contables que llevaban las cuentas en sesudos libros llenos de asientos contables donde se registraban los gastos y los ingresos. Hoy en día, donde antes había diez, doce o más administrativos, en la actualidad solo hay un ordenador con el programa adecuado y con un operador que realiza esa función de una manera mucho más eficiente y segura que lo que lo hacían los antiguos equipos de contables administrativos. Esto cabe extenderlo a todo el sistema burocrático-administrativo. Otro caso ilustrativo es el de la navegación aérea. Seguro que hemos oído hablar de que en la actualidad un avión es capaz despegar, dirigirse a su destino y tomar tierra sin la intervención de la tripulación o de los controladores aéreos. Pero resulta que, además, esto mismo también puede hacerse extensivo a todos los medios de transporte por tierra y por mar gracias a los avances alcanzados en el uso del GPS (Global Position System ). Por otro lado, ya se está experimentando con máquinas que son capaces de hacer un diagnóstico médico y proponer un tratamiento a través de un formulario presentado al paciente y de la realización de las pertinentes analíticas. Aunque la mayoría de estos sistemas se encuentran en fase experimental, lo cierto es que más tarde o más temprano entrarán en activo sustituyendo a los profesionales que venían desempañando esta sofisticada función, aunque solo sea en sus aspectos menos complejos y arriesgados. Ilustrativo resultará también contemplar el vídeo en el siguiente enlace: http://www. wimp .com/ traintrack. Imaginemos por un momento la cantidad de operarios que serían necesarios para realizar el trabajo que ahora hace esta prodigiosa máquina. Y así podríamos poner otra infinidad de ejemplos que sirven para ilustrar perfectamente esta evidencia.

En suma, las imparables mejora y aplicación de la potencia de los sistemas informáticos o las TICs (tecnologías de la información) no harán otra cosa que destruir más empleo del que son capaces de crear.

De la existencia de una crisis de superproducción sin precedentes dan cuenta determinados datos sumamente alarmantes. Japón, lo otrora pujante potencia industrial, ha tenido estancada su economía a lo largo de la primera década del siglo XXI. Esto le forzó a mantener unos tipos de interés escandalosamente bajos, próximos al cero por ciento, para estimular un crecimiento que sólo llegó después del terremoto de 2011. Precisamente Japón es uno de los mejores ejemplos que podemos poner de economía altamente tecnificada.
 
De otra parte, USA se queja de que China mantiene el tipo de cambio de su divisa, el yuan , artificialmente bajo frente al dólar. Se queja porque sabe que esto provoca un claro desequilibrio en las balanzas comerciales de ambos países claramente favorable para la capacidad exportadora de China. Desde hace un tiempo venimos oyendo hablar en las noticias de la existencia de una ‘guerra de divisas’. Esta guerra no consiste en otra cosa que en el empeño de los gobiernos por devaluar sus monedas frente a las divisas rivales para mejorar sus balanzas de pago y evitar así el endeudamiento y la dependencia exterior. Pero lo que en realidad se esconde detrás de esta batalla por la exportación es la búsqueda de mercados exteriores donde colocar la producción porque sus propios mercados están relativamente saturados y su demanda interna es muy débil.

No menos alarmantes resultan los datos de deflación en la UE. Los precios de los productos caen porque no hay quien los pueda comparar ¿Qué mejor prueba queremos de que la demanda en la euro-zona está a la baja? Lo peor de todo es que las recetas tradicionales apenas parecen tener efecto alguno para lograr estimular el crecimiento. Como pasó en Japón, en Europa el mantenimiento de los tipos de interés bajos tampoco es capaz de cambiar la situación. Esto es lo que sucede específicamente en España, donde la austeridad y las altas tasas de desempleo no han servido para otra cosa más que para estrangular su economía al tiempo que para mejorar sensiblemente su balanza comercial con el exterior reequilibrando las demandas externa e interna.

Por si quedaran dudas de todo ello, pensemos que las economías emergentes, los conocidos BRICS, consiguen mantener unas tasas de crecimiento sostenidas frente a las menguantes de las potencias occidentales porque allí todo está por hacer, en particular la tecnificación de sus economías. Todavía su demanda interna se mantiene vigorosa. Pero cabe suponer que más tarde o más temprano se encontrarán con el mismo techo que los países más desarrollados.

Entonces ¿Cuál puede ser la solución a un problema de esta envergadura? Ya lo anticipábamos al principio. La lógica del beneficio es la responsable del imparable reemplazo del factor humano en todas las áreas de actividad económica. Por eso John Maynard Keynes se dio cuenta de que, para atajar las crisis cíclicas de superproducción , lo mejor era sustituir el papel del mercado en la economía como origen de la contracción de la actividad por el papel del Estado. Para hacer frente a las consecuencias del Crack de 1929 Keynes le propuso a Franklin Delano Roosevelt que realizara una serie de inversiones estatales, de manera especial en las infraestructuras, para recuperar y sostener la actividad económica desde el sector público de la economía estadounidense. Con la institución de la FED, se crearon muchos empleos públicos y privados gracias a los contratos de la administración que en conjunto tuvieron un efecto en cascada sobre el resto de los sectores económicos al tirar de toda la demanda económica.

Resulta que la receta para hacerle frente al problema ya era perfectamente conocida. Solo que esta vez puede que el efecto de reemplazo del factor humano en la economía sea tan agudo que tengamos que ir más lejos de lo que nos propuso Keynes. El problema ya no solo se refleja en los crecientes índices de desempleo en el conjunto de Europa. También podría ser la causa de que fallen todas las recetas tradicionales a la hora de conseguir el necesario crecimiento económico y la consecuente creación de empleo. Y no nos referimos en exclusiva a los altos índices de desempleo en las economías del sur europeo. Los conocidos ‘minijobs’ alemanes no son otra cosa que el reparto del empleo apenas residual en la economía alemana por la vía de la precarización social y laboral. Se reducen la jornada y los sueldos a sus mínimos, se produce en función de la demanda y se incrementan las actividades temporeras y estacionales. De esta manera es como se disimula el problema de la falta de empleos, empobreciendo a la población. Es evidente que esto está muy lejos de arreglar el problema y de aumentar la demanda. Tan solo sirve para mantener una balanza comercial con un superávit respecto del exterior mientras la demanda externa permanezca superior a la interna.

Por eso nosotros pensamos que ahora tendríamos que transferir una gran parte de la gestión económica desde el sector privado de la economía, desde el mercado, a manos del gobierno y de la administración pública para sustraerla a la lógica del beneficio. Después de todo, el problema ya no es que la productividad sea todavía demasiado baja como para no poder satisfacer las necesidades de la sociedad en su conjunto. Al contrario, el capitalismo post-industrial es hiperproductivo por su alta tecnificación. El problema es meramente de reparto. Está claro que la lógica del beneficio no lo resuelve, lo agrava. Luego no nos queda otra salida que transferir la esfera de la decisión económica desde los agentes en el mercado hacia el gobierno y la administración para que, además de recuperar el empleo, se reduzcan las crecientes desigualdad y tensión social. Pensamos que, de no hacerlo, más tarde o más temprano nos tendremos que enfrentar con el hecho de que otros países se ahogan en el mismo problema que nosotros tras la tecnificación de sus economías. Entonces será tarde para arreglarlo si no es mediante una contienda internacional. Ya ha ocurrido antes en la historia reciente de la humanidad.

Todavía estamos a tiempo de evitarlo a pesar de los inquietantes acontecimientos a los que asistimos. Por momentos mucho nos tememos que tales acontecimientos se parecen asombrosamente a un peligroso juego de influencias de poder entre unas economías pujantes y otras economías debilitadas y en crisis. Reparemos entonces en las diferencias estructurales entre unas y otras más allá de la mera diferencia entre su grado de desarrollo. Puede que ahí esté la clave de toda nuestra explicación y su misma justificación . El tiempo lo dirá. 

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