martes, 6 de mayo de 2014

La tormentosa alianza con la socialdemocracia

En los sistemas electorales multipartidistas se dan a veces extrañas componendas. Pese a lo que se diga, no es la peor la de la izquierda que llamamos "transformadora" y la socialdemocracia, siempre que esta última no tenga otra opción y que la primera cuente con fuerza suficiente (que siempre estará en la movilización popular) para torcerle malas inclinaciones.

Peor desde luego fue el corrupto engendro del "pentapartito" italiano, que impidió gobernar al PCI en su mejor momento electoral. O las "grandes coaliciones" que vemos en otras partes y que están en el horizonte como posibilidades clarísimas.

La difícil cuestión es saber hasta donde se puede llegar, y no desmoralizarse, siempre que la izquierda defienda a capa y espada sus principios y sus programas, lo que sólo podrá hacer si cuenta con el apoyo de los movimientos populares para defender sus políticas.

Y establecer (¡qué difícil!) líneas rojas que indiquen cual puede ser el momento de la ruptura. No estoy seguro de que sea todavía.

Pero podrá llegar, y como dije en otra ocasión, con frase tomada de mi maestro de geometría Pedro Puig Adam, para tratar de convencer a los ofendidos no podemos ofender a los convencidos...

Difícil encaje...


Andalucía, la tormentosa alianza con la socialdemocracia

Jesús Sánchez Rodríguez
Rebelión


El conflicto abierto en el gobierno andaluz entre sus dos socios a raíz del desalojo de la corrala La Utopía saca a la superficie la compleja ecuación en la que intervienen la alianza entre la izquierda y la socialdemocracia y el papel de los movimientos sociales.

Ésta es una situación que podría volver a repetirse a mayor escala si en las próximas elecciones si la correlación de fuerzas permitiese nuevos pactos de gobierno a nivel local, regional o incluso nacional. Es una situación que tiene también un largo recorrido histórico en el escenario europeo y el resto del mundo.

El PSOE sigue teniendo, según los pronósticos electorales, un apoyo electoral bastante más amplio que la izquierda y seguirá siendo el pivote central de cualquier posible gobierno progresista; desafortunadamente en España no existen posibilidades reales, en un horizonte cercano, de un vuelco a la izquierda como en Grecia. Este es el primer dato innegable de la realidad política en España. El segundo es que las diferencias que separan a IU del PSOE son lo suficientemente importantes como para saber que cualquier alianza o política de apoyo para un posible gobierno progresista tiene que ser necesariamente conflictiva. El tercer dato es que IU es mucho más sensible a las demandas y movilizaciones de los movimientos sociales que el PSOE, el cual plantea sus cálculos en términos estrictamente electorales y centrados en un electorado mayoritariamente de centro-izquierda.

En la actual coyuntura de crisis histórica del capitalismo, la socialdemocracia europea se ha inclinado claramente por el sostenimiento del establishment y el traslado del coste principal de la crisis sobre las espaldas de las clases populares. Los ejemplos más claros de esta situación son: la traición del PASOK griego a su programa y su posterior alianza de gobierno con la derecha; la alianza de gobierno de los socialdemócratas alemanes con Angela Merkel; el giro neoliberal este año de Hollande en Francia; y, en España, el giro neoliberal de Zapatero en mayo de 2010, política que continua apoyada por la actual dirección del PSOE.

La socialdemocracia en general, y el PSOE en particular, representan la posibilidad de un gobierno progresista en algunas políticas como la extensión de los derechos sociales y civiles, pero en el terreno económico es responsable, junto a liberales y conservadores, de las políticas orientadas a garantizar la acumulación capitalista. La diferencia principal respecto a estos dos últimos es su inclinación a repartir con las clases populares algunos de los beneficios de la acumulación, cuando existe. La versión más liberal de la socialdemocracia, la denominada tercera vía, impulsada por Tony Blair y Gerhard Schroder, incluso abandonaba esta orientación.

En esta situación, el PSOE va a aceptar un gobierno en coalición o apoyado por IU solo cuando las circunstancias, como es el caso de Andalucía, no le permitan otra opción. Eso es algo que debe tener muy claro la izquierda, solo su crecimiento electoral a un nivel que la haga indispensable su colaboración hará que el PSOE la acepte como socio. Pero incluso en una situación así, puede que los socialistas finalmente se inclinen por asociarse con la derecha política, como demuestran ahora mismo en Grecia o Alemania.

Los movimientos sociales, por su parte, saben que sus movilizaciones pueden lograr por si solas, y en coyunturas favorables, victorias puntuales, como la sanidad de Madrid o Gamonal, pero no el cambio de las políticas generales, salvo que cuenten con una fuerza política fuerte favorable a sus intereses capaz de transformar sus demandas en una acción de gobierno. Por tanto, su objetivo debería orientarse a reforzar las opciones políticas que defiendan sus reivindicaciones aun manteniendo la autonomía respecto a ellas.

En esta situación, es una actitud poco aconsejable dejarse llevar por reacciones viscerales y, supuestamente, puristas, y ante las inevitables dificultades de una alianza como la existente en Andalucía entre el PSOE e IU, declarar rápidamente que debe romperse dicha colaboración gubernamental. Puede que haya ocasiones en que no quede otro remedio, pero en el caso actual de Andalucía sería una decisión precipitada.

Pero tampoco hay que pecar de ilusos, si la alianza no se ha roto, pese al órdago inicial del PSOE de retirar las competencias de vivienda a la consejera de IU, es porque los socialistas no se sentían suficientemente seguros para prescindir de IU.

Estas son las condiciones reales de la política, las servidumbres que impone trabajar en condiciones sociales y políticas en las que la izquierda es minoritaria, pero debe luchar por ampliar su nivel de influencia y defender el programa de las clases populares.

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