Sumergidos en un mar de juicios interesados, nos cuesta analizar la historia. Es bueno recordar que la escriben los vencedores; y en concreto sus amanuenses. Armados de una ética pretendidamente universal, la aplican como poseedores de la verdad. Y entre la recta vía y los caminos reales, nos perdemos. Los críticos con los movimientos emancipatorios muestran errores cometidos. Son hechos ciertos, pero olvidamos a qué intereses se deben esos críticos y nos detenemos sólo en sus objecciones. No llamo a ignorarlas, pero tampoco hay que darles más valor que el que tienen.
Entramos al trapo frecuentemente, rodeados de informaciones sesgadas. Acabamos creyendo que no vale la pena batallar, que todo da lo mismo, porque otra sociedad es inalcanzable y siempre volveremos al punto de partida. No hay verdades, sólo opiniones, y así se trivializa lo real.
¿Siempre se vuelve al mismo lugar? ¿Las sociedades no evolucionan?
La experiencia enseña lo contrario. El pasado, que incluye intentos frustrados, condiciona el futuro. Se puede aprender de él.
Lo importante es saber a dónde se quiere llegar.
Los cambios sociales los protagonizan aquellos dominados que conservan capacidad de lucha. No son los marginados, sino los explotados, que son los trabajadores, quienes tienen esa capacidad. Igual ocurre con los países. Siempre se espera una revolución en países avanzados. Sería deseable, pero desde las revoluciones burguesas no ha ocurrido. Los más explotados están en las periferias, tanto de la sociedad como del planeta. Ellos se han de rebelar.
Si pensamos el desarrollo capitalista como una etapa necesaria para llegar a otra sociedad mejor, entramos en el discurso socialdemócrata, que da por necesario lo que ahora vemos que no lleva a ninguna parte. Ya es evidente que hay que cambiar de vía. Al final de esta sólo estan los topes de la última estación.
No hay dos revoluciones iguales. Ni producen a largo plazo los mismos resultados. Pero tendemos a prolongar caminos trillados. Sobre las vías al socialismo se ha pontificado desde diversos púlpitos. De las interpretaciones del pasado se hacen recetas para el futuro. Los análisis abstractos que no tienen en cuenta las situaciones particulares suelen concluir fortaleciendo el sistema, considerándolo, no ya una consecuencia de la historia pasada, sino de alguna forma un camino al porvenir.
Hay otras vías.
Y desde cualquier estación podemos redirigirnos al destino elegido.
Entramos al trapo frecuentemente, rodeados de informaciones sesgadas. Acabamos creyendo que no vale la pena batallar, que todo da lo mismo, porque otra sociedad es inalcanzable y siempre volveremos al punto de partida. No hay verdades, sólo opiniones, y así se trivializa lo real.
¿Siempre se vuelve al mismo lugar? ¿Las sociedades no evolucionan?
La experiencia enseña lo contrario. El pasado, que incluye intentos frustrados, condiciona el futuro. Se puede aprender de él.
Lo importante es saber a dónde se quiere llegar.
Los cambios sociales los protagonizan aquellos dominados que conservan capacidad de lucha. No son los marginados, sino los explotados, que son los trabajadores, quienes tienen esa capacidad. Igual ocurre con los países. Siempre se espera una revolución en países avanzados. Sería deseable, pero desde las revoluciones burguesas no ha ocurrido. Los más explotados están en las periferias, tanto de la sociedad como del planeta. Ellos se han de rebelar.
Si pensamos el desarrollo capitalista como una etapa necesaria para llegar a otra sociedad mejor, entramos en el discurso socialdemócrata, que da por necesario lo que ahora vemos que no lleva a ninguna parte. Ya es evidente que hay que cambiar de vía. Al final de esta sólo estan los topes de la última estación.
No hay dos revoluciones iguales. Ni producen a largo plazo los mismos resultados. Pero tendemos a prolongar caminos trillados. Sobre las vías al socialismo se ha pontificado desde diversos púlpitos. De las interpretaciones del pasado se hacen recetas para el futuro. Los análisis abstractos que no tienen en cuenta las situaciones particulares suelen concluir fortaleciendo el sistema, considerándolo, no ya una consecuencia de la historia pasada, sino de alguna forma un camino al porvenir.
Hay otras vías.
Y desde cualquier estación podemos redirigirnos al destino elegido.
Rebelión
(...)
OBJECIONES Y COMPARACIONES
La masiva
adhesión al proyecto de emancipación comenzó a trastabillar con el
levantamiento en Hungría, las tensiones chino-soviéticas, la rebelión de
Solidaridad en Polonia y el cuestionamiento de los regímenes
antidemocráticos vigentes en el denominado bloque socialista.
Hubo intentos de renovación durante la Primavera Checoslovaca (1968) que
fueron sofocados por las burocracias gobernantes. Las propuestas de
rehabilitación del socialismo que afloraron en ese período se
extinguieron en medio del desencanto.
El derrumbe de la URSS y
el consiguiente afianzamiento del neoliberalismo marcaron un giro
radical en todos intentos por forjar una sociedad pos-capitalista. Desde
los años 90 las clases dominantes perdieron el miedo al socialismo y
comenzaron a restaurar los mecanismos clásicos de su opresión, mediante
la flexibilización laboral, la masificación del desempleo y el
ensanchamiento de las brechas sociales.
Los viejos argumentos
anti-socialistas de endiosamiento del mercado, glorificación de la
competitividad y justificación de la precariedad laboral recobraron
primacía. Volvió a imperar la impugnación del proyecto igualitario, a
partir de supuestos antropológicos que presentan a la desigualdad como
un dato inevitable, a la propiedad como una institución invulnerable y
al mercado como un pilar intocable de cualquier sociedad humana.
Con esos fundamentos se justifica al capitalismo, ocultando que este
sistema favorece a los acaudalados y afecta a todos los oprimidos. Con
los inconsistentes mitos de la mano invisible y la soberanía del
consumidor se ha propagado una ideología que naturaliza el desempleo,
reivindica el egoísmo y legitima la explotación.
Ese
pensamiento retoma la presentación del socialismo que planteó Hayek,
como un sistema que anula el funcionamiento natural de la economía.
Afirman que este descalabro irrumpe con la introducción de la
planificación en desmedro del mercado, la expansión de empresas públicas
afectando la competencia y la aparición de estímulos morales a costa
del lucro (Pellicani, 1990).
Esta misma visión fue asimilada
en las últimas décadas por todos los social-demócratas, que se adaptaron
al neoliberalismo y difunden mensajes apologéticos de la globalización.
La severa crisis que estalló en el 2008 en las economías
capitalistas centrales ha perturbado ese escenario ideológico. Los
gigantescos desórdenes financieros, comerciales y productivos que
generaron los gobiernos neoliberales superan con creces todo lo objetado
al socialismo. El socorro concedido a los banqueros con fondos
públicos ha implicado costosos gastos del estado, sin ninguno de los
beneficios que introduciría el socialismo.
La convulsión
bancaria internacional puso de relieve la inconsistencia de los
argumentos derechistas contra el “socialismo estatista”. Los objetores
del intervencionismo han recurrido a una gran injerencia en la economía,
con propósitos opuestos al proyecto igualitario. Para rescatar a los
banqueros aumentaron la injerencia económica discrecional del estado,
olvidando todas sus críticas a la obstrucción mercantil. Los
cuestionamientos neoclásicos al socialismo han perdido consistencia a la
luz de ese auxilio a los financistas con recursos del tesoro.
La crisis en curso también socava las objeciones que formulan los
economistas heterodoxos al socialismo. Contraponen las desventajas de
este sistema con los méritos del capitalismo regulado y afirman que este
modelo supera el descontrol neoliberal, sin padecer el estancamiento
que generaría el igualitarismo (Bresser Pereira, 2012).
Pero
este contraste choca en la actualidad con la creciente disolución de las
diferencias que separan a los esquemas controlados y desregulados de
capitalismo. Basta observar la enorme aproximación de la política
económica alemana con su contraparte norteamericana para notar esas
convergencias.
Los tradicionales exponentes del modelo social
intervencionista se han convertido en fanáticos neoliberales, que
implementan políticas deflacionarias de mayor ajuste. La crisis ha
reforzado la confluencia entre esos dos esquemas, confirmando que están
sujetos a las mismas contradicciones. Si se opta por uno de esos caminos
se terminan aplicando las recetas propiciadas por el otro.
La
crítica al socialismo inspirada en las virtudes del capitalismo regulado
elude reconocer esas tendencias contemporáneas. Si fuera tan sencillo
optar por ese curso (en contraposición a las variantes neoliberales), el
esquema heterodoxo ganaría espacio. Pero en los hechos pierde
posiciones, ante la dinámica competitiva que gobierna a todas las
modalidades del capitalismo. Este sistema tiende a imponer la primacía
de la vertiente más rentable y no el curso socialmente óptimo (Husson,
2008: cap 6-7-8).
Algunos cuestionamientos más benévolos del
socialismo suelen destacar que este proyecto incluye principios morales
atractivos pero inaplicables. Pondera sus intenciones pero cuestiona su
viabilidad. Ejemplifica esta inoperancia con el fracaso de la
competencia económica que intentó la Unión Soviética frente a Estados
Unidos.
Esa comparación olvida que Rusia era una economía
semiperiférica en acelerado desarrollo, que soportaba el sistemático
hostigamiento de la principal potencia del planeta. Los dos países nunca
estuvieron situados en el mismo plano.
La guerra fría provocó
la distorsionada presentación de Estados Unidos y la URSS como
competidores equivalentes. Esta contraposición fue iniciada por la
diplomacia norteamericana (“no podrán alcanzarnos”) y aceptada por los
gobernantes rusos (“en poco tiempo los alcanzaremos”). En esta pugna
quedó diluida la diferencia cualitativa que separaba a dos economías
ubicadas en lugares muy distintos del ranking global.
Los integrantes del denominado bloque socialista no lograron consumar el catch up
con las economías centrales, pero superaron ampliamente a sus
equivalentes. Si se toma este último contraste, la balanza se inclinaba
en los años 50 o 60 a favor de los sistemas no capitalistas, tanto en
las tasas de crecimiento como en los índices de desarrollo humano (Li,
Piovani, 2011).
Rusia estaba mejor que Turquía, China avanzaba
más que la India y Europa del Este no padecía las desgracias de América
Latina. Los resultados de estas comparaciones eran contundentes no sólo
en el PBI per cápita, sino especialmente en la calidad de vida. Las
diferencias eran particularmente abrumadoras en el terreno de la salud
(expectativa de vida) y la educación (niveles de alfabetización y
escolaridad) (Navarro, 2014).
SIGNIFICADO Y BALANCE
El desplome de la URSS y sus socios de Europa del Este no obedeció sólo
a problemas económicos. Fue consecuencia de procesos políticos. Los
gobernantes de esos regímenes no apostaban a un desarrollo comunista de
la sociedad, sino a su propia conversión en burgueses. Envidiaban el
confort de los millonarios de Occidente e idealizaban el estilo de vida
norteamericano. Cuando encontraron la oportunidad para reconvertirse en
capitalistas, abandonaron el incómodo maquillaje socialista.
La
mayoría de la población continuaba prefiriendo las mejoras sociales
alcanzadas, pero se mantuvo inactiva y toleró el viraje hacia el
capitalismo. Esta actitud coronó décadas de inmovilidad y despolitizaron
ciudadana, impuesta por censuras y prohibiciones que generalizaron la
apatía popular. Por esta razón, nadie defendió las conquistas sociales
del viejo sistema cuando esos regímenes se auto-destruyeron.
El
aplastamiento burocrático de la actividad popular fue la principal
causa de la restauración capitalista. Los problemas económicos ocuparon
un lugar secundario. Ciertamente el sistema cargaba con graves lastres
de improductividad, desabastecimiento y escasa variedad de consumos.
Pero no arrastraba ninguno de los dramas del desempleo, el endeudamiento
personal o la explotación que agobian a los trabajadores de Occidente.
La implosión de la URSS tuvo un enorme impacto sobre el escenario
internacional y la conciencia política de los trabajadores. Constituyó
el principal acontecimiento de las últimas décadas e indujo a algunos
historiadores a caracterizar acertadamente la centuria pasada como un
“siglo corto”, fechado por el surgimiento y desaparición de ese sistema
(1917-1989) (Hobsbawm, 1998: 552-575).
Esa conceptualización
del siglo XX es más adecuada que la mirada de una “centuria larga”
propuesta por otros analistas. Esta visión adopta el auge y declinación
de Estados Unidos como principal referencia para conceptualizar un
proceso gestado a fines del siglo XIX y concluido en las primeras
décadas del siglo XXI (Wallerstein, 1992; Aguirre Rojas, 2007).
Al asignarle mayor gravitación a la pujanza y declive de la potencia
hegemónica que a la existencia de la URSS se pierde de vista la
trascendencia histórica de la revolución rusa. El mismo problema se
verifica cuando se atribuye mayor incidencia en la lucha popular al
proceso de descolonización que a la batalla por metas socialistas.
La experiencia legada por el primer ensayo de gestión estatal no
capitalista en gran escala ha sido enorme. Aporta un cimiento para las
futuras batallas por objetivos anticapitalistas. Este proceso
necesariamente incluirá fracasos, que deberán ser revisados sin sepultar
lo realizado. No es muy fructífero suponer que en el futuro los
proyectos de emancipación empezarán desde cero, sin retomar las
enseñanzas del pasado.
Comprender por qué razón se desplomó la
Unión Soviética es la condición para rehabilitar el proyecto socialista.
Esa evaluación exige reconocer la naturaleza no capitalista que tuvo
este ensayo durante un prolongado período. También requiere registrar
cómo los ideales socialistas se disiparon con la estabilización de una
burocracia, hostil al igualitarismo y a la democracia.
Existen
variados enfoques para caracterizar qué fue exactamente la URSS. ¿Era
“comunista”, “socialista”, “un capitalismo de estado”, “un estado obrero
burocratizado”, “una formación burocrática”? Revisamos ese problema en
nuestro libro sobre el tema, pero la principal discusión no gira en
torno a cuál fue la naturaleza exacta de ese sistema. Existe un amplio
campo de situaciones intermedias entre las distintas posiciones en
debate (Katz, 2006a: 53-72).
El debate más importante está
referido a la validez de ese intento de construcción socialista
(frustrado por Stalin, Kruschev o Gorbachov). Esa legitimidad se plantea
en polémica con quiénes interpretan que esa empresa nunca debió
ensayarse o que fue irrelevante, ante la simple continuidad del
capitalismo bajo un disfraz de socialismo.
Estos
cuestionamientos no se limitan sólo a los autores neoliberales o
keynesianos hostiles al objetivo del socialismo. También incluye a
pensadores que en su etapa de izquierda objetaban la sensatez del
intento anticapitalista, en un país económicamente retrasado como era
Rusia. Partiendo del acertado precepto que el socialismo sólo podrá
realizarse a escala global, suponían que esa construcción nunca debió
comenzar en un país subdesarrollado (Sebreli, 1975: 215-242).
Esa visión retomaba la vieja idea social-demócrata de imaginar al
socialismo como un proceso evolutivo, que comenzará en las economías más
avanzadas y se propagará paulatinamente al resto del mundo. De hecho
suponía un extraño debut socialista desde economías opulentas que
irradiaría luego al conjunto del planeta.
En todas estas
controversias es importante distinguir el debut de la conclusión del
proceso transformador. Que la construcción socialista resulte imposible
en un solo país o región, no invalida su inicio en donde ese cambio sea
necesario. Una transformación pos-capitalista exigirá muchas
generaciones y deberá experimentarse en distintos lugares (Amin, 1988).
Esta discusión remite a viejas controversias sobre la viabilidad del socialismo en la periferia. La respuesta negativa solía subrayar la ausencia de condiciones materiales para esa gestación, omitiendo que el problema se planteó en esas regiones por el carácter más acentuado de la crisis capitalista. Es un contrasentido afirmar que el socialismo no es factible en las zonas que más requieren su instrumentación.
Esta discusión remite a viejas controversias sobre la viabilidad del socialismo en la periferia. La respuesta negativa solía subrayar la ausencia de condiciones materiales para esa gestación, omitiendo que el problema se planteó en esas regiones por el carácter más acentuado de la crisis capitalista. Es un contrasentido afirmar que el socialismo no es factible en las zonas que más requieren su instrumentación.
Esta acción debe probarse en los países y
circunstancias que exijan cambios revolucionarios. Si estos procesos no
empiezan donde son requeridos, el ideal socialista nunca podrá ponerse
en práctica.
La construcción de una sociedad igualitaria
seguramente exigirá muchas generaciones y supondrá un funcionamiento
mucho más complejo que la simple “administración de las cosas”,
imaginada en los proyectos iniciales. Pero a través de distintas
experiencias cobrará forma la construcción pos-capitalista. A pesar de
sus limitados recursos, la mayor parte de las economías periféricas
cuenta con importantes márgenes para instrumentar programas populares
que comiencen a reducir la desigualdad.
(...)
___________________
Aguirre Rojas, Carlos Antonio, (2007), “Immanuel Wallerstein y la
perspectiva crítica del Análisis de los Sistemas-Mundo”, Textos de
Economía, Florianópolis, v.10, n.2, jul/dez.
Amin, Samir, (1988), La desconexión, Pensamiento Nacional, Buenos Aires.
Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2012), “Five models of capitalism”, Revista de Economía Política, vol.32 no.1 São Paulo, Jan./Mar.
Hobsbawm, Eric, (1998), Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires.
Husson Michel, (2008), Un Pur Capitalism, Editions Page Deux, Luasanne.
Katz, Claudio, (2006a), El porvenir del socialismo, Monte Ávila, Caracas.
Li, Minqui; Piovani, Chiara, (2011), “One hundred millón jobs for the chinese workers”, Review of Radical Political Economics, vol 43, n 1.
Navarro, Vicenç, (2014), “¿Ha fracasado el socialismo?”, www.attac.es, 13/9.
Pellicani, Luciano, (1990), "La anti-economía colectivista", en Socialismo del futuro, vol 1, n 2, Madrid.
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Sebreli, Juan José, (1975), Tercer Mundo mito burgués, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires.
Wallerstein, Immanuel, (1992), “Revolution as strategy and tactics of transformation”, Amherst, Fernand Braudel Center, 12/11.
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