Salvador López Arnal reseña un libro publicado recientemente por Jorge Riechmann con el expresivo título ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?
Expresivo, porque expresa con claridad la huida desde lo real limitante (finitud de la energía y los materiales disponibles) hacia la fantasía de las panaceas técnicas.
La fantasía que viola mágicamente los principios de la termodinámica ocupó parte de la vida de una persona muy querida por mí. Solamente por un desconocimiento generalizado de cosas elementales se producen de continuo nuevas re-ediciones del perpetuum mobile. La falta de cultura primaria en los medios de desinformación masiva difunde todos los días ilusiones tecnofantásticas.
Un ejemplo recientísimo.
Hace apenas dos o tres días leí algo sobre la solución al calentamiento global por captura de CO2, mediante una gran instalación, de la que ya se prepara una planta piloto, que lo extrae de la atmósfera filtrando el aire, y lo almacena "para usos industriales o preparación de bebidas gaseosas". ¿Imagináis esto a escala planetaria?
Horresco referens!
Rebelión
La
respuesta a la pregunta se halla, fundamentalmente, en el capítulo VI.
Pero sería un error empezar por allí. Los cinco capítulos preparatorios
no son solamente su antesala. Tienen valor en sí mismos.
Para
abrir el apetito lector recordemos un dato y una consideración. El dato:
las cifras apuntadas por el autor justifican la pregunta central del
texto. España contaba, en marzo de 2016, con 50,68 millones de líneas de
teléfono móvil, lo que representaba un récord europeo (109 por cada 100
personas). La consideración: Jorge Riechmann [JR] se adentra en otro de
los nudos centrales en lo que él ha llamado, con acierto en mi opinión,
“el siglo de la gran prueba”. Recordemos que la noción de límites, a la
que tantas páginas ha dedicado, es una de las nociones centrales del
pensamiento ecologista emancipador (que no es todo el pensamiento
ecologista), asociada a una ética de la imperfección, la modestia y la
humildad.
No hace falta presentar al autor de este nuevo libro,
uno de los grandes poetas, filósofos, profesores, activistas y
traductores españoles. Seis capítulos lo forman:
1. Como sonámbulos (Nota introductoria)
2. ¿A bordo del Enterprise… o más bien del Titanic?
3. Ecosocialismo descalzo para los tiempos de descenso energético.
4. ¿Triunfará el nuevo gnosticismo? Notas sobre biología sintética, nanotecnologías y manipulación genética en el siglo de la gran prueba
5. El laberinto de la cibersoledad. Notas preliminares para una reflexión sobre las llamadas NTIC y el internet mercantilizado.
6. Pequeña teoría del smartphone.
La perspectiva de su aproximación podría resumirse en una reflexión de
Michel de Montaigne recogida por el autor (p. 15): “Desconfío de las
invenciones de nuestro ingenio -de nuestra ciencia y nuestra técnica-,
pues por él hemos abandonado la naturaleza y sus formas, y en él no
sabemos observar mesura ni límite”. Un complemento: “El dogma del
fatalismo es una profecía que se autocumple. Si estamos de verdad
convencidos de que no podemos obrar en conjunto más que como bacterias,
acabaremos, en efecto, actuando bacterialmente. Junto al Maximum Power Principle
debemos situar el principio biológico no menos fundamental de la
homeostasis -y sobre todo la capacidad humana de autoconstrucción
cultural, que es el verdadero rasgo determinante de la especie“ (p. 65).
Tres maestros del autor están muy presentes en esta consideración:
Wolfgang Harich, Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey. También,
desde una perspectiva poética, René Char.
En un libro anterior, Peces fuera del agua (Tenerife,
Baile del Sol, 2016, p. 141-147), incluía un apartado con este título
sin interrogantes-. Aquí afirmaba: “El obstáculo mayor -y es imponente-
para que un discurso ecologista pudiera ganar mayorías es la
generalizada tecnolatría que fomenta la cultura dominante… Esa es la fe
ciega en la tecnología que está velando los ojos de la mayoría social; y
se trata de una fe irracional (como cualquier persona versada, en este
caso, en asuntos de energía puede atestiguar) pero sumamente poderosa”.
Algunas de sus consideraciones centrales:
1. Generalizando la noción de Langdom Winnder, señala JR en el ámbito de lo que podríamos considerar su ontología del ser social actual, podríamos hablarse de sonambulismo no sólo tecnológico sino también socioeconómico. “Caminamos como durmientes que no quisieran ser despertados, aparentemente presos de nuestra incapacidad de mirar la verdad hacia el futuro, de percibir los problemas nuevos (o las nuevas aristas de problemas muy viejos)”. (pp. 10-11)
2. Hoy, en contra de aventuras cósmicas que recuerdan las pesadillas propuestas por Adrián Berry hace mas de 40 años, necesitamos “cobrar consciencia de que la biosfera terrestre es y será nuestro único hogar, y actuar en consecuencia: a eso podemos llamarlo 'operación Noé” (p. 17).
3. En el momento en que avanzamos hacia tiempos de fuerte descenso energético, cuando vamos necesariamente a contar con mucho menos “esclavos energéticos”, la cuestión del trabajo, para el autor, se planteará de forma bien distinta a como ha sido planteada hasta el momento. Su pregunta: “¿Nos hacemos cargo de la realidad o seguimos fantaseando con la digitalización liberadora y la automatización total?” (pp. 38-39), es decir, seguimos apostando por el mesianismo tecnológico o pensamos en otro mundo alternativo que debe arrancar de las entrañas de éste.
4. El determinante básico en el siglo de la Gran Prueba es para el autor, quien nos recuerda que ya lo ha señalado muchas veces, el “choque de las sociedades industriales contra los límites biofísicos del planeta (situación que ya estaba planteada hace medio siglo y viene agravándose desde entonces a resultas de la Gran Aceleración que se produjo tras el final de la Segunda Guerra Mundial)” (p. 53).
5. Somos vasos rotos, somos vasijas quebradas afirma el autor para señalar nuestros límites, nos lo enseñan las sabidurías religiosas de todas las culturas, no se entiende lo humano sin lidiar con la cuestión del mal. “¿Nos ponemos en ello, a mirar de frente al mal y aceptar la finitud humana? ¿O más bien denegamos algunas realidades antropológicas básicas y soñamos con substituir el puchero quebrado por una olla de acero inoxidable, o mejor una Thermomix -que es el programa del transhumanismo-?” (p. 102)
6. La libertad humana, en opinión del autor de Poemas lisiados, exige esa suerte de retracción respecto del exceso de estímulos “de manera que se abra el espacio interior de la deliberación, y sea posible -a veces- la decisión autónoma” (p. 184). La hiperconexión, concluye, mediante TIC tiende a anular el espacio interior.
7. La tesis, la idea fuerte del ensayo: la fe ciega en la tecnología está velando los ojos de la mayoría social en la mayor parte de nuestras sociedades “y se trata de una fe irracional (como cualquier persona versada, en este caso, en asuntos de energía puede atestiguar), pero sumamente poderosa. A mí esto me recuerda la situación en la Alemania de Hitler, al final de la guerra” (p. 233). Se estaba perdiendo en todos los frentes pero, como algunos insistían e insistían, la victoria final estaba asegurada porque: ¿quién podría dudar de que los científicos arios estaban desarrollando armas secretas de todas clases?
El
subtítulo del libro -”Para una crítica del mesianismo tecnológico” se
modifica en las páginas interiores del libro. Se añade: “Pensando en
alternativas”. Son numerosas las ideas dadas al lector que aquí no
podemos recoger.
Una cosa se echa en falta: un índice analítico
y onomástico, más necesario que nunca en este caso. Incluso un glosario
complementario.
No pasen por alto la magnífica foto del autor
con la que se abre el libro. Tampoco las notas que, acertadamente, se
ubican al final de cada capítulo. Destaco una de ellas: la dedicada al
Antropoceno, la 4ª del capítulo III (como homenaje implícito al
compañero malogrado Ramón Fernández Durán). Tampoco, ciertamente, una
cierta desesperación del autor -que no implica parálisis ni nihilismo-
ante los enormes problemas que nos acechan y nuestra pasividad global.
En la nota 141 del capítulo IV señala sobre el argumento del “cuanto
peor, mejor”: “…a la vista de las perspectivas que afrontan las
sociedades humanas con los posibles desarrollos en tecnologías
genéticas, geoingeniería, digitalización, energía nuclear, etc., uno de
siente fuertemente tentado a decir: cuanto antes se hundan las
sociedades industriales (que se hundirán todas formas) mejor. De otra
manera: si las sociedades industriales van al colapso -y todo indica que
sí- entonces son inaceptables todas las tecnologías superfáusticas que
necesitan un supercontrol a causa de los superriesgos que entrañan” (pp.
161-162). Esas condiciones de supercontrol no podrán darse en el
futuro.
No es el único momento: “Nos resulta más fácil aceptar el fin del mundo que el fin del smartphone.
Quizá porque nadie puede ya concebir un mundo sin este chisme, la
disyuntiva entre socialismo o barbarie no admite ya resolución más que a
favor del segundo término” (p. 236). Ni que decir tiene que JR lucha,
denodadamente, contra su propia conclusión. El esperancismo razonable le
avala y le da fuerzas.
Fuente: El Viejo Topo, mayo de 2017.
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