lunes, 3 de junio de 2019

Educar para decrecer

He aquí una propuesta bien concreta y aplicable de inmediato: cambiar el currículum educativo en sentido contrario al que sigue actualmente. Hoy se enseñan economía empresarial, emprendimiento y otras lindezas, sobre todo después de la reconversión escolar de Wert. Los valores en alza son la bondad del crecimiento, la productividad, la competitividad... Valores que nos conducen al rápido agotamiento de todos los recursos disponibles. Y lo sabemos, o deberíamos saberlo.

El proceso puede ser tan rápido que ya no se trataría de "aprender a satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las de las futuras generaciones". Porque las generaciones comprometidas son ya las actuales. Parece que muchos jóvenes se han dado cuenta de que el problema no es ya acuciante para sus hijos o nietos: lo es (lo está siendo) directamente para ellos mismos.




Enrique Javier Díez Gutiérrez, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León, coordinador del Área Federal de Educación de IU y miembro del Foro de Sevilla y Uni-Digna, escribe:



Enrique Díez

Todo el mundo lo sabe. Todos y todas somos conscientes, de una forma o de otra, de que la humanidad corre hacia el precipicio con nuestro actual modo de vida, basado en el aumento del crecimiento de la producción y el consumo. Aprendamos a vivir con menos.


Los jóvenes en Europa están diciendo que así no es posible, exigiendo a la sociedad y a sus representantes que frenen el cambio climático, el calentamiento global y salvaguarden el futuro de las próximas generaciones. Este movimiento estudiantil de protesta por el clima, Fridays For Future, cuestiona el capitalismo porque “sencillamente no hay recursos para seguir manteniendo esta economía de mercado salvaje”.

No es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. No sólo estamos destrozando el planeta a un ritmo acelerado, sino que estamos condenando a las futuras generaciones a heredar un planeta arrasado y esquilmado de sus recursos naturales. No podemos seguir viviendo en una sociedad en fuga permanente hacia adelante. Cuanto antes seamos conscientes de la necesidad de desprendernos de un modo de vida inviable, mejor para toda la humanidad y para el propio planeta. Nos va la vida y el futuro en ello.

De hecho, el crecimiento capitalista, lejos de producir bienestar y satisfacción de las necesidades para toda la humanidad, lo que ha conseguido es asentar la denominada sociedad el 20/80: que unos pocos, cada vez menos, sean muchísimo más ricos, mientras que la mayoría de las personas del mundo se precipitan en el abismo de la pobreza, la explotación y la miseria. Al mismo tiempo, el planeta es esquilmado, saqueado en sus recursos limitados y empujado hacia una catástrofe ecológica que pone en serio peligro la vida sobre la Tierra y la supervivencia de las generaciones venideras. Hemos de aprender a satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las de las futuras generaciones.

Todo el mundo lo sabe. Todos y todas somos conscientes, de una forma o de otra, de que la humanidad corre hacia el precipicio con nuestro actual modo de vida, basado en el aumento del crecimiento de la producción y el consumo. Pero nos negamos a asumirlo porque este capitalismo ha colonizado nuestro imaginario mental y utópico. De hecho, los planes de recuperación de las crisis se asientan en el imperativo del aumento del crecimiento, de la productividad y competitividad, del poder de compra y, en consecuencia, del consumo.

Sabemos que únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo y su productivismo, puede evitar la catástrofe. Es imprescindible, por tanto, educar en un modelo social económico acorde con un estilo de vida de “sobriedad voluntaria”. Un estilo que sea universalizable a todo el planeta. Apostando por una educación que rompa esa “razón productivista” que impregna las reformas educativas de orientación neoliberal como la LOMCE. No olvidemos que el emprendimiento neoliberal y la educación financiera, “materias estrella” que impulsa la LOMCE, defienden el crecimiento económico, la maximización del beneficio empresarial y la competencia como las reglas básicas de la economía planetaria y en torno a las cuales ha de girar ésta.

Se trata, pues, de romper con el modelo de la sociedad de consumo, orientada a producir necesidades superfluas y, seguidamente, diseñar campañas de marketing para convencer a la población de que serán infelices si carecen del nuevo fetiche que nos tratan de vender. Mientras perviva el modo de producción capitalista, cuya finalidad no es procurar la satisfacción de necesidades que mejoran nuestra calidad de vida, la de nuestras comunidades y la vida en el planeta, sino que es reproducir y acrecentar sociedades de consumo, existirá un conflicto manifiesto entre la destrucción de la naturaleza para obtener beneficios y su conservación para poder sobrevivir.

Sabemos, pues, cuál es la solución: que la salida está justamente en la dirección contraria al crecimiento, es decir, en el decrecimiento. Lo sabemos, pero procuramos mirar hacia otra parte, porque nos veríamos obligados a cuestionar las bases del sistema capitalista y nuestra propia forma de vida social y personal.

El decrecimiento nos propone otra manera de hacer las cosas, otra manera de vivir: supeditar el mercado a la sociedad, sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a la economía de la naturaleza y del sustento de las necesidades básicas. El decrecimiento nos lleva a vivir mejor con menos: menos comida basura, menos estrés, menos pleitesía al consumo.

No se trata de vivir todos en la miseria, ni renunciar a las conquistas de la ciencia y la técnica y volver a vivir alumbrándonos con velas y yendo en burro. El decrecimiento es la opción deliberada por un nuevo estilo de vida, individual y colectivo, que ponga en el centro los valores humanistas: las relaciones cercanas, la cooperación, la participación democrática, la solidaridad, la educación crítica, el cultivo de las artes, etc.

La construcción de una sociedad del decrecimiento requiere no sólo luchas y acciones; exige simultáneamente un planteamiento estratégico fundamental a más largo plazo: hay que acometer todo un trabajo de liberación de las mentalidades y de descolonización del imaginario dominante.

Mediante el proceso de socialización que vivimos tanto a través de los medios informales, principalmente los medios de comunicación, como de los medios formales, como es la educación, es como va siendo colonizada nuestra razón, nuestro pensamiento y nuestra imaginación. Por ello se hace imprescindible y crucial repensar este proceso de socialización. Repensarlo para reelaborar el currículum ecosocial, desarrollando una educación que desvele los auténticos mecanismos económicos, sociales, políticos e ideológicos del poder que construyen esta mentalidad.

Pero se trata también de evitar en el currículum la exaltación del crecimiento y la ausencia de la consideración de los límites físicos del planeta e introducir simultáneamente contenidos críticos con nuestra forma de producción y consumo, y experiencias alternativas que muestren que es posible vivir bien con menos. Igualmente se trata de facilitar estrategias y herramientas para ser capaces de analizar críticamente el entorno y el modelo de consumo y crecimiento constante que ofrece la publicidad, los medios, el cine, la música comercial, la moda, etc.

Se trata de transversalizar en todos los planteamientos educativos la filosofía de la simplicidad, de una vida sobria, para aprender a reducir y limitar deseos e, incluso, necesidades. Y simultáneamente ser ejemplo de ello en la dinámica cotidiana de los centros educativos reduciendo sustancialmente el consumo: romper el modelo de obsolescencia programada, reparando, reciclando y reutilizando los materiales y las tecnologías del centro; cuestionando el consumo innecesario y la propaganda, potenciar la bioconstrucción y las auditorías ambientales de los edificios, etc.


Educar, en definitiva, en que “se puede vivir mejor con menos”.


4 comentarios:

  1. Hay muchas, demasiadas "necesidades" artificialmente creadas. Deshacerse de ellas no supondría merma alguna, sino alivio.

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  2. Desconfío de cambios en el curriculum. Solo se puede hacer imponiendo ¿y cómo va ser posible? ¿Logrando mayor conciencia de los gobiernos? ¿Mirando hacia arriba? Además, ¿no es contradictorio un gesto el uso de un instrumento de dominio para cambiar las cosas? Comparto la necesidad de cambio de sensibilidad, de revolución cultural profunda. Pero mientras llega ese curriculum rompedor, creo quehay que priorizar que el profesorado faciliten (quien esté concienciado, creandk conciencia) que los alumnos dialoguen desde la igualdad, de los temas que les preocupan. Y este, sin duda, es uno vital. Y por supuesto respetando la realidad, y la naturaleza, lo que implica ser honestos para que los estudiantes puedan reconocer y acceder a la evidencia científica y la distingan de los relatos. El profesorado ha de poder crear dinámicas de confianza y amistad, y es desde allí desde donde se pueden producir las transformaciones que buscamos. Sin promocionar la igualdad, la confianza, la inteligencia colectiva, el gusto por la colaboración y los lazos afectivos entre personas, no hay curriculum que valga

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    1. Desde luego, un profesorado crítico puede ser más importante que el curriculum impuesto, si sabe desmontar las manipulaciones. Como en los incendios, hay que atacar al fuego por la base. En este caso es el docente.

      Una pregunta en el aire: ¿Podemos usar la tecnología para luchar contra sus excesos? Parece contradictorio, pero pienso que sí. En otro caso no publicaría aquí lo que publico. No hay que eludir las inevitables contradicciones.

      Todo puede ayudar. No hay fórmulas mágicas, sino confluencia de factores.

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    2. Un cohete puede utilizarse para despanzurrar una ciudad, o para poner en órbita un satélite meteorológico. La rueda para una ambulancia, o para un tanque. La inteligencia, en fin, para paliar o evitar males en lugar de propiciarlos.

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