jueves, 24 de noviembre de 2022

Antígona

La recientemente aprobada Ley de Memoria Democrática insta a reparar el trato desigual dado a las víctimas y los verdugos de la represión fascista. La obligación de devolver a las primeras la dignidad arrebatada y de eliminar los inicuos honores concedidos a los segundos tiene consecuencias en los lugares donde yacen sepultados unos y otros.

El culto a los muertos fue una de las señales tempranas de la hominización. Por eso, respetar, exaltar o denigrar a los difuntos han sido prácticas constantes entre los vivos. Desde la prehistoria se han levantado fastuosos mausoleos a reyes y héroes, pero no hace tanto que era normal el escarnio público hacia los ajusticiados, cuyos cuerpos se dejaban pudrir en la picota, cuando no eran descuartizados, untados de pez y abandonados por los caminos. Ambas conductas eran un recordatorio del poder real y de las consecuencias de oponerse a sus leyes.

Aún hoy, en algunos países, las ejecuciones públicas y la exposición de los cadáveres de los condenados son habituales. Las guerras coloniales llevaron a cabo estas prácticas para desmoralizar a los díscolos. Los nazis, pero no solo ellos, utilizaron estos métodos, como se cuenta en Suavemente Anastasia pasaba. Esta película rumana de otros tiempos fue proyectada hace unos días, dentro del XVIII Brumario Poético, una actividad anual de la Fundación Cuña-Casasbellas. Ya la he mencionado en la entrada Tres poemas de este blog.

Por todas estas razones sigue vigente el personaje de Antígona, y de ahí la oportunidad con que la Fundación nos presenta este mito universal.

Entre la exaltación y el oprobio hay sustanciales diferencias. No debemos oponernos a los homenajes merecidos, aunque sí a los de quienes son ensalzados a pesar de sus crímenes, o precisamente por ellos. Pero ensañarse con los muertos es algo repugnante.

Polinices podría ser considerado traidor, por ir contra su ciudad con un ejército extranjero; o podemos razonar que fue Eteocles quien anteriormente había traicionado el pacto entre ambos. El caso del guerrillero serbio cuyo cadáver es abandonado para escarmiento público en la película y la valiente conducta de Anastasia que le cuesta la vida ofrece menos dudas.

Las verdaderas heroínas son Antígona y Anastasia, porque son símbolos de la dignidad que supera el miedo a sufrir las consecuencias de un acto justo.

La fundación que preside Miguel Cuña ha elegido bien el tema.

Esta fue la presentación del mismo en este Brumario:

Antígona y Polinices





















ANTÍGONA
Rapsodia poético-musical en torno al mito de Antígona

La obra teatral "Antígona" de Sófocles ─principal fuente del mito─ se estrenó el año 442 a.JC en las gradas al aire libre del Teatro de Atenas. Desde aquella milenaria fecha hasta hoy, cientos de versiones, y miles de traducciones y representaciones de la obra en teatros de todo el mundo, ofrecen el testimonio indiscutible de su permanente actualidad.

La obra comienza después de que los hermanos de Antígona (Polinices y Eteocles), enfrentados por el trono de Tebas, se hubiesen dado mutua muerte.  Hereda el reino su tío Creonte, que da orden de que a Eteocles se lo honre con los ritos fúnebres, mientras que a Polinices, considerado traidor, se abandone su cuerpo y exponga como carroña a las alimañas y aves de rapiña. Quien desobedezca será condenado a muerte.

Antígona le pide a su hermana Ismena que le ayude a sepultar a Polinices. Al negarse Ismena, Antígona decide hacerlo sola. Pronto se descubre que fue Antígona quien cubrió con tierra el cuerpo de Polinices. Llevada ante Creonte, tras un dramático enfrentamiento en el que ambos personajes exponen sus razones, el rey la condena a morir encerrada en una cueva.

Hemón, novio de Antígona e hijo de Creonte, intercede inútilmente ante su padre para que no condene a la muchacha, quien es llevada a la cueva y encerrada a la espera de su muerte; sola y frustrada decide suicidarse. Cuando llegaHemón, al verla muerta, también él se mata maldiciendo a su padre.

El adivino Tiresias le pronostica a Creonte malos augurios a su reino si no perdona a Antígona. El rey, temeroso, desiste del castigo y pide que liberen a Antígona. Sin embargo, su arrepentimiento llega tarde, pues cuando se dirige al a cueva ve muertos a Antígona y a su hijo. Creonte, abrumado por la desdicha, lamenta su destino.

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