La colección de textos breves contenidos en el libro Grandes granjas, grandes gripes es una fuente de ideas que no he querido dejar pasar sin hacer una pequeña selección. Ya he escogido algunas en anteriores comentarios de este blog: importancia de la escala, intimidad del virus, el dumping y los virus, grupos de presión. Para ir concluyéndola tomo prestados unos párrafos de la parte quinta: ¿De quién es la huella de la comida? Enfermedad como producto, pág. 332.
La idea que subyace en el agronegocio, como en todos los gobernados por intereses privados, es que los costes los paguen otros. En otro caso, las cuentas no salen.
Enfermedad como producto
La contaminación y los patógenos se han convertido en parte integrante del marco de riesgo del sistema alimentario industrializado. Se invoca a diario la ciencia de la seguridad alimentaria par limpiar brotes de enfermedad por todo el sistema global de envíos de ganado y de productos potencialmente contaminados. Ls once toneladas de germinados de fenogreco egipcio que infectaron a 4.100 alemanes con e. coli O104 en 2011, por ejemplo, fueron reenvasadas por un distribuidor alemán y revendidas a setenta empresas en doce países europeos. Una fauna silvestre estrujada por la invasión de poblaciones de ganado vierte a su vez su propia comunidad de patógenos en mercados callejeros, carnicerías de carne de animales silvestres, tierras de cultivo y entornos urbanos, produciendo arriesgados experimentos naturales en la transmisión de enfermedades y en la evolución de los patógenos a través de múltiples órdenes de animales.
Los incrementos a corto plazo de la eficiencia de la producción y del suministro de la agroindustria se han desarrollado mediante una serie de subsidios perversos y costes para las poblaciones locales y el medio ambiente que no se incluyen en los balances de las empresas. Los peligros laborales, la contaminación, la intoxicación alimentaria, la resistencia a los antibióticos, los aumentos de precios, el cambio climático, la consolidación del monopolio, la disminución del contenido nutricional, las inundaciones, la economía exportadora, las burbujas de las tierras de cultivo, el dumping, el despojo de explotaciones agrícolas, la migración forzosa, las lagunas en la investigación y los daños en la infraestructura de transporte y salud se externalizan habitualmente a los Gobiernos, los indígenas, los trabajadores, los consumidores, los contribuyentes, el ganado y la fauna y flora silvestres.
Si la protección de esa contabilidad perversa, el modelo de la agroindustria se vuelve insosteniblemente costoso (y, dada su capacidad de catástrofe, casi sociopático). ¿Qué hacer, entonces? Todas las partes de estos debates incluida la agroindustria, suelen mencionar el ingenio humano como el medio por el que podemos resolver las crisis ecológicas. Pero en cuanto se sugiere algo distinto de la agroindustria, los asesores deducibles de impuestos, incluido Clay, exclaman: «¡Eso es imposible». La cobertura ideológica de que goza la agroindustria es en sí misma un coste marginal que se nos pide que subvencionemos.
Te sugiero que leas este interesante artículo, 'Cumbre del clima', de Luis Britto García.
ResponderEliminar"Las grandes ciudades del modo de producción industrial se harán inviables al faltar energía".
http://luisbrittogarcia.blogspot.com/2022/11/cumbre-del-clima.html
Gracias por el enlace. Este es efectivamente el punto ciego que casi nadie quiere ver.
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