Afirmaba Marx que toda riqueza procede exclusivamente de dos fuentes: la naturaleza y el trabajo humano. Ambas interactúan de modo inseparable. Por eso, desde 1857-1858, en los “Grundrisse”, introduce el concepto de metabolismo, en alemán Stoffwechsel, como elemento clave para comprender la interacción naturaleza-sociedad.
Un análisis más amplio, en «Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza», de John Bellamy Foster.
Tiempo después, en El Capital, (libro I, volumen 2, edición Editorial Grijalbo, 1976) vuelve sobre el tema, delatando el doble carácter depredador de este modo de producción:
Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo.
La producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre.
Vuelvo sobre la prometida "prueba del algodón", y con esto cierro el conjunto de citas del libro Grandes granjas, grandes gripes que he venido publicando aquí: importancia de la escala, intimidad del virus, el dumping y los virus, grupos de presión, enfermedad como producto...
Copio unos párrafos de la parte quinta: Desconocido algodón, pág. 359.
La esclavitud no es Historia |
Así fue como apareció el algodón de latifundio
Los atributos del algodón Petit Gulf eran, lo mismo que los de los pollos de engorde de hoy, tanto económicos como biológicos. Si bien sus fibras largas eran las mejores para los textiles, escribe Johnson, el tamaño y la forma de la planta se seleccionaron por su «facilidad de recolección», por la productividad de los recolectores esclavos, que podían recoger más de doscientas libras en cápsulas por día.
De hecho los esclavistas, fundiendo tierra y mano de obra, calcularon la línea de producción de algodón en términos de fardos por mano. Los propios esclavos eran etiquetados como «manos»: madres lactantes, «media mano»; niños, «cuarto de mano»:
La medición de las cosechas y los esclavos «a la mano» era una medida tanto ecológica como económica, un intento de regular el intercambio entre esclavos y suelo prescribiendo medidas de referencia para el proceso por el que capacidad humana y fertilidad terrestre se metabolizaban en capital.
La calidad del suelo se transubstancia en una estrecha métrica anual: rendimiento por acre. las medidas producían juntas una matriz logística familiar para más de un estudiante de Máster en Administración de Empresas:
¿Florecería su algodón tan temprana y plenamente como para mantener a sus manos ocupadas durante la temporada de cosecha? ¿Habría suficientes manos para atender todos los acres que habían plantado, o su algodón terminaría ahogado por la hierba y arrastrado por el viento antes de que pudiera recolectarse?
Las respuestas se encontraron en parte en las innovaciones que los esclavistas elaboraron en la gestión de la mano de obra, muchas de las cuales se han mantenido hasta hoy.
Cuando los capataces a caballo o la señora de la Casa Grande veían transgresiones, la disciplina se aplicaba según la escala de tipos de «error». Estamos hablando del látigo, por supuesto, pero el panóptico del lugar de trabajo, respaldado por el castigo y la humillación graduales, aseguraba que la mano de obra estuviese trabajando en el lugar y el momento adecuados, una convergencia esencial para la productividad de la explotación.
Recordaba el exesclavo Solomon Northup ─la historia de cuya vida es ahora una película─:
Veinticinco latigazos cuando se encuentra una hoja seca o un trozo de cápsula en el algodón, o cuando se rompe una rama en el campo; cincuenta es la pena ordinaria que sigue a todas las infracciones del grado superior siguiente; la de cien se llama severa: es el castigo inflingido por la grave ofensa de quedarse ocioso en el campo.
El trabajo mismo era, como hoy, su disciplina; el peligro y el daño, su mensaje. Cuando una trabajadora inmigrante de una envasadora de carne pierde la mano, la línea de producción debe reiniciarse rápidamente mediante reemplazo por cualquiera de los otros trabajadores, ya que la carne de cada uno de ellos vale tanto como la de la res que ella o él estén preparando. Johnson afirma que los esclavistas hacían rutinariamente explícita esa equivalencia.
La disciplina de la esclavitud se originó tanto fuera de la plantación como en ella. Johnson cita a Northup para decir que «un esclavo nunca se acercó sin miedo a la casa de la desmotadora con su cesta de algodón». Si las cuantías de algodón se quedaban cortas, el o ella sufriría los latigazos escalonados «correspondientes», lo que Johnson identifica como una métrica de producción:
La clasificación del algodón introdujo los estándares de intercambio [de Lowell y Manchester] en el cálculo de la disciplina laboral de Luisiana, ya que la calidad dependía de la rapidez y el cuidado con que se recogía la cosecha.
En la otra dirección, fuera del emplazamiento agrícola, cualquiera que fuera sorprendido ayudando a un esclavo a huir de su amo sufría un severo castigo junto con el esclavo. Hoy, las leyes mordaza agropecuarias recientemente aprobadas o pendientes de aprobación en dieciséis estados de Estados Unidos contra la filmación del maltrato de animales en las granjas de cría intensiva ─pero, reveladoramente, nunca del maltrato de los trabajadores─ extienden en realidad las normas de fábrica a la población general.
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