sábado, 5 de noviembre de 2022

Grupos de presión

Cuando Colin Buchanan publicó su célebre informe sobre el tráfico en las ciudades, junto a sus propuestas de separación de las vías (el ejemplo más perfecto que consideró fue, obviamente, Venecia), pudo observar que facilitar la fluidez aumentando el número de carriles de las autopistas atraía más tráfico y acababa con la ventaja inicial, saturando de nuevo la vía.

Se confirmaba una vez más la paradoja de Jevons: el aumento de la eficiencia en la utilización de un recurso conduce a largo plazo a un uso incrementado del mismo. En el actual modelo económico, la paradoja solo se «resuelve» explotando un recurso alternativo una  vez que el original se ha agotado.

Y así se van agotando sucesivamente todos ellos, eliminando la base natural, especie por especie, mineral por mineral y región por región.

De esto habla también el libro Grandes granjas, grandes gripes, al que ya me he referido en varios comentarios anteriores (importancia de la escala, intimidad del virus, el dumping...). Nuevamente recurro a él: parte quinta ¿De quién es la huella de la comida? Grupos de presión, pág. 314.

«desarrollo sostenible»

 

Grupos de presión

[...] las eficiencias desplegadas por el capitalismo «sostenible» se han visto refutadas durante mucho tiempo, incluso como premisa lógica, por la paradoja de Jevons. William Stanley Jevons observó que el aumento de la eficiencia en la extracción de un recurso conducía a largo plazo a un uso incrementado del recurso. El consumo desbocado de combustibles fósiles demuestra bastante bien la tesis de Jevons, pero también lo hace espectacularmente la producción de alimentos. La Revolución Verde duplicó esa producción por hectárea, pero también provocó una desnutrición generalizada.

En un sistema económico consagrado a un crecimiento compuesto del 3%, la extracción mejor y más barata, que aumenta la eficiencia por unidad monetaria invertida, selecciona en realidad una mayor explotación, a menudo hasta que se agota un recurso. En el actual modelo económico, la paradoja solo se «resuelve» explotando un recurso alternativo una  vez que el original se ha agotado, eliminando la base natural especie por especie, mineral por mineral y región por región, práctica de la que Cargill y Mars, entre otros, se ha beneficiado hasta ahora en grado superlativo.

Si la historia sirve de guía, los agronegocios rara vez han dejado que la preocupación por la pérdida de la base de recursos de un producto básico cambie sus tácticas operativas de un informe anual a otro. La comercialización ecológica, por ejemplo, se vende actualmente mejor en los mercados de lujo de Estados Unidos, la Unión Europea y Asia, que albergan un consumo per cápita de los productos mayor que en gran parte del resto del mundo. Pero las estrategias básicas de las empresas, estructuradas por ventajas competitivas a las que no es probable que renuncien voluntariamente, se mantienen en gran medida intactas.

Convertir los recursos de otras personas en enormes beneficios privados (y culpar a otro de los daños resultantes) sigue estando a la orden del día. Como muestran los cálculos de Luke Bergmann, gran parte de las emisiones de carbono, la silvicultura y las tierras de cultivo comerciales del Sur global tienen como origen o causa, según la perspectiva de cada uno, la acumulación de capital y el consumo en Estados Unidos, Europa y Japón. Becky Mansfield y sus colegas, por su parte, refutan la influyente teoría de la transición forestal, que vincula el crecimiento económico con el resurgir de los bosques. El equipo muestra que la relación directa no es intrínsecamente universal, sino que depende de la capacidad del Norte global par importar productos forestales y agrícolas y exportar los impactos ambientales consiguientes. En ese contexto, el márquetin verde parece ser en las regiones más ricas un medio de trasladar la responsabilidad por los daños ocasionados por los circuitos del capital y a lo largo de ellos a la moral individual a la hora de elegir el producto.

El sector, sin embargo, podría haberse encontrado con un obstáculo. Tal como explica Jason Moore, las crisis globales de pérdida de tierras y daños ambientales pueden señalar un punto de inflexión en la capacidad del neoliberalismo para lograr disminuciones continuas en los costes de producción en todo el sistema o, todavía más importante, pueden señalar el fin del régimen de «ecología barata» del capitalismo: energía, mano de obra, materias primas y alimentos baratos. Diremos, como preludio de nuestro planteamiento, que cualquiera de los dos escenarios podría explicar la urgencia con la que la agroindustria está proponiendo un relato de rescate distópico.

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