viernes, 18 de enero de 2013

El temor irracional y racista a China. ¿A qué tanto alboroto?


Andre Vltchek. Traducido de CounterPunch:

Peligro amarillo     eldesvandelabuelito.blogspot.com

Irak, Afganistán, Palestina y Libia están en ruinas, aplastados por las pesadas botas del imperialismo occidental

Pero nos dicen que tengamos miedo de China

Todas las naciones de Indochina fueron bombardeadas hasta devolverlas a la edad de piedra, porque los semidioses occidentales no estaban dispuestos a tolerar, y pensaban que no debían tolerar, lo que alguna no-gente en Asia realmente ansiaba. Vietnam, Camboya, Laos –millones de toneladas de bombas lanzadas desde B-52 estratégicos, bombarderos en picado, y desde cazabombarderos. Las bombas que caían llovían sobre el campo prístino asesinando a niños, mujeres, y búfalos de agua, millones murieron. No hubo disculpas, no se aceptó la culpa y no hubo compensación por parte de las naciones culpables

Indonesia, líder del mundo no alineado, con un inmenso Partido Comunista constitucional, fue destruida por el golpe de 1965, por la alianza de gobiernos occidentales, militares fascistas indonesios y las elites, así como por religiosos fanáticos de la mayor organización musulmana, UN. Murieron entre 2 y 3 millones de personas, incluidas las pertenecientes a la minoría china. Maestros, artistas, pensadores, todos asesinados o silenciados. En este caso, el imperialismo creó una nación sumisa, casi carente de base intelectual; incapaz incluso de analizar su propia caída

Pero ahora nos ordenan que seamos conscientes del ascenso de China...

Trastornos globales en el mediano plazo

Immanuel Wallerstein contra el fatalismo.


La parte final del artículo:

Aquellos que tienen riqueza y privilegios hoy no se sentarán sin hacer nada. Será más y más claro para ellos que no pueden asegurar su futuro a través del sistema capitalista existente. Buscarán implementar un sistema que no se base en un papel central del mercado, sino en una combinación de fuerza bruta y engaño. El objetivo clave es asegurar que el nuevo sistema garantice la continuación de tres rasgos clave para el actual sistema –jerarquía, explotación y polarización.

Por otra parte, habrá fuerzas populares por todo el mundo que buscarán crear una nueva clase de sistema histórico, uno que todavía no ha existido, uno basado en una democracia relativa y una relativa igualdad. Es casi imposible de prever lo que significará esto en términos de las instituciones que el mundo podría crear. Aprenderemos en la construcción de este sistema en las décadas venideras.

¿Quién ganará esta batalla? Nadie lo puede predecir. Será el resultado de una infinidad de acciones nanoscópicas emprendidas por una infinidad de nanoactores en una infinidad de nanomomentos. Y en algún punto la tensión entre las dos soluciones alternativas se inclinará definitivamente en favor de una o la otra. Esto es lo que nos brinda esperanza. Lo que cada uno de nosotros haga en cada momento acerca de cada uno de los puntos inmediatos cuenta. Alguna gente le llama a esto el efecto mariposa. El batir de las alas de una mariposa afecta el clima de uno al otro extremo del mundo. En ese sentido, hoy todos somos pequeñas mariposas.

¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático?

Pues depende, responde Ferran P. Vilar en Mientras Tanto. Reproduzco parte del artículo tal como aparece en Rebelión. 

Todo el número de la revista es de sumo interés.

El dramatismo de lo que aquí se plantea está en algo que no me canso de repetir en este blog: el inevitable retraso de los efectos frente a sus causas, derivado de la irreversibilidad absoluta de los procesos, porque nunca se vuelve exactamente a una situación anterior. 

A escala planetaria, son rápidos muchos cambios que para la experiencia cotidiana parecen lentísimos, situaciones que llegan a parecer completamente estables. Pero los efectos acaban maifestándose, a veces cuando no hay vuelta atrás. Por eso es tan importante tener en cuenta el principio de precaución, fundamental en cualquier experimento científico, y mucho más cuando no se experimenta en las (¿cerradas? pues tampoco totalmente) condiciones de un laboratorio. 

Llamaré la atención sobre este gráfico, que aproxima las cifras del calentamiento global con rectas de regresión, referidas a distintos intervalos de tiempo:


Obsérvese que en las últimas décadas el proceso se acelera.

Aviso a navegantes.

Un sistema puede tener uno o varios estados de equilibrio (o ninguno). En esa situación, el sistema se mantiene estable medido en sus variables de estado. Por ejemplo, distintas combinaciones de concentración de GEI (gases de efecto invernadero), temperatura, nivel del mar y cantidad de vapor de agua en la atmósfera pueden suponer estados de equilibrio distintos. Pero es importante tener en cuenta que no todos los estados de equilibrio que uno pueda imaginar son posibles, lo que puede demostrarse matemáticamente de forma inequívoca.
Por su parte, cada estado de equilibrio tiene su margen de estabilidad, a saber, la cantidad de perturbación que puede soportar alrededor del estado de equilibrio en cuestión. Dentro del margen de estabilidad, el sistema acabará volviendo al estado de equilibrio si cesa la perturbación, o fijado en un valor algo distinto al de equilibrio, pero alrededor de él. Pero si esa perturbación es superior al margen de estabilidad, el sistema, autónomamente, cambiará de estado de equilibrio, adquiriendo vida propia durante el régimen transitorio de paso de un estado a otro. En la analogía del Titanic, un estado de equilibrio es el navío a flote antes del impacto contra el iceberg, y otro estado de equilibrio es el navío en el fondo del mar. No hay estados de equilibrio intermedios.
La analogía con el Titanic permite además evidenciar el comportamiento exponencial. Una vez desestabilizado, el navío comienza a capotar de una forma que, al principio, parece proporcional al tiempo. Sin embargo, el hundimiento se va acelerando hasta que se hunde por completo con gran rapidez. Junto a la lentitud del fenómeno climático, que no estamos atávicamente programados para percibir como amenazante, el hecho de que los comportamientos exponenciales sean casi proporcionales en sus inicios dificulta enormemente la percepción de la magnitud del problema por parte del público.
Una de las principales dificultades del pensamiento sistémico es la definición de los contornos del sistema. De forma general, cuanto más se amplía el ámbito en el que ocurren los sucesos, se advierte la participación de un mayor número de variables. Siguiendo con la analogía, en el ‘sistema Titanic’ el umbral de estabilidad, según señaló el ingeniero jefe, era la inundación de cuatro camarotes. Con cuatro camarotes se podía resistir, estableciendo un sistema de control que, por ejemplo, contuviera la entrada de agua mediante compuertas u organizando un comando que la achicara a medida que el agua iba embarcando. Pero se inundaron cinco, lo que le llevó a predecir el hundimiento subsiguiente en términos de certeza matemática (5). Pero si en lugar de considerar el navío aisladamente tomamos en consideración el sistema navío + océano + iceberg, conviene darse cuenta de que, incluso antes del momento en que la tripulación advirtiera el peligro, es posible afirmar que el Titanic, dada su velocidad, estructura y sistema de control, se iba a hundir irremediablemente. De alguna forma, ya estaba hundido. La superación de los umbrales de estabilidad suele tener lugar de forma totalmente silenciosa.
No es posible, hoy por hoy, afirmar categóricamente que el umbral de estabilidad del sistema climático de la Tierra haya sido ya superado. Tampoco es posible afirmar lo contrario. Como veremos más adelante, es incluso arriesgado afirmar que el planeta se haya encontrado en un estado de equilibrio climático, inherente al sistema, durante los últimos 10.000 años, aunque bien es cierto que sus parámetros se han mantenido notablemente estables. De haberse perdido esta estabilidad, a lo único que podemos aspirar es a analizar la viabilidad de diseñar e implementar un sistema de control que mantenga constante algún parámetro, por ejemplo la temperatura media. Pero hay que hacerlo a tiempo.

miércoles, 16 de enero de 2013

No todo está perdido


Esperar sin esperanza es la peor maldición que puede caer sobre un pueblo, reflexiona Boaventura de Sousa Santos, sociólogo y catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra. Y analiza los factores que hacen posible construir la esperanza y las dificultades a vencer. Construir alternativas requerirá acuerdos con fuerzas burguesas sinceramente democráticas, contrarias al "fascismo social" de los grupos minoritarios más poderosos. Pero esos acuerdos deben preservar la unidad de la que hemos dado en llamar "izquierda  transformadora". Para ello hay que trazar algunas líneas irrenunciables en cualquier negociación.


La esperanza no se inventa, se construye con alternativas a la situación presente a partir de diagnósticos que permitan a los agentes sociales y políticos ser convincentes en su inconformismo y realistas en las alternativas que proponen. Si se produjera el desmantelamiento del Estado de bienestar y se llevaran a cabo ciertas privatizaciones (la del agua), estaríamos entrando en una sociedad políticamente democrática pero socialmente fascista, en la medida en que las clases sociales más vulnerables (la gran mayoría de la población) verían depender sus expectativas de vida de la benevolencia y, por tanto, del derecho de veto de grupos sociales minoritarios más poderosos. El fascismo que surge no es político, sino social y convive con una democracia de bajísima intensidad. La derecha en el poder no es homogénea, pero en ella domina la facción para la cual la democracia, lejos de ser un valor incalculable, es un costo económico y el fascismo social es un estado normal. 

La construcción de alternativas se apoya en dos distinciones cruciales: entre la derecha de la democracia como coste y la derecha de la democracia como valor; y entre esta última y las izquierdas (en el espectro político actual no hay una izquierda que asuma la democracia como un coste). Las alternativas democráticas tienen que surgir de esta última distinción. Los demócratas portugueses, de izquierda y de derecha, tendrán que tener en cuenta tanto lo que los une como lo que los divide. Lo que los une es la idea de que la democracia no se sostiene sin las condiciones que la hacen creíble para la mayoría de la población. Esta credibilidad se basa en la representatividad efectiva de quien representa (sistema político, sistema electoral, democracia interna de los partidos, financiación de campañas, etc.); en el desempeño de quien gobierna (rendición de cuentas, castigo de la corrupción y del abuso de poder); en el mínimo de ética política y de equidad para que el ciudadano no lo sea únicamente cuando vota, sino también cuando trabaja, cuando está enfermo, cuando va la escuela, cuando se divierte y cultiva, cuando envejece. En la coyuntura que atravesamos, este mínimo denominador común es más importante que nunca, pero al contrario de lo que puede parecer, las divergencias que se dan a partir de él también son más importantes que nunca. Son ellas las que van a dominar la vida política de los portugueses y europeos en las próximas décadas. 

Principales divergencias
  • Primero, para la izquierda, la democracia representativa de raíz liberal es hoy incapaz de garantizar, por sí misma, las condiciones de su sostenibilidad. El poder económico y financiero está concentrado y globalizado de tal modo que su musculatura logra secuestrar con facilidad a los representantes y gobernantes (¿por qué hay dinero para rescatar bancos y no lo hay para rescatar familias?). De ahí la necesidad de complementar la democracia representativa con la democracia participativa (presupuestos participativos, referendos, consultas populares y consejos de ciudadanos). En el contexto europeo no habrá democracia de alta intensidad sin la democratización de las instituciones y procesos de decisión comunitarios. 
  • Segundo, el crecimiento sólo se transforma en desarrollo cuando es ecológicamente sustentable y contribuye a democratizar las relaciones sociales en todos los ámbitos de la vida colectiva (en la empresa, la calle, la escuela, la familia, el acceso al derecho, la opción religiosa). Democracia es todo proceso de transformación de relaciones de poder desigual en relaciones de autoridad compartida. El socialismo es la democracia sin fin.
  • Tercero, sólo un Estado providencia fuerte hace posible una sociedad providencia fuerte (padres jubilados con pensiones recortadas dejan de poder ayudar a sus hijos desempleados, así como hijos desempleados dejan de poder ayudar a sus padres ancianos o enfermos). La filantropía y la caridad son políticamente reaccionarias cuando, en lugar de complementar los derechos sociales, los sustituyen.
  • Y cuarto, la diversidad cultural, sexual, racial, religiosa debe ser celebrada y no sólo tolerada.
 

martes, 15 de enero de 2013

¿Qué democracia económica para el decrecimiento?

Con este título, y seguido de "algunos comentarios sobre la contribución de los modelos socialistas y la agroecología cubana", encuentro en Rebelión un artículo de Sébastien Boilla, Julien-François Gerber y Fernando R. Funes-Monzote.

El decrecimiento, entendido en términos cuantitativos, referido a materiales, energía y recursos naturales en general, y considerando no sólo las fuentes, sino también los sumideros, ya no es una opción, sino un hecho incontrovertible.

El problema ahora es el modelo de decrecimiento que mantenga lo alcanzado sin dejar de proyectarse hacia un verdadero desarrollo cualitativo. Si el sistema se ha vuelto inestable, ¿cómo estabilizarlo?

Los modelos socialistas propuestos y ensayados hasta la fecha no siempre han estado a la altura del reto a que ahora nos enfrentamos. Seguramente no era su momento. Ahora lo es. Aquí se propone un modelo de David Schweickart, en parte inspirado en la autogestión yugoslava y en las cooperativas de Mondragón.

Reproduzco parte del artículo. Las notas pueden encontrarse en el documento de partida.
 

Lentitud ahora, porque corre prisa. mi-megafono.blogspot.com


El socialismo de mercado es una economía competitiva en la que los trabajadores poseen los medios de producción. Sus partidarios parten de la siguiente idea básica: los mercados son una gran herramienta para producir y procesar información y para asignar recursos, pero el capitalismo genera tanta desigualdad, falta de democracia y destrucción socio-medioambiental que los desperdicios son sencillamente enormes [14]. Los capitalistas deben usar una cantidad considerable de recursos solo para controlar y disciplinar el trabajo [15]. Para Roemer [14], el hecho de que los beneficios del crecimiento estén concentrados en las manos de una minoría lleva a estos últimos a olvidar la mayor parte de los “males públicos” (contaminación, pobreza, criminalidad, etc.). Estos resultados adversos no son un problema para la élite siempre que sea capaz de protegerse de ellos mediante altos ingresos, viviendo por ejemplo en áreas seguras, etc. Según Roemer, un igualitarismo basado en los activos estimularía a los trabajadores y evitaría muchas de las ineficiencias del capitalismo. También promovería un mejor equilibrio social entre crecimiento económico y males públicos. Tales modelos van mucho más allá del desarrollo del reparto de acciones con los empleados e implican una descentralización radical de las acciones, una de las formas más concentradas hoy en día de propiedad.

Las críticas a los modelos de mercado socialista se centran a menudo en su intento de establecer la “competencia perfecta” que se encuentra en los libros de texto neoclásicos. De hecho, utilizan las herramientas y suposiciones estándar –y cuestionables- neoclásicas. El modelo de Roemer [14] por ejemplo, está basado en un sistema institucional sofisticado que maximiza los beneficios mediante la competencia de mercado impidiendo al mismo tiempo cualquier reconcentración de capital en las manos de los más hábiles tras unas pocas décadas. Pero como señala Coutrot [9], “los modelos de socialismo de mercado están todos sujetos a la crítica de Einstein (y de Marx): al mantener el trabajo asalariado y la competencia generalizada, siguen promoviendo el individualismo y socavan la solidaridad social” así como la comunidad [16]. Es más, al imitar el crecimiento capitalista, estos modelos están también sujetos a la crítica decrecentista. Personifican la ceguera medioambiental que todavía se puede encontrar en el trabajo de muchos teóricos marxistas. La gran ventaja de los modelos de autogestión de los trabajadores se basa en su naturaleza democrática: democracia no solo presente en la esfera política sino también dentro de la empresa, como veremos a continuación.

En una economía autoregulada, del tipo descrito por Schweickart [17], los trabajadores asociados controlan las empresas: deciden libremente, mediante elecciones democráticas, quién las gestionará y discuten la organización y proyectos de sus empresas. Sin embargo, no son los propietarios de la empresa, que sigue perteneciendo a la comunidad. Por tanto no habría mercado de los títulos de propiedad: a nadie se le permitiría comprar, vender o poseer una empresa en la que trabajen otras personas. Este modelo no tendría por tanto trabajo asalariado, sinónimo de dominación. Como defendía Marx [18], los trabajadores empleados por un salario no pueden controlar su trabajo ni el producto de su trabajo; deben someterse a una jerarquía sobre la que no tienen ninguna influencia. En una empresa autogestionada, por el contrario, son los trabajadores mismos quienes contratan capital: en el modelo de Schweickart, pagarían un interés fijo a organizaciones crediticias por préstamos usados como capital y pagarían los equipamientos y las materias primas necesarias para mantener las capacidades productivas y vender en el mercado. Los ingresos servirían principalmente para reembolsar los préstamos y pagar impuestos mientras el saldo constituiría la remuneración de los trabajadores, asignada de acuerdo a una escala de salarios democráticamente establecida. Más aún, el modelo de Schweickart incluye un original “control social de la inversión” que se articula así: las empresas autogestionadas pagan impuestos para proveer a un fondo de inversión democráticamente controlado y jerárquicamente distribuido entre diferentes niveles (nacional, regional, comunal bancos públicos). Estos fondos financiarían las inversiones de las cooperativas de trabajadores y los servicios públicos, al nivel geográfico apropiado, según un conjunto criterios basados en el valor de uso, la rentabilidad, la justicia social y las condiciones medioambientales.

Los modelos económicos autogestionados no suponen un cambio radical de la naturaleza humana. Algunos de los elementos clave de una economía de mercado se mantienen –la elección de los consumidores, la competencia entre productores y su motivación mediante la remuneración de sus esfuerzos-. Se dice que estas características promueven la eficiencia y las innovaciones. No obstante, la diferencia con el capitalismo es doble: prohibición de autofinanciación y apropiación privada del capital; y prohibición de contratar trabajo. De esta forma, nadie puede acumular privadamente poder económico. Además, a diferencia de los modelos de socialismo de mercado, los sistemas basados en la autogestión de los trabajadores generan nuevas dinámicas que superan las conductas puramente egoístas: el igualitarismo y el sentimiento de comunidad están encarnados en sus instituciones, igual que la desigualdad y el individualismo están grabados en las instituciones del capitalismo. Más aún, la socialización de la inversión supone que los ciudadanos pueden decidir democráticamente qué hacer con el crecimiento económico.

Para resumir, los modelos de socialismo autogestionado permiten una síntesis realista entre la democracia económica y el potencial para una transición decrecentista a gran escala. De hecho, una reducción del tamaño de la economía, en consumo de energía y material, parece mucho más probable en una sociedad en la que: (1) el sentido de comunidad sea más fuerte, lo que implica que no pueda haber una clase privilegiada que tenga el poder de presionar para su enriquecimiento personal en detrimento de la sociedad y su medio ambiente; (2) la inversión esté socializada, lo que implica que los costes sociales y medioambientales se reduzcan drásticamente y por tanto las industrias dañinas estén limitadas; y (3) la información pueda circular mucho más libremente que en el capitalismo, lo que significa dos cosas. Primero, no habría agresivas campañas de publicidad empujando a la población a consumir más, esto es, a proyectar necesidades inmateriales en bienes materiales y de ahí a satisfacer ilusiones más que necesidades. Todo lo contrario, fuera de tal sociedad de consumo de masas, la gente podría estar más cerca de sus verdaderas necesidades, muchas de las cuales son inmateriales [19]. Segundo, por la implicación general de los trabajadores y los ciudadanos, libres del obstáculo de una clase dominante, la sociedad en su conjunto sería mucho más reactiva al estado de sus recursos naturales porque estaría estrechamente conectada con ellos. Una vía orientada al decrecimiento sería por tanto una opción muy real. El mismo Schweickart [17] escribió que “el crecimiento económico no es la respuesta” y distinguía cuidadosamente entre indicadores cuantitativos y cualitativos de “desarrollo”.

sábado, 12 de enero de 2013

Una pequeña-gran enciclopedia de la teoría del imperialismo

¿Quién dice que la rapacidad no tiene límites? Pues ya están aquí.



Recojo algunas cuestiones planteadas por Renan Vega Cantor en la presentación del libro de Claudio Katz, Bajo el Imperio del Capital, Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2011.


No voy a mencionar todos los importantes aportes de este libro. Simplemente quiero plantear, para concluir, dos elementos de discusión con Claudio Katz. Un primero está referido a lo que decía al comienzo de estas palabras, que el libro recoge casi todos los aportes, pero creo que le faltó uno, que en este momento es muy importante, como es el relacionado con el imperialismo ecológico, propuesto por autores como John Bellamy Foster y por mi persona. La importancia de este concepto estriba en que, a mi parecer, ayuda a replantear algunos aspectos de la teoría marxista del imperialismo, como los referidos, por ejemplo, al establecimiento de otros límites que van más allá de los límites económicos, a los que hace referencia Katz. Sin embargo, el imperialismo ecológico plantea el problema de los límites en otra dimensión, recalcando que el agotamiento de los bienes comunes, la destrucción de los ecosistemas, el agotamiento de las fuentes hídricas, el calentamiento global, el descongelamiento de los casquetes polares, la desaparición de especies, las distintas formas de contaminación no son algo secundario sino fundamental, hasta el punto que todos esos asuntos ponen en riesgo la misma reproducción de la acumulación de capital, al considerar el problema del agotamiento de los bienes comunes de tipo natural (lo que Marx denominaba condiciones de producción) como resultado de la lógica misma de crecimiento infinito. Este hecho no se sustenta en futurología especulativa, que con razón le gusta criticar a Katz, sino en la constatación de datos empíricos incontrastables (aunque a menudo ocultados por las clases dominantes de Estados Unidos y sus propagandistas y que gran parte de los economistas no suelen considerar), sobre el agotamiento irreversible de materias primas indispensables para el funcionamiento del capitalismo, empezando por el petróleo. Esto sitúa la discusión en otro plano, en lo relativo por ejemplo al estancamiento. Porque, obviamente, en un planeta de recursos limitados resulta insostenible el crecimiento ilimitado, lo que pone en cuestión el mismo modelo chino, de un crecimiento del 15% anual o tasas semejantes. Y aquí se plantea, de paso, otro asunto que menciona Claudio de manera tangencial como es el relativo al modelo energético basado en el petróleo, en el sentido que vale hacerse la pregunta si es posible construir otro patrón energético que tenga la misma efectividad que las energías fósiles y que permita que el capitalismo energivoro siga funcionando tal y como lo conocemos.

En ese contexto, la cuestión del estancamiento alcanza otra dimensión, que ya se ve en algunos lugares del mundo (como Haití), que consistiría en mantener amplios sectores de la población de miseria, hambre y subconsumo de materiales y energía, al tiempo que cada vez se achicarían más los guettos invertidos de sectores minoritarios de la población –formados por las clases dominantes y algunos sectores de las clases medias- que mantendrían su consumo energético despilfarrador, que les permite mantener su estándar de vida al estilo estadounidense. Visto así el asunto, el estancamiento no se vería solamente en la perspectiva que critica Claudio Katz de una especie de regresión y parálisis de las fuerzas productivas, sino como la expresión de un quiebre civilizatorio.

El otro punto que quiero dejar planteado en la discusión y que no me quedó claro es el relativo al ciclo económico, o más exactamente a las ondas largas. Las crisis periódicas indican la permanencia del ciclo, y eso lo enfatiza Claudio, pero lo que dice sobre las ondas largas no es del todo claro. A ese respecto cabría preguntar en donde nos encontramos, o en una fase de expansión (similar a la de los treinta gloriosos) o en la misma fase descendente que se inició en 1967-1973. Esta creo que no es una pregunta formal, de periodización, sino que tendría que ver con el análisis estructural y de larga duración de la crisis actual como una crisis de sobreproducción y no como una cuestión financiera o inmobiliaria meramente coyuntural.

Una reivindicación del Marx ecologista

En una entrevista a Michael Löwy, investigador del Centre National de la Recherche Scinentifique, publicada en Viento Sur bajo el título “Sin indignación, nada grande y significativo ocurre en la historia de la humanidad”, aparece esta puntualización, siempre necesaria para contrarrestar ideas equivocadas pero que forman parte del imaginario colectivo:
Muchos ecologistas critican a Marx por considerarlo un productivista, tanto como los capitalistas. Tal crítica me parece completamente equivocada: al hacer una crítica al fetichismo de la mercancía, es justamente Marx quien hace la crítica más radical a la lógica productivista del capitalismo, la idea de que la producción de más mercancías es el objetivo fundamental de la economía y la sociedad. El objetivo del socialismo, explica Marx, no es producir una cantidad infinita de bienes, sino reducir la jornada de trabajo, dar al trabajador tiempo libre para participar en la vida política, estudiar, jugar, amar… Por lo tanto, Marx nos dota de las armas para una crítica radical del productivismo y, en concreto, del productivismo capitalista. En el primer volumen de El Capital, Marx explica como el capitalismo agota no sólo las energías del trabajador, sino también las propias fuerzas de la Tierra, esquilmando las riquezas naturales, destruyendo al propio planeta. Por lo tanto, esa perspectiva, esa sensibilidad está presente en los escritos de Marx, aunque no haya sido suficientemente estudiada.

Sobre este tema recomiendo leer el libro de John Bellamy Foster "La ecología de Marx", publicada por El Viejo Topo.