jueves, 7 de enero de 2016

Verdiales

Un vídeo que mi amigo José Miguel Fernández García compartió en Facebook me activó la memoria emocional; y recordé, con los orígenes axárquicos de mi familia, una particular forma de cante dentro de una fiesta que tiene poco de particular: los verdiales.

Esta fiesta es una celebración campesina, de origen más que milenario, circunscrita en su origen a una parte de la provincia de Málaga, limitada a los montes de Málaga, el valle del Guadalhorce y la Axarquía. Terrenos de relieve quebrado, de viñas y olivares, como reza alguna copla. Como tantas otras zonas, tierras aisladas por la topografía, antes de que la arrolladora invasión de las comunicaciones revolviera los tiempos y achicara los espacios.

Es fiesta de gente de campo, y se parece a muchas otras que combaten la monotonía de las labores, salpicando el ciclo agrícola con celebraciones relacionadas con el fin de la siega o la vendimia, y también con acontecimientos, religiosos o profanos, carnavales, bodas, bautizos...

Como en las demás fiestas populares campesinas, se come y bebe, se canta y se baila. Los sombreros adornados con cintas y flores de los participantes se parecen, más pobremente, a los que ostentan madamas y galanes del carnaval de Santa Cristina de Cobres, en el concello pontevedrés de Vilaboa. Cosas parecidas se podrían ver en otros muchos lugares de esta península y del mundo entero.

El cante y el baile son indispensables en estos festejos. En cuanto al segundo no hay mucha diferencia con otras variedades de fandangos de España y Portugal.


Lo que es único es el cante. No conozco nada igual ni en Andalucía ni fuera de ella, pero se debe reconocer lo que comparte de la cultura musical andaluza, cultura sintética, condicionada por la geografía crucial (de cruce), y confirmada por la historia. Síntesis única, como lo son todas las culturas dignas de ese nombre, mutaciones de mestizajes irrepetibles.

Antes de hablar del fandango por verdiales, quiero presentar algunas opiniones sobre el cante, más autorizadas que la mía, basada sólo en lo que siento cuando oigo cantar flamenco. 

Frente a la música centroeuropea, de melodía más definida y periodización cíclica, el cante flamenco es ondulante y horizontal, con una nota pedal de referencia que la melodía cruza suave y repetidamente, asíntota a la que tiende hasta su consumación. Presente en todo momento, es realizada en un final sin final, con emoción contenida que la ronda hasta alcanzarla y perderse en la nostalgia de su recuerdo. 

Federico García Lorca, en una conferencia memorable sobre la "arquitectura del cante jondo" decía lo que sigue:
...la melodía ondulante e inacabable en sentido distinto de Bach. la melodía infinita de Bach es redonda, la frase podría repetirse eternamente en un sentido circular; pero la melodía de la siguiriya se pierde en el sentido horizontal, se nos escapa de las manos y la vemos alejarse hacia un punto de aspiración común y pasión perfecta donde el alma no logra desembarcar.
(...) 
Las coincidencias que el maestro Falla nota entre los elementos esenciales del cante jondo y los que aún acusan algunos cantos de la India, son: 
El enharmonismo como medio modulante; el empleo del ámbito melódico, que rara vez traspasa los límites de una sexta, y el uso reiterado y hasta obsesionante de de una misma nota, procedimiento propio de ciertas fórmulas de encantamiento y hasta de aquellos recitados que pudiéramos llamar prehistóricos, lo que ha hecho suponer a muchos que el canto es anterior al lenguaje.
Sobre el concepto de enharmonismo sigo a Juan Cruz Palacios, que también sigue a Falla:
Si hablamos exclusivamente de la voz, un concepto propio del cante flamenco que conviene explicar es el de «enharmonismo»; este es al menos el término con que denominó el maestro Manuel de Falla a algunos espacios dentro del recorrido melódico de la voz del cante flamenco, sonidos imposibles de llevar a una partitura pues significaría partir un tono en cuatro. Imaginemos un piano donde entre dos teclas blancas existieran tres teclas negras, en lugar de una: cada una de las notas representaría ese «movimiento entre tonos» que los cantaores flamencos aprenden tradicionalmente a realizar de oído y por pura imitación.
Claro que el cante jondo es sólo una parte del arte flamenco, y aún podría dudarse de si los verdiales forman parte del flamenco. Pero su parentesco con los fandangos de Málaga y la malagueña, y lo que puede observarse en estas audiciones me lleva a creerlo.

La duda surge por el extraño contraste entre lo que se canta y lo que se toca. Y en cómo se toca. En la mayoría de los palos del flamenco la orquestación se reduce a una guitarra. La voz y la guitarra se enroscan sobre esa nota fundamental. Cada una sigues su curso, pero coinciden en eso.

Es muy distinto el caso de los verdiales. Si el acompañamiento es una obsesiva y monótona repetición, la voz sigue con independencia su curso flamenco y valiente. Valiente aquí, porque la exaltación que acompaña a esa flamenca "nota insistente" puede abarcar en los distintos palos toda una gama de emociones.

Si analizamos cada uno de los elementos de una pieza musical vemos que cada uno va añadiendo algo al conjunto.

El ritmo ternario muy simple es básico en las músicas concebidas para bailar. No es raro que delicadísimas melodías se monten sobre una trepidante monotonía. La música popular de Brasil es un claro ejemplo: al cuerpo ágil que danza con feroz alegría lo acompaña un alma que entona la melodía más triste.

La melodía abre una dicotomía entre el acompañamiento y la voz. La parte instrumental puede consistir en simples acordes en segundo plano, que por separado puede ser muy bella en ocasiones, pero de la que apenas nos damos cuenta. En el arte flamenco acompañado con guitarra encontramos muchas veces, como en el jazz, episodios magníficos cedidos generosamente al instrumento.

El canto suele ser lo esencial. De nuevo debe armonizar dos elementos, la letra y la música. Las parodias bufas de canciones muy emotivas demuestran la importancia de la letra cuando literalmente destrozan el conjunto. Hermosas letras tiene el flamenco, algunas de grandes poetas, otras del inspirado Juan Pueblo.

Y la voz. Aquí es donde el que canta engendra la emoción, añadiendo a la melodía ese algo que en el flamenco es el duende.

Vuelvo a los verdiales, técnicamente definidos como "un particular fandango cantado y bailado con el acompañamiento de una orquestina compuesta por un violín, de dos a cuatro guitarras, un pandero, dos o más pares de platillos (crótalos), varios palillos (castañuelas) y, en algunos de sus estilos, un laúd o bandurria".

La orquestina, "cuadrilla" o "panda", es ya una rareza que separa este fandango de lo más habitual en Andalucía. Sorprende la presencia protagónica del violín por aquellos pagos (la presencia de la bandurria en la Axarquía me consta, porque conservo una de cerca de cien años que fue de mi padre y de mi tío Pepe; declara la etiqueta del luthierBenito Ferrer, Granada, calle Santiago, 25, año de 1924; suena muy bien, compruebo que después de años de silencio no se ha destemplado).

En los verdiales el flamenco no está presente hasta que surge la voz. Sorprende la aparición de un canto que jamás sería bailable por sí solo. Pero el baile sin ese garganteo sería un baile más.



Ya puestos, dejo a vuestra curiosidad estos enlaces:



Buen provecho.

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