El sentimiento de fondo de que habla Antonio Damasio, esa araña ideológica que predispone a pensar de forma automática, ayuda a nuestro cerebro a eliminar alternativas enfrentadas antes de tomar una decisión concreta, simplifica el abanico de opciones a considerar y nos permite ganar tiempo y optimizar nuestras respuestas.
Se trata de un éxito evolutivo, parecido a otros muy anteriores, como el tiempo para contactar, otra simplificación de una situación real, imprescindible para cazadores y presas pero también para los conductores de toda clase de vehículos. Recordemos el accidente de Angrois.
Pero cuando aquella herramienta es traspasada de las conductas individuales al espacio social, significa más un lavado de cerebro masificado que un elemento precioso de la evolución:
"No todo lo que funciona es útil o adaptativo a escala individual mantiene sus propiedades en estadios superiores. Lo que asiste positivamente a la supervivencia personal puede tornarse en un dispositivo de opresión psicológica si es utilizado por una elite económica o política para defender sus intereses y crear un caldo de cultivo ideológico proclive a sus tesis propias enmascaradas en el sentimiento de fondo que van creando sutilmente sus mensajes, propaganda y proclamas en los principales medios de comunicación internacionales".En la Facultad de Ciencias de la Complutense (que entonces era una sola, no especializada, con cinco secciones) aprendí del paleontólogo Bermudo Meléndez que la especiación devenida en especialización, esa adaptación al medio imprescindible para la supervivencia, podía ser un callejón sin salida en los cambios ambientales bruscos, porque no había vuelta atrás. La pata del caballo, maravillosa adaptación a la carrera, o el ala de una ave o un murciélago, ya no puede retroceder al polivalente quiridio original.
Precisamente esa mano no especializada nos permitió sobrevivir a los avatares en que sucumbieron otras especies. ¿Es nuestro cerebro un órgano demasiado especializado que nos arrastra a otro callejón sin salida?
Aun considerando que el cerebro sea, por el contrario, otro órgano polivalente por el que podemos sobreponernos a los cambios, la compleja sociedad que nos ha ayudado a construir puede ser otra trampa mortal si él no nos ayuda a que esta torpe y frágil estructura se transforme, toda vez que la evolución social ha sustituido casi por completo a la biológica, inoperante en la acelerada escala temporal de los cambios.
Es aquí donde entran en conflicto los intereses del individuo con los de la especie.
¡Sentidiño! Y espíritu crítico.
Rebelión
Iniciamos 2016 con la amenaza latente de Corea del Norte y sus presuntos ensayos nucleares de la letal y masiva bomba de hidrógeno. Más pánico inducido por el sistema-mundo del ultraliberalismo para ayudar al yihadismo patente en su función de cortina de humo defensiva contra el pensamiento crítico y las propuestas realmente de izquierdas a escala internacional.
Los ideólogos de la globalización capitalista recurren, según coyunturas políticas, a Rusia, China, Venezuela, Cuba, el terrorismo musulmán y Corea del Norte con el propósito de instalar en el ambiente social un enemigo externo multipolar de maldad absoluta, que funciona cognitivamente como los cuentos de hadas infantiles. Juegan el rol de malos recalcitrantes, de personajes simples y banales unidimensionales, reduciendo de esta manera la complejidad sociopolítica a un asunto maniqueísta de solución harto sencilla: los nuestros son los buenos y tenemos la razón moral o ética sin discusión posible alguna.
El perfil de los agentes mencionados de la oscuridad total obedece a construcciones lineales que eluden las contradicciones de todo personaje humano de carne y hueso: son malos de una pieza, sin redención a su alcance. Esta operatividad psicológica permite la infantilización del pensamiento individual y social, adhiriéndose la masa a las posiciones preconizadas por las bondades de los voceros a sueldo y representantes políticos más señeros del régimen capitalista.
Y como todo cuento para niños y niñas, al final emerge la moraleja definitiva: el que no está con nosotros está con ellos, sumido en el error sin vuelta atrás, desarmado éticamente y con la capacidad de enmienda mermada o mutilada de raíz. La opción única oficial se erige así como la verdad revelada en lucha abierta contra la maldad absoluta escenificada mediante las construcciones ideológicas debidamente adobadas por la elite dominante como diablos a eliminar a costa de lo que sea (libertades e igualdad) y a cualquier precio (más represión policial y alternativas militares).
La proliferación de mensajes de factura tremendista e infantil relacionados con Corea del Norte y el resto de personajes colectivos citados logran crear una tupida araña ideológica que predispone a la gente a pensar de una forma automática y similar, asemejándose a lo que el neurólogo Antonio Damasio denomina sentimiento de fondo, una cubierta intangible de ideas-fuerza que ayuda a nuestro cerebro a eliminar alternativas enfrentadas antes de tomar una decisión concreta, simplificando el abanico de opciones a considerar. De este modo, ganamos tiempo y optimizamos nuestras respuestas particulares.
Además del vago y escurridizo sentimiento de fondo, Damasio también teoriza acerca de los marcadores somáticos, un mecanismo basado en la experiencia y el aprendizaje práctico que sale a la palestra como respuesta inmediata ante estímulos iguales o parecidos que recuerda o rememora nuestro cerebro. Por esta vía, una especie de intuición fundamentada en lo que hemos sentido en el pasado, nuestra mente y cuerpo ofrecen soluciones rápidas para no quedarnos paralizados ante lo inconmensurable de un grave problema vital.
Son sugerentes las teorías de Antonio Damasio. Lo que sucede es que traspasadas al espacio social, pueden obrar más como un lavado de cerebro masificado que como un elemento precioso de la evolución humana. No todo lo que funciona es útil o adaptativo a escala individual mantiene sus propiedades en estadios superiores. Lo que asiste positivamente a la supervivencia personal puede tornarse en un dispositivo de opresión psicológica si es utilizado por una elite económica o política para defender sus intereses y crear un caldo de cultivo ideológico proclive a sus tesis propias enmascaradas en el sentimiento de fondo que van creando sutilmente sus mensajes, propaganda y proclamas en los principales medios de comunicación internacionales.
Caperucita Roja adopta el papel inocente de los valores occidentales capitalistas, mientras que el lobo nos remite a la vesania del territorio exterior de la maldad que quiere a toda costa y sin razón alguna hostigar, malear, aprovecharse, violar y comerse a la incauta y confiada Caperucita. El motor de la película reseñada es fácil de comprender y digerir mentalmente: la inocente bondad de la niña contra el monstruo feo y malvado.
Ese guión previsible funciona a las mil maravillas como estímulo de las sociedades amedrentadas como las actuales y sumidas en una crisis total de valores fuertes trastocados o defenestrados por la revolución neoliberal. Las definiciones de los roles de los antagonistas son escuetas y contundentes, tal y como sucede en los cuentos infantiles clásicos: el lobo feroz, el país hermético (Corea del Norte), el ogro soviético (Rusia), la omnipotencia de la masa (China), el populismo de izquierdas (Venezuela), la dictadura comunista (Cuba) y el enemigo invisible (yihadismo). No se precisan más matices para inventar y recrear un adversario temible en el inconsciente colectivo.
Cuanto más banales e infantiles sean los mensajes, mayor capacidad de recuerdo y mejor penetración psicológica en las actitudes automáticas de la masa. Pensar críticamente requiere un esfuerzo suplementario y un contraste de opiniones polémico. Los cuentos de hadas vienen a nuestro encuentro para facilitarnos la penosa tarea de pensar contracorriente y situarnos en la duda razonable. Este sentimiento de fondo, cultural y somático, creado por los productores de iconos y consensos psicológicos nos ayuda a pensar como desea el sistema: dentro de la mayoría y al calor de los buenos.
Ofrecer resistencia activa a estos procedimientos de evisceración sociológica del cerebro y la inteligencia plural resulta complicado. Pero hay que hacerlo más allá de la realidad política puntual y de las urgencias cotidianas. Cada vez que asumimos pasivamente el relato del poder establecido, hemos perdido una batalla decisiva que hará más improbable vencer al neoliberalismo a corto o medio plazo. Las derrotas ideológicas cuestan mucho más tiempo y energía revertirlas que las de índole social o político.
Mucho cuidado, pues, con las respuestas automáticas que nos provocan una sensación o placer pasajero de alivio. Pueden tener trampa y no ser más que una estrategia de dominio de la mente colectiva.
Los ideólogos de la globalización capitalista recurren, según coyunturas políticas, a Rusia, China, Venezuela, Cuba, el terrorismo musulmán y Corea del Norte con el propósito de instalar en el ambiente social un enemigo externo multipolar de maldad absoluta, que funciona cognitivamente como los cuentos de hadas infantiles. Juegan el rol de malos recalcitrantes, de personajes simples y banales unidimensionales, reduciendo de esta manera la complejidad sociopolítica a un asunto maniqueísta de solución harto sencilla: los nuestros son los buenos y tenemos la razón moral o ética sin discusión posible alguna.
El perfil de los agentes mencionados de la oscuridad total obedece a construcciones lineales que eluden las contradicciones de todo personaje humano de carne y hueso: son malos de una pieza, sin redención a su alcance. Esta operatividad psicológica permite la infantilización del pensamiento individual y social, adhiriéndose la masa a las posiciones preconizadas por las bondades de los voceros a sueldo y representantes políticos más señeros del régimen capitalista.
Y como todo cuento para niños y niñas, al final emerge la moraleja definitiva: el que no está con nosotros está con ellos, sumido en el error sin vuelta atrás, desarmado éticamente y con la capacidad de enmienda mermada o mutilada de raíz. La opción única oficial se erige así como la verdad revelada en lucha abierta contra la maldad absoluta escenificada mediante las construcciones ideológicas debidamente adobadas por la elite dominante como diablos a eliminar a costa de lo que sea (libertades e igualdad) y a cualquier precio (más represión policial y alternativas militares).
La proliferación de mensajes de factura tremendista e infantil relacionados con Corea del Norte y el resto de personajes colectivos citados logran crear una tupida araña ideológica que predispone a la gente a pensar de una forma automática y similar, asemejándose a lo que el neurólogo Antonio Damasio denomina sentimiento de fondo, una cubierta intangible de ideas-fuerza que ayuda a nuestro cerebro a eliminar alternativas enfrentadas antes de tomar una decisión concreta, simplificando el abanico de opciones a considerar. De este modo, ganamos tiempo y optimizamos nuestras respuestas particulares.
Además del vago y escurridizo sentimiento de fondo, Damasio también teoriza acerca de los marcadores somáticos, un mecanismo basado en la experiencia y el aprendizaje práctico que sale a la palestra como respuesta inmediata ante estímulos iguales o parecidos que recuerda o rememora nuestro cerebro. Por esta vía, una especie de intuición fundamentada en lo que hemos sentido en el pasado, nuestra mente y cuerpo ofrecen soluciones rápidas para no quedarnos paralizados ante lo inconmensurable de un grave problema vital.
Son sugerentes las teorías de Antonio Damasio. Lo que sucede es que traspasadas al espacio social, pueden obrar más como un lavado de cerebro masificado que como un elemento precioso de la evolución humana. No todo lo que funciona es útil o adaptativo a escala individual mantiene sus propiedades en estadios superiores. Lo que asiste positivamente a la supervivencia personal puede tornarse en un dispositivo de opresión psicológica si es utilizado por una elite económica o política para defender sus intereses y crear un caldo de cultivo ideológico proclive a sus tesis propias enmascaradas en el sentimiento de fondo que van creando sutilmente sus mensajes, propaganda y proclamas en los principales medios de comunicación internacionales.
Caperucita Roja adopta el papel inocente de los valores occidentales capitalistas, mientras que el lobo nos remite a la vesania del territorio exterior de la maldad que quiere a toda costa y sin razón alguna hostigar, malear, aprovecharse, violar y comerse a la incauta y confiada Caperucita. El motor de la película reseñada es fácil de comprender y digerir mentalmente: la inocente bondad de la niña contra el monstruo feo y malvado.
Ese guión previsible funciona a las mil maravillas como estímulo de las sociedades amedrentadas como las actuales y sumidas en una crisis total de valores fuertes trastocados o defenestrados por la revolución neoliberal. Las definiciones de los roles de los antagonistas son escuetas y contundentes, tal y como sucede en los cuentos infantiles clásicos: el lobo feroz, el país hermético (Corea del Norte), el ogro soviético (Rusia), la omnipotencia de la masa (China), el populismo de izquierdas (Venezuela), la dictadura comunista (Cuba) y el enemigo invisible (yihadismo). No se precisan más matices para inventar y recrear un adversario temible en el inconsciente colectivo.
Cuanto más banales e infantiles sean los mensajes, mayor capacidad de recuerdo y mejor penetración psicológica en las actitudes automáticas de la masa. Pensar críticamente requiere un esfuerzo suplementario y un contraste de opiniones polémico. Los cuentos de hadas vienen a nuestro encuentro para facilitarnos la penosa tarea de pensar contracorriente y situarnos en la duda razonable. Este sentimiento de fondo, cultural y somático, creado por los productores de iconos y consensos psicológicos nos ayuda a pensar como desea el sistema: dentro de la mayoría y al calor de los buenos.
Ofrecer resistencia activa a estos procedimientos de evisceración sociológica del cerebro y la inteligencia plural resulta complicado. Pero hay que hacerlo más allá de la realidad política puntual y de las urgencias cotidianas. Cada vez que asumimos pasivamente el relato del poder establecido, hemos perdido una batalla decisiva que hará más improbable vencer al neoliberalismo a corto o medio plazo. Las derrotas ideológicas cuestan mucho más tiempo y energía revertirlas que las de índole social o político.
Mucho cuidado, pues, con las respuestas automáticas que nos provocan una sensación o placer pasajero de alivio. Pueden tener trampa y no ser más que una estrategia de dominio de la mente colectiva.
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