domingo, 3 de enero de 2016

Libro de poemas

Las carreras prematuramente truncadas, y más si lo son de modo injusto y violento, nos llevan a pensar en "lo que pudo haber sido y no fue". ¿Qué versos dejó de escribir Federico García Lorca? ¿Qué música dejó sin componer Mozart?

Las carreras largas y fecundas también se truncan en algún momento, pero bien sabemos que así ha de ser. Queda el consuelo de la eternidad de la obra, pero... ¿estamos seguros de eso? ¿cuántas obras geniales habrán desaparecido sin dejar rastro? De otras sabemos por lo menos que fueron, pero ya no son más.

¿Pudo Bach no haber nacido? ¿nadie habría dado a luz esa música eterna, tan eterna que cuesta imaginar su inexistencia anterior?

Melancolía produce lo efímero, porque lo que parece más estable también lo es. Aunque no nos guste, la acumulación de los recuerdos exige el olvido. Funes el memorioso es un ser de pesadilla. Pero, ahora más que nunca, lo feble de los soportes (como este sin ir más lejos) hace temer por las grandes creaciones del espíritu. Las piedras supervivientes de Palmira, al final, no han sobrevivido a la barbarie.

Si Federico dejó sin escribir su mejor obra de los años cuarenta, también pudo haber abandonado la poesía, dejándonos solamente su Libro de poemas. Conocido lo que siguió, cabe la duda sobre si su fama sería la misma sin la generación del 27, sin el Romancero gitano o Poeta en Nueva York, sin su teatro...

No podemos saberlo. No hay forma de adivinar lo que no ocurrió, qué pudo dejar de lado lo casual y veleidoso de la crítica, las zonas de sombra, la oscilación de los gustos. Estoy seguro de que algún gran artista existió y nunca sabremos nada de él.

Pero creo que en justicia este solo libro bastaría para consagrar a Lorca como uno de los grandes de nuestro parnaso.

El poema que dejo ahora aquí significó mucho en mi adolescencia. Si el libro es una granada cuyos granos germinaron en su obra posterior, en este grano está resumida toda su pasión, su grandeza futura.




PRÓLOGO

24 de julio de 1920. (Vega de Zujaira.)


Mi corazón está aquí,
Dios mío.
Hunde tu cetro en él, Señor.
Es un membrillo
demasiado otoñal
y está podrido.

Arranca los esqueletos
de los gavilanes líricos
que tanto, tanto lo hirieron,
y si acaso tienes pico
móndale su corteza
de hastío.

Mas si no quieres hacerlo,
me da to mismo,
guárdate tu cielo azul
que es tan aburrido.
El rigodón de los astros. 
Y lo Infinito,
que yo pediré prestado
el corazón de un amigo.
Un corazón con arroyos
y pinos,
y un ruiseñor de hierro
que resista
el martillo
de los siglos.

Además, Satanás me quiere mucho.
Fue compañero mío
en un examen de
lujuria, y el pícaro
buscará a Margarita
-me lo tiene ofrecido-.
Margarita morena,
sobre un fondo de viejos olivos,
con dos trenzas de noche
de estío,
para que yo desgarre
sus muslos limpios.

Y entonces, ¡oh Señor!
seré tan rico
o más que tú,
porque el vacío
no puede compararse
al vino
con que Satán obsequia
a sus buenos amigos.
Licor hecho con llanto.
¡Qué más da!
Es lo mismo
que tu licor compuesto
de trinos.

Dime, Señor,
¡Dios mío!
¿Nos hundes en la sombra
del abismo?
¿Somos pájaros ciegos
sin nidos?
La luz se va apagando.
¿Y el aceite divino?
Las olas agonizan.
¿Has querido
jugar como si fuéramos
soldaditos?

Dime, Señor,
¡Dios mío!
¿No llega el dolor nuestro
a tus oídos?
¿No han hecho las blasfemias
babeles sin ladrillos 
para herirte, o te gustan
los gritos?
¿Estás sordo? ¿Estás ciego?
¿O eres bizco
de espíritu
y ves el alma humana
con tonos invertidos?

¡Oh Señor soñoliento!
¡Mira mi corazón
frío
como un membrillo
demasiado otoñal
que está podrido!

Si tu luz va a llegar
abre los ojos vivos,
pero si continúas
dormido,
ven, Satanás errante,
sangriento peregrino,
ponme la Margarita
morena en los olivos
con las trenzas de noche
de estío,
que yo sabré encenderle
sus ojos pensativos
con mis besos manchados
de lirios.
Y oiré una tarde ciega 
mi ¡Enrique! ¡Enrique!
lírico,
mientras todos mis sueños
se llenan de rocío.

Aquí, Señor, te dejo
mi corazón antiguo,
voy a pedir prestado
otro nuevo a un amigo.
Corazón con arroyos
y pinos.
Corazón sin culebras
ni lirios.
Robusto, con la gracia
de un joven campesino,
que atraviesa de un salto
el río.

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