En el dilema informático, es el temor a perder el trabajo hecho el que nos hace esperar.
Como simboliza la pincelada que sigue, el don Quijote burgués, antes todo fuego revolucionario, trataría ahora reflexivamente de huir hacia el norte y salvar sus muebles, mientras el cachazudo y juicioso Sancho debería ahora tornarse en el loco de los sueños necesarios, reinventándose, aunque en el reinicio se perdiese algo.
"Y bien, tal vez haya llegado ya el momento de prendernos fuego, animadas y entretenidos, en vez de contentarnos con esperar"
Para y préndete fuego es el antiguo comando informático que, según la serie así llamada, Halt and catch fire, pondría al ordenador en condición de carrera, forzando a todos los procesos a competir al mismo tiempo, lo cual haría que el control sobre la máquina nunca pudiera ser recuperado. Al parecer, la descripción del comando usada en la serie televisiva no es exacta.
En realidad el comando colocaba al procesador en un, diríamos, régimen de aislamiento que ignoraría cualquier nueva instrucción, de modo que para recobrar el control de la máquina era necesario desenchufarla y enchufarla de nuevo. Sus guionistas, cabe suponer, prefirieron la sugerencia antes que la exactitud y se dieron cuenta de que su definición evocaba el comportamiento del capitalismo, tema, por otro lado, de fondo en la serie.
Y bien, tal vez haya llegado ya el momento de prendernos fuego, animadas y entretenidos, en vez de contentarnos con esperar. Lo contrario sería echar el freno, obligar a las empresas a trabajar según un orden de prioridades, invirtiendo sólo en aquello que el planeta y sus habitantes necesitan, esto es, dejando de crear necesidades espurias y resolviendo, en cambio, las existentes. Pero exige un valor, una fuerza y una presencia de ánimo que nadie parece querer, o poder querer. Ya se ha visto lo que pasa cuando un partido como Bildu se atreve apenas a regular con cierto nivel de exigencia la recogida de basuras.
Hubo un tiempo en el que, se decía, confundir la realidad con la ficción era un privilegio posible sólo a partir de un nivel económico determinado; aunque empobrecido, al fin y al cabo don Quijote fue un hidalgo; una novela con un Sancho errante, desfacedor de entuertos imaginarios de motu proprio y no por seguir a un señor en busca de su gloria, hubiera sido menos creíble.
Ya no es así, en este momento el privilegio consiste en contemplar la realidad y analizarla –debe de ser lo que hace el Ibex 35–, mientras el resto esquiva lo que duele con cuentos, sin tiempo para comparar sus castillos en el aire con la realidad. Hoy sería Sancho quien no podría permitirse el lujo de tomar decisiones lentas, razonables, y pasaría el día reinventándose mientras que, seguramente, Don Quijote estaría trazando planes sobre a dónde irse a vivir y con qué medidas de seguridad cuando esto reviente. Pero no termines, oh mundo, oh amiga, oh amigo, no te prendas fuego.
En realidad el comando colocaba al procesador en un, diríamos, régimen de aislamiento que ignoraría cualquier nueva instrucción, de modo que para recobrar el control de la máquina era necesario desenchufarla y enchufarla de nuevo. Sus guionistas, cabe suponer, prefirieron la sugerencia antes que la exactitud y se dieron cuenta de que su definición evocaba el comportamiento del capitalismo, tema, por otro lado, de fondo en la serie.
Y bien, tal vez haya llegado ya el momento de prendernos fuego, animadas y entretenidos, en vez de contentarnos con esperar. Lo contrario sería echar el freno, obligar a las empresas a trabajar según un orden de prioridades, invirtiendo sólo en aquello que el planeta y sus habitantes necesitan, esto es, dejando de crear necesidades espurias y resolviendo, en cambio, las existentes. Pero exige un valor, una fuerza y una presencia de ánimo que nadie parece querer, o poder querer. Ya se ha visto lo que pasa cuando un partido como Bildu se atreve apenas a regular con cierto nivel de exigencia la recogida de basuras.
Hubo un tiempo en el que, se decía, confundir la realidad con la ficción era un privilegio posible sólo a partir de un nivel económico determinado; aunque empobrecido, al fin y al cabo don Quijote fue un hidalgo; una novela con un Sancho errante, desfacedor de entuertos imaginarios de motu proprio y no por seguir a un señor en busca de su gloria, hubiera sido menos creíble.
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