domingo, 10 de febrero de 2013

El reto para los movimientos sociales en Asia




Walden Bello es director ejecutivo de Focus on the Global South, profesor de Sociología y Administración Pública de la Universidad de Filipinas e investigador asociado del Transnational Institute.

Su exposición se estructura en estos apartados:
  • La nueva normalidad es el cambio climático.
  • El jaque mate mundial. El mundo se encuentra en curso de pasar de los 2 grados a los que les gustaría confinar el aumento de la temperatura media mundial, y ya está en una trayectoria de un aumento de temperatura de 4 a 5 grados, lo que sería calamitoso
  • La crisis económica mundial.
  • El fracaso de las soluciones del Establishmen.
  • Alternativas progresistas. Con el descrédito del neoliberalismo y las limitaciones del keynesianismo, otros sectores han visto la crisis como algo que proporciona la oportunidad de movernos, de simplemente apagar fuegos, a proponer una reestructuración económica más fundamental.
  • Alternativas desde el Sur.

En este último expone las iniciativas de Vía Campesina sobre soberanía alimentaria, que nuestro "seminorte" en declive debería tener en cuenta:
No son solo los ecologistas radicales del Norte quienes han iniciado el reto de promover una visión de una reestructuración radical de la economía. Una de las más conocidas es el paradigma de Soberanía Alimentaria de La Vía Campesina, que ofrece un programa completo de transformación social y económica.

Permítanme extenderme con alguna amplitud sobre la Soberanía Alimentaria, puesto que este es uno de los esfuerzos más atrevidos para proporcionar una alternativa completa al neoliberalismo. Tal como yo lo entiendo, los pilares clave de la soberanía alimentaria son los siguientes:

Primero, el objetivo de la política agrícola debería ser una autosuficiencia alimentaria en la que los campesinos dentro del país produzcan la mayor parte de los alimentos consumidos internamente -una condición no cubierta por el concepto de "seguridad alimentaria", que los representantes de las empresas estadounidenses han definido como la capacidad de cubrir las necesidades alimentarias de un país mediante la producción interna o la importación. Las implicaciones radicales de esta premisa son destacadas por Jennifer Clapp: "Al sacar a los campesinos completamente del sistema de comercio mundial, el movimiento de soberanía alimentaria se centra en las necesidades lcoales y en los locales alimentarios locales, liberando así a los pequeños agricultores de las normas injustas y desequilibradas del comercio que defienden los Acuerdos de Agricultura de la OMC."

Segundo, un pueblo debería tener el derecho a determinar sus pautas de producción de alimentos y consumo, tomando en consideración la "diversidad rural y productiva", y no permitir que estas esten subordinadas a un comercio internacional desregulado.

Tercero, la producción y el consumo de alimentos deberían estar guiados por el bienestar de los campesinos y los consumidores, no por las necesidades de beneficios de los agronegocios internacionales.

Cuarto, los sistemas nacionales de alimentos producen "alimentos sanos, de buena calidad y culturalmente apropiados principalmente para el mercado doméstico" [xiii] y evitan lo que Bové ha denominado malbouffe o "comida basura" estandarizada internacionalmente."

Quinto, se debe conseguir un nuevo equilibrio entre agricultura e industria, el campo y la ciudad, para dar la vuelta a la subordinación de la agricultura y el campo a la industria y las élites urbanas, que han dado como resultado un campo arruinado y barrios de chabolas enormes de refudiados rurales.

Sexto, se debe dar marcha atrás a la concentración de tierras por parte de los terratenientes y las empresas transnacionales y se debe promover la equidad en la distribución de tierras mediante una reforma agraria, aunque el acceso a la tierra debería ser posible más allá de la propiedad individual, permitiendo más formas comunales y colectivas de propiedad y producción que promuevan un sentido de administración ecológica.

Séptimo, la producción agrícola debería ser llevada a cabo principalmente por pequeños campesinos o cooperativas o empresas estatales, y la distribución y el consumo de alimentos deberían estar gobernados por unos esquemas de precios justos que tomen en consideración los derechos y el bienestar tanto de campesinos como de consumidores. Entre otras cosas, esto significa terminar con el dumping por parte de las empresas transnacionales de mercancías agrícolas subvencionadas, que han hundido artificialmente los precios dando como resultado la destrucción de pequeños campesinos. También debería significar, según el especialista y activista Peter Rosset, "una vuelta a la protección de la producción alimentaria nacional de los países ... reconstrucción de reservas nacionales de grano ... presupuestos del sector público, precios mínimos, créditos y otras formas de ayuda" que "estimulen la recuperación de la capacidad de producción alimentaria [de los países]".[xv]

Octavo, la agricultura industrial basada en la ingeniería genética y la Revolución Verde original intensiva en productos químicos debería ser desaconsejada porque monopoliza el control sobre las semillas, acelera la agenda corporativa y porque la agricultura industrial es medioambientalmente insostenible.

Noveno, las tecnologías agrícolas tradicionales campesinas e indígenas contienen una gran parte de sabiduría y representan la evolución de un equilibrio mayormente benigno entre la comunidad humana y la biosfera. Por tanto, la evolución de la agro-tecnología para que cubra las necesidades sociales debe tener a las prácticas tradicionales como punto de partida en lugar de considerarlas prácticas obsoletas a eliminar.

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