viernes, 15 de febrero de 2013

La economía política del sacrificio

Del sacrificio al cinismo: el mundo como mercancía
Rebelión


La «economía política del sacrificio» no significa otra cosa que la producción de una economía de la carencia articulada a una economía del excedente (1). El sujeto sacrificial, sustraído de la penuria a la que condena al Otro, es beneficiario de un sistema de prebendas y corrupción estructural que lo hace, literalmente, indiferente ante el sufrimiento ajeno. No se trata de un mero desvío o perversión sistémica; al contrario: estas prácticas son constitutivas del capitalismo.

(...)

En un doble movimiento, el discurso neoconservador por una parte resemantiza el «sacrificio» como fórmula para reequilibrar un sistema económico supuestamente marcado por el “derroche” y por otra parte no hace otra cosa que desequilibrar más todavía una formación social sobre-endeudada, multiplicando tanto las desigualdades socioeconómicas como las asimetrías culturales. La falsa fatalidad de estas decisiones, invocada como remedio ante un mal infinitamente mayor, produce una sociedad polarizada. En nombre de la libertad de mercado se reproduce una auténtica servidumbre política: la lógica de lo ineludible reduce de forma brutal otras alternativas políticas a la nada.
(...)

Un «sacrificio» así institucionalizado, por más que se empecine en mistificar el crimen como cosa inexorable, apenas puede ocultar su carácter apócrifo. Se trata, ante todo, de un juego de máscaras, producto de un supuesto «pecado original» o un exceso precedente: la indisciplina, el derroche improductivo, el consumo excesivo de las clases populares, la falta de hábitos de ahorro, etc. El peso muerto de la historia termina aplastando millones de vidas, mientras los presuntos redentores de la humanidad están convirtiendo el mundo en un desierto. Lo que anacrónicamente es llamado “primer mundo” está asediado por todas partes. Exceptuando las elites mundiales -y sólo hasta cierto punto, en la medida en que logran encapsular el riesgo- nadie está a salvo. El mundo como escombrera se desborda cada día: el dique de los estados-nación hace tiempo ha reventado y ha dado lugar a un juego sin más ley que la que establecen nuestros amos sin rostro.

Las diez “plagas” que menciona Derrida (2) no cesan de multiplicarse: 
  • i) el “paro” en mercados desregulados, 
  • ii) la “exclusión masiva de ciudadanos sin techo”, 
  • iii) la “guerra económica” sin cuartel intracomunitaria e intercontinental, 
  • iv) las contradicciones entre “mercado liberal” y “proteccionismo” de los estados capitalistas, 
  • v) la “agravación de la deuda externa” y sus efectos en la propagación del hambre, 
  • vi) la “industria y comercio de armamentos”, 
  • vii) la extensión incontrolable de “armamento atómico”, 
  • viii) las “guerras interétnicas” en sentido amplio, 
  • ix) el poder creciente de las mafias y el narcotráfico y 
  • x) el estado del “derecho internacional” dominado por estados-nación particulares.
A esas plagas habría que agregar al menos otras tantas: 
  • xi) la expansión de la corrupción estructural extendida en instituciones económicas y políticas fundamentales, 
  • xii) la peligrosa primacía de la economía financiera por sobre la economía productiva, 
  • xiii) el relanzamiento del neocolonialismo (nuevas guerras, asesinatos selectivos, detenciones ilegales, torturas, intervenciones “humanitarias”, etc.), 
  • xiv) la institucionalización del estado policial (y la correlativa suspensión selectiva de los derechos humanos), 
  •  xv) la propagación de proyectos tecno-militares no convencionales a escala mundial de alcance impredecible (drones, geoingeniería y nanotecnología militar, ciberterrorismo, etc.), 
  • xvi) el fortalecimiento de los oligopolios mediáticos, el creciente control informativo y la falta de diversificación de las industrias culturales masivas, 
  • xvii) la destrucción irreversible del medioambiente, 
  • xviii) los déficits estructurales de una democracia parlamentaria dominada por el bipartidismo, 
  • xix) la consolidación de las alianzas entre estados y corporaciones trasnacionales y 
  • xx) la escalada del racismo y la xenofobia, especialmente en Europa y EEUU.
El inventario necesariamente es incompleto. Lo decisivo es el efecto global que producen en nuestro mundo social actual, intensificando la represión de lo político como instancia democrática en la que lo social dirime sus conflictos. Al respecto, es pertinente preguntar si este proceso no está conduciendo a la mundialización de un régimen de control que difumina (sin disolver de forma completa) la distinción entre «democracia» y «totalitarismo». Tanto la fabricación en serie de sujetos confinados a la categoría de «sobrante estructural» como la persecución jurídico-policial de la alteridad señalan en esa dirección. 
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(1) «Falta» y «exceso» no son simples términos de una contradicción lógica; están coimplicados de forma indisoluble como consecuencia de un antagonismo de clase que, en las condiciones del presente, no hace sino agravarse.

(2) Derrida, Jacques (2012): Los espectros de Marx, Trotta, Madrid, pp. 95-98.

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