miércoles, 4 de junio de 2014

Abismo entre lucha política y pragmatismo

Marx veía el proceso económico como un silogismo. La producción sería el término universal; la distribución y el cambio el término particular; y el consumo el término singular con el cual el todo se completa.

Cierto es que la producción y el consumo son los extremos del proceso económico. La primera, sometida a las leyes de la naturaleza, es la "fuente", y el consumo, objetivo final, el "sumidero".

Pero ambos extremos están mediados por la distribución y el cambio. El (inter)cambio es una relación social que regula la distribución. Esta última es esencial en el proceso, y depende de la contingencia social. Por eso muchas veces una nueva forma de redistribución de los bienes estimula el consumo y con ello la producción. Y crea problemas, desde luego, como vemos en muchos países de América Latina, en los que la mayor prosperidad de una masa de desfavorecidos estimula un consumo difícil de satisfacer sin aumentar la producción.

En esta coyuntura, la prioridad  productivista puede chocar con la naturaleza (término universal), al tiempo que deja en un segundo plano la distribución, actuando como una "corriente de Foucault" retardataria del proceso.

Aparte de las barreras naturales a los aumentos de producción, el énfasis productivista puede debilitar el propio proceso, fomentando la "productividad" del trabajo con métodos que fomentan las desigualdades y empeoran la redistribución. Así pueden enfrentar a los gobiernos con sus bases naturales y echarlos en brazos de las oligarquías que detentan los medios de producción.

La distribución es olvidada con frecuencia, y desde luego que lo es en el discurso de los políticos de las variopintas derechas, que destacan siempre las cifras del crecimiento económico sin referirse siquiera al progresivo deterioro en el salario real. Así es como el ínclito Felipe González, en una pretendida crítica a los pensadores de la izquierda, definió a los izquierdistas como quienes pretenden distribuir la riqueza que no se ha producido.

La ultraderecha toma acción sobre la producción y el consumo cuando entiende urgente frenar proyectos de redistribución del ingreso y la riqueza, es decir, cuando entiende que el avance político amenaza sus privilegios. Claramente, su actuación en América Latina se dirige a mediatizar las posiciones de izquierda y condicionar el ejercicio de los gobiernos progresistas.

Por eso hay que continuar apoyando a los gobiernos, entendiendo la necesidad en que se encuentran de aumentar su producción, mientras se les sigue recordando que dicha producción no es un fin en sí misma, sino que se dirige a satisfacer necesidades según prioridades, distribuyendo sobria y equitativamente el consumo, al tiempo que se respeta la naturaleza, sin cuya colaboración es imposible tanto seguir como estamos como cambiar a mejor.



Rebelión


Los diálogos que tienen lugar entre gobierno y oposición en Venezuela, son calificados por James Petras como un acto de conciliación de clases, pero no por ello el teórico marxista estadounidense ha retirado su apoyo al gobierno que encabeza Nicolás Maduro. Por el contrario, considera que los dirigentes venezolanos deben tomar en cuenta que es preciso derrotar el fascismo antes de que sea tarde. El apoyo a los gobiernos progresistas en este continente, hay que asumirlo como un deber de conciencia, no como un acto de pragmatismo. Por tanto, no se puede renunciar a plantear la necesidad de profundizar los cambios y estimular el avance político en sentido general.

Poner entre comillas el apoyo al gobierno constitucional de Venezuela, es condicionar a lo imposible el rechazo a las acciones de los sectores retrógrados de ese país, y eso es inaceptable.

El predominio de la ultraderecha

"No me pide, porque él tiene la inteligencia de no pedir lo que no le van a dar", declaró el presidente de Uruguay, José Mujica, al término de la reciente reunión con su homólogo estadounidense. No dijo (en ese contexto) que, cuando el poder estadounidense se abstiene de pedir, diseña planes para arrebatar.

La consecuencia inmediata de la acción de la ultraderecha en América Latina es la mediatización en las posiciones de izquierda y el condicionamiento en el ejercicio de los gobiernos progresistas.

Es posible citar variados ejemplos, como la calificación de Rafael Correa a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, pero, en su reciente viaje a Estados Unidos, el mismo Mujica presenta como iniciativa propia el estímulo a la inversión extranjera en Uruguay y destaca que, por esta actitud, ha recibido críticas de figuras de su entorno político.

La velocidad con que se producen los cambios en la estructura de consumo, obliga, en cada entorno nacional, a aumentar la producción de bienes de consumo y la disponibilidad de determinados servicios.

Conocer esta realidad, es imprescindible para todo gobernante, pero conocerla auténticamente, tomando en cuenta todos y cada uno de sus componentes.

Sobre la producción, Carlos Marx dice: “A saber, toda forma de producción engendra sus propias instituciones jurídicas, su propia forma de gobierno, etc. La rusticidad e incomprensión consisten precisamente en no relacionar sino fortuitamente fenómenos que constituyen un todo orgánico, en ligarlos a través de un nexo meramente reflexivo”. (Pág. 8, edición del año 2007. Editorial Siglo XXI).

Llamar la atención en este sentido, corresponde a los sectores conscientes, revolucionarios y progresistas. La derecha asume, de más en más, posiciones de ultraderecha, y, por su misma naturaleza, está ocupada en abortar todo proceso de avance político en América Latina y en otras partes del mundo.

Todos los estadios de la producción, advierte Marx tras señalar que el capitalismo también usa la fuerza, tienen caracteres comunes que el pensamiento fija como determinaciones generales, pero las llamadas condiciones generales de toda producción no son más que esos momentos abstractos que no permiten comprender ningún nivel histórico concreto de la producción”.

La distribución

Los gobernantes que se asumen como aliados de la derecha, han pretendido excluir de toda discusión el tema de la distribución.

En República Dominicana, Leonel Fernández (hay que citarlo, porque es el jefe del sistema político en la actualidad) destacó siempre las cifras del crecimiento económico sin referirse siquiera al progresivo deterioro en el salario real.

En la Fundación Global, invitado por Leonel Fernández, Felipe González (el desacreditado exgobernante español), en una pretendida crítica a los pensadores de la izquierda, definió a los izquierdistas como quienes pretenden distribuir la riqueza que no se ha producido.

Es notorio, sin embargo, que la ultraderecha toma acción sobre la producción y el consumo cuando entiende urgente frenar proyectos de redistribución del ingreso y la riqueza, es decir, cuando entiende que el avance político amenaza sus privilegios.

No es criticable que Mújica, Rafael Correa o cualquier presidente progresista, asuma como prioritario el aumento en la producción, pero la acción política es preciso dirigirla a la economía en todos sus aspectos. Y toda medida táctica debe ir dirigida a crear las condiciones para desmontar la sociedad de clases, no a apuntalar los elementos creados para eternizarla.

Tiene vigencia lo dicho por Marx:

“Producción, distribución, cambio y consumo forman así un silogismo con todas las reglas: la producción es el término universal; la distribución y el cambio son el término particular; y el consumo es el término singular con el cual el todo se completa. En esto hay sin duda un encadenamiento, pero no es superficial. La producción está determinada por leyes generales de la naturaleza; la distribución resulta de la contingencia social y por ello puede ejercer sobre la producción una acción más o menos estimulante; el cambio se sitúa entre las dos como un movimiento formalmente social, y el acto final del consumo, que es concebido no solamente como término, sino también como objetivo final, se sitúa a decir verdad fuera de la economía, salvo cuando a su vez reacciona sobre el punto de partida e inaugura nuevamente un proceso”. (Op. Cit. Pág. 9).

En alianza con el gran capital y en amistosa convivencia con Barack Obama, no es preciso, pues, lograr una economía que produzca y distribuya.

Los elogios que, en términos diplomáticos y a favor de su propia imagen política, Barack Obama dirige a Pepe Mujica, y el intercambio de docentes de inglés y de informática entre Estados Unidos y Uruguay, no implican una renuncia del poder estadounidense a frenar el avance político en Uruguay (y ni siquiera a dirigir alguna acción contra el propio Mujica, como nunca dejó de ocurrir en el caso de Hugo Chávez). Aunque los representantes del poder imperialista utilicen palabras hermosas, la naturaleza del imperialismo no ha cambiado. El imperialismo es violador consuetudinario de acuerdos y transgresor de normas elementales.

La acción política del Gobierno de Uruguay tiene que ir dirigida, por tanto, a preservar y profundizar las conquistas sociales y a priorizar los objetivos básicos en cada coyuntura.

El apoyo a los gobiernos de izquierda en América Latina (incluyendo los de tendencia más moderada), tiene que resultar de la identificación con los sectores mayoritarios de la población, y es preciso dirigirlo a la búsqueda de la justicia y la equidad, que es lucha permanente contra el gran capital y contra la oligarquía petrolera, armamentista y saqueadora que coloca presidentes en las grandes potencias en general y en Estados Unidos en particular… La misma que colocó a Obama y le puso al lado al estratega guerrerista Joe Biden.

Al capítulo de la lucha de clases, no se le puede colocar el punto final mientras exista la sociedad de clases.

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