Este artículo se publicó el día de las recientes elecciones al Parlamento Europeo.
Consumatum est, así que "daremos lo no venido por pasado".
Ya es pasado: "hoy es siempre todavía". Las placas tectónicas siguen su curso. La sensación es que nada puede detener su avance.
El optimismo de la voluntad consiste ahora en seguir frenándolas, como el Viejo Tonto que removió las montañas del cuento chino. Nuestro viejo lenguaje modelo Domund, con sus chinitos y sus negritos, desprecia los cuentos chinos.
Pero unos seres insignificantes, las algas azules, cambiaron la atmósfera terrestre hace miles de millones de años. Lo hicieron a lo largo de mucho tiempo. Nosotros no tenemos tanto...
Consumatum est, así que "daremos lo no venido por pasado".
Ya es pasado: "hoy es siempre todavía". Las placas tectónicas siguen su curso. La sensación es que nada puede detener su avance.
El optimismo de la voluntad consiste ahora en seguir frenándolas, como el Viejo Tonto que removió las montañas del cuento chino. Nuestro viejo lenguaje modelo Domund, con sus chinitos y sus negritos, desprecia los cuentos chinos.
Pero unos seres insignificantes, las algas azules, cambiaron la atmósfera terrestre hace miles de millones de años. Lo hicieron a lo largo de mucho tiempo. Nosotros no tenemos tanto...
La Vanguardia
Al cierre de los colegios se constatará la inercial disciplina del rebaño europeo ante un retroceso de civilización |
De las dos elecciones celebradas hoy en Europa, la importante es la de Ucrania. Las sombras de Ucrania cubren el cielo sobre toda Europa, incluida la mamarrachada electoral de Bruselas en la que se ha hecho ver que todo sigue más o menos igual que siempre.
La prédica que ha venido haciendo estos días Rasmussen, el secretario general de la OTAN, pidiendo más dinero para “defensa” (guerra) en los países del Este, debe leerse sobre los datos de la “crisis”, es decir sobre el gran propósito involucionista en marcha en Europa para alterar lo que ha sido el fundamento del consenso europeo de posguerra y llevarnos a otro modelo de mucha mayor desigualdad e injusticia social que recuerda al del siglo XIX. Un retroceso de civilización.
Lo de Ucrania, que empezó en invierno sobre el triple vector de una protesta ciudadana contra la injusticia, una lucha entre oligarcas locales y un pulso geopolítico entre Euroatlántida contra Rusia, ya está completamente dominado y determinado por el tercero de esos vectores. La dignidad del movimiento ciudadano ucraniano se ha perdido por completo por el camino.
La rebelión de un importante sector de la población –ahora del Este- está siendo aplastada militarmente. Su contenido se reduce a la “mano rusa”, ignorando el sentir de millones de rusos de Ucrania y de ucranianos no hostiles a Rusia que desconfían de Euroatlantida. Por primera vez desde la autodisolución de la URSS, esos sectores no están representados. Cuatro candidatos han sido obligados a renunciar. En la Rada, los diputados que han cuestionado lo que se califica de “operación antiterrorista”, han sido agredidos. Se pide la ilegalización del Partido Comunista, que en absoluto es “quinta columna” de Moscú en Ucrania. Todo aquello que fue condenado en el Maidan como represión es ahora legítimo, incluido los mismos oligarcas con disciplina cambiada y una cifra de muertos más elevada, ya no a manos de antidisturbios sino del ejército. En lugar de fomentar un diálogo apaciguador, se apoya la represión (con directo asesoramiento occidental) para celebrar unas elecciones (¿qué garantías tiene su recuento?) que legitimen el cambio de régimen en Kiev.
El próximo presidente ucraniano será un oligarca -la séptima fortuna del país- cuya única diferencia con su predecesor será una servidumbre a Euroatlántida (Estados Unidos, la OTAN y la troika) mucho más disciplinada que el anterior tradicional equilibro. Roto este, por el cambio de régimen forzado desde Washington, Varsovia, Berlín y Bruselas, se precipitaron la anexión rusa de Crimea, la guerra en Ucrania Oriental, y significativos cambios de la orientación de Rusia hacia China.
Si la política interior del Imperio del Caos es la Gran Desigualdad, su política exterior europea es lo que se está viendo en Ucrania: una presión que desemboca en guerra. Son dos cosas que van unidas. En ese modelo no hay apenas lugar para la democracia de baja intensidad (aquella en la que el “demos” nunca decide nada esencial) pero sí hay un gran espacio para las ideologías agresivas y para la guerra.
Muy significativo ha sido el silencio occidental sobre la masacre de adversarios del gobierno de Kíev en Odesa el pasado 2 de mayo (por lo menos 50 personas abrasadas por sus contrincantes), la detención de periodistas de medios rusos en Ucrania Oriental, uno de ellos herido de bala, la muerte de un reportero italiano y la criminalización de la opinión que contiene el hecho de que uno de los rusos sancionados por Bruselas (“del entorno de Putin”) sea un periodista. Todos estos son datos que marcan la tendencia.
Las elecciones europeas han pedido el voto para esto. También para apuntalar todo aquello de lo que no se ha hablado a lo largo de la campaña; la amnesia en materia de Snowden y NSA, que sigan negociando con nocturnidad el acuerdo comercial entre la UE y Estados Unidos, que dará aún más poder a las grandes compañías sobre la política, que el Banco Central Europeo y la troika sigan con sus desastrosas políticas y que el poder financiero se mantenga incólumne mientras se atraca a las clases bajas y medias, es decir a la mayoría.
Por todo eso el gran misterio de estas elecciones no es la gran abstención –signo de elemental sentido común- sino esos millones y millones de ciudadanos que siguiendo la disciplina del gran rebaño continúan votando a favor de un programa, interior y exterior, que les promete ruina y contradice sus más básicos derechos e intereses.
La prédica que ha venido haciendo estos días Rasmussen, el secretario general de la OTAN, pidiendo más dinero para “defensa” (guerra) en los países del Este, debe leerse sobre los datos de la “crisis”, es decir sobre el gran propósito involucionista en marcha en Europa para alterar lo que ha sido el fundamento del consenso europeo de posguerra y llevarnos a otro modelo de mucha mayor desigualdad e injusticia social que recuerda al del siglo XIX. Un retroceso de civilización.
Lo de Ucrania, que empezó en invierno sobre el triple vector de una protesta ciudadana contra la injusticia, una lucha entre oligarcas locales y un pulso geopolítico entre Euroatlántida contra Rusia, ya está completamente dominado y determinado por el tercero de esos vectores. La dignidad del movimiento ciudadano ucraniano se ha perdido por completo por el camino.
La rebelión de un importante sector de la población –ahora del Este- está siendo aplastada militarmente. Su contenido se reduce a la “mano rusa”, ignorando el sentir de millones de rusos de Ucrania y de ucranianos no hostiles a Rusia que desconfían de Euroatlantida. Por primera vez desde la autodisolución de la URSS, esos sectores no están representados. Cuatro candidatos han sido obligados a renunciar. En la Rada, los diputados que han cuestionado lo que se califica de “operación antiterrorista”, han sido agredidos. Se pide la ilegalización del Partido Comunista, que en absoluto es “quinta columna” de Moscú en Ucrania. Todo aquello que fue condenado en el Maidan como represión es ahora legítimo, incluido los mismos oligarcas con disciplina cambiada y una cifra de muertos más elevada, ya no a manos de antidisturbios sino del ejército. En lugar de fomentar un diálogo apaciguador, se apoya la represión (con directo asesoramiento occidental) para celebrar unas elecciones (¿qué garantías tiene su recuento?) que legitimen el cambio de régimen en Kiev.
El próximo presidente ucraniano será un oligarca -la séptima fortuna del país- cuya única diferencia con su predecesor será una servidumbre a Euroatlántida (Estados Unidos, la OTAN y la troika) mucho más disciplinada que el anterior tradicional equilibro. Roto este, por el cambio de régimen forzado desde Washington, Varsovia, Berlín y Bruselas, se precipitaron la anexión rusa de Crimea, la guerra en Ucrania Oriental, y significativos cambios de la orientación de Rusia hacia China.
Si la política interior del Imperio del Caos es la Gran Desigualdad, su política exterior europea es lo que se está viendo en Ucrania: una presión que desemboca en guerra. Son dos cosas que van unidas. En ese modelo no hay apenas lugar para la democracia de baja intensidad (aquella en la que el “demos” nunca decide nada esencial) pero sí hay un gran espacio para las ideologías agresivas y para la guerra.
Muy significativo ha sido el silencio occidental sobre la masacre de adversarios del gobierno de Kíev en Odesa el pasado 2 de mayo (por lo menos 50 personas abrasadas por sus contrincantes), la detención de periodistas de medios rusos en Ucrania Oriental, uno de ellos herido de bala, la muerte de un reportero italiano y la criminalización de la opinión que contiene el hecho de que uno de los rusos sancionados por Bruselas (“del entorno de Putin”) sea un periodista. Todos estos son datos que marcan la tendencia.
Las elecciones europeas han pedido el voto para esto. También para apuntalar todo aquello de lo que no se ha hablado a lo largo de la campaña; la amnesia en materia de Snowden y NSA, que sigan negociando con nocturnidad el acuerdo comercial entre la UE y Estados Unidos, que dará aún más poder a las grandes compañías sobre la política, que el Banco Central Europeo y la troika sigan con sus desastrosas políticas y que el poder financiero se mantenga incólumne mientras se atraca a las clases bajas y medias, es decir a la mayoría.
Por todo eso el gran misterio de estas elecciones no es la gran abstención –signo de elemental sentido común- sino esos millones y millones de ciudadanos que siguiendo la disciplina del gran rebaño continúan votando a favor de un programa, interior y exterior, que les promete ruina y contradice sus más básicos derechos e intereses.
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